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Niños frente al pelotón de ejecución

El País, 17/07/2011 | 18 julio 2011

Muchas veces, la falta de descendencia apaga la llama del recuerdo

 

M. COMES Y M. CENTENO

La Guerra Civil segó la vida de cientos de menores. Sus historias permanecen en el olvido.

Era 24 de agosto de 1936, día de San Bartolomé. Mi madre y mi tío estaban trabajando en el campo cuando pasó una camioneta y se los llevó. A él lo mataron en la cuneta y nadie ha encontrado sus restos. Tenía 13 años».

Mercedes González contesta al teléfono rápidamente, como si estuviera esperando a que alguien la llamara para poder contar la historia que su madre le narró antes de morir. Es la historia de su tío, Dionisio Martínez, que siendo solo un niño conoció la muerte. Su crimen, ser hijo de un hombre de izquierdas. Había regresado al pueblo por vacaciones y esos dos meses de verano eran la antesala de su adolescencia. En septiembre iba a cumplir 14 años y empezaría a estudiar en otro colegio, el de San Juan de Dios, en Madrid. «Estaba muy emocionado», dice Mercedes recordando el testimonio de su madre. Pero Dionisio nunca llegó a esa escuela. Nunca se hizo adulto.

La madre de Mercedes oyó cómo le pegaban cinco tiros a su hermano pequeño sin poder intervenir. Luego escuchó cómo arrastraban el cuerpo. Nunca lo encontraron. «Con el tiempo, llegamos a la conclusión de que lo tiraron a los alrededores de Fuentecén [a una hora de Burgos], porque se desviaron para volver a Aranda de Duero (Burgos)».

Niños que nunca crecieron, adolescentes que nunca llegaron a madurar e historias, escondidas en las fosas, en las que el protagonista es un muchacho de no más de 13 años.

Félix Gálvez tenía esa edad cuando le mataron. Era una tarde de julio de 1939 y la guerra ya había acabado. Los hombres del pueblo volvían a casa, a Menasalbas (Toledo), cabizbajos y abatidos por la derrota. Félix quiso ir a recibir a su hermano Pedro, de apodo Reniega. «Salió con el puño en alto como lo hacían los republicanos», recuerda hoy la sobrina de ambos hermanos. Los hombres regresaban con sus familias sin imaginar que su vida terminaría esa noche. El pueblo había cambiado de bando, de republicano a nacional. Los amigos y vecinos se convirtieron en verdugos. Y Félix fue una de las víctimas.

Los soldados republicanos aún no habían puesto un pie en su casa cuando fueron sorprendidos por escuadrones de vecinos falangistas. Se los llevaron a una pequeña casa cuartel y allí los torturaron. Entre los detenidos había cuatro menores, tres identificados: Juan Gómez, de 16 años; Pedro Gálvez, de 17, y su hermano Félix, de 13. En la madrugada del 3 al 4 de julio, a Félix lo ataron junto con el resto de detenidos y los condujeron al cementerio, a la tapia que durante los siguientes 72 años sería su tumba.

Los hermanos Gálvez tuvieron un golpe de suerte cuando uno de los detenidos consiguió desatar la cuerda que los apresaba. Vieron su oportunidad y salieron corriendo campo a través. Pedro había estado en el frente y sabía manejar la situación. Corrió hasta desaparecer en la sierra sin darse cuenta de que su hermano pequeño no le seguía. Félix había puesto rumbo a casa. Un vecino que lo vio lo denunció. Los falangistas no tardaron en apresarlo de nuevo. Fueron a la tapia del cementerio y le pegaron varios tiros antes de arrojarlo a la fosa junto con los otros fusilados.

«Fue una vergüenza lo que pasó en ese pueblo». Antonia Moreno, sobrina de los hermanos Gálvez, relata el horror que sufrieron sus familiares. Sentada en el salón de su casa de Toledo, a 38 kilómetros de Menasalbas, recuerda la historia tal y como se la contaba su padre, Serapio Moreno, primo de Félix y Pedro. Lo que pasó la noche de los fusilamientos se supo gracias a que Pedro consiguió escapar.

Carlos, el hijo de Antonia, comenta que Félix, a pesar de ser un crío, tenía vocación política. «Pertenecía a la UGT. Durante la guerra era aficionado a dar mítines por las calles del pueblo», cuenta. Su madre, Antonia, sentencia que eso no es motivo para fusilar a un niño: «¿Qué mal puede hacer un chiquillo de 13 años?».

Abrir una fosa conlleva muchos problemas: luchas con los Ayuntamientos y con los vecinos, conseguir los medios para iniciar la exhumación… Una vez se resuelven llegan otros: identificar los cuerpos y, lo que es todavía más difícil, determinar los años que tenían en el momento de su muerte. Marina Martínez-Betinillos, estudiante de Antropología, llegó a Fontanosas (Ciudad Real) para realizar esta tarea como objeto de su tesis doctoral. «Es muy complicado. La edad se precisa analizando los dientes molares, y en muchas ocasiones se les han caído», explica. Cuenta que hay otras fórmulas para averiguarla, como examinar la parte de la pelvis, el cráneo y la longitud de los huesos, pero estas pautas son menos fiables. Nada como los dientes. Si le ha salido el tercer molar, tiene 18 años o más.

Julián López, doctor en Antropología Social por la Universidad Complutense de Madrid, opina que las fuerzas nacionales intentaron hacer pasar por mayores de edad a los niños fusilados. «Eran casos mucho más duros y con una contestación social mucho mayor, incluso en una dictadura», señala. Además, el franquismo intentaba ofrecer una imagen positiva de los niños, aunque fueran hijos de vencidos. «Por eso lo ocultaban», concluye López por teléfono.

Miguel Ángel Melero, historiador y miembro del equipo de trabajo de la Memoria Histórica de la Universidad de Málaga, explica que a los menores no se les podía condenar a muerte porque la ley franquista no lo permitía, aunque podían ser fusilados cuando eran acusados por rebelión, por ayudar a los rojos (que era lo más común) o por auxiliar a los guerrilleros.

Lo demuestran unos documentos de la Memoria Histórica de Valladolid. A Celedonio Maroto, de 16 años, lo fusilaron por ser socialista. Fue detenido el 28 de agosto de 1936 en Ataquines (Valladolid) junto a otros 10 vecinos del pueblo. Al día siguiente, los sacaron del calabozo para llevarlos a la cárcel de Salamanca, pero en el kilómetro 19 de la carretera de Peñaranda el coche paró y allí mismo los ejecutaron. Un peón recogió los cuerpos en un carro y los llevó a Fuente el Sol, también en Valladolid. Intentó enterrarles en el cementerio, pero las autoridades locales lo evitaron. Prefirieron meterlos en una fosa en el extramuro del camposanto. Sesenta y nueve años después, entre el 16 y el 19 de marzo de 2005, fue posible exhumar los cuerpos y contar la historia de Celedonio.

Juan Gómez Sánchez, de 16 años, era pastor y no enarbolaba bandera alguna. Estaba en el lugar equivocado en el momento inapropiado. Así lo cuenta Salud Gómez mientras juguetea con el hueso de un níspero en su casa de Menasalbas. Para ella es duro recordar la historia que se llevó a su tío Juan. Sus ojos azules hablan por sí solos.

Juan regresaba del monte con su madre y sus ovejas cuando un escuadrón lo apresó. «¿Adónde van con ese niño?», preguntó una vecina. Su madre le quiso dar una manta, pensaba que el niño solo iba a pasar una noche en el calabozo, pero no lo dejaron y le dijeron que a donde iba «no le iba a hacer falta». Juan fue uno de los 16 fusilados toledanos y, al igual que Félix y Dionisio, una víctima demasiado joven de la guerra.

Las heridas se están cerrando. Los restos de las víctimas de Menasalbas ya han vuelto a su tierra. Esta vez fueron sepultados con dignidad. Todos juntos, para no olvidar la barbarie. –

Muertos tirados a la fosa

En España se han abierto 231 de las más de 2.300 fosas comunes que se estima existen desde la Guerra Civil. El Ministerio de Justicia calcula que unas 100.000 personas desaparecieron en la contienda. Diez años después de la apertura de la primera fosa común, en 2000, se han exhumado 5.277 cadáveres. La fosa más grande de España se encuentra en Málaga, en el cementerio de San Rafael, y hasta octubre del 2009 se habían encontrado restos de 2.840 personas; 349 eran de menores de 10 años. «Los niños enterrados aquí murieron por inanición, enfermedad o en algún bombardeo, pero al ser familiares de personas consideradas rojas los tiraban a la fosa», explica Rafi Torres, presidenta de la asociación de la Memoria Histórica de Málaga.

En Castilla-La Mancha y Castilla y León fueron fusilados unos 40 menores, según la Asociación para la Memoria Histórica.

http://www.elpais.com/articulo/reportajes/Ninos/frente/peloton/ejecucion/elpepusocdmg/20110717elpdmgrep_8/Tes