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Cabos sueltos

Enric Sopena. El Plural, 20/11/2010 | 22 noviembre 2010

El Valle de los Caídos o la Meca de la derechona y del facherío

 

El dictador, Francisco Franco, nombró digitalmente en 1958 Abad del Valle de los Caídos a monseñor Justo Pérez de Urbel, entonces capellán de la Sección Femenina de la Falange. Este fraile fue durante muchos años el guardián de la ortodoxia católica más reaccionaria o retrógada. Era un clérigo cerril, adicto al Régimen y, muy singularmente, al “Caudillo de España por la Gracia de Dios”. Era el superior del convento sito en el Valle de los Caídos. Era un defensor acérrimo de Su Excelencia el Jefe del Estado y Generalísimo de los Ejércitos. Franco buscó para sí mismo una tumba al estilo de los faraones y para ello promovió un impresionante tinglado en la zona de Cuelgamuros, en el municipio de El Escorial, donde el emperador Felipe II había impulsado -algunos siglos antes- un monasterio de reyes y prebostes de sangre azul.

Que el Valle de los Caídos ha sido siempre, desde que Franco culminó su sueño imperial, un enclave de integristas católicos y de nostálgicos de aquella sangrienta dictadura, nadie puede ponerlo en duda. Incluso en ocasiones Pérez de Urbel y sus monjes iban más lejos de lo que pretendía el autoproclamado Caudillo. En abril de 1966, por ejemplo, los tradicionalistas -es decir, los requetés o carlistas- intentaron celebrar un congreso en ese lugar pretendidamente santo. Franco lo prohibió y así se lo explicaba a su primo, el teniente general Franco Salgado-Araujo: “La reunión no estaba autorizada y no hubo más remedio que proceder en la forma que se hizo. Ello no significa que el Régimen y yo seamos enemigos del Tradicionalismo (…) que siempre me ha inspirado simpatía. Pero lo que no se puede admitir es que desacaten órdenes del Gobierno y que pretendan que un príncipe extraño a nuestra Patria sea candidato a la corona de España”. Franco defendía de este modo a “Don Juan Carlos como rey de España”. Claro que no como rey de “una monarquía liberal y demócrata”.

La herencia del dictador

El facherío, la derechona, la extrema derecha han procurado por lo general convertir el Valle de los Caídos en una especie de Meca sagrada del franquismo. Por cierto, la derecha que niega ser ultra -concretamente el Partido Popular- se opone férreamente a que se termine de una vez por todas este refugio de neofascistas o, simplemente, de falangistas y otras ramas cavernarias. El Valle de los Caídos ha sido y sigue siendo un homenaje permanente a los militares golpistas y a quienes provocaron una terrible guerra civil, tras arrasar por la fuerza a las instituciones legítimas y democráticas de la II República. La herencia de un abominable dictador como fue Franco no debe consolidarse. No tenemos además los ciudadanos españoles por qué pagar con nuestros impuestos los ensueños de un tipo que fue un tirano durante cuarenta años.

Recinto civil

Hay que acabar, pues, con lo que hoy es y significa el Valle de los Caídos. Lo que ahora tiene es que convertirse en un recinto civil en honor de las víctimas del franquismo, que han sido tan pisoteadas siempre hasta el extremo de que el Tribunal Supremo parece dispuesto a condenar al juez Garzón por haber intentado investigar los crímenes del general Franco. Habría, sin embargo, que evitar la voladura de la cruz. La cruz ha de desaparecer o ser trasladada porque ese templo ha de ser -cuanto antes mejor- el templo del laicismo. Pero debería hacerse un esfuerzo para que la cruz no fuera volada ni en voladura controlada. Sería un gesto de conciliación, digno de tenerse en cuenta. En fin, que ese recinto ha de ser un lugar de reflexión y de docencia para evitar que nunca más la fuerza de las armas cercene la libertad. Esa libertad que nos robaron brutalmente los que pocos años después de 1939 erigieron el Valle de los Caídos.

Enric Sopena es director de El Plural

http://www.elplural.com/opinion/detail.php?id=52971