Federación Foros por la Memoria
Comunicados y Documentos de la Federación
Noticias
Agenda
Artículos y Documentos
Home » Artículos y Documentos

Juan Carlos, ese hombre

Blog de José Juan Hernández, 27-12-2011 | 31 diciembre 2011

Jamás ha dedicado unas palabras de reconocimiento hacia todos los que padecieron la dictadura que lo ubicó a usted en el trono que ostenta

 

¿Quién ha oído hablar de Pedro Nolasco Perdomo Pérez? Casi nadie. Estuvo encarcelado 33 años, entre  1936 y 1969. De los 30 a los 63 años de edad. Como dice el bolero (una de mis pasiones, tan lleno de tópicos y mentiras): «toda una vida». Pasó por diferentes penales durante esos 33 años. Todos esos penales estaban en el barrio obrero de La Isleta, en la isla de Gran Canaria. Eran las casas de sus hermanas. Ellas acogieron su vida de «topo». Uno más de las decenas que existieron en la geografía del estado español en ese periodo de 40 años y «extraordinaria placidez» de la que habla el militante del PP y ex ministro Mayor Oreja. Pedro Perdomo abandonó su vida de autoencarcelamiento, viejo y enfermo, en 1969, cuando el régimen fascista del general Franco declaró extinguidas las responsabilidades políticas, de los rojos por supuesto, derivadas de la Guerra Civil. Murió en 1974. La vida ni siquiera le compensó con la justicia poética de morir después que su carcelero virtual.

La verdad es que la vida, tan abundante en leyes, es poco dada a la justicia. Casi nadie sabe quiénes fueron Eduardo Suárez (diputado canario comunista del Frente Popular) o  Fernando Egea (farmacéutico de Agaete, pueblito de Gran Canaria). O el alcalde de San Lorenzo y sus 4 compañeros, con los que el PP se resiste a llevar a cabo el compromiso, de la anterior corporación, de otorgarles en su barrio una calle. Todas estas personas y muchas más fueron fusiladas en Canarias donde, insisto, no hubo guerra. Toda esta gente, como la de tantos otros lugares del estado español, serían en otro país considerados héroes y tendrían reconocimiento y honores por su lucha contra el fascismo.

Aquí no.

Aquí existe un hombre providencial que sacrificó su vida largos años al lado de un dictador sanguinario:  Juan Carlos. Ese hombre llegó en 1948, con 10 añitos, a España y estuvo 27 años sufriendo indeciblemente por cada persona que era torturada en la lucha antifascista, por la viuda de cada fusilado o agarrotado (esa forma de ajusticiar tan «cristiana» que es el garrote vil), por cada condenado a largos años de cárcel. Qué estúpidos fueron todos esos que lucharon contra el fascismo. Algunos fueron tan, tan tontos, que hasta se dejaron la vida: Juan García «El Corredera», Julián Grimau, Enrique Ruano (para que saltaste por la ventana a tus 21 años, si los «sociales», policía política, eran cojonudos, todos ellos unos años mas tarde eran custodios de la democracia traída por el hombre providencial), Salvador Puig Antich, Antonio González Ramos (muerto por torturas en la comisaría de Santa Cruz de Tenerife). Todos tenían que haberse estado quietitos, hacer lo que dicen que le dijo Franco a un ministro quejoso: «Usted haga como yo, no se meta en política». Cuanta sangre derramada en vano en la lucha contra el fascismo. Pobres ignorantes, ignoraban que esa sombra, de vida disipada y sufrimiento interior, que el genocida fascista había nombrado sucesor a titulo de rey en 1969 nos iba a traer la democracia envuelta en papel de celofán. Lo tuyo fue peor, Javier Verdejo, a ti te pegó un tiro la guardia civil en agosto de 1976 mientras pintabas en una pared: «Pan, trabajo y libertad». Hay que ser capullo Javier, si todo estaba controlado, mira que morir así con 19 años teniendo ya un rey, un hombre providencial, que estaba «pariendo» una democracia. Su antecesor también, según las monedas oficiales, fue un hombre providencial: «Caudillo de España por la gracia de Dios». Llevamos 75 años acunados por los brazos de hombres providenciales. El primero, padre severo, cirujano de hierro, nos disciplinó; el segundo, hombre, perdón, sufridor campechano, nos dio la libertad. Eso sí, a este campeón de la libertad le faltó un gesto de generosidad: preguntarnos si le queríamos o no, como rey, por supuesto. El nunca realizado referéndum que la oposición antifascista, reunida en la Junta Democrática, defendía, sin ir más lejos en 1974.

Usted, ciudadano Borbón, vino empaquetado en el lote constitucional del 78, salvavidas agujereado al que se agarran sus defensores para mantener a flote su legitimidad democrática. O todo o nada. O libertades con Borbón o militares facciosos acechantes. Parece algo tramposillo el asunto ¿no? Usted y la bandera eran intocables. E intocable ha seguido largos años, custodiado férreamente por unos medios que han enaltecido su figura hasta el sonrojo (incluso babean ante discursos tan previsibles, a ver si se esmeran sus «negros», como el del 24, a mi me sigue pareciendo más clarita mi postal republicana). Los críticos seguimos estando en la marginalidad, en las cloacas de internet, esos rojos irredentos de la prensa alternativa, o los márgenes que nos deja Público.

Aparte de no haber tenido la valentía ética de preguntarnos si le queríamos o no, usted ha tenido lo que yo llamaría una vileza: jamás ha dedicado unas palabras (y no hablo de generalidades vacuas) de reconocimiento expreso hacia todos los que padecieron, combatiéndola o resistiéndola, la dictadura que lo ubicó a usted en el trono que ostenta.

Por esa razón yo soy pedroperdomista, eduardosuarista, egeísta, y una infinidad de etcéteras. Por esa razón yo no soy, ni seré nunca juancarlista. Siempre le he dicho a mis alumnos que la historia, más allá de los hombres providenciales, cuyos nombres quedan en los libros de historia, la hacen, por activa o por pasiva, los pueblos, la gente común (ojo, de ahí viene el término comunista). No me resisto a incluir aquí el conocido poema de Bertolt Brecht «Preguntas de un obrero que lee»:

 

¿Quién construyó Tebas, la de las Siete Puertas?

En los libros figuran sólo los nombres de reyes.

¿Acaso arrastraron ellos bloques de piedra?

Y Babilonia, mil veces destruida, ¿quién la volvió a levantar otras tantas?

Quienes edificaron la dorada Lima, ¿en qué casas vivían?

¿Adónde fueron la noche en que se terminó la Gran Muralla, sus albañiles?

Llena está de arcos triunfales Roma la grande. Sus césares ¿sobre quienes triunfaron?

Bizancio tantas veces cantada, para sus habitantes ¿sólo tenía palacios?

Hasta la legendaria Atlántida, la noche en que el mar se la tragó,

los que se ahogaban pedían, bramando, ayuda a sus esclavos.

El joven Alejandro conquistó la India. ¿El sólo?

César venció a los galos. ¿No llevaba siquiera a un cocinero?

Felipe II lloró al saber su flota hundida. ¿Nadie lloró más que él?

Federico de Prusia ganó la guerra de los Treinta Años. ¿Quién ganó también?

Un triunfo en cada página. ¿Quién preparaba los festines?

Un gran hombre cada diez años. ¿Quién pagaba los gastos?

A tantas historias, tantas preguntas.

 

Creo que debo ser honesto hasta el final. El 13 de abril de 1977 sobre las 11 de la noche tres compañeros ( a dos les perdí la pista , otro entra aquí a menudo y es buen amigo, aunque yo siempre no fui, y lo siento en el alma, correcto con él) y el que esto escribe, que tenía 17 años, fuimos detenidos por pegar carteles a favor de la república. Un «social», desde un plano superior, sentado en una mesa, mientras me interrogaba, ponía la suela de su zapato sobre mi pantalón. Sentí, aunque había muerto Franco, y ya gobernaba el hombre providencial, la sucia «bota» del fascismo sobre mí. En otro lugar de este blog ya he citado al periodista Javier Ortiz, fallecido en 2009. Durante varios años sacó a la luz sus deliciosos artículos bajo el epígrafe «Diario de un resentido social». Algunos creo que hemos quedado reducidos a esa condición. A la del resentido repetitivo. Tal vez sea hora de callar.

http://josejuanhdezlemes.blogspot.com/2011/12/el-rey-juan-carlos-ese-hombre.html?spref=fb