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Memoria de los brigadistas internacionales, en Zúrich y en Madrid

Félix Población. Más Público, 10/11/2012 | 11 noviembre 2012

En Zúrich una placa recuerda a los ciudadanos suizos que lucharon en España junto a las Brigadas Internacionales

FÉLIX POBLACIÓN |

Desde el pasado viernes, en el número 5 de la calle Neumarkt del centro histórico de Zúrich -en cuyo edificio se albergaran como huéspedes Lenin y Trotsky-, una placa recuerda a los ciudadanos suizos que lucharon en la Guerra de España junto a las Brigadas Internacionales. Participaron en total 800 voluntarios, según se especifica en el texto impreso que describe la razón de su memoria: “800 hombres y mujeres combatieron en la Guerrra Civil Española (1936-1939) como voluntarios contra el fascismo, por la democracia y la libertad. De entre ellos, 200 perdieron la vida. Los que fueron repatriados dieron desde esta casa ejemplo para las generaciones futuras de una cultura de la Solidaridad Internacional”.

El autor de la placa, realizada en aluminio con implantaciones cerámicas sobre los tres colores de la bandera republicana, es el grafista y diseñador suizo Bruno Kammerer, que no considera su trabajo como un mero homenaje nostálgico a quienes legaron una herencia de solidaridad a las generaciones siguientes, sino que va más allá del pasado y se proyecta hacia el futuro, como recordatorio de resistencia y lucha contra lo que él califica como naciente y creciente neofascismo económico.

Kammerer, que dice haberse criado entre las piernas de esos voluntarios en la casona de Neumarkt 5, conoció muy bien a muchos de los brigadistas y acompañó en el último tránsito de sus vidas a ocho de ellos, en cuyo entierro estuvo presente. Identifica la lucha de esos voluntarios como el momento en que realmente se puso en práctica, en toda la historia de la humanidad, la solidaridad internacional, según leo en la noticia difundida por la agencia Swissinfo. “El pueblo español y los voluntarios llegados de medio mundo demostraron que la cultura de la solidaridad es posible. Pero luego nunca más se repitió algo igual. Creo que de esa época debemos aprender a aplicar la lucha solidaria en nuestro tiempo”.

A la pregunta del periodista relativa a si cree que entre la España de aquellas circunstancias históricas y la de hoy puede existir alguna semejanza, Bruno Kammerer no cita a nuestro país pero entiende que lo ocurrido en los años treinta en Europa comenzó con síntomas muy similares a lo que vemos hoy en Grecia y Hungría con el nacimiento y auge de partidos ultraderechistas. “Europa está volviendo atrás”, asegura.

El contingente helvético de las Brigadas Internacionales fue, proporcionalmente, uno de los más numerosos en defender la segunda República española contra el llamado movimiento nacional del general Franco y sus aliados nazi-fascistas en los gobiernos de Alemania e Italia.

Formaban ese contingente militantes comunistas, socialistas, anarquistas y antifascistas, muchos de los cuales se alistaron en el Batallón Chapaev, formado por combatientes de hasta 21 nacionalidades. Cuando regresaron a Suiza los 600 sobrevivientes, 420 fueron condenados a varios meses de prisión y privados de sus derechos cívicos durante largo tiempo, pues el artículo 94 del Código Penal vigente prohibía que los ciudadanos suizos se alistasen en un ejército extranjero sin la autorización del Gobierno. Hasta hace tres años, el Parlamento de aquel país no rehabilitó a quienes acaban de ser honrados ahora, en la placa de Bruno Kammerer de Neumarkt 5, como ejemplo de una cultura de la Solidaridad Internacional.

Un libro de Peter Huber y Ralph Hog, titulado Los voluntarios suizos en la Guerra Civil española (Ed. Silente), da detallada reseña biográfica de todos aquellos voluntarios. Entre ellos se encuentra el último brigadista que aún queda con vida, nacido en 1917 y residente en la región de Zúrich, que se mantiene alejado de todo contacto con los medios de comunicación. Me gustaría saber lo que nos dice con su distanciamiento y su silencio, pero me temo que la razón se la va llevar consigo en su último viaje (*).

A falta de esa voz, me llega a través de la Asociación de Amigos de las Brigadas Internacionales el último testimonio por escrito de uno de los tres últimos brigadistas británicos sobrevivientes, David Lomon, que ahora mismo se encuentra en Madrid con las tres generaciones Lomon que lo siguen, y que va a participar en una serie de actos con motivo de la presentación del libro Lugares de las Brigadas Internacionales en Madrid, de Ken O’Keefe. Esto dice David Lomon, que no es el último judío sobreviviente de aquella ejemplar Cultura de la Solidaridad Internacional, pues mi amigo Gerhard Hoffmann sigue con nosotros en su pueblecito austriaco cerca de Wienner Stadt, donde tuve el gusto de acompañarlo:

Testimonio de David Solomon/ David Lomon

El fascismo y la opresión se extendieron por Italia, Austria y Alemania. La amenaza a Europa y Gran Bretaña iba creciendo día a día. En España Hitler y Mussolini ayudaron al general fascista Franco.

Fue en 1936 y comenzaron apoyando el puente aéreo de los miles de soldados españoles y moros que pasaron de África a España para lanzar la guerra contra el gobierno elegido en España. Hitler siguió suministrando aviones de guerra con sus tripulaciones. En Gran Bretaña, los “camisas negras” fascistas, seguidores de Hitler y Mussolini y dirigidos por Oswald Mosley, difundían sus ideas venenosas y estaban ganando apoyo en todo el país. En su intento por ganarse el favor de Hitler emulando sus mítines en Berlín, Mosley organizó una gran manifestación en Londres en la que los “camisas negras” y otros grupos de la derecha antisemita harían una marcha el 4 de octubre en East End, el barrio al este de Londres donde había más población judía. Ante la noticia, muchos grupos antifascistas unieron para impedir la concentración. Y así, en la mañana del 4 de octubre de 1936 se citaron en Cable Street para gritar “¡No pasarán! ¡No pasarán!”.

Así comenzó lo que desde entonces se conoció como la batalla de Cable Street. A lo largo de toda la marcha hubo sangrientos enfrentamientos. Al final la policía intervino dispersando a los que marchaban y llevándose escoltado a Mosley y sus partidarios fuera de Londres.

La noticia de la batalla de Cable Street y de la humillación que supuso para Mosley se difundió por todo el país. Este fue el punto de inflexión y el comienzo de la caída del movimiento fascista en Gran Bretaña. Para mí, como para tantos otros, la lucha contra el fascismo no había terminado, no había hecho más que empezar. Comencé a pensar en hacer algo más activo contra Hitler, Mussolini y Franco, así que decidí unirme a la Brigada Internacional recién formada y ayudar al pueblo español en su lucha contra las fuerzas del fascismo que amenazaban a su país y al mundo entero. Entré en contacto con la Liga de Jóvenes Comunistas, el grupo que estaba organizando los viajes a España y que me proporcionó un billete de tren para una escapada de fin de semana en París, que no requería pasaporte. Me aconsejaron que cambiara mi apellido de David Solomon por otro menos aparentemente judío; al ir a luchar contra los fascistas, si tenía la mala suerte de ser apresado, podría ayudarme a sobrevivir (no imaginaba yo entonces cuánta razón tenían). Así que eliminé las dos primeras letras de mi nombre y me convertí en David Lomon, nombre por el que todavía hoy soy conocido.

Dejé una carta a mi madre y mis hermanas, en la que no les confesé mis intenciones, y me puse en camino hacia París. Pasé dos noches en un local del Partido Comunista en París donde fui inscrito y me hicieron un examen médico. Me uní a grupos de hombres con parecidas ideas procedentes de muy diferentes países y a la mañana del tercer día nos llevaron en autobús a las estribaciones de la Pirineos. Llegamos por la noche y nos estaban esperando dos guías españoles con los que iniciamos la marcha. Había unos guardias fronterizos franceses que, increíblemente, nos dieron la espalda y miraron a otro lado. La subida nocturna por la montaña fue ardua y peligrosa, pero la expectativa de ver el final de nuestros esfuerzos hizo que nadie se quejara. Al amanecer nos dijeron que habíamos llegado a España. Agotados, pero llenos de esperanza, nos acogieron soldados españoles que sin perder tiempo nos llevaron en camiones a Figueras donde nos alojaron en lo que nos pareció una antigua fortaleza árabe. En los días siguientes se nos unieron otros pequeños grupos de hombres y finalmente nos llevaron en un largo viaje por carretera hasta la base de entrenamiento de las Brigadas Internacionales. Fue allí donde encontré a hombres y mujeres de toda Gran Bretaña. Venían de todas las clases sociales y creencias políticas: mineros, abogados, doctores, obreros, trabajadores portuarios… Todos estaban allí, incluso combatientes de la Primera Guerra Mundial; pero estábamos allí con una misma finalidad: luchar contra el fascismo y por la libertad del pueblo español.

El entrenamiento fue largo y duro y tuvimos que conformarnos con armas antiguas, en su mayoría de antes de la guerra de 1914-18, y con las viejas ametralladoras rusas. La comida no era mucho mejor: carne de burro, sardinas y alubias era nuestra dieta básica. Sin embargo, estábamos tan determinados a superar todas las dificultades que acabamos por aceptar lo que nos daban y la instrucción que hacíamos. Después de todo no habíamos ido a España a comer sino a pelear. Me enseñaron a disparar la ametralladora rusa Maxim, un arma vieja y pesada que se refrigeraba con agua y requería mucho mantenimiento. Recuerdo que en una ocasión en que estábamos luchando en una zona alta de montaña, se congeló el agua y entonces descubrimos otro uso para el brandy español: sustituimos el agua por brandy y la ametralladora siguió disparando. Los españoles eran fantásticos, con una actitud increíble hacia la vida. Su gobierno estaba haciendo lo mejor posible para mejorar su nivel de vida, teniendo en cuenta que la mayor parte de su vida tuvieron que aguantar la represión, la pobreza, la mala alimentación y los malos tratos.

Tenían muy poco, pero compartían con nosotros lo poco que tenían. La guerra, sin embargo, no iba bien. El bombardeo constante de los pueblos y aldeas estaba pasando factura. El ejército fascista español, bien equipado y reforzado con las tropas moras e italianas, seguía ganando terreno en todas partes. Málaga y Teruel habían caído y ahora se dirigían de nuevo a Madrid. Las Brigadas Internacionales habían hecho lo posible para salvar Madrid, pero la presión era intensa. Estuvimos luchando a lo largo del río Ebro en la que iba a ser mi última batalla. Fui capturado por tropas italianas, aunque no sé exactamente cómo sucedió aquello, ya que me encontraron boca abajo e inconsciente. Lo último que recuerdo fue la defensa de un puente en algún lugar a lo largo del Ebro y mi despertar en la parte trasera de un camión custodiado por las tropas italianas.

Me llevaron, junto con otros presos, al antiguo monasterio de San Pedro de Cardeña. Estuvimos hacinados en el sótano, donde muchos murieron por falta de atención médica y de alimentos. Pronto nos organizaron por grupos. El mío, compuesto principalmente por combatientes británicos, fue trasladado a un campo de prisioneros de guerra en Palencia.

Allí pasé unos meses horribles. La Gestapo venía cada pocas semanas a llevarse ciudadanos alemanes y, en particular, a judíos. Fue entonces cuando agradecí el consejo que me dieron en Londres de cambiar mi nombre; eso me salvó la vida. Un día en que estábamos agrupados nos dijeron que uno de cada cuatro de la lista iba a ser canjeado por cuatro de sus propias tropas capturadas. Para mi alivio, yo estaba en la lista de intercambio. Nos llevaron a un lugar de la frontera francesa, donde se procedió al intercambio. Luego nos llevaron en tren hasta la costa y nos embarcaron en un buque que nos devolvió a casa. Durante la Guerra Civil española, los gobiernos de Francia y Gran Bretaña dieron la espalda a lo que estaba ocurriendo en España y al papel activo que Alemania e Italia estaban jugando allí. Un año después del final de la guerra española, cuando Hitler y Mussolini desencadenaron la guerra tras ganar una gran experiencia operativa a costa de los españoles, ambos pagaron el precio de su indiferencia.

Me han dicho que soy uno de los tres únicos brigadistas que sobreviven en Gran Bretaña y el último judío combatiente en España. Me resulta difícil creerlo. Si todavía hay algún otro como yo que no se haya dado a conocer por la razón que sea, por favor, hacédmelo saber por si pudiera ayudar algo con mi vieja memoria. Tengo 94 años y me gustaría llenar algunas lagunas.

*Me comunica Ralph Hog, una vez escrito este artículo, que “el último brigadista de Suiza es un fantasma. No existe. Existen según mi conocimiento tres brigadistas que aún viven, pero no es posible hablar con ellos porque son demasiado viejos y enfermos”.

http://maspublico.com/2012/11/10/memoria-de-los-brigadistas-internacionales-en-zurich-y-en-madrid/