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Sobre Carrillo y Paul Preston

Ángel Viñas. Sistema, 17-04-2013 | 22 abril 2013

el-zorro-rojo-biografia-de-carrillo-9788490324226La reciente biografía de Paul Preston sobre Santiago Carrillo ha despertado reacciones apasionadas

 

 

SOBRE CARRILLO Y PAUL PRESTON

La reciente biografía de Paul Preston sobre Santiago Carrillo ha despertado reacciones apasionadas. Aquí mismo la ha comentado, muy desfavorablemente, Julián Ariza. Suscita, también, una serie de cuestiones genéricas que los historiadores profesionales han debatido durante años. Se impone una cierta reflexión.

Sin contar las páginas de notas la biografía tiene 333. De ellas, 260 se destinan a examinar la trayectoria del biografiado hasta que empezó a auparse a su gran papel estelar de ámbito nacional hacia 1970. Carrillo tenía entonces 55 años. En ese momento contaba con una vida política que había ido ‘in crescendo’ durante 40 años. Un 78 por ciento de la biografía se destina a examinar un 72 por ciento de su trayectoria hasta entonces. Es una proporción razonable. Una biografía debe cubrir toda una vida, no solo un segmento. Las consecuencias operacionales para el historiador las ha demostrado cumplidamente el malogrado Julio Aróstegui en su reciente biografía de Largo Caballero.

Julián conoció directamente a Carrillo y algunos de los episodios descritos por Paul los vio de otra manera. Lógico. Supongo que con ello no habrá querido implicar que, por tal hecho, suplanta con ventaja al biógrafo. Algunas de las personas que menciona han dejado sus recuerdos y no encajan precisamente con sus percepciones. Preston habló con muchos, pero su reconstrucción se sustenta esencialmente en fuentes primarias o en análisis previos, de naturaleza histórica, seudohistórica y relatos autobiográficos. Normal.

El salto a la fama en el mundo occidental lo dio Carrillo al abrazar el “eurocomunismo”. No fue, exactamente, porque descubriese súbitamente, en el contexto de la invasión de Checoslovaquia, la naturaleza exacta de los camaradas soviéticos. Un autor inglés, David W. Pike, citado por Preston, subtituló uno de sus libros referido a los comunistas españoles “días de gloria, días de vergüenza”. El PCE tuvo su época de gloria (con máculas) durante la guerra civil. También pasó por una larga etapa de servilismo hacia la URSS. De lo contrario no habría sido comunista. La bolchevización de la dirección a partir de 1939 tuvo muchos protagonistas y entre ellos figuró destacadamente Santiago Carrillo. Es innegable.

Las insinuaciones contra Preston me parecen en gran medida ofensivas. La biografía, crítica en muchos aspectos del biografiado, no es la primera que ha ido en esta dirección. Preston ha dedicado en ella poca extensión a la transición. Se olvida que, hace ya años, escribió una monografía al respecto. La orientación del PCE en la misma la habían ya apuntado los réprobos por excelencia, Fernando Claudín y Jorge Semprún, ambos muy críticos del secretario general.

Supongo que hay algún resorte que propulsa a ciertos hombres políticos hacia la cúspide, cueste lo que cueste. Preston no afirma que Carrillo fuese igual que Franco. Entre otras razones, se olvida que ha dedicado un grueso libro a detallar el holocausto español, cuya responsabilidad directa o indirecta recae esencialmente sobre el dictador y los conspiradores que, con ayuda fascista, prepararon una guerra civil. Pero sí era común a ambos el afán de poder. Los métodos y las prácticas, obviamente, no fueron similares pero tampoco hay que ocultarlos en el caso comunista: lo ocurrido con Quiñones, Monzón y Trilla (por no hablar de otros) fueron una trasposición estalinista. El PCE tardó demasiado (en comparación con el PCI) en liberarse de su influencia.

Creo, y Julián me perdonará si lo interpreto mal, que la clave de su crítica se encuentra en la afirmación de que vivimos una etapa difícil para la izquierda y que “declaraciones como las de Paul Preston no son precisamente una ayuda”.

Esto es confundir churras con merinas. Paul Preston es un historiador. No un activista. No ha sido miembro del partido comunista. Tampoco del socialista. Su papel es otro. Consiste en arrojar luz sobre el pasado, cueste lo que cueste y caiga quien caiga.

Es obvio que al historiador no puede exigírsele que sea axiológicamente neutro (quienes lo hacen, aunque nunca siguen sus exigencias, están por lo general en la derecha). Sí puede exigírsele que sea objetivo, es decir, que base sus afirmaciones en evidencia examinable intersubjetivamente, que no violente los hechos y que no comulgue ni haga comulgar con ruedas de molino.

El papel del historiador no es servir de soporte de la izquierda. Tampoco de la derecha. Quién lo hace se excede. En un proceso de meditación y de autoexigencia continuo debe contribuir a reconstruir el proceso histórico y a sustituir los mitos que lo recubren por análisis objetivos. No puede abdicar de su papel de “árbitro moral”. Ya dijo Lord Acton (aquel que subrayó que “el poder corrompe, pero que el poder absoluto corrompe absolutamente”, tan caro hoy a una derecha que por lo demás se rie de tal ‘dictum’), que “al juzgar hombres y actos la ética va por delante del dogma, de la política y de la nacionalidad”.

En este sentido, no hay figura histórica, ni de izquierdas ni de derechas, que deba estar a salvo de la crítica, fundamentada, del historiador. Será instructivo abordar aquéllas que muestren si, cuándo y cómo Preston ha forzado la evidencia. Por cierto, nunca ha disminuído dicho autor el heroísmo de los militantes de base del PCE, o de otros, en la lucha contra la dictadura. Sí ha lamentado que, en ocasiones, tal heroísmo se distorsionara (caso de Grimau) o se utilizara al servicio de una estrategia que no podía llegar a puerto.

Conocí a Fernando Claudín en los años de la Transición. Siempre me interesó saber el trasfondo no documentado de su defenestración. Nunca fue más allá de lo que había escrito. Yo entonces no sabía lo que se ha sabido después y ha analizado Preston. Más valdría que sus críticos midieran el derrotero del PCE en la Transición por los criterios derivables de las tesis que amenazaron con arrojar a Claudín en brazos de la miseria.

Ángel Viñas

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