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Esperanza Aguirre, los mártires y hasta un azafato

El País, | 31 julio 2011

En determinadas entradas resulta machacón el uso de los términos «rojo» y «enemigo» para designar a autoridades y combatientes leales al régimen legal

 

JOAQUÍN PRIETO 31/07/2011

El ‘Diccionario biográfico’ cabalga sobre el trato desmesurado a políticos del PP como la presidenta de Madrid, la crónica de sociedad y un relato nada neutral del siglo XX

ºY qué fue del Diccionario biográfico español? La Real Academia de la Historia mantiene cerrada la distribución a las librerías, y la oferta al público está limitada a la que pueda hacer la propia institución. Pero 22 de los 50 tomos previstos se encuentran ya disponibles en la Biblioteca Nacional. Se descubre ahí que la presidenta de la Comunidad de Madrid, Esperanza Aguirre, tiene derecho a una biografía de nada menos que ocho columnas y media, incluida una relación de «obras» que consisten en discursos, intervenciones parlamentarias, palabras en el Foro de Abc… El espacio reservado a Aguirre es casi tan grande como el de Francisco Franco (10 columnas), pese a que la vida militar y dictatorial de este último da para bastante más, en teoría, que la de una política democrática que no ha alcanzado las máximas responsabilidades.

Un diccionario plantea los problemas de cuáles son los criterios para incluir a unas personas y a otras no, la proporción entre los nombres y el rigor de lo que se dice. ¿Cuál puede ser la clave del peso concedido a la presidenta madrileña? El biógrafo seleccionado, Manuel Jesús González y González -secretario de Estado con Aguirre, siendo ella ministra de Educación, y presidente de la Cámara de Cuentas de la Comunidad de Madrid desde 2006-, se muestra impresionado no solo por la «dilatada carrera» de aquella, sino porque saliera ilesa de un accidente de helicóptero con Mariano Rajoy, en 2005. Al año siguiente sobrevivió a un atentado terrorista en Bombay. «En estos episodios», explica el biógrafo, «no pocos observadores vieron, al lado del beneficio de la suerte, una capacidad especial para adoptar decisiones rápidas en situaciones críticas o para adaptarse a lo inesperado».

De persona tan «especial» se recogen y glosan cada uno de sus pasos: la educación bilingüe recibida, el desempeño de la jefatura de publicidad de un ministerio, la masa forestal con que Madrid se enriqueció durante su etapa de concejala: «Se plantaron mil setecientos árboles, dos millones de plantas de flor y trescientos cincuenta mil arbustos en las calles de Madrid», enumera el autor. Y la gestión como ministra de Educación y Cultura en el primer Gabinete de Aznar, y su envío posterior a la Cámara Alta: «Según parece, el presidente Aznar quería en ese puesto un baluarte contra la reforma subrepticia de la Constitución, pretendida por los nacionalistas al hilo de la reforma del Senado». A este parecimiento sucede un paso de puntillas por el oscuro tamayazo (el episodio por el que el PSOE perdió la Comunidad a favor del PP de Esperanza Aguirre), que el biógrafo atribuye a «tensiones internas en el socialismo madrileño, incumplimiento de promesas electorales y la intención de asignar demasiadas consejerías a Izquierda Unida (IU)». Hale, circulen, en este punto no hay más que contar.

El estudio sobre Aguirre cuadruplica en extensión el dedicado, por ejemplo, al socialista Manuel Chaves, de biografía bastante paralela en cuanto a cargos gubernamentales y autonómicos (y triunfador electoral muchas más veces que Aguirre). También es cuatro veces mayor que el de Fernando Abril Martorell, vicepresidente económico del Gobierno de Suárez y clave en la negociación final de la Constitución.

Un correligionario de Aguirre -y figura autonómica como ella-, Francisco Camps, cuenta con bastante menos presencia que la presidenta madrileña. Además, su biografía ya está incompleta, antes de que la obra en cuestión se ponga a la venta. Se menciona, desde luego, la imputación judicial en el caso Gürtel por el asunto de los trajes, y el archivo de la causa por el Tribunal Superior de Justicia de la Comunidad Valenciana en 2009; pero no recoge la reapertura posterior del procedimiento judicial. Ni ha dado tiempo, lógicamente, a reflejar su dimisión como presidente de la Comunidad Valenciana. La chocante inclusión en el Diccionario de personas con historias tan abiertas como la de Camps juega estas malas pasadas.

Lo que no se puede negar a la Real Academia de la Historia es el amplio criterio con que ha aceptado la inclusión de biografías. Lo había prometido ya su director, Gonzalo Anes, en los momentos iniciales de la magna obra: «Estará todo el que haya influido en la marcha histórica de España, desde Pelayo hasta Arzalluz» (EL PAÍS, 4 de abril de 1999). Y en efecto, el expresidente del PNV aparece. Con un texto menos amable que los comentados sobre figuras del PP, que en el caso de Arzalluz comienza así: «Hijo de un chófer de familia carlista que en la Guerra Civil (1936-1939) militó en el ejército nacional como requeté». Y sus relaciones con ETA aparecen valoradas como ambiguas «y del más frío oportunismo». Más extensos y matizados son los estudios dedicados a Lluís Companys o a Francesc Cambó. (En la Biblioteca Nacional no han entrado aún los tomos en los que deben de figurar los principales políticos catalanes del presente).

Y conste que el Diccionario va mucho más allá de los próceres. Pueden leerse cuatro columnas enteras sobre el primer azafato de Iberia, Fernando Castillo, contratado por la compañía aérea después de trabajar en establecimientos prestigiosos (bar Chipén, hotel Ritz). «No se puede decir que el primer contacto con sus ya compañeras, las azafatas, fuera muy placentero», cuenta el biógrafo. «Cuando recogió la masita (tela para uniformes, etcétera) fue presentado a las azafatas, siendo el recibimiento de estas escasamente cordial, ya que una de ellas, Marichín, tuvo el gesto despectivo de negarle el saludo y espetarle: ‘No sé para qué se va usted a hacer el uniforme, porque no le va a dar tiempo a usarlo’. Una actitud que a Castillo le pareció gratuita e inexplicablemente cargada de mala leche». La biografía del primer varón que fue tripulante de cabina en España aparece mucho más desarrollada en el Diccionario que las de la actriz y cantante Sara Montiel, el futbolista Agustín Gaínza o el cocinero Juan María Arzak, por citar ejemplos.

Se dedican 16 columnas a explicar detalles personales, ascendientes, títulos e iniciativas de los hermanos Falcó y Fernández de Córdoba. En el caso de María del Rocío Falcó, condesa de Berantevilla, aprendemos que «cazó en 171 cotos diferentes de España, (…) en 9 de Europa (…) y, además, 4 safaris en Mozambique, en África. La relación de reses que cobró fue de 535 venados, 336 cochinos, 368 ciervas, 7 gamos, 17 corzos, 3 rebecos, 1 urogallo, 1 cabra hispánica, que conformaban 1.268 reses, que, junto a las 39 reses de 16 especies distintas africanas, hacían un total de 1.307 reses, de las cuales 279 fueron en berrea (75 venados, 195 ciervas y 9 cochinos) y 972 en montería y rececho, además de las 39 reses batidas en África». Y que los socialistas, empujados por el «atávico afán» (sic) de expropiar grandes fincas, pusieron sus ojos en la de la noble cazadora:»La Junta de Extremadura, con su presidente Rodríguez Ibarra a la cabeza, se encaprichó de la finca de la condesa de Berantevilla y de manera coactiva se propuso expropiar el uso de la propiedad para parcelar la tierra e instalar en ella colonos». El Supremo falló en contra de la Junta cuando la dueña de la finca acababa de fallecer.

La Comisión de Cultura del Senado, con el voto en contra del PP, pidió la rectificación del Diccionario por el sesgo ideológico de algunas de las biografías. Esto dio ocasión a aclarar que el criterio seguido para seleccionar a los autores había sido la proximidad al biografiado, tanto en el caso de Franco como en los de muchos personajes de izquierda. La consulta de los tomos disponibles (que comprenden desde la A hasta parte de la G) no disipa la idea de un tratamiento desigual. Así, el estudio sobre José Calvo Sotelo, el político derechista asesinado en los días previos al golpe militar de julio de 1936, ocupa 17 columnas; más del doble que el del presidente de la Segunda República, Manuel Azaña. No es solo un problema de espacio. En otras entradas resulta machacón el uso de los términos «rojo» y «enemigo» para designar a autoridades y combatientes leales al régimen legal de aquellos tiempos.

No menor es la preocupación por asegurar el paso a la Historia de católicos «martirizados» durante la contienda civil. El afán de exhaustividad es tal, que se aprovecha la biografía de una de estas personas para incluir junto a ella hasta 11 más. Es el caso de la entrada dedicada al dominico Alfredo Fanjul Acebal, «sacerdote, teólogo, mártir y beato», cuya biografía va seguida de las de otros 11 religiosos asesinados en Paracuellos (Madrid) en 1936. La misma técnica se utiliza con militantes de Acción Católica: tras explicar que Amalia Abad Casasempere «fue una mujer toda de Dios, que sabía ordenar y distribuir provechosamente el tiempo en los quehaceres de su casa y en obras de la gloria de Dios y bien del prójimo», se insertan otras nueve biografías de mujeres asesinadas en parecidas circunstancias.

Personas exaltadas por el «martirio», que mueren perdonando, heroicas hasta la proclamación de la fe en el momento de sucumbir a las balas. Por ejemplo, Francisco Castelló Abreu: «El 1 de julio de 1936 ingresó en el Ejército como soldado de complemento. Cumplidor de sus deberes militares, no tuvo inconveniente en manifestar su condición de cristiano comprometido que después le llevó al martirio. (…) El día 29 de septiembre fue sometido a un juicio sumarísimo donde dio a conocer su condición de católico. Sabedor ya de su próxima muerte escribió tres cartas: a su novia, a sus hermanas y tía, y a su amigo jesuita Román Galán. En ellas manifiesta su sentimiento, su grandeza de espíritu y su convicción de que moría por su condición de católico. (…) Francisco dirigió su palabra a los que iban a disparar: ‘Yo os perdono’. Los disparos ahogaron el grito de ‘Viva Cristo Rey».

Ese tono de escritura contrasta con el empleado respecto a víctimas de los rebeldes en aquella guerra. La biografía publicada del contralmirante Antonio Azarola roza el insulto. Este marino, jefe del Arsenal de El Ferrol cuando estalló la Guerra Civil, se negó a declarar el estado de guerra, «conforme le solicitaban varios de sus colegas sublevados, adoptando una actitud por entero pasiva que indignó a sus camaradas alzados en armas». Estos camaradas le sometieron a un consejo de guerra sumarísimo, donde Azarola «daría pruebas de la delicadeza de sus sentimientos, así como de su débil carácter», escribe el biógrafo; que, sin más, consigna la pena de muerte dictada contra el marino y su inmediata ejecución.

Con los militares sublevados todo es diferente. Se exalta el valor del aviador Juan Antonio Ansaldo a lo largo de cuatro columnas. Se dedican siete columnas y media al marino Fernando Abárzuza Oliva y al combate de su barco, Vulcano, contra el republicano José Luis Díez en el Estrecho de Gibraltar. Nueve columnas y media para Emilio Barrera Luyando: qué menos para un hombre que participó en todas las sublevaciones militares del siglo XX -la de Primo de Rivera, la de Sanjurjo, la de Franco- y en «todas las intrigas políticas y militares contra la Segunda República». En cuanto al general Fidel Dávila: «Fue decisivo en la idea del mando único y en la elección de Franco (…) sus cañones hicieron saltar por su punto más débil el Cinturón de Hierro de Bilbao, rompiendo el mito de inexpugnable y disolviendo con rapidez al ejército vasco (…) al anochecer del 26 de enero de 1936, Dávila fijaba en Barcelona su bando ‘reintegrándola al Estado español»…

Y en el caso de Maximino Bartomeu González-Longo, el tono de lo publicado es el siguiente: «El 17 de julio de 1936 tuvo una destacadísima actuación en el alzamiento, coadyuvando decisivamente a su triunfo en Melilla, (…) deteniendo a las autoridades civiles, agentes de policía y fuerzas de asalto que cercaban la Comisión de Límites (…) formó parte del Tribunal Marcial establecido en dicha plaza (Melilla) buscando y deteniendo a los elementos destacados del marxismo local (…) tomó el pueblo de Campanario y aniquiló la bolsa del Valle de la Serena, dejando sobre el campo más de doscientos cadáveres (…) sin restablecerse de la herida sufrida volvió al frente de Madrid, donde intervino al mando de su 11ª división en la batalla de Brunete, rechazando los múltiples ataques del ejército rojo…».

La falta de neutralidad y el tono hagiográfico usado en ciertos casos va más allá de los errores señalados sobre Francisco Franco o Manuel Azaña, que provocaron protestas parlamentarias y un anuncio de revisión de ciertos contenidos. ¿Es serio que del fundador del Instituto Religioso de los Esclavos de María y de los Pobres y de la Congregación de las Hijas de la Virgen para la Encarnación Cristianas se cuente esta respuesta a insultos atribuidos a unos milicianos?: «Debajo de esta sotana hay unos pantalones, y debajo de los pantalones hay un hombre, y ahí queda la cosa» (Texto sobre Leocadio Primitivo Galán Barrena).

No todo es así. Otras biografías consultadas en la parte disponible del Diccionario son ecuánimes y ponderadas. Pero las discutibles son demasiadas como para reducirlas a problemas aislados. La necesidad de revisar a fondo las del siglo XX es patente. A esta situación se ha llegado con una obra financiada en gran parte por los contribuyentes.

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