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Donostia, 13 de septiembre de 1936

Juan Ramón Viles. Deia, | 19 septiembre 2011

El largo periodo entre septiembre de 1936 y septiembre de 2011 está cubierto de miedos, ausencias, silencios, e injusticias nunca reparadas

 

POR JUAN RAMÓN VILES, * CONCEJAL DE EAJ/PNV EN EL AYUNTAMIENTO DE DONOSTIA – Martes, 13 de Septiembre de 2011

EL 13 de septiembre de 1936 no fue un día cualquiera en Donostia. Un breve intervalo de tiempo separó la salida de los últimos gudaris que, dirigidos por Cándido Saseta, se habían quedado en la ciudad para mantener el orden público y la entrada, por el barrio de Gros, de los requetés del Tercio de Lacar. La Donostia que encontraron las tropas franquistas era una ciudad semivacía de la que, según los propios medios golpistas, entre 30 y 40 mil habitantes de un censo de 80.000, habían preferido huir. Una parte de los que no lo hicieron pensaron que nada tenían que temer y, en algunos casos, pronto pudieron comprobar en su propia carne que las palabras del sublevado general Mola en las que afirmaba que «quien no esté con nosotros está contra nosotros, y como enemigo será tratado», eran algo más que pura retórica.

El 13 de septiembre de 1936 marca el inicio del que, probablemente, sea el periodo histórico más negro del siglo XX en nuestra ciudad; un periodo de tiempo en el que, durante 40 años, se vulneraron, con la mayor impunidad imaginable, todos y cada uno de los principios políticos que sustentan una sociedad democrática, comenzando por el derecho a la vida. Todavía hoy se desconoce a ciencia cierta la cifra exacta de donostiarras asesinados en los siguientes años. La más aceptada es la de 485 entre 1936 y 1943, aunque autores como el Premio Príncipe de Asturias de Historia, Paul Preston, elevan para nuestra ciudad la cifra a los seiscientos. La ausencia de datos concretos ya es de por sí significativa de cómo se llevaron a cabo estos crímenes y cómo, durante décadas, se eliminaron las pruebas y se aterrorizó a los testigos. La existencia de centros de detención ilegales favoreció, aún más si cabe, la siniestra técnica, ya probada en su país por los aliados alemanes de Franco, de la desaparición del adversario sin dejar rastro.

A la muerte, los malos tratos, tortura y vejaciones se sumaron, en numerosos casos, y muchas veces, de manera simultánea, las incautaciones de bienes muebles e inmuebles, las multas, así como la pérdida del puesto de trabajo, tanto en la administración pública como en el sector privado. Todos aquellos que no estuvieran en sus puestos de trabajo o en sus domicilios en el plazo de tiempo comprendido entre el golpe de estado del 18 de julio y las 48 horas posteriores se vieron obligados por ley a justificar su ausencia y, a medida que iban cayendo ciudades en manos del ejército golpista, todos los evacuados y huidos se vieron en el trance de justificar algo que, en el mejor de los casos, podía significar una breve estancia en un centro de detención y en el peor, la muerte. Todo ello, con ser grave, no nos permite comprender la importancia de esta fecha. Porque a la represión de los ocho primeros años le siguieron otros 30 en los que el derecho de reunión, manifestación, asociación… desaparecieron de la vida de nuestra ciudad por no hablar de la persecución de la cultura en su sentido más amplio, y de la vasca en particular, en cuyo caso se llegaron a situaciones en las que, si no fuera por lo que de dolorosas tuvieron, se podrían calificar de surrealistas.

Pero no todo fue persecución política. Esta realidad convivió con los alegres veranos azules del Azor en la bahía, las recepciones y puestas de largo en los clubs sociales, el enriquecimiento económico y la ocupación de cargos de quienes fueron denominados, según su propia definición, «afectos al Régimen». Un régimen que, hasta el final, mantuvo la diferencia entre los pertenecientes al bando de los vencidos y el de los vencedores y cuyos servidores, ya fuera desde sus cloacas o desde sus despachos, jamás rindieron cuentas ante ningún tribunal, ni expresaron condena alguna para con el régimen al que sirvieron, ni dieron muestra de respeto, ni remordimiento por el sufrimiento causado a sus víctimas. Las primeras elecciones municipales de carácter democrático llegaron en 1979, pero ello no supuso, desgraciadamente, el final del uso de la violencia. Nuestras calles han vivido numerosos actos violentos y asesinatos hasta mucho tiempo después.

El largo periodo entre septiembre de 1936 y septiembre de 2011 está cubierto de miedos, ausencias, silencios, e injusticias nunca reparadas. Cada cual puede extraer sus propias conclusiones, incluir matices y enriquecer la historia con vivencias propias o heredadas, pero si para algo puede servir esta efemérides es para recordar que lo que hoy somos lo debemos a lo que otros antes que nosotros fueron.

http://www.deia.com/2011/09/13/opinion/tribuna-abierta/donostia-13-de-septiembre-de-1936