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Martínez de Pisón: «En la transición hubo casi 600 muertos»

La Vanguardia, | 6 abril 2011

«Escribir sobre Barcelona es un peligro porque ya es un cliché literario», afirma el autor de la novela

Ignacio Martínez de Pisón vuelve en El día de mañana (Seix-Barral) a la época del fin del franquismo, pero esta vez con un atrevido giro en su estructura narrativa: la historia está contada por múltiples voces y la novela acaba como empieza para darle un sentido circular

Como telón de fondo aparece en su novela la historia de Barcelona de los 60 y 70.. La inmigración, las riadas del 62, la represión a palos de la manifestación de curas de 1966, el Bocaccio de Gil de Biedma, la detención de los líderes de la Assemblea de Catalunya, el encierro de Montserrat, el atentado al Papus….

Escribir sobre Barcelona es un peligro porque se ha convertido en un cliché literario que encanta a los extranjeros: la Rambla, Gaudí, el Park Güell… Yo quería contar otra Barcelona. Los personajes forman parte de su época y su sociedad y, en mayor o menor medida, esos acontecimientos están presentes en las vidas de unos y otros. Y al lector todo eso no sólo le ayuda a situar las otras historias, las historias corrientes de gente corriente, sino que le habla de ese pasado cercano del que procedemos y que puede ayudar a iluminar nuestro presente.

Su novela sorprende por muchas cuestiones. En primer lugar, por su estructura. El día de mañana es una historia narrada por medio de distintas voces. No hay un narrador único, sino que el lector va entrando poco a poco en la trama casi de forma indirecta, como quien aparta la maleza que oculta la escena que sucede detrás. Hay un cambio importante en su escritura, ¿qué le llevó a ello?

El protagonista está y no está en la historia. Es el vacío que queda entre los relatos de las vidas de la gente que lo trató en algún momento. Son los demás los que van delimitando ese vacío y dando forma al personaje. Eso lo hace, creo yo, más enigmático e interesante que si él mismo fuera el narrador de la historia. Al mismo tiempo, eso me permite hablar también de la sociedad del momento. Los narradores no son necesariamente representativos de nada, pero entre todos ellos acaban componiendo un fresco social que puede muy bien reflejar el mundo que le tocó vivir al personaje. Bastantes de esos narradores pertenecen a la siempre tan denostada clase media, que precisamente en los años sesenta estaba acabando de cohesionarse. La clase media, que no parece interesar demasiado a los novelistas, también merece ser contada.

En su caso, usted, que suele tratar las historias individuales de la historia colectiva, esa manera coral de narrar puede tener otra lectura, como si la verdad histórica no pudiera ser contada ya desde un solo punto de vista –eso sería la retórica impositiva de la historia oficialista-, sino desde el relativismo de múltiples testimonios, voces que forman parte de una investigación.

Cada punto de vista me permite desplazar la historia a un terreno distinto, ampliar el campo de visión. Pienso, por ejemplo, en el episodio de la curandera de Sant Miquel del Fai, o en la historia de los congresos de palindromistas, que difícilmente tendrían cabida en una novela sobre policías y soplones. Entre esos puntos de vista se establece un diálogo en el que cada uno de ellos enriquece los demás, y eso siempre da espesor y viveza a un relato. Por otro lado, es verdad que la Historia con mayúscula no se entiende sin esa historias menores de la gente anónima, que en definitiva es la protagonista de los grandes cambios históricos.

Otro de los elementos que sorprenden es la temática, la historia de un chivato de la Brigada Politico Social, una figura, la del delator, del traidor, muy literaria, pero muy poco tratada en la literatura española reciente. ¿Qué le atrajo de esa figura (con nombre que parece una broma: Justo)?

Tenía ganas de contar algo que no se hubiera contado antes. Sobre las interioridades de la Brigada Social no se sabe demasiado, y los libros que se han escrito sobre ella suelen ser testimonios de los antifranquistas que sufrieron detenciones y torturas. Sobre los chivatos o colaboradores de la Social no tengo noticia de que se haya escrito nada. Y sin embargo eran fundamentales para la represión que ejercía la policía política del régimen. Eran, de hecho, su principal fuente de información, que luego ellos mismos se encargaban de completar ejerciendo todo tipo de violencia sobre los detenidos.

En sus novelas, incluso cuando pone en escena a canallas considerables, les envuelve con una pizca de ternura y de piedad. En este caso, parece que se lo ha ahorrado.

Es que la historia de Justo Gil es la historia de una degradación: la de un hombre que empieza vendiendo máquinas de escribir y acaba vendiendo a sus amigos. Es muy difícil sentir afecto por alguien que vive de traicionar sus afectos.

¿Qué arrastra a su protagonista hacia su destino? ¿Fatalidad, ruindad…?

Como en las mejores historias trágicas, un error del pasado le persigue hasta encontrarle y hacerle pagar muy caras sus culpas. A partir de ahí, el destino le tiene atrapado con tal fuerza que la vuelta atrás se hace prácticamente imposible.

Al leer la novela, parecía que iba a aparecer un trasunto de los hermanos Creix, represores de mayor entidad que el pobre diablo, ¿no tuvo tentación de hacerlo?

La época en la que mi personaje empieza a colaborar con la Brigada Social es justo después de que Antonio Juan Creix fuera destinado al País Vasco a aplicar a ETA los mismos métodos que venía aplicando en Cataluña desde hacía más de veinte años. A partir de ese momento es verdad también que la gente del régimen empieza a vislumbrar algunos de los cambios que pueden producirse en cuanto Franco desaparezca. Se incorporan policías nuevos, que no vivieron la guerra, y algunos de los antiguos intuyen que su impunidad no va a ser eterna… El caso es que los métodos de la Brigada Social fueron suavizándose y que, aunque se seguía torturando, ya no se hacía con la brutalidad de diez años antes, en la época en que dirigentes comunistas como Miguel Núñez o Vicente Cazcarra fueron torturados con auténtico ensañamiento.

¿Qué hay de mito en la historia oficial de la transición española y qué cliché cree que habría que desmentir?

Acceder a la democracia partiendo de una dictadura militar que se había impuesto por la fuerza de las armas no era fácil y se consiguió, lo que tiene mucho mérito. Otra cosa es que durante los años ochenta y noventa se propusiera la Transición española como modelo para otros países que también estaban saliendo de dictaduras. Recordemos la violencia política de esos años, que fue tremenda: casi seiscientas víctimas mortales. En la novela aparece un atentado que en su momento a mí me pareció sobrecogedor, el que acabó con la vida del exalcalde de Barcelona Joaquín Viola, al que unos terroristas de una especie de ETA catalana le pegaron una bomba en el pecho. Para esos terroristas, como para la mayoría de los etarras, el enemigo no era el franquismo sino España.

http://www.lavanguardia.es/libros/20110406/54136696503/martinez-de-pison-en-la-transicion-hubo-casi-600-muertos.html