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Capella: «La dirección comunista era heroica pero incompetente»

El País, 26/05/2011 | 27 mayo 2011

El escritor y jurista catalán presenta el primer volumen de sus recuerdos, Sín Ítaca, memorias 1940-1945

 

FRANCESC ARROYO – Barcelona –

Juan Ramon Capella (Barcelona, 1940), nació en una familia vencedora de la guerra civil y cambió de bando. Ha sido, con igual mérito, catedrático de Filosofía del Derecho y conspirador antifranquista, y sigue siendo animador del pensamiento crítico desde la revista Mientras Tanto. Ha publicado un volumen con sus recuerdos: Sin Ítaca, memorias, 1940-1975 (Trotta).

 

Pregunta. ¿Por qué unas memorias?

Respuesta. Empecé por hacer algo que me resultara fácil y me di cuenta de que reconstruía la imagen del franquismo a partir de la visión de una persona que podría estar entre los ganadores de la guerra civil y que, al ver lo que pasa, se coloca en el bando contrario. Quería explicar esa evolución y, a la vez, recordar aspectos extrapolíticos de la realidad.

 

P. Las primeras imágenes son las de un niño veraneante.

R. La fuerza del recuerdo arranca de la belleza de Sitges. En aquellos años, paseando por una calle se podía oír el rumor de una fábrica de calzado. En septiembre se iba a la vendimia por afición. En tartana. Al atardecer las mujeres de los pescadores remendaban las redes. Pero era un mundo venido a menos. Había un autódromo, que la mayoría ignoraba. Había una piscina espléndida, pero vacía y resquebrajada.

 

P. Y personajes curiosos como Clarita Stauffer.

R. Muy llamativa. Cuando supe que Almudena Grandes estaba trabajando en ella, le envié el capítulo, que ya tenía escrito, y otros datos y fotografías. Para el niño que yo era, resultaba encantadora: me llevaba a jugar a la playa, era amable, condescendiente, divertida. Y una nazi impresionante. Lo supe después. La historia de su boda es fantástica: se casa con un hombre que no era quien decía ser y que desparece llevándosele todo el dinero y se compra una hacienda en Argentina. Esta parte de la historia, Almudena Grandes no lo sabía.

 

P. El veraneante ya no existe.

R. No. Ahora existe el turista o el que hace vacaciones. El que veraneaba tres o cuatro meses, ya no. Y esto cambia también las relaciones con la gente del pueblo. Con los chavales, por ejemplo. Lo entendí mucho después. Nosotros éramos niños bien y ellos trabajan a partir de los 10 o 12 años. Nos tiraban piedras, enormes, pero nunca supimos cómo ni por qué. También lo supe más tarde.

 

P. La universidad era rara.

R. Era la universidad franquista. En Derecho no se enseñaba casi nada. No había muchos reaccionarios, al margen de Miguel Fénec, catedrático de procesal, que presumía de tener la pistola con la que se había matado a García Lorca. Seguramente era falso, pero presumía de ello. Años más tarde, siendo yo ya catedrático, lo vi en el bar de la facultad. Como no tenía ganas de tratar con él, me fui hacia otro lado. Pero me vio y vino hacia mí: «Hombre Capella, déjame que te dé un abrazo». Me dijo que era vicepresidente de la sociedad de amistad hispano-soviética. Me abrazó. Yo me fui a casa a ducharme. Tenía una historia sorprendente. Había sido procesado e iba a la facultad con dos policías que lo custodiaban. Luego los convirtió en ayudantes de cátedra. Esas cosas pasaban. Sus problemas derivaban de una discusión con un gobernador de Tarragona y, enfadado, Fénec le amenazó con «tirar de la manta». Era uno de esos pájaros que sólo podía producir la universidad franquista. A su lado estaban Latorre, Sureda, Jiménez de Parga.

 

P. Se aprendía fuera del aula.

R. Se aprendía de los compañeros y de gente que iba por allá. Sobre todo, cuando estábamos aún en el edificio central de la Universidad, frecuentado por gente bohemia: de teatro, escritores. Y se podía oír a profesores que no eran los tuyos pero que eran interesantes: Vicens Vives, Valverde, Sacristán, Antoni Vilanova.

 

P. Se especializó en Filosofía del Derecho.

R. Al principio no me interesaba, pero luego vi que enlazaba con la filosofía del Estado, y por lo tanto con la política y la moral. Y empezó a interesarme. La decisión fue coyuntural: una cátedra donde no tendría competencia, con una materia que no me era hostil. Me ha permitido ver la lógica de esta sociedad capitalista moderna tan compleja.

 

P. Formación cultural y activismo político. ¿No iba una cosa en detrimento de la otra?

R. Así lo vio Manuel Sacristán en un documento de 1969. Creía que con tanto activismo impedía que los intelectuales comunistas se convirtieran en buenos profesores, historiadores, investigadores.

 

P. Su propia vida desmentía esos temores.

R. Él vivía una gran tensión, aunque siempre intentó mantenerse en la tarea cultural. En política se sentía inseguro. Creo que era un error, que era un complejo injustificado. Pero también creo que fue un político insuficiente.

 

P. ¿En qué sentido?

R. No quiso plantear batalla política dentro del partido, pese a saber que la dirección del PSUC era heroica pero incompetente. Una vez advirtió a la dirección: «Tal como sois, captaréis a los más hipócritas y conformistas, es decir, los más parecidos a vosotros». Pero si esa era su opinión, tendría que haber dado la batalla.

 

P. Usted se opuso a la Asamblea de Cataluña, el movimiento más potente frente a Franco.

R. Porque buscaba hacer política por arriba. Yo distinguía entre política por arriba y por abajo. La de arriba era politiquería; por abajo era creación de movimiento. Había movimientos de base, pero con la Asamblea de Cataluña, la gente de abajo se convertía en un apéndice. Se daba todo el protagonismo a gente de otros partidos, a los nacionalistas sin partido, y con esto se perdía hegemonía porque el PSUC la fuerza la tenía en otra parte. Y además estaba relacionada con la lucha por el poder dentro del partido.

 

P. ¿De qué forma?

R. Un día hablé con Gregorio López Raimundo y le reproché que hubiera elegido al Guti, porque no tenía experiencia en el movimiento obrero y no sabía trabajar con los demás. Y me dijo que de eso se dieron cuenta luego. Me confesó que le había ofrecido la secretaría general cuando aún vivía Franco y que él dijo que había que esperar a estar en la legalidad. Pero lo fuerte es que López Raimundo, un personaje altamente significativo, conocedor de lo que era la clase obrera catalana, aunque no supiera escribir en catalán, se sintiera incapaz de afrontar el posfranquismo. Él decía que se había puesto a trabajar a los 10 años y que había sufrido para aprender por su cuenta a escribir correctamente en castellano. Yo no creía que se le pudiera decir que no era catalán por los cuatro costados. El caso es que la actividad del Guti gustaba a una dirección que sólo tenía ojos para el activismo, pero no para la estrategia. Esto lo veo claro ahora. Entonces lo intuía, pero creía que el partido era más de lo que yo veía.

 

P. ¿Fue también política por arriba la integración de Bandera Roja en el PSUC?

R. Aquello fue un desastre. Una operación muy personalista de Solé Tura y resultó decisiva la posición de Gutiérrez Díaz y de Miguel Núñez, el grupo más a la derecha en la dirección del partido. Yo creo que Solé Tura dio garantías de que no aspiraría a la secretaría general. Para la militancia de base fue un foco de conflictos.

 

P. El partido tenía un problema: la relación con la URSS.

R. El problema era una convicción ideológica marcada por una fe ciega en el marxismo. Marxistas, gente formada que pudiera pensar utilizando el aparato conceptual de Marx, había muy pocos. Pero creyentes en las tesis más divulgativas, a montones. A eso había que añadir que se creía que la Unión Soviética era buena y todo lo que hicieran los soviéticos estaba bien.

 

P. Usted se muestra crítico frente al movimiento de mayo del 68, pero cambió los hábitos culturales y los sexuales.

R. Pero eso se produjo mucho más tarde. El influjo cultural del 68 no se experimenta hasta 1973 o 1974. Lo primero que llegó fueron epifenómenos.

 

P. Habla usted de su intimidad sexual y de la represión incluso entre la izquierda.

R. La represión era muy potente, con un sexismo brutal, incluso en el partido. He visto cartas en las que se decía a la dirección de París: «Va el militante tal, que lleva unos documentos, pero cuidado, es M». Quería decir maricón.

 

P. Usted empieza a sospechar de su sexualidad por un control policial en París.

R. La policía me montó una trampa. Primero me fotografiaron en un bulevar. Días después, un chico de unos 15 años, me tira de la manga y me pregunta si me quiero acostar con él. Creí haber entendido mal, pero lo repitió. Le dije que no y se fue. Entonces vi al hombre que me había hecho la foto días antes. No sé por qué lo hicieron yo entonces tenía una amiga. Quizás tuvieron una intuición. Los policías son muy perspicaces. También podía ser una mala interpretación, porque en el restaurante de la facultad yo me sentaba junto a un estudiante alemán muy guapo. No había nada entre los dos. Y cabe que quisieran asustarme, hacerme saber que me vigilaban. Goytisolo y Castellet me habían contado que policías españoles se dedicaban al control, sobre todo sexual, de los antifranquistas.

 

P. Un día usted hace un descubrimiento en casa de Solé Tura.

R. Yo sabía que él había estado exiliado y en la ejecutiva del partido y que había sido expulsado por claudinista. No sabía que era el locutor de Radio España Independiente. Me di cuenta en su casa, porque hablaba él, y Anni, su primera mujer, igual que se turnaban en la emisora. Las mismas voces.

 

P. ¿De verdad le regaló wiskhy a Hemingway en Albacete?

R. Sí. Era el último día de mi estancia en Albacete, donde hacía prácticas de Periodismo. Iban a torear Ordóñez y Miguelín y el día antes supe que con ellos iba Hemingway. No había hecho nada de periodismo. No se podía. Pensé que un buen cierre sería una entrevista con él. Pero pasó que los picadores de Ordóñez y Miguelín estaban sancionados y no habían cumplido la sanción porque las plazas por las que habían pasado eran más importantes que Albacete. De modo que Albacete era el lugar idóneo para que la cumplieran. Los toreros se negaron a actuar con otros picadores. El gobernado suspendió la corrida, pero no se pudo publicar más que la nota oficial. Yo había hablado con Miguelín para que me presentara a Hemingway, pero el torero estaba detenido y el escritor no quería hablar con ningún periodista. Logré comprar una botella de wiskhy y se la hice llegar con una nota: «Los asesinos es su mejor cuento». Me recibió brevemente, con la botella en la mano, y me dijo que no quería hacer declaraciones para no empeorar la situación de los toreros. Esa fue toda la entrevista que conseguí. Dejé el periodismo.

 

El libro se presentará el 31 de mayo a las 19.00 en el Círculo de Bellas Artes de Madrid. Además del autor estarán Mariano Maresca, Luis García Montero, Almudena.

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