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Tesón por la memoria

Iñaki Adúriz. Diariovasco.com, | 14 octubre 2010

Desaparecidos, el trato a un juez y la permanencia de símbolos franquistas hacen que la Ley de Memoria Histórica se tenga que batir casi por su dignidad y sentido

 

14.10.10 – 02:11 –

IÑAKI ADÚRIZ

Es curioso, pero hay acontecimientos que cuanto más quieren proyectar futuro a modo de lanzaderas de ideas conciliadoras y de paz, más invocan a un pasado con ganas de reivindicarse. Quiero decir que por mucho que deseemos subrayar la idea de un presente y un futuro en paz, ésta no se consolidará mientras no nos percatemos de las distintas variables sociales y culturales, y de la multiplicidad de puntos de vista conformados en el pasado.

Un ejemplo de lo que estoy diciendo se produjo nada más comenzar septiembre, en concreto, el día de la inauguración oficial de la nueva Casa de la Paz y los Derechos Humanos, sita ésta, como saben ustedes, tras su rehabilitación, en el palacio de Ayete de San Sebastián, o sea, en lo que fue la residencia veraniega del dictador Franco. El caso es que, en su discurso inaugural, el lehendakari del Gobierno Vasco destacó la carga retórica que planea sobre el edificio recién inaugurado, al decir que éste es «una metáfora perfecta del triunfo de la democracia sobre la dictadura, de la libertad frente al totalitarismo y de la paz frente a la sinrazón». Y, en efecto, no le faltaba razón a la primera autoridad vasca. En el mismo acto, otras autoridades -el alcalde de la ciudad y la ministra de Cultura- subrayaron en clave de futuro las virtudes e intenciones que aguardan a la simbólica sede. Pero lo que les iba diciendo en las primeras líneas, cuanto más me fijaba en estas declaraciones, mayor se me hacía el valor que había que dar a un pasado reciente del que, a pesar de ser evocado habitualmente, creo que apenas se le da importancia ni suscita interés. Por ejemplo, es evidente que ha triunfado la democracia sobre la dictadura, pero, ¿cómo ha sido posible este triunfo?; es cierto que se ha alcanzado la libertad tras zafarnos de las garras del totalitarismo, pero, ¿cómo lo hemos hecho?; y, por último, no hay duda de que un estado general de paz se ha impuesto a la sinrazón, pero, ¿qué hace falta para que esto ocurra? Estarán de acuerdo conmigo en que la cosa cambia viéndolo así y que la respuesta que se ha de dar a cualesquiera de las preguntas planteadas, todas en la práctica similares, requiere una concreta selección de hechos y personas que los vivieron y, en fin, de una gran variedad de detalles y elementos dispares, todos dispuestos en una especie de conjunto entrelazado.

No pretendo, desde luego, que los discursos institucionales se conviertan en cursos específicos de historia contemporánea o de filosofía moral, pero, lo que quiero decir es que, más allá de las declaraciones de turno, de la magia de las palabras, habrá de ocupar un lugar preeminente en la sociedad darles sentido a éstas, racionalizarlas y explicarlas, cometido éste que atañe en principio a los llamados ‘poderes públicos’, a través de sus distintos estamentos, administraciones e instituciones, creados para ese fin en la sociedad.

Dicho desde otro punto de vista: he aquí un proyecto pedagógico y cultural inevitable y que hay que acometer, para que llegue a las más recientes generaciones, si se quiere afrontar un presente y futuro sólidos en los que los valores democráticos mantengan invariables la fortaleza y la cohesión cívicas de que suelen hacer gala. En resumidas cuentas, que se trata de poner remiendo institucional definitivo para que no suceda lo del viejo y conocido dicho del filósofo Jorge Santayana: «Aquellos que no recuerdan el pasado están condenados a repetirlo». Miren que sólo son diez palabras. Claro está, lo que representan carece de valor numérico. Y es que no se trata sólo de mera historiografía, de datos y conocimiento, sino también de reparaciones, de respeto y, en suma, de sensibilidad y preocupación éticas.

El objetivo es apasionante, no cabe duda, pero, su logro termina por ser un camino lleno de espinas, espinas que empiezan -como digo- por la instantánea contemplación de un futuro inmediato, como el que vemos todos los días, urdido para urgir y presionar desde distintos ámbitos locales y territoriales, nacionales e internacionales, enormemente exigente y pleno de retos democráticos, alejados de los tonos tristes y poco atractivos de un pasado de drama y guerra, por lo que se tiende a hacerlo invisible, si se habla sobre todo de una cultura que no dejó de moverse. Así, esa suerte de «democracia caníbal» (Jordi Gracia), que se traga de un sopetón lo que, por ejemplo, encarna el exilio y su literatura, no cuadra mucho con un pasado de fracturas ya superadas de las grandes democracias. Es evidente que éstas lo son si hay un empeño por recuperar la memoria y reparación de un período negro de nuestro pasado reciente, iniciado en torno al 18 de julio de 1936. Con ese espíritu se fraguó la -hace ya casi tres años aprobada- Ley de Memoria Histórica, pero el lastre del desconocimiento del paradero de más de cien mil desaparecidos durante la Guerra Civil y el franquismo (Amnistía Internacional), el trato airado a un juez, que ahora trabaja en la Corte Penal Internacional de La Haya, y la todavía insólita permanencia de rótulos, blasones y placas franquistas, incluso en universidades (Sevilla), hace que esta ley se tenga que batir casi por su dignidad y sentido, lo cual no deja de ser significativo.

Después, a finales de 1958, se interpuso otra dictadura que, con actuales anuncios de alto el fuego, por desgracia aún está ahí. En suma, no es extraño que la cosa pida aun más esfuerzo del que ya se hace sólo con una ley reticente de la memoria o con unos esperanzadores planes de convivencia democrática.

http://www.diariovasco.com/v/20101014/opinion/articulos-opinion/teson-memoria-20101014.html