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Una botella en un océano de huesos

Público, | 6 diciembre 2010

Josefa busca a su padre, arrojado a una fosa en Valencia, gracias a un envase con sus datos enterrado junto al cadáver

 

BELÉN TOLEDO VALENCIA 06/12/2010

Entre los huesos de los 2.300 fusilados que guarda el cementerio de Paterna (Valencia), entre la cal que les echaron los verdugos y la tierra que el tiempo ha puesto encima, están los restos de José Celda Beneyto, ejecutado en 1940. Su hija Josefa, que ahora tiene 80 años, quiere desenterrar el cadáver de su padre antes de morirse. No le importa la política, ni la memoria histórica, ni siquiera la justicia de demostrar al mundo que su padre fue ejecutado sin haber cometido delito alguno. Lo que quiere es quitarse el peso en el alma que le dejó la carta hallada en la ropa del fusilado: «Sí os digo que soy inocente del todo, confío en que tendréis memoria de mí».

Josefa entiende que sólo puede responder a esa petición de memoria a través de la identificación y exhumación de su padre, y el posterior entierro digno de los restos en su pueblo, Massamagrell. Durante años, ha contado a sus dos hijas la dramática historia del abuelo y se ha asegurado de que las dos hereden su empeño. Después de décadas de miedo y silencio, pidieron al Ayuntamiento de Paterna permiso para abrir la fosa donde está enterrado José Celda. El pasado día 19, el consistorio, gobernado por el PP, dio su autorización.

a noticia ha sido una inyección de alegría para la familia. Josefa lleva dos semanas durmiendo de un tirón, soñando con hacer las paces con el fantasma de su padre. Es el primer paso, pero el camino que le queda por delante es largo y lleno de obstáculos. El principal es la dificultad técnica de encontrar un cadáver entre los miles de muertos que la represión franquista enterró en Paterna entre 1939 y 1956. No en vano la ciudad se ha ganado el apelativo de «paredón de España» entre quienes se dedican al estudio de la Memoria Histórica.

Josefa Celda sería la primera en conseguir que la inmensa fosa común que es el cementerio de Paterna se abriera. Y nadie sabe con certeza lo que hay debajo: en qué disposición, con qué orden se colocaba a los fusilados. En los días más duros de la posguerra, llegaban hasta 40 cadáveres al día, según atestigua el historiador Vicente Gabarda. El de Paterna, explica, «es el cementerio con más fusilados enterrados de las últimas provincias ocupadas por el franquismo, y, en proporción a la población del municipio, el más grande de España». Con el tiempo y la actividad normal del cementerio, la tierra se ha removido y muchos de los fusilados han acabado en el osario, como atestigua el enterrador, Luis París: «Aquí» concluye es raro el día en que cavas una tumba nueva y no te sale un hueso humano, y todo el mundo sabe de quiénes son esos huesos».

Pese a este caos, Josefa Celda tiene una razón para la esperanza. Su tía, cuenta, consiguió colarse en el cementerio horas después de la ejecución, justo a tiempo para sobornar al enterrador y conseguir que dejara junto al cadáver una botella de vidrio «de esas antiguas de gaseosa». Dentro, hay un papel con el nombre y los dos apellidos de José Celda. A cambio de cinco duros, «una fortuna para la época», la hermana de su padre consiguió también que el enterrador pusiera el cuerpo en lo alto de la fosa común que estaba a punto de cerrar, y no en el fondo de la siguiente. Pudo llevarse, además, un mechón de pelo que Josefa y sus hijas guardan celosamente y que, piruetas del destino, puede ahora resultar de utilidad para la identificación del cadáver.

Víctima de una traición

Pese a las dificultades, Josefa está viviendo este proceso con la alegría de quien ve cerca el momento de cerrar una herida. «Después de tantos años de miedo», cuenta su hija Julia, «este proceso le está sirviendo de catarsis». Los recuerdos de la infancia junto a su padre vuelven nítidos a su memoria. Describe los hombros anchos que la cargaban de niña y la generosidad y bondad de aquel hombre con la idealización propia de la chiquilla de 9 años que era cuando quedó huérfana. Pero, junto a los sentimientos, vuelve también a su memoria el preciso relato de los hechos que llevaron a la muerte a su padre. Tan verosímiles como parecidos a los que trajeron la desgracia a miles de personas como él, un hombre normal, labrador, que cometió el error histórico de ser de izquierdas en plena posguerra.

«Cuando los nacionales llegaron a Valencia, mi tía le dijo que cogiera a mi madre y se fueran los dos en barco, que ella se ocuparía de mis hermanas y de mí, pero él no quiso irse. ¿Irme? Pero si yo no he hecho nada’, decía». José Celda, según la narración de su hija, no previó la fiereza con la que el bando vencedor trataría a los vencidos. La primera en ser encarcelada fue su mujer, que durante la guerra cosió uniformes para el bando republicano. Poco después, le tocó a él, que cayó víctima de una delación. Un vecino de su mismo pueblo lo denunció. Josefa recuerda el encontronazo que, años antes, había originado la enemistad entre los dos: «En medio de la plaza del pueblo, mi padre se negó a trabajar para él. Le gritó: Los que se aprovechan de los trabajadores habrían de estar en un barco agujereado en medio del mar».

Después de la denuncia, Celda fue juzgado. «Le preguntaron si conocía al denunciante, pero como se refirieron a él por su nombre y apellidos y no por el mote, que es como todos se conocían en el pueblo, mi padre dijo que no sabía de quién le hablaban», cuenta Josefa. Lo condenaron a muerte. Pasó un año en la cárcel, hasta que lo fusilaron en septiembre de 1940. A su mujer, todavía encarcelada, las monjas la vistieron de luto un día antes de la ejecución.

Han pasado 70 años y Josefa ha dado el primer paso para rescatar los huesos de su padre. Además de la dificultad añadida que supone sondear en las fosas comunes de Paterna, tiene por delante el mismo camino largo e incierto que marca la Ley de Memoria Histórica para cualquier víctima del franquismo que pretende recuperar los restos de un familiar asesinado.

Primero, el ayuntamiento deberá publicar en boletines oficiales los nombres de las personas que se cree que acompañan a Celda en su fosa común. Si el familiar de alguno de ellos se opone a la exhumación, el alcalde deberá decidir si sigue adelante o no. Después, habrá que evaluar si es técnicamente posible encontrar un cadáver entre los miles que pueblan el subsuelo del cementerio de Paterna. Tocará entonces investigar el lugar exacto del enterramiento de Celda y hacer una excavación científica. Y un examen del ADN de los restos para confirmar que estamos ante el cadáver deseado. Un trabajo ingente para el que hacen falta historiadores, arqueólogos, forenses. Y, sobre todo, dinero, que según la ley deberá aportar al Gobierno en forma de subvención.

«La familia desconocía todo este proceso, estaban solos», se lamenta Matías Alonso, coordinador del Grupo para la Recuperación de la Memoria Histórica de Valencia, la asociación que está prestando ayuda a Josefa. Alonso culpa de esta desorientación a las autoridades autonómicas «que no se implican activamente en ayudar a las familias». Josefa, mientras, se mantiene ajena a disputas políticas y relee la última carta de su padre: «Lo que han hecho de mí sin ser culpable es de no tener alma ni corazón, pero confío en que tendréis memoria de mí».

http://www.publico.es/especiales/memoriapublica/350332/una-botella-en-un-oceano-de-huesos