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Así asesinaron a Ana París

Más Público.org, | 15 mayo 2012

Tras las investigaciones realizadas por el historiador sevillano Joaquín Octavio Prieto, cuando Juan José ha comprendido que su madre no lloraba la muerte de Franco

OLIVIA CARBALLAR (Sevilla)

Manoli Díaz lloraba como una magdalena el día que murió Franco. “Yo la miraba aquella tarde y no lo entendía, no entendía por qué mi madre estaba así”, reflexiona su hijo Juan José Romero, un chavalillo aquel 20 de noviembre de 1975 ajeno a lo que el dictador había hecho con su familia. Nadie, ni su madre, le habló nunca de la barbarie. Por miedo, por dolor.

No ha sido hasta ahora, tras las investigaciones realizadas por el historiador sevillano Joaquín Octavio Prieto, cuando Juan José ha comprendido que su madre no lloraba la muerte de ningún dictador. Con aquellas lágrimas, Manoli simplemente expulsaba el ahogo con el que había vivido desde los cinco años.

A esa edad le mataron a su madre, Ana París, la única mujer en Sevilla asesinada por garrote vil de la que se tiene constancia hasta la fecha. Fue juzgada en consejo de guerra, condenada a muerte en 1937 y estrangulada en la Prisión Provincial el 5 de febrero de 1938. Tenía 38 años, una hija de cinco –Manoli– y un hijo de tres –Rafael–. Su marido estaba huido. Y su crimen, en resumen, fue liderar la sección de mujeres de la UGT en el pueblo donde vivía, La Roda de Andalucía.

“Se dedicó a la organización de una asociación femenina afecta a la UGT y se dedicó con dos compañeras más a afiliar a las mujeres de la localidad… Fue requerida por varias vecinas, la serranilla, la pura, la del antequerano, la sevillana, la del terrible, Araceli, la valle, la laura [sic], todas vecinas de la calle Pérez Galdós que al llegar a la estación estaba parado el tren y en libertad el Lázaro [un comunista al que supuestamente ayudó a huir]”, sostiene el expediente, facilitado por el historiador Prieto.

«Peligrosidad social»

La sentencia concluye: “Debemos condenar y condenamos… a la procesada Ana París (…) como autora de un delito de Rebelión Militar en el que ha concurrido la máxima circunstancia de agravación, de trascendencia del delito, perversidad y peligrosidad social de su autor, a la pena de muerte, entendiéndose que dicha pena, en el caso de que la misma fuera indultada, había de ser sustituida por la de Reclusión perpetua o de treinta años de duración…”.

La conmutación de la pena nunca llegó. Quizá nadie lo esperaba. Ni ella misma, que no imaginó tampoco la crudeza con que sería asesinada. Así lo cuenta el propio director de la prisión, Siro López, en un relato estremecedor, con el epígrafe “ejecución entorpecida”, recogido por el historiador José María García Márquez en una obra sobre las víctimas en la provincia de Sevilla, en la que está trabajando actualmente.

Se había ordenado a la celadora del departamento de reclusas que en la tarde anterior cortaran los cabellos a la mujer que había de ser ejecutada en la mañana siguiente, procurando dejar el cuello completamente despejado y libre de todo pelo. Como quiera que dicho corte no se realizó en la forma ordenada y debida, al colocar el verdugo el corbatín en el cuello de la condenada y manipular el torniquete, se enredó éste en los cabellos impidiendo la muerte fulminante como debía ser en funcionamiento normal, obligando al ejecutor a volver a colocar mejor el aparato, levantando bien los cabellos que estorbaban y consumándose así la ejecución, tras los naturales momentos de angustia de la víctima y del nerviosismo de los asistentes”, recoge García Márquez en su documentación.

El terror en directo, en su mayor dimensión. “El director, el médico, el cura, los hermanos de la Caridad, el representante del gobernador, el juez militar… Todos testigos del horror que la nueva España estaba llevando a cabo, aunque ninguno de ellos movieran un solo dedo para impedirlo”, denuncia el historiador.

A Ana París nunca se le pasó por la cabeza que sería estrangulada. Vivió sus últimas horas intentando templar su miedo con la histórica dirigente socialista Dulce del Moral, también presa en la cárcel de Sevilla. El fusilamiento sólo sería un momento. Un disparo y ya. Un segundo con el que se pondría fin a la tortura. Esas eran las palabras de consuelo.

“Pero, poco después –continúa García Márquez- y cuando parecía que Ana encontraba fuerzas, entraron funcionarios de la prisión para decirle que sería ahorcada y que una celadora tenía que pelarla antes. En ese momento, Ana se hundió completamente, al igual que Dulce. El haber pensado que iba a ser fusilada y, de pronto, de forma brusca, conocer que sería ahorcada, fue superior a su capacidad de resistencia. Finalmente, se levantó, y cuando se la llevaban para pelarla y ejecutarla, se volvió hacia Dulce y, quitándose unas horquillas del pelo, le dijo que se las diera a su marido cuando llegara a verlo, y le dijera que era lo único que podía darle. Su marido, Juan Aniceto Díaz, aún estaba huido”.

Falsas esperanzas

La angustia de Ana París en la cárcel fue infinita. En unos pocos meses se enteró del fusilamiento de 12 vecinos de su pueblo y de otra persona más, Rafael Graciano. El consejo de guerra de este último se celebró un mes después que el suyo, con lo que es probable, según García Márquez, que Ana abrigara la esperanza de que su condena hubiera quedado ya conmutada.

El mismo día de su ejecución, fueron igualmente asesinados José Muñoz Mesa y Miguel Sancho Torres, ambos trabajadores del campo y ugetistas de Villanueva de San Juan. También el barbero sevillano del Partido Sindicalista Miguel Ortega Fernández. “Se trataba de demostrar el poder, estas ejecuciones servían de ejemplaridad”, concluye el historiador Joaquín Octavio Prieto, también natural de La Roda de Andalucía.

“Todo lo que sé sobre mi abuela, lo sé por Joaquín. En mi familia había una parte que decía que la abuela había muerto de cáncer”, explica Juan José.

Manoli, fallecida hace cuatro años, sabía que no fue así. Al profesor Prieto, poco antes de morir, le describió cómo era la cárcel, donde fue a visitar a su madre con sus solo cinco años. Aquella imagen siempre vivió con ella. Por eso lloraba Manoli. Por eso lloraba como una magdalena el día que murió Franco.

http://maspublico.org/asi-asesinaron-a-ana-paris-2/