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Mentiras históricas

Antonio Rodríguez Almodóvar. El Correo de Andalucía, 11.6.2011 | 17 junio 2011

Discrepo de quienes piensan que la Real Academia de la Historia es una institución que se ha quedado fuera de la Historia

 

 

Discrepo de quienes piensan que la Real Academia de la Historia es una institución que se ha quedado fuera de la Historia. Más bien creo que algunos de sus miembros destacados se amparan en la vetustez para difundir, muy conscientemente, una ideología inadmisible. También creo, con Machado, que la vejez por sí misma no disculpa de nada; no convierte en venerable a quien ha sido un mezquino, ni confiere aureolas de verdad a los traficantes de mentiras.

Decía el poeta que “lo frecuente es el vejancón, el vejete, o la sedicente persona seria, un personaje cómico que suele empuñar la batuta en casi todas las orquestas”. Así veo a estos ancianitos de la Real Academia de la Mentira Histórica, embutidos en sus fracs, como si fueran gente seria, proclamando que Franco no fue tan malo o que Negrín era “prácticamente dictatorial”. De risa, si no fuera repulsivo.

Con la Guerra Civil española va a terminar ocurriendo que las generaciones venideras se pierdan en un bosque de contradicciones o, todavía peor, creyendo que todos fueron unos salvajes, sin distinción alguna, y que el resultado fue, a lo sumo, una suerte de empate técnico. Ya lo andan insinuando por ahí otros que también se dicen escritores y hasta novelistas con vitolas de progres. Por fortuna, no todos son así. Pienso, por ejemplo, en los relatos de Juan Eduardo Zúñiga, de Alberto Méndez, o de Julio Manuel de la Rosa, que nos proporcionan, además de la intrahistoria, datos precisos que no suelen encontrase en las historias oficiales. Alarmante paradoja ésta, que los narradores tengan que ocupar el sitio que no encuentran los historiadores veraces.

Y curioso también que los tres autores citados lo sean preferentemente de cuentos, o relatos cortos, un género que parece adaptarse mejor al propósito de iluminar, con estremecedores estallidos de luz, momentos claves de la contienda. Con La sangre del Sur, que acaba de publicar la editorial sevillana Paréntesis –con impagable oportunidad–, Julio M. de la Rosa aporta su visión de aquellos episodios cruciales en ocho relatos ciertamente inolvidables. Y no sólo por su estilo, cuajado ya en el que es sin duda “uno de los grandes prosistas andaluces contemporáneos”, según Caballero Bonald, sino por la verdad, cruda y rotunda, que ofrecen. Así lo defendió el veraz historiador –este sí–, Antonio Miguel Bernal, que hizo una memorable presentación del libro en la última Feria del sector, en Sevilla, el 29 del pasado mes. Entre otras muchas cosas que aprenderán en sus páginas, verán a un Luis Bolín, siniestro jefe de propaganda de Franco y de Queipo, esmerándose en borrar toda huella de la atroz carnicería (en torno a 4.000 fusilados en un mes, aquel terrible agosto de 1936) que los sublevados llevaron a cabo, sólo en Badajoz. (No se pierdan tampoco las páginas dedicadas a la estampida de Málaga, el buque cárcel de Sevilla, la batalla del Ebro, el Canal de los Presos, etc.).

Para que ahora digan, esos vejestorios y otros comparsas revisionistas, que es que no hay documentos fiables. Como si no supieran por qué.

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