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Digresiones sobre un poeta muerto

Juan Gabriel Vásquez. El Espectador, 10 Nov 2011 | 12 noviembre 2011

Mis alumnos norteamericanos suelen tener serios problemas para entender la Guerra Civil Española

 

La clase que les doy gira alrededor del boom de la literatura latinoamericana y no es poca su confusión cuando comienzo a hablarles de la república legítimamente establecida en España, de sus leyes progresistas y su espíritu liberal, y luego de la sublevación armada de Franco, de su victoria en 1939, de la persecución y el exilio de los republicanos vencidos. Tarde o temprano se empieza a pintar en sus caras una mueca de perplejidad, y más temprano que tarde algún impaciente levanta la mano y pregunta: “¿Pero qué tiene que ver esto con el boom?”. Entonces echo mano de uno de los más viejos clichés sobre la guerra y sus consecuencias más allá de las fronteras españolas: “Bueno, ya saben ustedes: la Guerra Civil Española la ganaron los mexicanos”.

Y trato de contarles cómo el momento cultural que produjo el boom no es concebible sin ese fenómeno extraordinario que fue el exilio republicano: sin las editoriales fundadas por republicanos, las revistas fundadas por republicanos, los libros escritos en Latinoamérica por republicanos expulsados de España tras la victoria del fascismo. En México escribió sus novelas Max Aub e hizo sus películas Luis Buñuel. En Argentina escribió sus poemas Rafael Alberti, y en Puerto Rico escribió los suyos Juan Ramón Jiménez. Hasta Estados Unidos, que recibió a Pedro Salinas y a Ramón J. Sender, recibió los beneficios indirectos de aquella desgracia geopolítica. (Colombia, en cambio, cerrada como ha sido siempre, alérgica a los extranjeros y conservadora aun en sus gobiernos liberales, fue poco solidaria con los republicanos. Y así nos va).

Pensé en esto al enterarme, hace un par de días, de la muerte del poeta Tomás Segovia, que andaría por los 13 años cuando llegó a México. “Yo no fui al exilio”, solía decir para evitar aprovecharse de su situación: “A mí me llevaron”. Sea como fuere, Segovia creció en México y en México hizo lo suyo: desde dirigir la redacción de la revista Plural —una de esas que han marcado su tiempo— hasta escribir algunos de los grandes poemas del siglo pasado. Fue, además, un traductor de un raro talento: aparte de encargarse con éxito de La invención de lo humano, el bello mamotreto de Harold Bloom sobre Shakespeare, Segovia nos dejó la única traducción de Hamlet que nos hace olvidar brevemente la lengua sobrehumana del original. (En Latinoamérica, tanto el libro de Bloom como la traducción de Hamlet fueron publicaciones de editorial Norma: esos tiempos, ya remotos, en que los mandamases del grupo Carvajal eran gente de cultura).

Según he leído en alguna parte, Tomás Segovia solía decir que sus días tenían 48 horas; sólo eso explica que la vida le haya dejado tiempo para tantas cosas y además para escribir libros como Anagnórisis y poemas como “Don de lo hecho”, “Dime mujer” o el número 15 del Cuaderno del Nómada, que he vuelto a visitar para sacar estos versos con sabor de despedida: “Me voy libre de peso/ Contento de no ir a ningún lado/ De no ser el ausente en ningún lado”. Y pienso que no, que Segovia nunca será el ausente. Y pienso que sí, que Segovia puede estar contento.

http://www.elespectador.com/impreso/opinion/columna-310625-digresiones-sobre-un-poeta-muerto