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Reseña del libro de Ángel Viñas: “Las armas y el oro. Palancas de la guerra, mitos del franquismo”

Fernando Hernández Sánchez. Hispania Nova, | 28 enero 2014

9788494100833El andamiaje ensamblado por publicistas e historiadores indulgentes con el franquismo queda derruido

 

 

Pasado & Presenteavinas amas otro, 2013, 502 páginas.

Reseña publicada en: Hispania Nova, Revista de Historia Contemporánea (Nº 12, 2014).

Las armas y el dinero son los dos puntales fundamentales de la guerra. La victoria es más proclive a sonreír a quien dispone de mayor potencia de fuego y logra acopiar mayor cantidad de recursos materiales y financieros para sostener la contienda. No es que no haya casos en los que el coraje, el valor y el sacrificio hayan obrado el milagro de la victoria de David contra Goliath. Vietnam es un hito por excepcional.  No es el caso que nos ocupa. Como sentenció Albert Camus, “fue en España donde mi generación aprendió que uno puede tener razón y ser derrotado, golpeado, que la fuerza puede destruir el alma, y que a veces el coraje no obtiene recompensa”.

Durante los últimos años se ha asistido a un revival de los mitos con los que el franquismo esmaltó sus credenciales como la segunda dictadura más larga de Europa occidental. La demanda de argumentario por parte de un neoconservadurismo dispuesto a disputar la hegemonía no solo sobre el presente sino también sobre el pasado se encuentra tras la floración de una cierta historiografía zombi: aquella que, con apariencia de vida pero cubierta con los retazos de un viejo sudario ideológico, acecha para alimentarse de los cerebros de una sociedad inerme cuyas carencias sobre el conocimiento de su contemporaneidad no han logrado ser suplidas (¡después de casi 40 años!) por el sistema educativo básico.

Cuando ya la munición de la fiel infantería del régimen –los Carlavilla, Comín Colomer, Ruíz Ayúcar o Ricardo de la Cierva- y de los guerreros de la Guerra Fría – Bollotten- parecía extinta y la historiografía de la guerra civil acudía más a las fuentes documentales que a los prejuicios, una nueva/vieja hornada de autores – Suárez Fernández, Salas Larrazábal, Togores, Stanley G. Payne- ha revitalizado las tesis sustentantes de una situación de partida en inferioridad de los sublevados o, al menos, de un empate desequilibrado a la postre por el genio o la eficacia, tanto da, del Caudillo. En Armas y oro Ángel Viñas se enfrenta a los mitos recidivantes sobre la supuesta superioridad territorial, material y diplomática republicana; aborda el flujo diferencial de suministros de material bélico y crédito a Franco y a la República; deconstruye la intrahistoria del interés en mantener activo el mitificado “oro de Moscú” en el repertorio propagandístico; y señala, una vez más, las consecuencias deletéreas de la retracción de las democracias. No es un territorio incógnito para el autor. Viñas lo lleva transitando desde sus primeros estudios sobre la los avatares de las reservas metalíferas españolas (El oro de Moscú. Alfa y omega de un mito franquista, 1976) y la intervención extranjera hasta la monumental tetralogía sobre la República en guerra (La soledad, El escudo, El honor y El desplome de la República, 2006-2009). Su aportación más reciente ha sido la que dinamita la rancia interpretación justificadora de la sublevación militar como respuesta preventiva a una conjura comunista mediante la revelación de los contratos italianos, negociados durante el primer semestre de 1936, para el suministro a los monárquicos de Calvo Sotelo de aviones de guerra con toda su dotación (Los mitos de la guerra civil, 2013).

Viñas, cuyo método se caracteriza por el empleo de masas de documentación con datos empíricos, arranca con un preámbulo en el que incide en el coste humano de la guerra. Antes de dilucidar la cuantía de los inputs armamentísticos y financieros que alimentaron el esfuerzo bélico, el autor recuerda que la consecuencia de su empleo es la destrucción de vidas. Algo más de 345.000 personas murieron entre 1936 y 1939. Más de medio millón si la estimación se prolonga hasta 1942, incluyendo la traumática resaca demográfica de la inmediata postguerra. 50.000 fueron víctimas de la represión republicana y 130.000 –y en revisión al alza- de la franquista. Teniendo en cuenta que en 1936 la población se situaba en torno a 25 millones de habitantes, las cifras relativas patentizan el enorme impacto humano de la guerra española, superior incluso al de otros países europeos que vivieron contiendas civiles encapsuladas en el contexto de la segunda guerra mundial. En Francia, la mortalidad entre 1940 y 1944 sobre el total de su población fue del 1,4%; en Grecia, el 0,5%; en España ascendió al 2,1%. Una responsabilidad que no se puede imputar a un destino fatal.

Cohonestar una barbarie de estas dimensiones y salvaguardar la continuidad en el poder, más allá de la caída de las potencias del Eje que  tan decisivamente habían contribuido a su implantación, llevó al régimen a revisitar sus orígenes rebajando el nivel de la ayuda de Mussolini y Hitler; a sobrevalorar el apoyo soviético a la República; a exacerbar el carácter anticomunista de su combate para integrarse, de manera transversal, en el coro de la guerra fría; a falsear la historia sobre el empleo de las reservas metalíferas del Banco de España y a entenebrecer los sustanciosos apoyos financieros recibidos del conservadurismo internacional.

La guerra de España se convirtió de inmediato en una guerra internacional por interposición. El autor fija su atención en los contingentes de armas suministrados por las tres grandes potencias (Italia, Alemania, URSS) cuyo comportamiento tuvo una incidencia directa sobre los más importantes flujos de abastecimiento. La primera conclusión no tarda en llegar: la República quedó rezagada desde el primer momento y la situación no hizo sino agravarse debido al desequilibrio en las cantidades y ritmos de suministro. Una de las claves, a menudo obviada, es que cantidad y calidad son factores con distinto peso específico. No era lo mismo obtener armamento y munición a través de vías subrepticias, con el consiguiente caos logístico, que conseguirlo junto con sus dotaciones y especialistas en cantidades considerables y crecientes. Fue la rápida respuesta del Eje a las demandas de ayuda por parte de los sublevados lo que otorgó a estos la capacidad para romper el impasse inicial al que había abocado el golpe semifracasado y permitió a sus columnas barrer hasta las puertas de Madrid a las improvisadas y mal pertrechadas unidades milicianas. Desde ese momento, la superioridad en dos armas decisivas para la guerra moderna –aviación y blindados- fue manifiestamente aplastante (entre el 50 y el 35%) a favor de Franco. La respuesta soviética, cuyos carros y aviones competían con ventaja contra sus homólogos alemanes e italianos, fue compensada con una ayuda en material bélico a caño abierto por parte de estos. Por si no fuera suficiente, la República tuvo que vérselas con las dinámicas oscilantes que imponían las decisiones de las potencias mantenedoras de la No Intervención (bloqueo naval y cierre de la frontera francesa)  y la debilitación e interrupción de los fletes rusos, absorbida como estaba la geoestrategia soviética por la guerra chino-japonesa que amenazaba la seguridad de su flanco oriental. La retracción de las democracias yuguló las posibilidades de defensa de la República al tiempo que la masiva ayuda nazifascista sentaba las bases de la victoria de Franco.

El empleo de las reservas de oro por parte del gobierno republicano ha sido otro de los caballos de batalla de la propaganda, a pesar de los trabajos ya citados del propio Viñas o del profesor Sánchez Asiaín (La financiación de la guerra civil española. Una aproximación histórica, 2012). Viñas aborda este capítulo como un ejercicio de egohistoria en el que narra, al compás de su peripecia vital, los orígenes, avances y obstáculos de sus investigaciones sobre el asunto para sacar a la luz una gigantesca manipulación. La documentación  entregada al embajador franquista en París por el hijo de Negrín al fallecimiento de su padre en 1956 dormía en una caja fuerte del subgobernador del Banco de España. Varios altos cargos de la administración y toda la Ostpolitik de un ministro de Exteriores, López Bravo, se vieron en la picota porque la revelación de la verdad – la de que no existía saldo deudor por parte de la URSS porque las reservas evacuadas se habían consumido pagando los suministros soviéticos- pulverizaba el artefacto propagandístico más cultivado por la dictadura. El lector de hoy no debería pasar por alto la lectura de este capítulo: No solo por la minuciosidad con que Viñas lleva a cabo el desmontaje del mito, sino por el regocijante relato de las puñaladas traperas que se propinaban entre sí las distintas tribus que acampaban en el Estado de aquella dictadura caquéxica.

El franquismo se reivindicó hasta sus últimos estertores como el Estado del 18 de Julio. Hizo de la sublevación que estuvo en su origen una necesidad, el despliegue de una operación quirúrgica en forma de contrarrevolución preventiva. El nervio anticomunista sirvió como anclaje para justificar su supervivencia después de 1945. En ello le auxiliaron los autores que, bajo la guerra fría, situaron a Stalin y a los comunistas españoles en el centro de un escenario conducente a la implantación de una versión avant la lettre de las “democracias populares”. Fue Burnett Bolloten, en su extensa, prolija y eternamente revisitada descripción de la estrategia del “gran camuflaje” quien estableció el modelo interpretativo canónico y troqueló la mayor parte de las lecturas posteriores tous azimuts sobre el papel del comunismo en la guerra civil. Viñas critica este constructo recordando la prelación de los factores de causalidad que Manuel Azaña enunció en sus reflexiones sobre la derrota republicana: La política de No Intervención, las discordias internas, la intervención nazifascista y el poderío franquista. Un orden que la historiografía “de la equidistancia” ha procedido a invertir. El resultado final de la guerra se debió tanto a la capacidad de Franco para superar en cualquier momento la capacidad defensiva de la República –no digamos ya ofensiva, cuando se produjo- con el abrumador apoyo material y técnico del Eje, como a su habilidad para dividir y destrozar física y moralmente a su enemigo, estigmatizado como la anti-España. En tal sentido, el golpe de Casado y su siembra perdurable de discordia fue el mejor final que el Generalísimo hubiese soñado para su Cruzada.

Viñas acredita, por último, que Franco fue capaz de movilizar con mayor rapidez que sus enemigos los apoyos financieros, gozar de quitas por parte de sus aliados (Italia), de generoso respaldo por conocidos plutócratas (March), de combustible a crédito (Texaco) y, en contrapartida, de contraer una voluminosa deuda con Alemania que requirió la adquisición de compromisos ulteriores de cuyo cumplimiento solo le absolvió el resultado final de la guerra mundial. Una de las más espectaculares conclusiones de Viñas (pág. 362) es que “el máximo del respaldo exterior recibido por Franco, expresado en términos monetarios (991,5 millones de dólares), superó ampliamente, muy ampliamente a decir verdad, el total de reservas de oro del Banco de España en julio de 1936, cifradas en unos 715 millones de dólares” […] Esta es la realidad que durante demasiado tiempo se ha ocultado o desfigurado más o menos conscientemente”.

El andamiaje ensamblado por publicistas e historiadores indulgentes con el franquismo queda derruido. Sin armas no se puede hacer la guerra y sin oro no se pueden conseguir armas. Franco contó con unas y con otro desde el comienzo, en suministros constantes, cuantiosos y continuados en el tiempo. Venció en una guerra de exterminio ideológico e impuso una dictadura longeva. Por añadidura, logró imponer un discurso inmutable, granítico, una interpretación hegemónica sobre su génesis que la democracia apenas ha logrado arañar. Este es el desasosiego que invade al lector al finalizar el libro. ¿Cómo tal esfuerzo de análisis objetivo basado en evidencia documental primaria no logra desalojar de la conversación social los mitos inoculados por el franquismo?  La ingente investigación académica emprendida durante el último cuarto de siglo no ha permeado lo suficiente a los niveles básicos del sistema educativo, donde se forman las representaciones con que la mayor parte de los ciudadanos se aproximan a su historia reciente. La obra de Viñas pone de manifiesto la urgente necesidad de divulgar. No solo por prurito académico, sino como imperativo cívico.

Fernando HERNÁNDEZ SÁNCHEZ (Universidad Autónoma de Madrid).

http://laestaciondefinlandia.wordpress.com/2014/01/27/149/