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Homenaje a Augusto Garrido Soriano

Emilio Sales, Foro por la Memoria de Toledo, | 5 octubre 2010

Sábado 2 de octubre, en Gamonal (Toledo)

 

 

Mediodía del sábado 2 de octubre de 2010. A las puertas del cementerio de la localidad toledana de Gamonal se van congregando familiares y vecinos para dar el merecido homenaje a un gamonino ausente hace más de 70 años. AUGUSTO GARRIDO SORIANO era un pastor, un ciudadano que tenía inmensas inquietudes, aprendió a leer, a escribir y a defender sus derechos y a luchar por ellos. Por eso consideró que el comunismo era la ideología emancipadora, por eso fue Secretario Local del PCE. Por defender a los de su clase, a los parias y desfavorecidos y ver que la República podía ser la salida a ños de atraso, de caciquismo, de analfabetismo, lucho por ella. Por ello fue condenado (¡vaya sarcasmo!) a 30 años de prisión en consejo de guerra, acusado de «adhesión a la rebelión».

Después de un largo peregrinaje por cárceles y ¿sanatorios penitenciarios? fue recluido en el Fuerte S. Cristobal, en la capital pamplonesa. Allí, como otros muchos murió por tuberculosis. Ahora vuelve a su tierra, después de 68 desde que se le asesinara en tierras lejanas. Ha sido un momento triste y dichoso a la vez, puesto que reposa junto a su mujer envuelto en la bandera republicana por la que luchó.

Descanse en paz. Viva la República.

 

Nos encontramos hoy aquí, en el cementerio de Gamonal, para dar merecida sepultura a los restos de nuestro abuelo materno Augusto Garrido Soriano, nacido en Gamonal el 7 de octubre de 1910, primer hijo de Tomás Garrido y Fermina Soriano, hermano de Valeriano (que falleció en el frente de batalla, durante la Guerra Civil), Maxi, Cándido y

Antonio, todos ellos también fallecidos.

El 28 de noviembre de 1934 contrajo matrimonio con Primitiva Varela, teniendo dos hijas: Sagrario, nacida en 1935 y Manoli (nuestra madre) en 1937.

Su padre era pastor, y a este oficio se dedicó el abuelo durante los pocos años que dispuso para trabajar. A pesar de no haber ido a la escuela, sabía leer y escribir perfectamente. Era republicano, comunista y secretario local del Partido Comunista en Gamonal, en los años previos a la Guerra Civil.

Cuando comenzó la Guerra se alistó en el bando republicano, marchando de Gamonal en septiembre de 1936 ante el avance de las tropas fascistas.

Acompañado de toda su familia se dirigieron hacia la zona de Mora de Toledo, viviendo en esta población y en Urda. Allí permanecieron hasta el final de la guerra.

En abril de 1939, tras la derrota republicana, regresan todos a Gamonal. Siendo  detenidos. El día 29 de abril el abuelo es trasladado desde el calabozo de Gamonal hasta la prisión de Talavera, por orden del Comandante Militar de la Zona.

El 28 de febrero de 1940 el Juzgado Militar nº 8, con jurisdicción sobre Gamonal, ratifica la prisión.

El 21 de julio de 1940  es trasladado a Toledo, para sufrir Consejo de Guerra, regresando a la prisión de Talavera.

El 17 de enero de 1941 el Juzgado Militar de Toledo emite sentencia: «sumarísimo de Urgencias nº V-728 delito de ADHESION A LA REBELION», siendo condenado a una pena de 30 años de reclusión.

El 2 de febrero de 1941 es trasladado a la Prisión de Toledo.

El 18 de febrero de 1941 le envían a la Prisión de Burgos.

En 1942, siguiendo el rastro de sus cartas, sabemos que estuvo en el Sanatorio Penitenciario de Porta Coeli, en Valencia.

Y en enero de 1943 está en la Prisión del Fuerte de San Cristóbal, en Pamplona, donde fallece el 5 de noviembre a los 33 años de edad.

 

Hasta aquí el capitulo frío de las fechas y acontecimientos que hemos conocido por documentos oficiales. Ahora pasemos al lado humano de esta historia, historia de tristezas que será similar a la de muchos españoles y españolas de aquellos años, que sufrieron y padecieron lo indecible por el solo motivo de ser «rojos» y haber defendido sus ideales luchando en el bando republicano.

Al iniciarse la Guerra el abuelo tiene 26 años, un año antes había nacido su primera hija y un año después nace la segunda.

Cuando comienza su calvario por las cárceles de España el abuelo tiene 29 años. Ha podido disfrutar escasos 3 años de su esposa y sus hijas, y esos 3 años han sido en tiempo de guerra.

En el periodo transcurrido en la Prisión de Talavera, hasta la sentencia del Tribunal Militar, el abuelo y su familia tienen la esperanza de que la pena que le corresponda pueda ser mínima y estar libre en poco tiempo..

Pero la realidad es mucho más dura, y los tribunales militares franquistas le condenan a la pena máxima posible una vez superados los años negros de fusilamientos indiscriminados:30 años de cárcel.

Todos los hechos que ocurren a continuación están extraídos principalmente de la correspondencia que nuestro abuelo dirige a nuestra abuela, primero a su domicilio en Gamonal y después al domicilio de un familiar en Talavera (cambio forzoso que

debió realizarse porque llegó un momento en que los caciques franquistas del pueblo no entregaban la correspondencia del abuelo).

En total conservamos  un total de 13 cartas, en formato de tarjeta postal. De ellas 8 se remitieron desde Burgos, 1 desde Porta Coeli (Valencia) y las 4 restantes desde Pamplona.

Leyendo estas cartas por orden cronológico comprobamos el progresivo deterioro en la salud del abuelo y en su estado de ánimo. Todas las primeras están escritas con ánimo positivo y con esperanza, su letra es pequeña para aprovechar al máximo el poco espacio que dispone la tarjeta. Le permiten escribir y recibir una carta a la semana, si alguna vez la que debe recibir se retrasa y a la semana siguiente llegan dos juntas solo le dejan coger una. Estas cartas lógicamente pasan por la censura de la Prisión correspondiente. Escribe sobre los compañeros más allegados, todos paisanos: Roberto, Patro, Benigno y Alejandro.

Comenta con alegría sobre los paquetes de comida recibidos, así «dos trozos de queso, un cuarterón de chocolate, un trocito de tocino, un bollo y conejo» son un tesoro, comprende que no puedan mandarle más a menudo estos víveres que son su salvación.

Agradece el esfuerzo y sacrificio que están realizando por él sus padres. Manda recuerdos para toda la familia, comenta sobre las hijas, manda pésames por familiares fallecidos. Incluso muestra la esperanza de conseguir la libertad en plazo de un año,

para el siguiente cumpleaños de la abuela (están recabando informes para aportar a esta causa, aunque les ponen dificultades para conseguirlos). Envía dos postales en verso, sencillas, tiernas y preciosas hasta en la escritura, en los cumpleaños de las niñas.

Sin embargo la que escribe el 14 de agosto de 1941 nos hace pensar que ya esta enfermo, pues la abuela en su carta anterior le ha dicho que quiere ir a verle. Él la contesta «que por muchas ganas que  tengas tú de verme tengo yo más o tantas de verte

a tí, pero no lo veo bien debido a que te cuesta mucho el viaje, por lo mínimo 80 pesetas, cantidad que tú no dispones».

Suponemos que debido a sus graves problemas de salud es trasladado al Sanatorio Penitenciario de Porta Coeli, en Valencia desde donde el 20 de mayo de 1942 escribe una carta a la abuela, se trata de la primera postal donde ya no escribe el «Arriba España, Viva Franco», de todas las anteriores», deducimos que ve fracasados todos los intentos por conseguir una pronta libertad y ya no le importan las «formas» impuestas por la dictadura franquista. Y es la ultima carta que transmite todavía serenidad y buen estado de ánimo.

Inexplicablemente el 12 de enero de 1943 está en la Prisión del Fuerte de San Cristóbal, y decimos inexplicablemente porque se trata de una penitenciaría nada indicada para sanar enfermos: al clima duro de Pamplona hay que unir las condiciones extremas

de sus instalaciones, lo que produce una mortandad muy grande entre los presos. Más pareciera que le han enviado allí como castigo, para acelerar su muerte. Su carta de esa fecha muestra una letra más grande, con menos contenido, dedicada sobre todo a su

enfermedad, dice que está un poquito mejor y que va recobrando el apetito, que un médico de la cárcel se preocupa por él y que le ha regalado unas inyecciones y otras cosas más.

En la del 7 de abril de 1943 denota un gran pesimismo y falta de esperanza. La abuela le ha comentado en la suya que ha salido de la cárcel su amigo Roberto, y él no la cree, la dice que debe estar equivocada, que habrá salido a los campos de trabajo.

Comenta sobre la pérdida de un paquete con comida que no le ha llegado. Se alegra por las primeras letras que le escribió en la ultima carta su hija Sagrario.

La de fecha 29 de junio de 1943 ya solo refleja desesperación. Dice encontrarse regular de salud. En la anterior que escribió a la abuela la contaba sobre su situación real, sin tapujos, y la abuela se quedó muy disgustada, y la dice: «comprendo que mi tarjeta

 anterior te causaría un disgusto respecto a lo que te decía de mi situación, claro está que no debía deciros nada y así sufriría yo solo, pero es que aquel día era uno de los muchos malos que tengo, pero en fin lo llevaremos con paciencia, sería este mi destino». Habla sobre otros dos paquetes de comida perdidos.

La ultima carta que conservamos es de fecha 31 de julio de 1943 y es definitiva, de una tristeza infinita. Dice seguir estando regular y comenta a la abuela: «de lo que dices que te encuentras muy disgustada debido a mi enfermedad pues yo estoy loco

en pensar lo que he sufrido y en lo que os habéis sacrificado vosotros y todo va a ser en vano», y «de lo que decís de venir a verme pues con gusto mío no es», pero no insiste en que no vaya a verle, por lo que parece estar diciendo a su esposa ven pronto que me queda poco tiempo.

El 16 de agosto de 1943, la abuela Primi, tras conseguir un salvoconducto del ayuntamiento de Gamonal viaja en tren hasta Pamplona para poder estar cerca de su marido. Hoy este viaje a cualquiera nos resultaría insignificante, pero si nos trasladamos

a 1943, años de posguerra, y que la que viaja es una mujer sola, esposa de convicto «rojo», sin recursos económicos,el viaje debió resultar tremendo. Tuvo la fortuna de coincidir en el tren con una señora de Pamplona, que la llevó a su casa los primeros

días y la consiguió trabajo cuidando los niños de una familia. Creemos que esta mujer se llamaba Salvadora Delgado, con domicilio en San Miguel nº 1, piso quinto (según figura escrito a lápiz por detrás del salvoconducto que llevaba la abuela). La familia para la que trabajó la abuela el tiempo que permaneció en Pamplona hasta el fallecimiento del abuelo fue el matrimonio formado por Albina

y Eduardo, dueños de los Almacenes Rodríguez. Nos resulta gratificante pensar que en esos días tan difíciles la abuela tuvo la ayuda y el apoyo de estas buenas personas. Para ellos, desde aquí, nuestro más sincero agradecimiento por el noble comportamiento

demostrado hacia una humilde persona desconocida.

La abuela compartió el cuidado de los niños de la familia Rodríguez con las visitas al abuelo en la cárcel del Fuerte San Cristóbal.

Para que os hagáis una idea del esfuerzo que tenía que realizar cargada con los víveres que le llevaba el fuerte se encuentra arriba del monte Ezkaba, aproximadamente a 6 kilómetros de Pamplona, recorrido de ida y vuelta que debía hacer andando los días de visita.

Nos consuela pensar que por lo menos el abuelo estuvo confortado por la presencia de abuela Primi durante esos tres meses que aún vivió.

El 5 de noviembre de 1943, a las 19 horas y 45 minutos Augusto Garrido Soriano falleció en la 1ª Enfermería del Fuerte de San Cristóbal a consecuencia de «anoxemia por tuberculosis pulmonar».

La abuela Primi regresó a Gamonal unos días después, a pesar de la insistencia de la familia Rodríguez para que se trajera a sus hijas a Pamplona y continuara allí trabajando, pues su vida iba a ser más cómoda en la ciudad que en el pueblo.

Hasta aquí la desgraciada muerte de nuestro abuelo Augusto. Y decimos «desgraciada» no en su sentido de desgracia causada por el azar o por la mala conducta personal, sino de la desgracia causada por el franquismo en cientos de miles (o quizás millones) de

familias españolas de esa época. Nuestro abuelo no debió morir entonces, tan joven, murió consecuencia del ensañamiento de un régimen fascista que no tuvo ninguna piedad para con el vencido.

Por eso hoy levantamos nuestras voces para seguir denunciando las atrocidades cometidas entonces y reclamando nuestro derecho a exigir una Ley de Memoria Histórica que vaya más allá de la actual, y que no impida a los jueces abrir las muchas fosas que quedan por descubrir de fusilados de la postguerra o iniciar un proceso judicial contra las barbaridades cometidas por Franco y su régimen.      

En todos los años transcurridos desde entonces nuestra familia desconocía donde estaba enterrado el abuelo. Pensábamos que sus restos habrían ido a parar a alguna fosa común de algún cementerio de la zona, pero manteníamos vivo su recuerdo a través de

lo que nos contaban nuestra madre y nuestra tía Sagrario.

Inesperadamente, en el año 2006, nuestra madre recibe una llamada desde Bilbao que la informa que los restos de su padre han aparecido. Ella incrédula desconfía de quién la está hablando. Pero lo que la contaban era verdad. Gracias a alguna casualidad

y al esfuerzo de varias asociaciones navarras se había conseguido localizar el cementerio del Fuerte San Cristóbal, cementerio desaparecido por la maleza en el monte Ezkaba, en Pamplona. Sin embargo, en todo este tiempo los militares y la iglesia eran

conocedores de su existencia y situación y de toda la gente que allí fue enterrada, pero callaron hasta que estos hechos los obligaron a reconocer la realidad.

Desde entonces, la Asociación Txinparta, la Asociación de Familiares de Fusilados de Navarra de la Guerra Civil del 36 y la Sociedad de Ciencias Aranzadi han trabajado sin descanso para que todas las familias que queríamos recuperar los restos de nuestros seres queridos lo consiguiéramos. Y así el 12 de junio de este año acudimos al cementerio del fuerte San Cristóbal para ver la tumba ya descubierta de nuestro querido abuelo. La jornada fue inolvidable. A pesar de ir a ver solo los restos del abuelo consumidos por el paso de 67 años, nos quedó la tranquilidad del deber cumplido, de que nuestra madre y nuestra tía pudieran ver realizado el anhelo de toda su vida: encontrar la tumba de su padre. Hoy cerramos esta historia dando entierro a los restos de nuestro abuelo Augusto en el cementerio de su pueblo, donde descansará junto a los restos de la abuela Primi.

Y queremos mostrar nuestro eterno agradecimiento a toda la gente y a las asociaciones antes mencionadas que han trabajado para propiciar esta recuperación, sacando a la luz otro vergonzoso capítulo de la triste historia franquista.

Descanse en paz eternamente Augusto Garrido Soriano, que ha vuelto a su tierra tras 71 años de ausencia forzosa.