Ni un dÃa más junto a su verdugo
Las familias exigen al Estado que cumpla y les devuelva los restos trasladados al Valle de los CaÃdos
DIEGO BARCALA MADRID
Maribel Baragaño acudió hace dos años ilusionada con un ramo de flores al Valle de los CaÃdos a recoger a su abuelo Aquilino Baragaño, trasladado desde Salas (Asturias) al mausoleo en 1959. Cuando llegó se topó con el abad benedictino que le sugirió que dejara las flores para su abuelo anarquista en la capilla. «Me negué, las dejé en la puerta con una foto suya y pensé: ya volveré a por ti», recuerda Maribel.
Joan Pinyol supo en 2003 gracias a un reportaje periodÃstico que su familia habÃa estado décadas poniendo flores sobre la tumba vacÃa de su abuelo Joan Colom en un cementerio de Lleida. En realidad, los restos del represaliado habÃan sido trasladados a un columbario junto a la tumba de José Antonio Primo de Rivera en 1965. Desde que se enteró de que su abuelo estaba en Madrid prometió que no pisarÃa el Valle de los CaÃdos «hasta el dÃa en el que se lleve sus restos».
Pinyol incumplió su promesa el pasado 8 de septiembre. Junto con otros tres descendientes de republicanos enterrados junto a su verdugo y miles de desconocidas vÃctimas acudió a San Lorenzo de El Escorial a la llamada del Ministerio de la Presidencia. El Gobierno, por fin, tras haberse comprometido a través de la Ley de la Memoria y de una moción en el Congreso, iba a facilitar la salida de los huesos y reunió a los afectados para enseñarles el estado de conservación de los restos. «No sé vosotros, pero yo al menos creÃa que nos los Ãbamos a llevar», recordó la pasada semana Colom a sus compañeros de visita en una reunión mantenida en Madrid.
«Yo sospeché enseguida en cuanto vi que los responsables de Patrimonio Nacional besaban el anillo al abad», explica Silvia Navarro, nieta de José Antonio Marco Viedma, asesinado por masón en 1936 y enterrado en una fosa de Calatayud (Zaragoza). Aquella indigna tumba fue abierta en 1959, en presencia de muchos testigos e incluso familiares de las vÃctimas, para trasladar los restos al Valle. Las familias no fueron informadas pero al ver a los operarios pararon parte de la exhumación. A Silvia no le extraña el desprecio de los franquistas a los deseos de los familiares. «A mi abuelo le juzgaron tres veces después de muerto por si revivÃa», ironiza al referirse a la condena que el Tribunal de Responsabilidades PolÃticas impuso en 1946 a Marco Viedma. Su familia fue expropiada de todas sus posesiones y se trasladó a Madrid.
«Más caro es el pasadizo»
Nunca volvieron a Calatayud, pero Navarro intuye que la hermana de su abuelo, que marcaba en sus diarios cada 3 de septiembre por la fecha del fusilamiento de su hermano, algo sabÃa. «Se murió en 1994 y previamente habÃa arreglado todo para ser enterrada en Torrelodones, en un cementerio desde el que se ve la cruz del Valle de los CaÃdos. Mi familia no tiene absolutamente nada en ese pueblo», explica.
El Gobierno habÃa señalado a estas familias que los huesos estaban casi deshechos por lo que su identificación iba a ser casi imposible. Sin embargo, allà hallaron un montón de huesos mezclados con madera y tela negra del forro de los ataúdes. «Identificarlos puede ser difÃcil, y caro, pero más es construirles a los curas un pasadizo para que entren los feligreses», compara Navarro en referencia al pasillo construido en noviembre por el Ejecutivo a la entrada de la basÃlica con un coste de 100.000 euros.
Se fueron con la promesa de que en dos meses tendrÃan un informe forense. En el Ministerio de la Presidencia aseguran que el documento está casi finalizado y será presentado a las familias próximamente. Ha pasado medio año y los restos siguen allÃ, descansando tras los muros de las capillas nombradas con los nombres de las vÃrgenes del Ejército. «Cuando vi en 2004 que los restos de mi padre y de mi tÃo estaban en un sitio donde ponÃa que habÃan caÃdo por Dios y por España se me cayó el alma a los pies», denuncia la primera persona que reclamó la exhumación de los republicanos, Fausto Canales.
http://www.publico.es/espana/363509/ni-un-dia-mas-junto-a-su-verdugo