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Reparación de la memoria

diariodeburgos.es, 26/09/2010 | 30 septiembre 2010

La persecución y sufrimiento padecidos por Pedro Pérez Martínez, último alcalde republicano de la villa textil de Pradoluengo, reciben su reparación moral tras 73 años de ostracismo

 

J.J. Martín / Pradoluengo

Setenta y tres años es mucho tiempo. Concretamente, veintiséis mil seiscientos cuarenta y cinco días, casi seiscientas cuarenta mil horas. Quizás, los impulsores del golpe de estado que condujo a la Guerra Civil creyeron que tantos minutos, tantos segundos, marcados lentamente en el reloj del miedo, serían capaces de hacer olvidar ultrajes, vejaciones y fusilamientos. Tras la maldita guerra, y bajo la insoportable presión de la culpa o tras los visillos de una venda impuesta en la memoria, el silencio se hizo dueño de las conciencias. Las mentes de quienes sufrieron aquellos años reaccionaron con instinto de supervivencia, enmudeciendo, intentando dejar de sentir, cobijando como un tabú, en lo más recóndito de su cerebro, las imágenes más duras de la época contemporánea española.

El 9 de octubre de 1936, tras dos meses y 14 días en prisión preventiva, se desarrolla en Burgos un juicio sumarísimo. Ante el tribunal militar, el alcalde electo de Pradoluengo, Pedro Pérez Martínez, oye atónito la voz del secretario que, cual reflejo onírico de una larga pesadilla, retumba portentosa en la sala: «Resultando: Que el procesado tuvo noticias hacia la una de la madrugada del día 19 de julio, de la celebración de una reunión por parte de elementos simpatizantes con el Movimiento Nacional que entonces se iniciaba, y en su deseo de oponerse al mismo, telegrafió al que fue gobernador civil de la provincia, pidiéndole medios para realizar el indicado fin y, de acuerdo con la respuesta que recibió, encargó al presidente de la UGT del citado pueblo, llevara una orden escrita para el teniente Jefe de la Guardia Civil de Belorado, al objeto de que al mando de dicha fuerza, pasase a Pradoluengo y procediera a la detención de aquellos elementos que pudieran colaborar en el Movimiento Nacional, cosa que no pudo llevarse a efecto, por haber recibido orden de la Guardia Civil de concentrarse en la Capital. El procesado es elemento destacado extremista de la localidad y formaba en uno de los partidos del que se llamó Frente Popular».

Efectivamente, Pedro fue desde la jubilosa proclamación de la República unos años antes, uno de tantos españoles que vivieron con implicación los cambios esperanzadores del nuevo sistema político. Este pequeño empresario familiar, que soñó con crear una fábrica de embutidos en su localidad natal, emigró en su juventud a Veracruz, donde fue uno de los hombres de confianza de su paisano el indiano Crótido de Simón. Al no conseguir los resultados crematísticos esperados, Pedro volvió a España y simpatizó en Madrid con las ideas republicanas. Su retorno a Pradoluengo coincidió con ese caldo de cultivo, en el que se fraguó el cambio político hacia un sistema democrático.

El 19 de abril de 1931, Diario de Burgos daba cuenta de la proclamación de la República en Pradoluengo cuatro días antes. Acompañado de «numerosos correligionarios» y de la banda municipal, el Comité Republicano, presidido por nuestro protagonista y respaldado por Eulogio Bartolomé, Abdón de Miguel y Felipe Pérez, izó la bandera tricolor a los sones del Himno a Riego. Las primeras palabras del Comité fueron un llamamiento a respetar el orden, declarando que la República era un régimen «de paz, de libertad y de justicia, y que por lo tanto todos y cada uno de los que lo integran han de dar pruebas inequívocas de que son hombres de orden, que quieren a su pueblo y a su patria, a cuyo bienestar y engrandecimiento encaminarán y ordenarán todos sus actos». Años después, Pedro se afilió a Izquierda Republicana, el partido de Azaña, siendo proclamado alcalde tras la victoria del Frente Popular en febrero del 36. Entre otras medidas significativas, medió entre patronos y obreros de las fábricas textiles, en momentos duros de crisis y carestía de trabajo. Su labor también destacó en la promoción de la vida cultural y deportiva, destacando su preocupación por los más desfavorecidos.

Como tantos otros, el «delito» por el que cínicamente se le condenó fue por «auxilio a la rebelión», prestada según su sentencia, «por los actos realizados por el procesado a la rebelión militar en contra del Movimiento Nacional». La pena aplicada fue la de quince años de reclusión e inhabilitación absoluta durante la condena. Una condena que suponía no sólo la aniquilación personal, sino el sufrimiento y el ostracismo para toda su familia quien, en virtud de la ley de responsabilidades políticas, quedó prácticamente desamparada y desprovista de sustento. Su traslado a la cárcel supuso un halo de esperanza, máxime en los primeros meses de la contienda, donde la represión alcanzó cotas inenarrables. Sin embargo, las condiciones del fuerte pamplonés de San Cristóbal, donde fue conducido, eran nefastas. Tratamiento vejatorio, frío, hambre, humedad, torturas físicas y psicológicas, se cebaron entre aquellos desdichados. Tras año y medio de supervivencia, Pedro falleció de tuberculosis el 13 de enero de 1938. Tenía 56 años y dejaba viuda y seis hijos.

Y tras la muerte, el silencio. Setenta y tres largos años de silencio, sólo roto por el quejido amargo de bisbiseos escondidos. Tras la restauración democrática, el Ayuntamiento de Pradoluengo dedicó a Pedro una calle en 1990 y, en 2009, expuso durante 73 días, el mismo número de años en los que se tardó en reconocer su figura, la resolución de reparación y reconocimiento personal, para conocimiento de su rehabilitación oficial entre los pradoluenguinos, de los que fue el último alcalde constitucional de la Segunda República.    

http://www.diariodeburgos.es/noticia.cfm/Vivir/20100926/reparacion/memoria/E9B5E682-9232-7B77-3986E70A43E14123