«Hay otras vÃctimas a las que les ha faltado verdad, justicia y reparación»
Entrevista a Francisco Etxeberria
Fermin MUNARRIZ I
Se reconoce a sà mismo como «atÃpico»: alimenta un diario personal desde los 16 años, no le gustan las fiestas y prefiere los subterráneos a las cimas. En los ratos libres realiza esculturas combinando materiales tradicionales y cibernéticos, como una de las paradojas entre la vida y la muerte a las que le ha llevado su intensa vida profesional como médico forense. Sereno, meticuloso y preciso. Ha dirigido la exhumación de 225 fosas de la Guerra del 36 porque rescatar la memoria histórica colectiva es comenzar a hacer
Ustedes dicen que no indagan el porqué de las muertes, sino el cómo. No obstante, las exhumaciones revelan que, en la guerra, donde no hubo frente de combate hubo represión, y que no sólo morÃan los soldados sino también los civiles. Eso es explicar bastante…
Efectivamente, incluso habrÃa que añadir otra cuestión: no hubo espacio geográfico donde no existiera la represión; y estamos hablando de población civil -hombres, mujeres, niños, ancianos- que no estuvieron en ninguna guerra. Además, nunca antes se han investigado los hechos. No estamos hablando de las vÃctimas de un bombardeo o de quienes fueron al frente y murieron en una batalla, que también es trágico; estamos hablando de personas que casi ni se enteraron de que hubo guerra porque los mataron directamente los dos o tres primeros meses, y a otros muchos los mataron en juicios sumarÃsimos y tramposos en la posguerra. Por lo tanto, estamos hablando de vÃctimas olvidadas que no están en los libros de historia, las vÃctimas «no oficiales».
Toda dictadura genera una dinámica perversa: provoca miedo que lleva al olvido, y el olvido a la ignorancia… ¿Cómo se rompe la cadena?
Se ha roto, precisamente, con el tema de las exhumaciones. Han servido para romper ese recorrido perverso: estábamos llegando a finales del siglo XX y habÃa quien lo negaba, decÃan que se exageraba mucho, que no era para tanto, que Franco fue un beneficio, que nos salvó de algo peor como podÃa ser el comunismo… Cada fosa es una evidencia; tiene mucha fuerza la fotografÃa, más cuando sabes que es un chaval de 15 años o un anciano o el secretario judicial o un sindicalista… Eso tiene tal fuerza que con ello hemos logrado neutralizar precisamente ese recorrido perverso.
Uno de los argumentos que emplean quienes se oponen a recuperar la memoria es que se abren heridas…
Ese concepto de reabrir la herida es tanto como reconocer que no ha cicatrizado. Eso serÃa terrible si lo reconociéramos con caracter general y en la totalidad de ciencias sociales. Pero la derecha siempre está con lo mismo, asustando. ¿Puede haber una involución? ¿Se quiere decir que esto no es una democracia completamente consolidada y que tenemos déficits? Ciertamente los tenemos, pero cuanto más hablan de esa manera, más parece que la democracia todavÃa es imperfecta y muy inmadura.
¿Ha llegado a sentir miedo haciendo este trabajo?
No hemos sentido preocupación ni miedo porque hemos tenido una cobertura y una comprensión. Afortunadamente, cuando abrimos la primera fosa en el PaÃs Vasco nos llamaron algunas instituciones -Diputación de Gipuzkoa y Gobierno Vasco- y nos dijeron que si tenÃamos algún problema les avisáramos de inmediato, pero aquello se debÃa hacer.
Verdad, justicia y reparación son las claves y los derechos de la vÃctimas. ¿Cómo se consigue materializar los tres aspectos?
TendrÃa que haber un equilibrio entre los tres, y lo cierto es que el segundo pilar, el de la justicia, no se ha puesto en marcha. Es decir, hay unas polÃticas públicas que se han realizado con dudas en este tiempo pasado. Por ejemplo, que se haga una plaza dedicada a la II República don-de se encontraron unas fosas, hace 20 años hubiera sido imposible, pero es una acción reparadora que corresponde a las instituciones
Entre verdad, justicia y reparación, como técnicos, nosotros trabajamos en el pilar de la verdad, en buscar información para conocer la verdad, pero después esa verdad hay que usarla legÃtimamente también en lo polÃtico y en lo pedagógico. Hay muchas dimensiones que se pueden desarrollar desde las autoridades públicas.
¿Cree que se quedan cortas las autoridades?
SÃ, creo que sÃ. Yo suelo poner un ejemplo: En Beasain, un buen dÃa se celebró un pleno monográfico para hablar de este tema y poner en el acta el nombre de todas las vÃctimas del lado republicano. En otro momento se convocó a las familias y se les entregó el acuerdo de aquel pleno -con el nombre y el apellido de las vÃctimas-, donde se consideraba que aquello fue injusto, etc… Eso se puede hacer en todos y cada uno de los municipios del PaÃs Vasco, no cuesta siquiera dinero.
El orden es verdad, justicia y reparación. En los lugares del mundo donde han querido saltarse este recorrido o hacerlo de otra manera, el tema ha funcionado muy mal. Hace falta verdad que sirva para administrar justicia, que sirva para la reparación. Luego hay un cuarto pilar del que cada vez se habla más, que son las garantÃas de no repetición.
Hay grupos sociales que demandan rescatar la memoria histórica, pero a veces podrÃa parecer que el motor es la propia irritación que producen algunas actitudes desde instituciones públicas; por ejemplo, en Nafarroa, donde el propio Gobierno llega a obstaculizar…
Algunas asociaciones de memoria histórica dicen que su lucha ni siquiera es contra la dictadura franquista -eso está resuelto-, sino contra actuales estamentos democráticos que todavÃa hoy siguen encubriendo un pasado al que no se quieren enfrentar.
Eso se está dando en algunos ejemplos -increÃbles-, cuando se propone hacer un mapa de fosas para preservar el espacio y que no se desbaraten, y hay quienes se atreven a decir públicamente que no quieren hacerlo. El argumento vuelve a ser que se reabre una herida… Seguramente hacen eso por un complejo de culpabilidad. Igual todos tenemos un poco de complejo con este asunto…
¿La memoria histórica contribuye a asentar una democracia?
Yo creo que sÃ; lo que estamos haciendo sirve para consolidar algunos valores, y creo que algunos partidos se están dando cuenta. Normalmente, en democracia se habla mucho de valores que tienen un significado simbólico. En la consideración de las vÃctimas, la tragedia individual se incorpora a lo colectivo porque tenemos que saber que eso ha ocurrido; esa vÃctima merece un respeto y eso debe servir para hablar del futuro. Y podemos hablar del desaparecido, pero también del que le quitaron todo…
Además, se puede hacer otra consideración: el Estado actual es derivado del anterior; rompe en parte, pero es derivado de él. Cómo no va a tener ese Estado responsabilidades de atender a las vÃctimas, de darles una verdad oficial.
Usted empezó a ejercer como médico forense a comienzos de los ochenta, en un territorio conflictivo y en una época convulsa: lucha armada muy intensa, tortura a detenidos, guerra sucia, toxicomanÃas y delincuencia, violencia de género… Sospecho que no fue fácil…
En aquel momento casi no nos daba tiempo a reflexionar sobre lo que tenÃamos todos los dÃas. A la semana se producÃa -al menos en Gipuzkoa- una incidencia de gran trascendencia; habÃa una actividad constante que se imponÃa con mucho peso: un atentado, un secuestro… No acababas la tarea en un caso concreto y ya estabas metido en el siguiente.
Dentro de las cosas terribles de aquella etapa, recuerdo la muerte, desde luego, pero también el sufrimiento infligido intencionadamente; el mal trato y la tortura eran la norma. VenÃamos de donde venÃamos, eran los mismo actores y era horroroso ir a la comandancia de la Guardia Civil, sobre todo en El Antiguo y en Intxaurrondo. La forma como a uno mismo le trataban era increÃble. Yo era el médico forense e iba allà porque me ordenaba el juez de guardia, que tenÃa legitimidad, y no me trataban ni siquiera de manera correcta, educada, sino siempre como en sospecha…
Recuerdo alguno de los primeros reconocimientos médicos de detenidos de ETA en incomunicación, y nos decÃan que no podÃamos ni hablar con el detenido. ¡¿Qué es esto? ¡Era terrible lo que habÃa ahÃ!
A usted le tocó constatar casos de tortura en aquellos años. ¿Qué se siente ante un detenido en comisarÃa al que sabe que le han torturado hasta el momento de llegar usted?
Era una sensación de una enorme intranquilidad, con inseguridad en ese instante. Yo no tenÃa inseguridad en el Palacio de Justicia, pero ahà sÃ. Al mismo tiempo, era una tragedia porque creo que debÃa haber hecho más de lo que hice, incluso; lo digo ahora desde una posición madura; yo no soy aquel que tenÃa veintipocos años. Yo deberÃa haber hecho más cosas.
Algunas de las cosas que hicimos, por ejemplo, es ir a casa del juez a comentarle lo que acabábamos de ver el secretario judicial y yo. Salimos tan horrorizados que no dijimos «mañana a la mañana ya hablaremos», sino que fuimos a casa del juez, le contamos lo que habÃa y el juez dijo «voy inmediatamente». Son cosas que no están en el reglamento pero uno las puede poner en funcionamiento. PodÃamos haber sido mucho más enérgicos en torno a eso.
TodavÃa se siguen denunciando torturas… Y para que subsista la tortura se necesita tolerancia polÃtica, planificación, premeditación, complicidad jerárquica e institucional… ¿Cómo se podrÃa erradicar definitivamente la tortura?
El dÃa que sea posible -porque la reglamentación lo posibilite- reprochar eso a la propia autoridad judicial…
Pero los jueces escuchan a los propios detenidos el relato de lo que acaban de sufrir en dependencias policiales o comprueban las marcas fÃsicas, y casi nunca pasa de ahÃ…
Yo creo que la Audiencia Nacional no ejerce la tutela que le corresponde respecto a los detenidos, en tanto que son detenidos de una autoridad judicial, aunque el brazo ejecutivo sea una policÃa u otra. Ejerce la tutela desde la distancia, en base a una serie de normas y protocolos que son de risa en este terreno, y cuya última modificación es del año ochenta y tantos, cuando Belloch estaba en el ministerio… Asà se puede entender que pasen estas cosas. Luego están los malhechores que llevan a cabo el maltrato, pero tiene que haber por encima de ellos alguien que les diga que eso no vuelva a pasar.
Si a un juez con conciencia le ocurre esta situación un par de veces, tiene mecanismos para que no vuelva a sucederle lo mismo. La prevención de la que se habla en ocasiones debe ser norma aquÃ, ya que hay una historia acreditada en la que no valen cálculos estadÃsticos. Un caso sólo ya es extremadamente grave.
Otro de los casos notables que le han tocado a usted fue reconocer los restos de Lasa y Zabala cuando aparecieron en Alicante… ¿Cómo tuvo constancia de que eran ellos?
Yo ya era forense cuando estos dos jóvenes habÃan sido, además de secuestrados, maltratados, probablemente a quinientos metros del Palacio de Justicia donde me creÃa investido de autoridad como forense. Es decir, frente a nuestras propias narices…
Para cuando descubrimos la situación en Alicante, habÃamos mirado también en otros sitios. Para ese momento se tenÃa una hipótesis, que es la que luego sirvió: Lasa y Zabala estaban en territorio español, enterrados, habÃan muerto como consecuencia de disparos y tenÃan cal viva. ¿Por qué? Porque ésa era prácticamente la metodologÃa que tenÃan prevista los GAL cuando hablaban de esto con toda naturalidad.
Cuando llegué a Alicante -con bastantes dudas porque me parecÃa muy lejano: será un error, será otra cosa-, me di cuenta de que eran ellos por la coincidencia de los pocos datos que existÃan pero que eran suficientes: varones, jóvenes, con pelo negro, una estatura, los dientes de una determinada manera, etc… El margen de error casi se reducÃa a cero. En una impresión del primer momento, dije «esta vez sà son».
¿Encontró algún tipo de dificultad entonces?
Desde la Audiencia Nacional me exigieron que lo pusiera por escrito, aunque no estaba previsto. Estuve dos dÃas sin dormir haciendo el informe. Trabajé con el policÃa que luego murió de infarto en el propio juicio, Jesús GarcÃa -ése sà que tuvo que pasarlas de a kilo-; por cierto, un profesional serio, que hablaba de democracia.
De todos modos, para mà también fueron momentos de tensión; yo habÃa grabado en vÃdeo y habÃa hecho fotografÃas en previsión de que todo aquello fuera una trampa que nos estaban poniendo o de que nos hicieran algún cambio con las evidencias… Tuve tensión hasta el punto de que en una de las conclusiones del informe que redacté decÃa que, con mi nivel de análisis yo digo que son Lasa y Zabala, pero que se debÃan hacer más análisis y más estudios. Y hasta que no se dieron los resultados contundentes del ADN que se hicieron en el Instituto Nacional de ToxicologÃa en Madrid, estuve intranquilo, hasta el extremo de decir «si llego a equivocarme en esto, estoy perdido para siempre, me tendré que ir a vivir a otra parte…»
¿Tuvo algún tipo de respaldo?
En ese momento tuve una cierta cobertura institucional de Juan Mari Jauregi, el gobernador civil de Gipuzkoa; se interesó y no estaba para aguantar una broma en este punto concreto. Eso es importante. DirÃa incluso de Belloch, que era ministro… Creo que ninguno de ellos se sorprendió de que yo estuviera en el tema y, al mismo tiempo, mi opinión iba a tener algún peso. Se confirmó absolutamente todo, hasta tal extremo de que la hipótesis estaba dirigida al GAL Verde, a Intxaurrondo, salÃa RodrÃguez Galindo… Esto acabó en un juicio con condena, que alcanzó a un gobernador civil… Lo que todos intuÃamos se pudo confirmar, pero no siempre pasa esto.
Recuerdo también las malas caras de algunas personas destacadas, que me decÃan que era de Herri Batasuna para descalificarme, pero a mà me conocÃan otras personas y sabÃan que yo no he militado nunca en un partido polÃtico.
¿Cuándo fue consciente de que sus investigaciones estaban llegando al corazón del Estado?
Ahà mismo. De las cosas que yo he visto, no hay un delito mayor que éste: funcionarios del Estado, con dinero del Estado y con conocimiento de las autoridades polÃticas, cometen el delito de secuestrar en otro paÃs soberano a unos individuos que tienen estatuto de refugiado polÃtico, tras el secuestro los trasladan al paÃs, los torturan y llegan a un nivel en que dicen que mejor será matarlos porque en el estado en que los tenemos no podemos dejarlos en libertad…
En la sentencia no todo me convence, pero lo cierto es que cuando uno ve un cuerpo semimomificado y ve que tienen algodones en las fosas nasales, tiritas en varias partes del cuerpo, esparadrapo y apósitos, no solamente las mordazas que tenÃan en la cara con unas mantas y cinta de empalme -que no voy a decir de dónde han venido pero que son perfectamente analizables-, eso te permite decir que a estos individuos, además de los disparos que tenÃan en la cabeza, antes de llegar a ese punto les ha pasado de todo. En el juicio se enfocó mucho a si les habÃan arrancado las uñas o no. Yo dije claramente que no les arrancaron las uñas, pero de lo otro, tiene usted lo que quiera… Si esos ejemplos aparecen en una fosa de Bosnia, en cualquier tribunal internacional nadie dudarÃa de que han sido objeto de torturas salvajes, pero aquà casi se hablaba de cuánto duele…
A pesar de los años de experiencia, ¿sigue habiendo casos que le conmocionan?
SÃ. Me conmociona cualquier sujeto que habiendo sido objeto de una injusticia -sea la que sea- luego no se le cree. No hablo de la última situación de unos malos tratos ostensibles, sino simplemente de un individuo que diga «me han tratado mal y desde entonces tengo este miedo» o lo que sea… y encima eso no se le cree, se le desconsidera… En definitiva, lo que me conmueve es el sujeto vivo que sufre. Los muertos no sufren; sufrimos los vivos, sufre el allegado, sufre la madre, el hermano… Entiendo por ese motivo que los allegados se convierten en vÃctimas. Es más, es que son realmente las vÃctimas.
¿Aplicar el proceso de verdad, justicia y reparación sirve para aliviar el dolor de los allegados?
A las vÃctimas hay que darles lo que no tienen. Por ejemplo, ¿qué no tienen las vÃctimas del terrorismo de ETA que yo creo que hay que darles porque se lo merecen? No tienen reconocimiento social. Tienen un reconocimiento institucional; han tenido verdad, justicia y reparación. Por lo tanto, las polÃticas públicas en torno a las vÃctimas del terrorismo de ETA tienen que ir encaminadas a un reconocimiento social.
Hay otras vÃctimas que cronológicamente pertenecen a las mismas etapas, que han tenido reconocimiento social -esto es curioso-, pero les ha faltado un reconocimiento institucional en muchos casos y, desde luego, les ha faltado verdad, justicia y reparación.
¿Abordar la cuestión de las vÃctimas de ambos lados es una condición imprescindible para superar el conflicto polÃtico de Euskal Herria?
Yo creo que se va a dar de manera natural. Si verdaderamente desaparece la violencia organizada, va a ser más fácil hablar de todo este asunto. Estamos en un punto donde esto se va a ir dando, no para echarse los trastos unos a otros, sino porque hay cosas que habrá que reconocer también. La sociedad vasca está cargada de ejemplos de injusticias que se han dado: solamente el número de maltratados y torturados… es inmenso.
Es curioso porque cuando uno habla de estos temas fuera de aquÃ, hay quienes dicen: «tú hablas de esto exagerando…» Pero si yo conozco a un montón de gente, si yo tengo en mi familia gente que ha pasado por ahÃ, y vecinos, y amigos del colegio, y alumnos, y profesores de la universidad en la que trabajo, y médicos… ¿Crees que digo esto porque forma parte de una estrategia? ¡Es asÃ!
A pesar de todo lo visto y vivido, ¿cree en la bondad humana?
Creo que la cultura nos modula las aspiraciones y apetencias de no bondad que tenemos, porque, si no, serÃamos mucho más bruscos, enérgicos… Yo no creo esa historia de que el hombre es bondadoso de por sÃ. Cuando ves a otras personas que han cometido un hecho delictivo muy reprochable, si tú te acercas y analizas las cosas, ves que quizás tú en su misma piel habrÃas hecho lo mismo. Ésta es una cuestión que hasta me preocupa porque entonces debe ser que yo soy afortunado: no me ha tocado por suerte en la vida, por circunstancias…
A veces en un museo de horror o de criminologÃa no es raro que aparezcan fotografÃas de los delincuentes más famosos de la historia de la humanidad. Vas viendo fotos y muchas veces he pensado que la última fotografÃa deberÃa ser un espejo en el que uno viera su propia cara, porque en un momento determinado puedes ser tú…
«A VÃctor Jara le dieron un disparo en la cabeza y luego lo ametrallaron; tenÃa cincuenta huesos rotos»
Usted también participa como experto en la Comisión de Derechos Humanos para la exhumación de desaparecidos en Chile por la dictadura. ¿Cómo está siendo la experiencia?
Fui nombrado a través de una comisión internacional como experto; el entonces gobierno de Bachelet habÃa decidido    tomarse muy en serio este asunto. Trabajo para la Comisión de Derechos Humanos del Gobierno de Chile. Pude comprobar desde el primer dÃa que las autoridades polÃtica y judicial estaban de acuerdo. Esto es muy importante, porque en    España no se está dando; la autoridad polÃtica quiere hacer cosas, pero la judicial no ve claro su espacio.
¿Qué tipo de tareas realizan?
Son trabajos de carácter pericial; durante la dictadura hacÃan trampa de manera muy gruesa y ahora estamos revisando toda esa documentación, rehaciendo los informes, porque hay datos de sobra para saber que son lesiones por arma de fuego, que se trata de una muerte violenta de carácter homicida, etc… Ya son cientos los casos que me han tocado, algunos emblemáticos, como el de VÃctor Jara.
¿Participó en la reconstrucción de la muerte de VÃctor Jara?
SÃ. Fue una situación muy emotiva porque yo me acuerdo de VÃctor Jara en el año 1973. Durante el golpe militar desapareció inmediatamente. El juez nos llevó al escenario donde lo mataron, en el Estadio de la Universidad de Chile. Trabajamos de una manera muy interesante: el juez te hace trabajar casi a ciegas, él tiene una información que no te exhibe y te pide una opinión sobre cómo ha podido ocurrir…
¿Cómo mataron a VÃctor Jara?
Creo con toda certeza que le dan un disparo en la parte posterior de la cabeza, le matan directamente, después de haberle maltratado, seguramente, porque de esto hay algunos testigos   en la propia instalación deportiva. Jara habÃa sido detenido en la universidad, donde era profesor, y lo llevan a la instalación deportiva. En cuanto lo identifican, lo separan y lo llevan a los vestuarios, donde se interrogaba y se torturaba a la gente. Los vestuarios están muy cercanos a la pista, a la cancha, donde habÃa otros detenidos. Y habÃa varios espacios, unos más grandes y otros más pequeños, que eran para los árbitros. En uno de esos pequeños es donde estuvo VÃctor Jara y, por lo que se sabe por uno de los testigos, contra la pared en un ángulo. Estando en esa posición, en alguno de los momentos, con independencia del mal trato que hubiera recibido, le dan un disparo en la cabeza en la parte posterior, cae desplomado al suelo y luego, en otro escenario, lo ametrallan –tenÃa más de cincuenta huesos rotos–; de hecho nosotros encontramos algunos proyectiles también en los restos del cadáver, que su mujer tuvo que enterrar casi a escondidas y sola en aquel momento.
¿Hay lecciones en el ejemplo chileno por rescatar la memoria?
SerÃa bueno que aquà se imitara el recorrido de Chile y de otros lugares de Latinoamérica, donde no valen las    impunidades. Quienes fueron torturadores en España el año 70 han pasado a la democracia como si aquello no hubiera existido, pero creo que hay que hacerles un reproche social y público. Se merecen que la autoridad judicial un dÃa vaya a preguntarles algo, aunque se sientan incómodos; no tenemos nosotros el problema, lo tienen ellos. Lo legÃtimo, lo que refuerza la democracia, serÃa precisamente interesarse por esos victimarios que tienen nombre y dos apellidos y que están en pleno uso de las facultades para darnos respuesta a algunas de las cosas intolerables que se han dado entre nosotros hasta prácticamente nuestros dÃas. F.M.