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Qué hacer con el Valle de los Caídos

Javier Otaola | opiniondigital.es | 11-4-2011 | 12 abril 2011

Debate sobre ese conjunto arquitectónico tan ajeno a los valores que se proclaman en el artículo primero de la Constitución

 

Qué hacer con el Valle de los Caídos

Vitoria, 12 de abril de 2011,

javier.otaola@opiniondigital.es

Debate sobre ese conjunto arquitectónico tan ajeno es a nuestros valores constitucionales que se proclaman en el artículo primero de la Constitución: libertad, justicia, igualdad y pluralismo político

Estuve hace años en el  Valle de los Caídos  llevado no desde luego por ningún sentimiento favorable a lo que significa ese conjunto arquitectónico, sino por el deseo de conocer por mí mismo el símbolo que el propio dictador, general  Franco, levantó como justificación de laGuerra Civil  que él mismo había desencadenado y de la dictadura que encarnó. En ese sentido no me decepcionó:    allí estaban representadas a través de las formas    propias de la escultura, el paisaje y la obra civil todos los tópicos del discurso nacional-católico, la exaltación de la ortodoxia nacionalista y del comunitarismo “unánime” -una patria y un caudillo, una fe y una espada- que amalgama el dogmatismo religioso y el totalitarismo político, los mitos de la Gotia eterna como esencia de España, el desprecio a los valores de la libertad individual, la democracia parlamentaria y del liberalismo, todo coronado por una exaltación de la Cristiandad como poder político y un olvido del cristianismo como intimidad espiritual.

En los últimos meses se ha reavivado un cierto debate -siempre latente- sobre qué hacer con ese conjunto arquitectónico que tan ajeno es a nuestros valores constitucionales que se proclaman en el artículo primero de la Carta Magna:la libertad, la justicia, la igualdad y el pluralismo político.

Tanto el  Foro por la Memoria de Madrid como el  Foro Social de Guadarrama  han pedido «la voladura de la cruz» al considerarla «un símbolo del poder franquista».

Creo que sería una ofensa innecesaria a los sentimientos religiosos de muchos y lo que es peor un error moral y político.

A pesar de su terrible connotación ideológica el conjunto de Cuelgamuros tiene un innegable valor histórico y hace referencia a un hecho terrible que de ninguna manera podemos borrar sino que al contrario nos conviene recordar.

En su diseño participaron los arquitectos  Pedro Muguruza  y  Diego Méndez, el escultor  Juan de Ávalos  y  como mano de obra esclava multitud de prisioneros políticos republicanos, su propiedad    pertenece alPatrimonio Nacional  desde  1957. Ese conjunto nos pertenece a todos los españoles y debemos colocarlo al servicio de nuestra convivencia, cosa que hasta ahora no hemos sido capaces de hacer.

Actualmente Cuelgamuros está en restauración, por lo que permanece cerrado al público, y eso ha dado lugar a que la  Guardia Civil  realice patrullas rutinarias y controles para evitar el acceso al lugar, y a que la extrema derecha haya tomado ese paraje como “tarro de las esencias” de su avejentada ideología, celebre misas y manifestaciones fuera del recinto, exhibiendo la especie de nueva persecución religiosa (sic).

El Dictador, dizque  Caudillo Francisco Franco  ordenó la construcción de ese conjunto arquitectónico, a su mayor gloria personal y está enterrado allí junto con  José Antonio Primo de Rivera, fundador del partido    Falange Española, -versión española del fascismo-    así como con otros  33.872  combatientes de ambos bandos en  la  Guerra Civil, nacionales y republicanos, estos últimos    sin el consentimiento de sus familiares, mediante el procedimiento de robar los cadáveres de sus lugares de descanso, violentando la libertad de sus víctimas más allá de la muerte.

Según el decreto fundacional de  1 de abril de 1940, el monumento y la basílica se construyeron para:  “…perpetuar la memoria de los caídos de nuestra gloriosa Cruzada […] La dimensión de nuestra Cruzada, los heroicos sacrificios que la Victoria encierra y la trascendencia que ha tenido para el futuro de España esta epopeya, no pueden quedar perpetuados por los sencillos monumentos con los que suelen conmemorarse en villas y ciudades los hechos salientes de nuestra historia y los episodios gloriosos de sus hijos.”

Mi opinión es que ese lugar debiera desacralizarse, exhumarse y trasladarse de allí los restos de  Franco  y  José Antonio  y dedicar todo aquel conjunto a un gran  Centro de Interpretación de la Guerra Civil y la Dictadura.

La desacralización es indispensable precisamente porque el empeño principal del falangismo y del integrismo carlista fue sacralizar su propia ideología  totalitaria y el sentido mismo de la Guerra Civil, intentando justificar el levantamiento contra la legalidad republicana – ex ante- por los horrores y crímenes cometidos por el bando republicano precisamente después de ese levantamiento una vez que se produce el  hundimiento de la II República como Estado de Derecho, – ex post-.

Siendo el conjunto de Cuelgamuros propiedad del  Patrimonio Nacional  debe estar al servicio del interés nacional y no al servicio de un culto confesional, todo el conjunto debiera convertirse en un gran  Memorial  de la tragedia colectiva que fue la  Guerra Civil, sus antecedentes y consecuencias.

Ese lugar nació con el proyecto de ser un  Memorial de parte, y debe convertirse en un  Memorial de todos;    debe ser un recuerdo permanente de los errores que nos llevaron a la guerra y de los horrores que esa Guerra consumó, asumiendo ese hecho histórico como un gran fracaso colectivo de los españoles como nación, y no desde luego como una epopeya o algo de lo que podamos vanagloriarnos;    un fracaso colectivo que sin embargo debemos recordar, dejando atrás las simplificadoras mitologías con las que las hoy decrépitas ideologías totalitarias de la época han pretendido adornar ese fratricida confrontación.

Un Centro de interpretación se define como    un equipamiento cultural, cuya función principal es revelar al público el significado del legado cultural o histórico de los bienes que expone. Está orientado a cubrir funciones de investigación, conservación, divulgación y a la postre crear un lugar de encuentro entre expertos y público en general sobre los elementos que lo constituyen.

El fin de la interpretación    no es solamente exhibir unos contenidos o mostrar unos  continentes sino provocar un entendimiento de por qué y en qué sentido es importante ese lugar y los objetos que se exponen.

Durante la primera legislatura de  José Luis Rodríguez Zapatero  y    en relación con la aprobación de la  Ley de la Memoria Histórica  se planteó    la cuestión del destino futuro del  Valle de los Caídos. Algunos partidos    partidos políticos plantearon usar dicho monumento como recuerdo a la actuación del bando franquista durante la Guerra Civil y a la dictadura, pero creo que eso sería demasiado bienpensante;    a mi juicio no se puede entender la actuación de unos y otros sino se contemplan simultáneamente los sectarismos, los errores y los horrores cometidos por ambos bandos.    En ese sentido la reflexión más lúcida, pertinente y esclarecedora que he leído sobre nuestra desgraciada Guerra Civil ha sido el libro de  Manuel Chaves Nogales,  A sangre y fuego. Héroes, bestias y mártires de España  (publicado en Chile en 1937). En ese libro, un azañista convencido, un demócrata que no ha caído hechizado por los discursos totalitarios de la época denuncia, sin ningún sectarismo, la violencia de ambos bandos y redacta un alegato contra las brutalidades de la guerra, una guerra frívola y criminalmente desatada por aquellos que tenían el deber de guardar la Ley, que rompe los diques de las instituciones y saca a flote lo peor de nuestra condición humana. Las conclusiones de  Chaves Nogales  son duras pero inapelables:    «la crueldad y la estupidez se enseñoreaba entonces de toda España», y no se equivoca al señalar su causa inmediata:  «la peste del comunismo y del  fascismo»  a partes iguales. Su diagnóstico es que España desprecia los valores de la democracia liberal y apuesta entusiásticamente y de modo suicida por el totalitarismo, fascista o comunista ,y lo hace por el  «miedo de los sectarios al hombre libre e independiente. La causa de la libertad entonces en España no había quien la defendiera». Su posición fue intelectual y políticamente heróica:  «Yo he querido permitirme el lujo de no tener ninguna solidaridad con los asesinos: para un español quizá sea eso un lujo excesivo».

En  2006  el informe elaborado por el laborista maltés  Leo Brincat  (informe Brincat), y aprobado por la  Asamblea Parlamentaria del Consejo de Europa, condenaba la dictadura franquista y recogía, entre otras propuestas recomendadas, que aquél lugar se convirtiera precisamente en un lugar educativo.

Esa propuesta fue rechazada por algunos  partidos políticos españoles, así como por algunos miembros de la  jerarquía Católica, porque afirmaban que el Valle es ante todo un templo, no un museo. Precisamente ahí está el problema, Cuelgamuros debe dejar de ser un templo de una confesión particular, que fue utilizada como coartada política de un régimen antidemocrático, para convertirse en un  Memorial  y un  Centro educativo al servicio de todos.

Creo que    la actitud que nos corresponde hoy ante el recuerdo de la Guerra Civil, debe trascender los conflictos ideológicos de la época y buscar sobre todo la verdad,  toda la verdad y nada más que la verdad, porque como dice  Pablo de Tarso  sólo la verdad nos hará libres. El conjunto de Cuelgamuros, desmitificado, desacralizado y desideologizado, sería un lugar idóneo para poner en práctica el testamento político de Don Manuel Azaña  en su conmovedor discurso:  Paz, Piedad y Perdón.

Javier Otaola

Abogado y escritor. Defensor de la ciudadanía en Vitoria-Gasteiz.

http://www.opiniondigital.es/articles/170-qu–hacer-con-el-valle-de-los-ca-dos.asp