Homenajes contra el olvido en Alsasua
Para que no caiga en el olvido, familiares y amigos de Patxi Lezea le rindieron un emotivo homenaje el pasado sábado
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N.M.- Miércoles, 22 de Septiembre de 2010
Para que no caiga en el olvido, familiares y amigos de Patxi Lezea le rindieron un emotivo homenaje el pasado sábado, recordando las andanzas de este alsasuarra fiel a la República que no dudó en coger las armas para defenderla.
LA historia del alsasuarra Patxi Lezea Larraza pone nombre a la de muchos navarros fieles a la República que tomaron las armas para defenderla. No murió en la contienda, ni fusilado en la retaguardia. Falleció en 1959 con 52 años de edad en el exilio, en Larressore, Francia. Para que su gesta no quede en el olvido, su hijo, MartÃn Fernando Lezea, organizó este pasado sábado un pequeño y emotivo homenaje. Era extensivo a todos aquellos hombres y mujeres que defendieron esta causa. «¡Viva la República! Gora Euskadi!», gritaron familiares y amigos junto a su tumba antes de bailar un aurresku en su honor.
Patxi Lezea pasó a Iparralde cuando estalló la contienda. Desde hacÃa unos años vivÃa en Biarritz su hermano Eduardo, que le dio cobijo en su casa. «Como muchos, pensaban que la crisis durarÃa poco tiempo. Desgraciadamente, la situación empeoraba y los dos hermanos tomaron la decisión de empuñar las armas y pasaron a Barcelona, dejando a sus esposas e hijos en Biarritz. Al cabo de unas semanas nos volvimos a reunir», recordaba su hijo, afincado en Hendaia.
En un principio, estuvieron en el frente de Aragón y después pasaron al de Barcelona. Durante la contienda, la hija de Patxi, Libertad, murió en el hospital de Baiona. Perdida la guerra, los dos hermanos y sus familias, como muchos otros, se dirigieron a Francia, empezando asà un largo y difÃcil exilio. «Cuando salieron de Cataluña, en el camino de retirada, el Gobierno francés de la época les trató como animales. Los acorralaron en las playas de Argeles sur Mer custodiados por la Garde Mobile y separaron a los padres, las madres y los hijos», apuntaba Lezea. «Estuvieron varias semanas bajo el sol y la luna. Después embarcaron a los hombres para un destino desconocido. Los hijos que tuvieron la suerte de quedar junto a sus madres, fueron llevaron a unos campos alambrados cerca de Suiza. A otros les mandaron a otros lugares, incluso a Alemania, donde les hicieron trabajar en los campos de Dôle y Les Rousses», recordaba Lezea, quien conoció bien la dura vida en estos campos de internamiento.
El destino de Patxi Lezea fue el campo de Gurs, en el departamento de los Bajos Pirineos, un campo construido en 1939 que primero dio cobijo a los refugiados de la Guerra Civil y a partir de 1940 a judÃos y los indeseables polÃticos que no comulgaban con el Gobierno de Vichy. «Como el Tercer Reich practicaba ya la búsqueda de los judÃos para la erradicación final, las empresas francesas liberaron a todos los republicanos, que eran sobre todo vascos y algunos brigadistas. La liberación de los reclusos se realizó cómo si de bichos se tratara a modo de subasta», apuntó.
Patxi Larraza era mecánico y fue sacado del campo por el dueño de una serrerÃa. «Al cabo de unos meses, supimos por una amiga americana que mi padre habÃa recobrado la libertad y que estaba trabajando en Monein». Lezea también recordaba que, en cierto momento, su padre ingresó en un cuerpo de guerrilleros españoles que trataron de pasar la frontera por el Valle de Aspe para liberar España. «Tras algunas incursiones, fue causa perdida», observó.
Patxi Lezea ya no volvió a Alsasua por su propio pie. Hace dos años, su hijo trajo sus restos mortales para que descansara en paz en la tierra que lo vio nacer junto a su esposa, Teresa Olmos.