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Concha Carretero, desobediente: “No pasarán. Y si pasan, ¡con no hablarles!”

Marcos Rebollo Fidalgo. Periodismo Humano, | 18 julio 2013

CONCHA1.EDIT_-600x400Compartió celda en Ventas con las 13 rosas

 

 

Su padre, anarquista, atentó contra Alfonso XIII. Ella compartió celda en Ventas con las 13 rosas. Y uno de sus 10 bisnietos, también anarquista, lucha en el 15M. Concha Carretero, 95 años, pelea desde joven por reivindicar la memoria de los que sufrieron la posguerra. Su familia fue un ejemplo. Sus dos hermanos ya muertos y ella llegaron a acumular 35 años de cárceles, penales y encierros cautelares.

Hace 30 años que vive en la misma casa de San Blas, un barrio obrero de Madrid. Y más de 10 (tras enviudar) que vive con Verónica, la mujer cubana que cuida de ella. Apenas sale de casa si no es para asistir a un mítin del PC, a los que le lleva Javier (“le quiero más que a mi vida”), un compañero de partido que tira de la silla de ruedas. La guarda en el pasillo y le tiene manía, porque le recuerda que ya no es como antes. Aún así, se levanta y despacio anda sola hacia el pasillo para traernos unas fotografías.

1. La conciencia política me viene de servir en casas de ricos

“Nací en Barcelona porque mi padre intentó matar a Alfonso XIII. Ayudó a Mateo Morral, el anarquista que tiró la bomba bajo el ramo de flores y luego, en prisión, apareció ahorcado”. El atentado fue durante la boda real –1906– y Concha Carretero nació en 1918. ¿Tantos años buscándole? “Apareció en una lista y se escondió con mi madre en Barcelona. Allí nací yo. Pero toda mi familia es de Madrid, Segovia y La Granja”.

Y es que la familia del padre de Concha servía al rey. “Mi abuelo era del cuerpo de alabarderos, la escolta real. Toda la familia servía en el palacio de La Granja. Mi abuela planchaba las camisas de Alfonso XIII, mi tía fue la doncella de la infanta Isabel y mi padre, el jardinero mayor. Pero dejó el puesto cuando se hizo amigo de unos anarquistas que cerraban los bares, ‘los frescos de Madrid’ les decían. Y mi padre, el que tenía más cara”.

Dice que de él heredo su buen humor. Y sus historias, que rondaban su casa una vez muerto y que luego ella contó a sus compañeras de celda para animarlas. “Mi padre murió en la calle, solo, cuando yo tenía 6 años, mi hermano Pepe 9 y Luis 15 meses. Se dio a la bebida cuando se dio a la política. Por eso tuvimos que trabajar. Yo empecé en el colegio, sirviendo a la maestra. Fregaba los suelos, le hacía recados y ella me pagaba con dos reales, que me daban para un pan de cuatro bolas y dos onzas de chocolate que repartía con mi hermano”. Por falta de pago, les quisieron echar de casa, y ella hizo de nuevo la Primera Comunión para sortear el desahucio. “Lo hice para ganarme a las catequistas. Vi que a una niña le habían ayudado. Y así fue. Nos pagaron 6 meses de alquiler y vales para Manolo, el tendero”.

Pero el respiro duró poco. Su madre, portera, se cayó por el hueco del ascensor y Concha comenzó a ayudarla. También fue aprendiz en una camisería, churrera, enfermera, criada… “La conciencia política me viene al sentir que nuestra vida no era como la de las demás. Yo servía en casa de unos asturianos. Tenían de todo en la despensa, los niños iban de bordado, y en mi casa no podíamos ni estudiar. Ahí empecé yo a pensar que había que hacer algo”. Y así, escapándose a los 14 una tarde al Metropolitano, un chico le sacó a bailar. Y le acompañó a casa. Así otra tarde hasta que: ‘¿Cómo ves esto?’, le preguntó él. ‘Veo una injusticia social muy grande’, dijo ella. ‘Sirvo en casas donde hay de todo y luego llego a mi casa donde no hay de nada. ¡Habrá que hacer algo!’ Pero ese algo ya lo estaba haciendo su hermano mayor en casa, con una asociación cultural, Los Matutanes. “Tocábamos rondallas y hacíamos obras de teatro. La recaudación se la dábamos a quien tuviera problemas económicos. En el registro éramos la asociación Salud y Cultura. Nos reíamos. ¡Salud mucha, pero cultura, poca! Y cuando nos reuníamos, la policía controlaba. Hasta que veía el baile y la cosa cultural no nos dejaba en paz. Entonces poníamos en el portal a uno de guardia y mi hermano soltaba su charla política. ‘El mítin relámpago’ lo llamábamos”.

“Una de las obras que más hicimos fue Las doce en punto, el sainete de Carlos Arniches. Yo era la protagonista, Concha Catalá. Aún me la sé de memoria. Quisieron llevarme de gira y todo, pero mi hermano no me dejó salir por los pueblos. ‘Quien quería subir tenía que pasar por la piedra’, me decía. ‘Prefiero tenerte así como eres y no perderte”.

2. Recordar es volver a vivir

“Lo de la memoria histórica debió ser antes, con la Transición. Estaba todo fresquito. Ahora es tarde, sólo quedamos la tralla, dice, los que no valemos pa’ na. Con la cabeza que no rige como es debido…”. Pero ella sabe que en su caso no es verdad. Es una narradora nata con una memoria prodigiosa: suelta detalles relevantes de días marcados, la dirección exacta de los sitios, las personas, quién dio a quién qué. De cosas que ocurrieron hace, por ejemplo, 80 años. “Si alguna suerte tengo en la vida es que no se me olvida nada. Se me olvida lo que quiero; lo que no, no”. Se remueve algo al decir:

“Recordar es volver a vivir. Hay momentos que no querría olvidar. Otros en que lo pasé tan mal que me duele. Todavía sigo soñando con lo pasado. Verónica me dice: ‘Vaya noche que ha pasado usted, hablando y chillando’. Tengo las torturas tan frescas en mi mente, que doy la lata”.

A ver, por ejemplo. Un día que no pueda olvidar. “El 17 de enero de 1941”, dice sin pensarlo. Tiene 23 años. Ha vuelto a la cárcel de Ventas por tercera vez. La primera fue durante el golpe de Casado en marzo del 39, al final de la guerra. La segunda, terminada la guerra y también en Ventas. Apenas habían pasado 3 meses, pero la cárcel nada tenía que ver: “Habían quitado las salas de juego, los comedores, las duchas… Una prisión para 500 mujeres y éramos 11.000”. Esa segunda vez estuvo año y medio encerrada. Hasta que una tarde de diciembre de 1940 se ganó al general Carbonell y éste la soltó sin saber quién era.

“El general me llamó a diligencias y me dijo: ‘Tengo oído que eres muy castizona, que hablas mucho’. Y yo: ‘Pues sí’. Y él, mirando por la ventana: ‘Conocerás bien Madrid. ¿Sabes qué es eso de allí en frente?’ Se veía el cerro de los Ángeles, al que llamabamos ‘el cerro rojo’. Me quería pillar, pero como estaba baqueteá, respondí que era el cerro de los Ángeles. Y como había fiestas y se veía una verbena, cuando me preguntó que más veía, le dije: ‘Eso que hay abajo es un puesto de botijos. ¡Que ya me está jorobando con tanta preguntita!”. El general se echó a reir. ‘¿Qué te parece que te saque a la calle?’, preguntó. ‘Pues que no tenía que haber entrado. ¿Acaso es delito pasearse con el novio?’, le espeté, haciéndome la inocente. Así fue como salí. Pero luego se enfadó mucho. ‘¿Quién hizo los trajes militares?’ Concha. ‘¿Quién intentó quemar los archivos de la JSU?’ Concha. Y él: ‘De mí no se ríe nadie’. Entonces fue a por mi familia y yo me entregué, al mes de haber salido.

Tras desnudarla y torturarla en los sótanos de Ventas, cuando despuntaba el alba de ese 17 de enero la llevaron a las tapias del cementerio de La Almudena. “Estaba deseando acabar ya. Y pensé que me iban a quitar del medio. Pero sólo pensaba en mi madre y en el disgusto que se iba a llevar, con mis dos hermanos también encerrados en Burgos. Y entonces, junto a la tapia, me dicen: ‘¿Ves estos agujeros? Son de tus camaradas. El próximo será el tuyo’. Y me llevaron de vuelta a Ventas”.

Y es que allí, en agosto del 39, habían matado a 56 compañeros y compañeras suyas de las Juventudes Socialistas Unificadas (JSU) donde ha militado desde los 16 años. ¿El delito? Matar a un inspector de policía que combatía la masonería y el comunismo. Fue un golpe brutal para descabezar la precoz savia nueva que había perdido la guerra. Debió ser horrible aquel verano de 1939, el primero de la Victoria. En una de sacas estaban las 13 rosas. Ella pudo ser la número 14. Se salvó de milagro. Sobre todo era amiga de Julia Conesa, la que en sus horas postreras escribió a su madre aquello de: ‘Me voy a reunir con mi hermana y papá al otro mundo, pero ten presente que muero por persona honrada. Adiós, madre querida, adiós para siempre. Tu hija que ya jamás te podrá besar ni abrazar. Que no me lloréis, que mi nombre no se borre de la historia’.

Así, ‘Que mi nombre no se borre de la historia’, se titula el documental sobre las 13 rosas en el que ella habla (ver aquí). Pide disculpas porque no le quedan más copias para regalar. Le gusta más que la película sobre el mismo tema ‘La voz dormida’. “El libro en que se basa, de Dulce Chacón, me gustó, pero la película era demasiado comercial”.

Hablamos del robo de niños durante el Franquismo. “Cuando veo cómo curas y monjas condenan el aborto, me duele horrores. Yo nunca he abortado ni lo recomiendo, pero he visto cosas que no se pueden creer. Mujeres pariendo en la cárcel a las que le robaban su niño. ¡He visto tirar a un bebé contra la pared! Y antes, cuando empezó la guerra, organicé los talleres de ropa para milicianos en el convento de las Pastoras, que tenía un jardín precioso. Mira que me gusta un ramo más que estrenar un abrigo, pero les dije a los compañeros: ‘Esta guerra se puede alargar y con las flores no se come. Tenemos que plantar cosas que den de comer’. Así hicimos. Y al excarvar la tierra, bajo las flores, aparecieron muchos huesos infantiles, de recién nacidos”.

3. No dejé de sufrir hasta que murió el dictador

Sale de la cárcel con una obsesión: reivindicar la memoria de todos. “¡Y lo he conseguido!”, exclama ahora ufana. Pero entonces todo era triste. La liberararon para hacer de gancho y cazar a más rojos. Vive en la calle, pidiendo limosna, “robando para que a mi madre no le faltara comida”, hasta que consigue un trabajo de sirvienta en casa de Doña Paqui, que consigue sacar a sus hermanos de la cárcel. Se queda embarazada. Tan sólo fue una tregua. Al hermano mayor, Pepe, le apresan en Pontevedra años después, donde estaba de maqui. No salió hasta 1963. Y al pequeño, Luis, le detienen en Madrid, donde malvivía escondido y sólo veía a su hermana cuando ésta le dejaba comida en un cementerio. Salió con tuberculosis en 1957 y murió a los meses. El padre de su primera hija, Diana, también fue apresado y fusilado en 1942.

“Siempre estábamos perseguidos. Fueron años de vivir a salto de mata, de mucha pobreza, de registros constantes e interrogatorios en Gobernación” (el edificio de Sol). Me coloqué en una lechería. Vivía con mi madre y mi niña en una cuadra. Abría el despacho a las 6 de la mañana para preparar el reparto de mil botellas y volvía a la cuadra a las 7, de noche, tropezando a cada paso. De pena”.

La situación mejoró cuando se casó con Miguel, con el que tuvo cuatro hijos. Pero el marido, por celos, le apartó del PC, al que sólo volvió cuando se quedó viuda. Reconoce que el miedo y la rabia no terminaron del todo hasta 1975. “No dejé de sufrir hasta que murió el dictador”, dice.

“Tengo mucho aprecio a esta medalla. ¡Dicen que la llevó el Ché! (…) De España nunca me he querido ir. Mi mayor ilusión sería que el pueblo español estuviera unido. Ni PSOE ni PC ni PP. ¡Un amplio frente popular! En eso estoy con Anguita… La unión hace la fuerza. Si todos nos unimos no pueden con nostros. Hay que vencer las rencillas, nadie es perfecto, ni ellos ni nosotros. Con la nación pasa como con tu casa. Si toda la familia está unida sale a flote. Si no, se va a la ruina. ¡Mira qué grandes las manifestaciones cuando nos hemos unido! Me da rabia porque ya no voy, apenas puedo andar. Javier me lleva me lleva en la silla de ruedas. Voy echa una reina, pero me duele por él que tiene que ir empujando. Soy una de tantas, ni más ni menos. Hice lo que tuve que hacer. No me arrepiento de nada. Lo volvería a hacer con cinco sentidos”.

4. Estoy viendo las situación de los años 30

Le pregunto si alguna vez pensó en exiliarse tras la Guerra Civil. Y responde esto:

“No, nunca. Quiero a España… No la que tenemos, otra, y seguiré luchando por ella. Tengo una pena muy grande con lo que está haciendo el PP. Me cuesta muchas lágrimas cuando veo lo que está pasando. Seré muy romántica, pero pienso en toda la gente que nos han quitado luchando por un ideal, por los derechos de los trabajadores. Será poco lo que se consiguió, pero ha costado muchos años, mucha juventud dejada en los penales, que cuando han salido ya no servían para nada. ¡Y que nos lo quiten todo de un plumazo con su mayoría absoluta! Hay mucho que luchar, que hacer, hay que empezar de cero. Estoy viendo la situación de los años 30. Cuando íbamos a las manifestaciones, nos daban. Yo a mis chicos les digo que se pongan mucha ropa, que es lo que hacíamos nosotros, para amortiguar los golpes. Aunque ahora veo que lleváis los morrales –señala una mochila–, los macutos, ¡y eso los evita!”

Se ríe. Luego se queda seria. Hay más incomprensión que rabia cuando dice:

“Y yo digo, ¡esta gente que les ha votado…! Porque este es un barrio de trabajadores y aquí ha salido el PP siempre. Cuando hay elecciones y voy al colegio, les digo a las de IU, no os preocupéis que sale el PP. Si conozco a toda la gente… ¡Y ellos a mí! Concha la comunista me llaman. Pero me siento muy orgullosa. Porque si pasa algo vienen a pedírmelo. Ahora ya no, que me ven vieja. Pero cuando llegué a San Blas, aún venía la policía a mi casa. Para que no se creyeran que éramos gente de mal vivir, las decía: ‘No os asustéis, vendrá la policía muchas veces porque yo soy así, tengo este pensamiento y es por lo que lucho’. Pero mira. Tengo fama de que los hijos mejor educados son los míos. ¡Es un orgullo!

“A estos jóvenes del PC les quiero como a mis hijos. La foto fue de una vez que vinieron a visitarme. Son gente muy generosa, de una solidaridad que ya no es tan frecuente ahora como cuando yo era joven, que te quitabas lo que fuera para dárselo a los demás. Era una solidaridad más sólida. Ahora nadie se queda sin una cosa por dársela a otro. Puede ser que si te sobran 10, des 5. O lo metas en una ONG. Pero eso es más fácil”.

5. Tengo un bisnieto que es tela marinera

Su riqueza es una salud envidiable para tener 95 años. Ella desvela, orgullosa, la receta de su lucidez y larga vida: “No fumar, no beber, trabajar mucho, reírme mucho, hacer por los demás y no dormir nunca con remordimientos”. Ha tenido 6 hijos, 14 nietos y 10 bisnietos. “Nunca he tenido un duro, pero ésa es mi riqueza”. De igual forma que ella moldeó su conciencia política de su padre y hermano, ¿la ha transmitido a sus descendientes? “En mi familia hay de todo. Algunos comparten mi ideología y otros no. Pero tengo un bisnieto, Jorge, que es tela marinera. Tiene 18 años y está metido en el 15M. Recuerdo una comida familiar, hace cuatro años. Sus hermanas de tiros largos y él todo lo contrario. Tenía una bandera republicana en su cuarto. Me pregunta: ‘Bisa, cuando tú empezaste con tus cosas, ¿cuántos años tenías? Y yo, 14. ‘Pues esos son los que tengo y yo y voy a seguir como tú, porque soy anarquista’. Y digo: ‘Toma, ¡como mi padre!’ Le mandaron a un internado a Inglaterra para arreglarle, pero el niño ha vuelto más guerrero. Cuando le veo, ¡me da una alegría que pa qué!”.

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