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El nazi que echaba sidra

El Comercio Digital, 23.01.11 | 24 enero 2011

En nuestro país todavía viven como apacibles jubilados algunos de los más temidos jerarcas del III Reich

Hauke Pattist murió anciano en Langreo pese a haber sido condenado a cadena perpetua por la detención de 2.000 judíos. Como él, muchos nazis tienen aún refugio en España. En nuestro país todavía viven como apacibles jubilados algunos de los más temidos jerarcas del III Reich.

El juez Ismael Moreno acaba de pedir la extradición de un oficial de las SS acusado de genocidio

Responsable de la muerte de al menos 762 judíos, el joven oficial fue condecorado por el mismísimo Hitler. Tras la guerra, pasó 10 años en la cárcel y luego se convirtió en un próspero industrial en Suecia. En los 70 se compró, junto a su esposa Karim, un chalé de 800 metros cuadrados en la Costa del Sol.

Un tribunal holandés le condenó por la detención de 2.000 judíos en Amsterdam, mucho de los cuales fueron torturados y asesinados. Él, que murió apaciblemente en 2001, pasó sus últimos años en Asturias, muchos de ellos en Ribadesella, desde donde se trasladaba a pasar largas temporadas a Oviedo. Finalmente, se retiró en Langreo. Jamás se arrepintió. En la imagen, en una entrevista que concedió al escritor Manuel Carballal, autor de ‘Nazis en España’, colgada en su blog ‘El archivo del crimen’ (http://manuelcarballal.blogspot.com/).

A Hauke Pattist le gustaban los coches, la caza y las tertulias de café. Echaba sidra con maneras de experto. Se reía estrepitosamente. Por las tardes, si el invierno le daba una tregua, paseaba sus 73 años junto al río. En Ribadesella lo recuerdan como un anciano alto y pálido que movía mucho las manos al hablar. Un tipo agudo, socarrón, con tendencia a celebrar sus propios chistes, que pasaba largas temporadas en Oviedo. Los investigadores Manuel Carballal y Clara Tahoces consiguieron localizarlo a finales de los 90. A Pattist lo buscaba la justicia holandesa por crímenes de guerra. En 1946 un tribunal lo había condenado a cadena perpetua como culpable de la detención de más de 2.000 judíos en Amsterdam, muchos de los cuales fueron torturados o asesinados después. Escapó. La Fundación Wiesenthal lo consideraba un objetivo prioritario. Pattis reconocía abiertamente su militancia en las SS, pero siempre negó los cargos. Cuando Carballal y Tahoces le preguntaron al respecto, el abueles invitó a otra ronda y dijo: «Han sacado las cosas de quicio acusándome de tantas barbaridades. Total, por mearle encima a una judía embarazada…»

Hauke Pattist murió en Langreo en enero de 2001 sin haber renunciado a sus «valores raciales», con la conciencia aparentemente tranquila y el certificado de penales limpio. España jamás admitió a trámite ninguna de las solicitudes de extradición del gobierno holandés.

No es un caso aislado, sino la demostración palmaria de la impunidad con la que altos cargos de la jerarquía nazi se han movido y aún se mueven por nuestro país, ajenos a las maniobras, cada vez más inviables, de instituciones como el Centro Wiesenthal. Efrain Zuroff, ex agente del FBI y actual director del organismo israelí, resume así el sentido de la llamada ‘Last Oportunity Operation’, un intento desesperado por implicar a la comunidad internacional en la lucha: «Dentro de cinco años el último criminal de guerra nazi habrá muerto, será muy viejo o estará demasiado enfermo como para que podamos sentarlo ante un tribunal. Ésta es una batalla contra el reloj. Y estamos en el tiempo de descuento».

Ahora que el juez de la Audiencia Nacional Ismael Moreno acaba de solicitar a Alemania la entrega del guardia John (Ivan) Demjanjuk para que se le investigue como cómplice de los delitos de genocidio y lesa humanidad que se produjeron en el campo de concentración de Flossenbürg, cabe preguntarse si hay que ir tan lejos para buscar justicia. ¿No quedan nazis vivos refugiados en España? La respuesta la da el experto Joan Cantarero: «Claro que los hay. Pero no se les encuentra porque no se les quiere buscar».

El autor de ‘La huella de la bota’ (Temas de Hoy), un minucioso trabajo de investigación en el que pone al descubierto las vinculaciones entre las organizaciones ultraderechistas «legalmente constituidas» y destacados elementos del nazismo acogidos por España tras la Segunda Guerra Mundial, da tres nombres sin pestañear: Herbert Schaefer, Theodor Soucek y Fredrik Jensen. Y hay sospechas fundadas de que un cuarto hombre, Aribert Heim, alias el ‘doctor Muerte’ y ‘el carnicero’ de Mauthausen, también goza o ha gozado de un tranquilo retiro a orillas del Mediterráneo.

El hombre de Odessa

A sus ochenta y tantos, Soucek no se esconde. Reside en la urbanización Xanadú, de Benalmádena, y aunque anda bastante tocado desde hace años, todavía sacaba fuerzas para descolgarse, de vez en cuando, con algún texto revisionista que publicaba en revistas tan inequívocas como ‘Sieg’. Comparte los círculos negacionistas del Holocausto con su vecino, un agradable señor, educado y vehemente, de procedencia nórdica, que presume del ‘privilegio’ de ser el único extranjero laureado por el Führer con la Cruz de Oro: Frederick Jensen.

Es difícil aceptar que ese anciano que ayudaba a diario a su esposa Karim a bajar las escaleras de la urbanización Los Beldeberes de Marbella, fue el héroe nazi por excelencia bajo el gobierno de Vidkud Quisling, defensor de la supremacía aria en Noruega y responsable del asesinato de al menos 762 judíos. Jensen se destacó combatiendo en primera línea, y fue condecorado por sus méritos en la trinchera por el mismísimo Hitler. Tras la guerra, pasó diez años en prisión. Después, en Suecia, se convirtió en un próspero industrial, hasta que, a finales de los 70, adquirió un chalé de 800 metros en la Costa del Sol. A lo largo de su ‘jubilación’ solo ha sufrido un disgusto de cierta entidad. Gracias a las presiones de la Interpol, que continuaba buscándolo, en 1994 fue detenido y deportado a los Estados Unidos, aunque el proceso acabó de nuevo con Jensen en Andalucía.

En algunas de las reuniones periódicas en las que Jensen y Soucek recuerdan sus batallitas del pasado se deja ver Herbert Schaefer, abogado de las SS, residente en la avenida del Mar (Arroyo de la Miel, Málaga), a quien, además de la historia y los negocios, le interesa el arte. Tanto como para exponer su colección en la Universidad de Yale, donde un estudiante judío reconoció uno de los cuadros que los alemanes habían ‘requisado’ a su familia durante el expolio nazi. Se le busca, entre otras lindezas, por traficar con piezas robadas.

Aribert Heim, el cuarto hombre, el primer ‘as’ de la baraja, tenía unas aficiones un tanto particulares. Le gustaba, por ejemplo, abrir en canal a dos gemelos judíos, extraerles el páncreas y cronometrar el tiempo que tardaban en morir. Los españoles de Mauthausen le llamaban ‘el banderillero’, por su empeño en pincharles hormonas de animales, benceno, combustible para tanques… Durante décadas ha sido el gran quebradero de cabeza del Centro Wiesenthal. Su fundador, Simon Wiesenthal, aseguró antes de morir que residía en Valencia. Se apoyaba, además de en ciertos testimonios verbales, en las transferencias bancarias que su familia hacía periódicamente a una cuenta española. La última fue de 180.000 euros. Después, a su titular se le perdió el rastro. Algunos investigadores lo sitúan en Chile. Su hijo afirma que murió en Egipto. Los sabuesos de la Winesenthal siguen empeñados en que se esconde en el Levante.

Ni Schaefer, ni Soucek, ni Jensen han mostrado jamás el más mínimo signo de arrepentimiento. Tampoco lo hicieron Wolfgant Jugler (considerado por Hitler el hijo que nunca tuvo), Otto Remer (fallecido en octubre de 1997), ni Hans Hoffman (octubre de 1998) o Leon Degrelle (marzo de 1994), todos ellos altos cargos de la SS que acabaron sus días en España. Sus conciencias parecían inmunizadas contra la culpa, al igual que la de Hauke Pattist, el abuelo que paseaba por la ribera del Sella, tan campechano y bonachón, que se despidió de su entrevista con los investigadores Manuel Carballal y Clara Tahoces con un chiste: «¡Eh!», les gritó, cuando ya se iban: «¿Sabéis cómo entran 50 judíos en un Seiscientos?» Pausa expectante, sonrisa abierta y guiño cómplice. «¡Pues en el cenicero!».

En 1948 fue condenado a muerte por ayudar a escapar a oficiles nazis e intentar reconstruir el partido. Huyó a Sudáfrica y de allí dio el salto a España. Reside con su mujer en la urbanización Xanadú de Benalmádena. Es vecino y amigo de Frederick Jensen.

http://www.elcomerciodigital.com/v/20110123/gente/nazi-echaba-sidra-20110123.html