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El Valle de los Caídos, un modelo de seguridad e higiene en el trabajo

Cuarto Poder, 24-11-2010 | 25 noviembre 2010

Clase magistral sobre el Valle de los Caídos a la que asistí en la tarde del lunes en el Centro Cultural de los Ejércitos

 

Como vi a poca gente en la sala, doy por descontado que muchos de ustedes se habrán perdido la clase magistral sobre el Valle de los Caídos a la que asistí en la tarde del lunes en el Centro Cultural de los Ejércitos, el antiguo Casino Militar de Madrid, un local singular donde nuestra oficialidad puede alojarse por 20 euros al día o practicar la esgrima o el taichi, que relaja mucho las cervicales. El acto debió convocarse aprisa y corriendo ya que no figuraba entre los eventos de los que da cuenta el propio Centro, con el 35 aniversario de la muerte de Franco aún caliente y días después de que la Federación de Foros por la Memoria propusiera la voladura controlada de la megacruz que preside el Valle y la exhumación de los restos de Franco y José Antonio.

Presentaba la multiconferencia un coronel de nombre Enrique, muy afectado porque no se hubieran podido celebrar misas por el eterno descanso de los citados, que fue el primero en definir el complejo como un monumento a la reconciliación, entre cuyos valores está el de representar “la religión y la España tradicional hermanada”. Si piensan que aquello ya daba cierta idea de lo que vendría después, están en lo cierto.

El primer turno de palabra correspondió a Pablo Linares, un informático que dirige la Asociación para la Defensa del Valle de los Caídos, la entidad que le ha montado un contencioso a la Administración por cerrar el acceso público al Valle ante el peligro de que algún cascote de la Piedad de Juan de Ávalos le cayera en la cabeza a algún visitante y tuviéramos un disgusto. Linares parece haber consagrado su vida a desenmascarar las “falacias” que se han difundido sobre la basílica, especialmente aquella de que fue construida mayormente por presos republicanos que cayeron como moscas a lo largo de los 19 años que duraron las obras.

Escuchando a Linares cualquiera presentaría  la construcción del Valle de los Caídos como un modelo de seguridad e higiene en el trabajo para las futuras generaciones de albañiles y encofradores. Según dijo, no sólo era mentira y de las gordas que 20.000 presos participaran en las obras, sino que el trato dispensados a los no más de 780 trabajadores –entre presos y libres- que compusieron su nómina más numerosa a lo largo del tiempo fue exquisito. Como prueba aportó un documento en el que se recogía la recomendación de que los presos recibieran una dieta de 3.500 calorías diarias, a base de legumbres, sardinas en aceite y tocino entreverado, y explicó que no había preso en España que no recurriera a sus contactos para conseguir ceñirse el pañuelo de cuatro nudos en Cuelgamuros. La bicoca era de tal calibre que, cumplida su condena, los presos pedían quedarse sacando granito de las entrañas de Guadarrama.

Por las cifras de Linares, se deduce que era más peligroso tender la ropa que trabajar en el Valle de los Caídos. Afirmó que sólo hubo 14 muertes en accidente y seis más de silicosis, aunque la culpa de estos fallecimientos no fuera de la penosidad de la obra sino de los antecedentes mineros de los difuntos. Tan exhaustivo fue el informático, que aportó una breve relación de los finados, entre los que no faltaba un gitano, apellidado Heredia, que se fue al otro barrio por un inoportuno resbalón.

Estamos, por tanto, ante una  obra modélica y singularmente artística, como se encargó de atestiguar el hijo de Juan de Ávalos, el escultor del Régimen que en las postrimerías de su vida reveló que llego a tener el carnet del PSOE de Mérida, documento que debió de perder cuando se alistó al Ejército del Sur en el bando nacional.

Proseguimos. No sólo es que el Valle de los Caídos fuera un ejemplo para cualquier constructora moderna y de un valor semejante al de la Capilla Sixtina, es que además era una mina de oro para los pueblos de los alrededores hasta que los pérfidos socialistas tomaron la decisión de cerrarlo a la chita callando, tal y como se encargó de precisar un tal Carlos Zarco, fundador de la Asociación Fe y Trabajo, para quien el Valle venía ser como el Barça, algo más que un monumento. Se lamentaron las goteras que, según denunció, se recogían en cubos por falta de mantenimiento, el abandono del funicular que había reimpulsado Aznar y el cierre de la última tienda para turistas acaecido en marzo. Sugirió que todo ello formaba parte de un complot del Gobierno para que a la basílica no fuera ni Dios.

Faltaba la explicación del por qué de tanta tropelía con este granítico ejemplo de reconciliación, donde miles de republicanos sacados de fosas comunes sin conocimiento de sus familias o de las cunetas donde se les enterró tras el paseíllo comparten su última morada con el que fue su verdugo. La dio el director del telediario de Intereconomía, Luis Losada: “La izquierda nunca ha soportado la cruz, y mucho menos que se vea a 30 kilómetros de distancia”. Entre eso y que el Valle de los Caídos “no tiene padre” porque el Rey, que es quien preside la fundación que lo tutela, se llama andana, y a Patrimonio le importa un comino, Losada certificó que pinta en bastos para esta joya. Losada animó a ir a misa, sobre todo ahora que son de campaña, en la explanada, y relató que él mismo acudió a la del pasado día 13 como un cristiano en la época de la catacumbas: “Había niebla, llovía, había persecución”.

La última intervención fue la que levantó de sus asientos de cine de barrio al escaso público del salón. Se trataba de Pedro Cerracín, un abogado al que la AVT echó por blando y que ha debido juramentarse para que algo así no vuelva a ocurrirle. Cerracín es el letrado que ha planteado el contencioso contra el cierre del Valle y se le vio implicadísimo: “Hay una parte de España que no quiere el Valle de los Caídos (…) A la antiEspaña le molesta la cruz porque es un símbolo español” (…) Frente a la antiEspaña estamos los que defendemos la España eterna y la España de siempre”. No, Cerracín no parecía votante de Izquierda Unida.

Con su último alegato alcanzó el paroxismo. “Vamos a ganar porque tenemos razón y porque antes de que vuelen el Valle de los Caídos tendrán que volarnos a todos nosotros”, afirmó. Se escuchó un bravo, acallado por una ovación de gala. Crecido, Cerracín se preguntó en voz alta dónde se escondía el PP, la Comunidad de Madrid, la jerarquía eclesiástica y los alcaldes de la zona. Mientras el respetable hacía sus cábalas sobre el escondrijo en el que todos ellos se ocultaban , salí a la calle a tomar aire. Con la droga dura el riesgo de sobredosis es muy elevado.

Ávalos jr. estaba allí para decir que la restauración que estaba llevando a cabo Patrimonio era un desastre y lo hizo, aunque la revelación más importante fue que su padre esculpió hasta cinco Piedades distintas y que llegó a instalarse una distinta a la actual que Franco rechazó porque era pequeña y tenía forma triangular, lo que hubiera podido entenderse como un símbolo de la masonería. Si lo que dijo es cierto, el franquismo tampoco fue muy sensible al arte de su progenitor, ya que los restos de esta primera Piedad fueron reducidos a cascotes y escondidos tras el muro de la parte posterior del templo.

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