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Hasta Franco sabía que él era un dictador

Juan Cruz. Blogs El País, 30 mayo, 2011 | 31 mayo 2011

Como el pasado no fue así, convendría que la Academia de la Historia rectificara pronto

 

 

Franco alcanzó el poder para implantar una dictadura; así fue. Hasta Franco lo sabía, pues él quien al fin impuso el sistema de gobierno que quería para acabar con la República y con la democracia. Ni Franco ni los suyos estaban interesados en ninguna forma de democracia; la repudiaban incluso los políticos que se sirvieron del sistema democrático para medrar en sus respectivas carreras al frente de las organizaciones que también vivían al amparo del sistema democrático. Tanto Franco como los suyos despreciaban la política de manera expresa, y en los años que van de 1930 a 1936, cuando al fin cuaja ese clima de odio que impusieron los políticos y los militares facciosos, con la ayuda a veces inestimable de las torpezas republicanas, que las hubo también y fueron abundantes, sus invectivas no fueron sólo contra la República legalmente constituida sino contra la democracia propiamente dicha.

Esa dictadura, que tuvo al frente a un hombre que se llamaba a sí mismo Caudillo y que era reconocido por los suyos con el estrambótico apelativo de Generalísimo (ya no se puede ser más que eso en la vida, por la gracia de Dios, además; si eres Generalísimo ya no puede haber Muy Generalísimo), es una de las más longevas del mundo, de modo que ahora resulta inolvidable como tal incluso para las generaciones más jóvenes, educadas en el recuerdo de aquella época que sus bisabuelos, sus abuelos y sus padres vivieron de una u otra manera, conscientes siempre de que este sistema no era sólo autoritario, era dictatorial.

Pues este hecho básico para los ciudadanos, y que debería ser también básico para los historiadores, no lo debía ser para el historiador Luis Suárez, que, como ha revelado Público y ha corroborado EL PAÍS en el reportaje que firma Tereixa Constenla, ha decidido que el dictador era simplemente autoritario, y que además ganó la guerra a un enemigo que, «en principio», tenía fuerzas superiores, y que se abrió paso hacia Italia y Alemania porque ahí había unos mercados que le impedían Francia e Inglaterra, que le eran hostiles.

Esta distorsión de la historia no tendría ningún valor, porque todo el mundo tiene derecho a pensar lo que quiera del pasado (e incluso del futuro), y hay mucha gente que lo piensa de buena fe, y yo respeto ese pensamiento, faltaría más, si no fuera porque esas opiniones están vertidas por este historiador en un libro que publica la Academia de la Historia con el aval del dinero de todos los españoles, los franquistas, los no franquistas, los antifranquistas y los indiferentes, y además con un sello que lo marca como un criterio de autoridad (aunque, espero, no de autoritarismo).

Llama la atención que esa entrada sobre Franco, en esta enciclopedia histórica tan oficial, se le haya encargado («porque él lo pidió», ha dicho el director de la Academia, Gonzalo Anes) a un franquista que ocupa lugares y tribunas en organizaciones de ese corte. Y llama la atención que Anes declare que esos apartados y otros que el profesor Suárez trata en sus textos sobre esa época no hayan sido revisados por la máxima autoridad responsable de este trabajo, es decir, el propio profesor Anes.

En las dos últimas décadas ha habido intentos denodados por limpiar la imagen de la dictadura aludiendo a la guerra como un fenómeno en el que hubo dos culpables, como si esa equivalencia permitiera ya establecer varias verdades con las que todos deberían quedarse contentos. Esta manipulación del profesor Suárez es un gramo más en esa balanza a favor de una interpretación bonachona de la dictadura, con la que ésta se abrió paso también entre la ciudadanía, aplicando una demagogia que surcó a su antojo la época democrática.

Como la democracia es por naturaleza mucho más porosa que la dictadura, y esta es una de sus enormes grandezas, esas interpretaciones han ido abriéndose paso y hoy son moneda corriente. Pero el colmo es que estas arbitrariedades tomen carta de naturaleza en forma de estudios que, según quien los ampara, pueden parecer tan canónicos que un día se expliquen en los colegios como el pasado verdadero que tuvimos. Y como el pasado no fue así, convendría que la Academia de la Historia rectificara pronto para que su crédito no sea nuestro descrédito como país ante nosotros mismos y ante los que supieron que las cosas fueron de modo

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