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Armando López Salinas: «La Transición saltó por los aires hace muchos años»

Mundo Obrero, 19/09/2013 | 23 septiembre 2013

lamina02Dialogar con el autor de «La mina» nos introduce de lleno en la realidad de nuestro tiempo con las palabras sin las adherencias de la alienación y la mentira

 

 

ANTONIO JOSÉ DOMÍNGUEZ

Se presenta en la Fiesta PCE 2013 la reedición de La mina

A mis amigos Calderón, Diego y Echebarría, compañeros de la Sala de Lectura del CM de Villaverde Bajo, que me estimularon y acompañaron en la redacción del siguiente texto.

Conversar con Armando López Salinas es dialogar con la historia de este país desde la II República hasta nuestros días. Nuestro encuentro se produce a finales del mes de junio, cuando la vida parece que está en los umbrales de paralizarse con la llegada del calor del verano, en un Madrid tan cruel valleinclanesco como en los años veinte. Los titulares de los diarios, como los de los noticieros, nos hablan de las mentiras y trampas de un gobierno ahogado por la corrupción de su partido y de los efectos de una crisis en la que los perdedores y víctimas son los de siempre, un relato con los sentidos cabales de las palabras trastocados por el arte de magia de los creadores del lenguaje neoliberal que enmascaran la más negra situación en señuelos de falsas esperanzas. Por esto, dialogar con el autor de “La mina” nos introduce de lleno en la realidad de nuestro tiempo con las palabras sin las adherencias de la alienación y la mentira.

Como decíamos, una mañana de junio nos recibió en su domicilio, en un día, lo supimos después, que no era el más adecuado por sus graves problemas familiares. Pero su reciedumbre moral y política no quiso anular nuestra cita, que se concretó en un diálogo intenso y difícil de más de dos horas de duración sobre los temas que, resumidos, el lector puede leer a continuación. Nos recibió con su perenne cordialidad en el pequeño estudio de un piso situado en un barrio popular madrileño. Y decimos, en un día en el que se hablaba de evasión de capitales por dirigentes de la derecha y de la corrupción estructural del sistema que da más síntomas de barbarie que de civilización. Y para concluir, la indignación debe ya dar paso a la acción política, porque no es justo que las buenas gentes, los siempre imprescindibles, se mueran en la orilla de la historia ninguneados por aquellos que se instalaron en la impunidad a pesar de sus trampas y traiciones ideológicas.

Antes de iniciar el cuestionario preparado, el autor de “Año tras año” rompe “el protocolo” y enuncia con una candente actitud crítica un breve diagnóstico de la realidad, empujado quizás por una quemazón en su biografía que se a niega estar al margen de las circunstancias: La crisis económica ha generado una crisis cultural y de valores en estos últimos años de la historia. Se ha estado pugnando en varias direcciones desde los inicios de nuestra democracia. Para unos, la conquista de las libertades y la supresión de la censura fue la liberación, pero para otros un trampolín, es decir, la revolución cultural soñada por nosotros no acudió a la cita el día y la hora de las libertades democráticas. La revolución cultural, en su sentido profundo, no fue posible porque no conseguimos una ruptura. Ahora los viejos valores siguen enraizados y tienen una presencia real en nuestro país. Ahí está la “nueva” Ley de Educación que nos remonta al más duro franquismo, una ley que es el paradigma de neoliberalismo económico, cuyo fin es el paulatino desclasamiento y la formación de élites, es decir, la creación de los nuevos perros guardianes del capitalismo.

Una vez dejada al margen la espontaneidad, como necesidad de urgencia expresiva, iniciamos el diálogo programado.

Mundo Obrero: Después de la publicación de “La mina” y “Año tras año”, su labor narrativa se detiene. Sé posiblemente que mi pregunta se la han realizado más de una vez, pero no nos resistimos a hacérsela de nuevo. ¿Por qué abandonó la literatura narrativa después de ”Año tras año” cuando esta novela anunciaba una notable madurez narrativa?

Armando López Salinas: En los años cincuenta, la situación en España era la de un país tan convulso que no me sentía capaz de llevar a la vez una vida de militante político y una carrera de escritor. Fue una opción personal que se hundía en raíces familiares. Como mi padre, yo también quería cambiar la vida y el mundo. Y para esto tenía, pensaba, que ser un revolucionario profesional. Esto no significó que me apartase de las cuestiones culturales. Durante los años del franquismo, participé fundamentalmente en la tarea de organizar a los intelectuales y profesionales en torno a la lucha antifranquista, tanto en el nivel práctico como en el teórico. No hay que olvidar que la mayoría de los intelectuales en aquella época no solo estaban en las cárceles o en los pelotones de fusilamiento, sino también en el exilio. Nos encontrábamos en la más absoluta desnudez cultural. Frente a aquella España que “amanecía”, según ellos, lo que realmente pasaba en cada amanecer era que las cunetas se llenaban de hombres y mujeres asesinados. En esta situación, creía que no debería haber una quiebra entre la literatura, que requiere un quehacer constante, y la vida política.

M.O.: ¿Si es así, como usted afirma, qué precio cree que pagó por ello?

A.L.S.: En esta opción de vida, en este optar por la vía que ya he contado, hay una parte de fracaso personal, porque no fue una decisión gratuita, ya que no pensaba que tenía que pagar un precio: el abandono de algo que amaba y me interesaba, como era contar historias desde un autodidactismo con sus grandes huecos y problemas, al no haber podido acceder a conocimientos teóricos. Mi universidad, como es el caso de Máximo Gorki, fue la calle y un país de hambrunas y cárceles.

M.O.: Las dos novelas citadas podemos incluirlas en el llamado “realismo crítico.” ¿En un momento de aislamiento y represión cultural, cuáles fueron los referentes teóricos y prácticos que posibilitaron novelas de gran interés artístico y social?

A.L.S.: El conocimiento que tenía en los años cuarenta y cincuenta de la narrativa española era el de la escrita por los autores de las clases medias ilustradas que no ayudaban a clarificar aquello que me interesaba y me inquietaba. No encontré una literatura cuyos protagonistas fueran gentes del pueblo y hablasen de sus problemas. A partir de aquí me planteé leer todo lo que podía. Que recuerde había leído a Pío Baroja, pero en realidad fui un lector anárquico, aunque debo a mi padre, en los tiempos de la República, haber leído títulos de la llamada ”novela proletaria”. Ya en la inmediata postguerra, me nutría en una trapería de la calle Cardenal Cisneros, donde encontré libros viejos a un módico precio. Leí, por ejemplo, Los tejedores de Gerhart Haupmann, alguna novela de M. Gorki y narraciones anarquistas. Quiero recordar ahora, el Instituto donde estudié hasta segundo de bachillerato, que no pude continuar después, porque mi padre fue encarcelado y tuve que hacerme cargo de mi familia. De aquellos dos años de Instituto, guardo un entrañable recuerdo de la profesora de Literatura por su belleza y porque además nos inducía y obligaba a leer los libros que había en la Biblioteca. Posiblemente, esté ahí la raíz de mi vocación de escritor.

M.O.: En lo que respecta al realismo, ¿en qué momento las generaciones posteriores a la guerra civil, comienzan a conocer las teorías de Bertolt Brecht, George Lukács, o las de Adolfo Sánchez Vázquez?

A.L.S.: Mi realismo nace después de la victoria fascista y lo aprendí en las calles de Madrid que recorrí palmo a palmo. Mi primer trabajo fue acompañar a un vendedor de zapatos que, al no tener dinero, no podíamos coger ni el metro ni el autobús. Y yo con la maleta a cuestas. Después trabajé en diversos oficios. Empiezo a estudiar por la noche en la escuela de Ingenieros Industriales proyectistas que me abre la posibilidad de conectar con gentes que teníamos las mismas preocupaciones. Así, que recuerde, estaban, entre otros, Alfonso Sastre, Antonio Ferres… y, en pequeños seminarios, se hablaba y discutía de novelistas de la literatura norteamericana como William Faulkner y John Dos Pasos, aunque nuestra preocupación era resolver con solvencia los problemas que creaba la censura, debatíamos la técnica llamada del “objetivismo” –una novela objetivista sería una mediación para dar noticia del mundo real– fue el tema central de nuestros debates, porque creíamos que era una manera de eludirla. Entonces, no teníamos modelos. Existía un sentimiento de aprender por nosotros mismos que se incentivaba ayudada por la praxis del intercambio de libros que comprábamos en las trastiendas de las librerías, o traídos clandestinamente del extranjero.

M.O.: «La mina” y “Año tras año” se escriben y publican después de la muerte de Stalin. Utilizando El deshielo, título de una novela de Ilya Erenburg, como nueva situación política en el seno de los partidos comunistas, ¿cambió la perspectiva de los novelistas clasificados como realistas?

A.L.S.: La muerte de Stalin no cambió nada entre nosotros. Las decisiones dentro del Partido se tomaban, a veces, sin esperar las consignas que llegaban de París. Si hubiéramos actuado así, el Partido no hubiera crecido. Y si hubo cambios, como en Francia, fue por las condiciones concretas de nuestro país: Vivíamos una independencia promovida por la objetividad política y cultural. El intercambio de ideas y de libros, este inclasificable autodidactismo, con todas sus carencias, tenía el objetivo fundamental de la lucha antifranquista.

M.O.: También escribió usted varios libros de viaje junto con otros escritores de su tiempo. Así, Por el río abajo, con Alfonso Grosso; Viaje por el país gallego, con Javier Alfaya y Caminando por las Hurdes con Antonio Ferres ¿Cuáles eran los objetivos de este tipo de literatura que recuerda los libros de aventura de carácter romántico y científico?

A.L.S.: Es dar a conocer el país en que vivíamos. El origen o cómo se generó Caminando por las Hurdes está en las lecturas que realicé de libros de viajeros, pero sobre todo se impuso el recuerdo de Luis Buñuel, con quien tuvimos un encuentro para conversar sobre su película y obtener información. El libro apareció, como homenaje, con algunos de sus fotogramas. Y nos preguntamos ¿qué España es ésta? qué ha cambiado en este país desde el viaje de Alfonso XIII con el doctor Marañón? Para ello procuramos escribir el libro con mucha objetividad para superar cualquier tendencia, porque con la elección de cualquier tema, aunque el tratamiento del relato sea objetivo, implícitamente estamos denunciando lo que ocurre o cómo era la situación social y religiosa de aquella geografía. Nos distanciamos a la manera de Brecht, aunque no había leído todavía al autor de Galileo Galilei. También es una respuesta ideológica, aunque no programada, al tremendismo que Camilo J. Cela, por ejemplo, utiliza en su Pascual Duarte.

M.O.: ¿Qué diferencias encontrasteis en Andalucía con relación al País gallego?

A.L.S.: En cuanto a las diferencias que Alfonso Grosso y yo vimos en Andalucía son fundamentalmente históricas y de enorme distancia. La Hurdes era una zona abandonada, de un abandono secular, mientras Andalucía todavía “pertenecía” a la historia, porque su población tenía conciencia de la situación en que vivía. Sin embargo, Las Hurdes era un gueto analfabeto lleno de hambre y miseria en un país subdesarrollado, como refleja el mismo Dr. Gregorio Marañón. Y en Galicia, que fue la gran derrotada durante la Guerra Civil, aparte de tener un hermoso paisaje, nos encontramos con otra realidad en la que sobresale una población muy dominada por el peso del caciquismo. Una Galicia muy encerrada en sí misma que no ha hecho valer su propia cultura y sus propios valores, aunque una de las cosas más sorprendentes que comprobamos era la defensa no intelectual, es decir, natural, por sus propias gentes de su propia lengua. En nuestro recorrido, sólo encontrábamos gentes que hablaban gallego, lengua proletaria como la califica Ferrín, y defendida permanentemente por esa misma gente. ¿Pero quién domina? Las Divinas palabras de Valle Inclán, es decir, el latín –la Iglesia- y el castellano– el caciquismo.

M.O.: Cambiemos de campo. Este año se cumple el cuarenta aniversario del asesinato de Julián Grimau. Un símbolo de la cruel represión franquista. ¿Qué significó entonces y qué significa hoy su muerte y todas las movilizaciones, internas y extranjeras, que se produjeron para detener su ejecución, y qué trascendencia tuvo en las filas del PCE?

A.L.S.: Para analizar todo acontecimiento histórico, hay que situarse dentro de aquella realidad e introducir el aroma de la época, como apunta M. Vázquez Montalbán. Fueron los años de la crisis de los misiles en Cuba, los aviones americanos cargados de bombas nucleares volando sobre nosotros, cuando se va a producir el llamado “contubernio” de Múnich; anteriormente se habían producido las grandes movilizaciones de 1956, y el fracaso de la huelga del 59. Todo este clima condujo a un aumento de la represión. A Julián Grimau, lo recuerdo tres días antes de su detención, ahí sentado, donde estás tú. Y dos horas antes de su detención estuvo con Víctor Díaz Cardiel. Es un tiempo en que se producen grandes movilizaciones en la Universidad. Una vez que supimos que estaba en los calabozos de la Puerta de Sol, vinieron a mi casa Domingo Dominguín y Javier Pradera para preparar una respuesta coordinada por el Dr. Armado Calva con un grupo de aproximadamente veinte personas que se encargó de organizar las manifestaciones del interior. La detención desbordó las fronteras y en todos los países europeos se celebraron manifestaciones masivas en contra de su detención, y después de su muerte. Su asesinato fue una advertencia por parte del régimen ya que estaban dispuestos a matar y, además, una provocación, según la tesis de Romero Marín, que debatimos, y que buscaba una represión dura y sangrienta, caldo natural de cultivo del franquismo. Así que toda respuesta violenta fue descartada. El impacto fue brutal, tanto en el interior como en el exterior, pero tuvo un elemento aglutinador entre la militancia y entre los sectores antifranquistas.

M.O.: Es inevitable que le pregunte por Santiago Carrillo después del libro de Paul Preston, que tanta recepción ha tenido en los medio de comunicación. Al margen de todas las opiniones, ¿Cuál es la suya? ¿Cree que su muerte simboliza el final de la Transición, porque sus presupuestos se han agotado y hoy muchos demandan un nuevo periodo constituyente?

A.L.S.: Antes de darte una opinión general, quiero recordar un hecho muy importante: La aceptación de la Monarquía por el PCE. Cuando Santiago Carrillo vino a Madrid en 1976, tuvimos una reunión de la que prácticamente se sabe poco en un molino de la provincia de Guadalajara. Una reunión sorprendentemente mal montada por la dirección del Partido de Madrid. Antes de esta reunión, Santiago Carrillo ya se había reunido con Adolfo Suárez y con Felipe González. En ella, tuve con él una pequeña confrontación, apoyado por dos más de los que estábamos reunidos en la que defendí el documento de la Platajunta, denominado “Manifiesto a los pueblos de España.” Mi intervención fue que si teníamos que aceptar la Monarquía, dada la situación política en que nos encontrábamos con relación al contexto político, deberíamos hacerlo por imperativo legal, pero que tenía que quedar claro que nuestra forma de Estado seguiría siendo la República y seguir con las movilizaciones en la calle para exigir elecciones generales, y estar presente, no como una agrupación de electores, según la voluntad de Suárez, sino como Partido Comunista de España. Y si nos dejaban fuera de la legalidad, en ese momento no aceptaríamos la Monarquía y el PSOE pagaría un precio alto por nuestro aislamiento. Se me dijo que aplicaba la lógica formal y no la dialéctica. Y en cuanto al eurocomunismo que, por aquel día, se presentaba solemnemente en Madrid, tenía una idea muy aproximada a Manuel Sacristán que decía que era inane culturalmente e ineficaz políticamente, es decir, no hay una vía rosa hacia el socialismo. Y sobre la Transición creo que saltó por los aires hace muchos años. Hoy es papel mojado. No dio ni da soluciones hoy a los problemas fundamentales del país. Y para qué hablar de la modificación del artículo 155 de la Constitución que impone la estabilidad presupuestaria.

M.O.: La crisis que vivió el PCE a partir del triunfo del PSOE en 1982 y su descenso electoral, fue el desencadenante de luchas internas o producto de un malestar provocado por cuestiones ideológicas, cuya expresión sería que la lucha de clase había inundado el partido, según dijo Pere Ardiaca.

A.L.S.: Ya antes de la Transición se producen algunas rupturas en el Partido, como consecuencia de las confrontaciones ideológicas durante cuarenta años de lucha. Como ocurrió en Francia en 1789 que, durante la revolución, la burguesía cabalgó sobre las espaldas de los sansculotte, algo similar ocurrió aquí. En la bajada electoral hay una traslación mecánica en un tiempo donde la guerra fría es otra, el desarrollo económico beneficia a las clases medias, el discurso ideológico publicitario del felipismo, la ofensiva ideológica contra el PCE y una situación en los países del Este que empiezan a desmoronarse. También porque nuestra lucha se realizaba fundamentalmente dentro de las instituciones, cuando nuestro lugar natural había sido la calle.

M.O.: En el transcurso de esta conversación has recordado las propuestas de Carlos Marx y Arthur Rimbaud: Cambiar el mundo, cambiar la vida. ¿Será capaz ahora la izquierda marxista de este país de realizar su síntesis, en un momento de grandes movilizaciones en las que la juventud aporta ideas, sueños y deseos de combate?

A.L.S.: No solo es cuestión de deseos. Es necesario buscar la unidad en lo concreto real. No estoy hablado de programa, programa, programa. Estoy enunciando el panorama general de este país para crear su desarrollo general, que elimine los sufrimientos que el sistema genera, para garantizar el desarrollo económico, el político, el de las libertades y el democrático, en un momento de la sociedad española cuyos objetivos son de cambio, sin que esto signifique optar por un mismo común denominador: El formulado por Felipe Gonzáles que decía que daba igual gato negro que gato blanco, sino que lo importante era que cazara ratones colorados; ni tampoco la actual alianza economicista del PP y PSOE que defienden juntos en Europa, y que significa la liquidación de la política, cuando la política, como decía Lenin, es la economía concentrada. Frente a esto, no es suficiente votar cada cuatro años. Habrá que plantearse y reflexionar un día sobre la violencia como partera de la historia.

Publicado en el Nº 264 de la edición impresa de Mundo Obrero septiembre 2013

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