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Testigos del fin de la Guerra Civil

El Faro de Vigo, 04.04.2014 | | 6 abril 2014

_PrElFarodeVigo_2Seis gallegos rememoran cómo vivieron el final de un conflicto bélico que marcó su infancia o juventud y los duros años de la posguerra

 

J.A. Otero Ricart

«Mientras la lluvia seguía cayendo implacablemente, las gentes saltaban y se abrazaban con loco frenesí sin importarles un ápice el agua que les calaba hasta los huesos. La guerra se había terminado con la victoria de nuestras armas…» Así describía Faro de Vigo el ambiente de júbilo que se vivía en las calles de la ciudad olívica el domingo 2 de abril de 1939 en la celebración del final de la Guerra Civil.

El ambiente de alegría por el adiós a las armas era generalizado, pero algunos tenían sentimientos contrapuestos: «Por un lado, la alegría porque la maldita guerra había terminado; pero por otro, la sensación de derrota de mucha gente», explica el vigués Pío Moa Banga, que tenía entonces 8 años y vivía en el municipio de Lavadores; dos años más tarde, en abril de 1941, se integraría en el de Vigo.

«Es indudable -añade Pío Moa- que el final de la guerra supuso el despertar de una pesadilla después de tres años de enfrentamientos armados, de escuchar partes de guerra en los que se daba cuenta de las ciudades que habían caído en manos del Ejército de Franco». Aunque en su familia no vivieron ningún suceso grave a causa de la guerra, no olvida que desde Galicia muchos jóvenes fueron desplazados a luchar en los distintos frentes. Recuerda también que durante la guerra en las fábricas navales de Vigo se fabricaban explosivos «y algunos hicieron buena fortuna». Un mes más tarde del final de la contienda, en mayo de 1939, Pío Moa Banga presenció «el desfile de los soldados alemanes de la Legión Cóndor por las calles de Vigo, con sus banderas desplegadas, antes de embarcar en varios trasatlánticos para regresar a su país».

El escritor y académico Xosé Neira Vilas tenía en 1939 diez años y vivía en su aldea de Gres, en Vila de Cruces. Del día del final de la guerra no tiene un recuerdo concreto, «pero sí que conservo en la memoria el titular de Faro de Vigo: ‘La guerra ha terminado’. Aquí en la aldea no se vivió el final de la guerra civil de una forma especial, aunque sí con cierta alegría porque aquí sacaban a los hombres de las leiras y los llevaban al frente, sin saber quién era el enemigo ni por qué. Era terrible. Algunos volvían en ataúdes».

Recuerda Neira Vilas que en la escuela, cuando había un triunfo de las tropas franquistas salían a celebrarlo. «En una ocasión salimos de la escuela para celebrar la toma de Jaca y resultó que era mentira». El escritor veía lo que pasaba, aunque no entendía gran cosa, al igual que la mayor parte de los vecinos. «En la iglesia, por ejemplo, el cura decía que los enemigos eran los comunistas y los masones€ y los vecinos no sabían ni siquiera qué significaban esas palabras».

Otro titular de Faro, posterior, viene a la memoria del escritor: ‘España mantiene su posición de no beligerancia’; «se trataba de una propaganda del régimen de que no participaba en la Segunda Guerra Mundial, a pesar de que envió la División Azul». También recuerda Neira Vilas «a mi maestra llorando cuando alguien se marchaba al frente. Mi padre tenía la Estafeta de Correos y un día llegó un telegrama dirigido a los familiares del soldado Victoriano; su madre pensó lo peor y no paraba de llorar, aunque en aquella ocasión no se trataba de su muerte€». Apunta asimismo el escritor de Vila de Cruces que las familias no sabían dónde estaba destinado el marido o el hijo, pues le escribían a una dirección postal militar que no especificaba en qué lugar de España se encontraban.

«Yo, con diez años sabía que había una guerra, pero no sabía los motivos», añade Neira Vilas, que apunta cómo la propaganda franquista utilizaba canciones populares a las que se cambiaba la letra, como ésta: «Pasionaria está convencida / que la guerra no puede ganar; / y le dice a sus amiguitos / llenad los bolsillos que vamos marchar».

En la escuela

También Xesús Alonso Montero evoca cómo se celebraban en los colegios las victorias del Ejército nacional. El actual presidente de la Real Academia Galega recuerda que era entonces un niño de diez años «que iba a la escuela franquista, y antes de la entrada de las tropas en la capital de España el 1 de abril ya había asistido a dos o tres desfiles de la toma de Madrid. Muchas veces estábamos en la escuela y llegaba el alcalde, abría la puerta, se dirigía al maestro y le decía: deje salir a los rapaces que vamos a festejar la toma de Madrid. Yo festejé la toma de Madrid en falso dos o tres veces, porque iba a caer y no acababa de caer; también celebramos en el colegio la toma de Barcelona».

Alonso Montero vivía aquellos años en en Ventosela, cerca de Ribadavia, la tierra de sus padres y donde pasó su infancia y juventud. Haciendo gala de una excelente memoria, cita nombres y fechas, e incluso detalles anecdóticos de aquellas celebraciones «militares»: «Íbamos a la casa de un vecino que tocaba el acordeón y todos los chiquillos desfilábamos detrás de él; delante iba la gente más adepta al régimen, y así recorríamos la aldea».

A punto de cumplir 106 años, la lalinense Concepción Pichel Sampayo tenía 30 cuando concluyó el conflicto bélico que dividió a España. Por entonces Concha vivía ya en Mazarelos (Silleda), a donde se había trasladado tras casarse con Rogelio García; ambos se dedicaban a las tareas del campo y a la ganadería.

Recuerda Concha que «todos nos alegramos del final de la guerra porque fueron tres años muy duros, en los que los hombres que valían, gente joven, tenían que marchar al frente». Aunque ningún familiar directo suyo falleció en la guerra, sí que hubo víctimas de la comarca del Deza. Concha tenía un hermano, que murió en Buenos Aires, y cuatro hermanas, ya fallecidas también.

El hecho de vivir de la agricultura y tener alguna vaca palió en parte el drama del hambre que azotó España durante los primeros años de la posguerra. «Había dificultades, pero siempre tuvimos algo para comer», añade Concha Pichel, que cumplirá 106 años el próximo 11 de mayo.

Al abogado pontevedrés Gonzalo Adrio, que ha publicado sus recuerdos de entonces en el libro «Sin odio, sin rencor pero el recuerdo vivo» (Edicións do Castro), el final de la guerra fratricida le pilló con 19 años como soldado del Ejército de Franco en Ávila, de camino a Ciudad Real. Su experiencia de la Guerra Civil está marcada por la tragedia, pues su hermano mayor y un tío fueron fusilados tras un Consejo de Guerra «que era una auténtica farsa».

«Tuvimos que vivir la paradoja -recuerda- de que nos mataran a un hermano y un tío y el Ejército de Franco nos movilizara a cuatro hermanos. A mí me mandaron a Vigo y la primera noche dormimos en el edificio de Príncipe que luego sería cárcel, donde me encontré a mi amigo Emilio Álvarez Blázquez, cuyo padre, Álvarez Limeses, había sido «paseado». En Vigo estuve hasta el 39, en que nos mandaron a Ávila y luego a La Mancha, donde llegué a estar en una lista de soldados para las ejecuciones de prisioneros, un día antes de que nos mandaran a Galicia. Me negué y alguien me borró y tapó mi caso». Señala Gonzalo Adrio que no tiene «odio ni rencor, pero sí el recuerdo vivo de lo que sufrimos» .

Al sacerdote e historiador ourensano Francisco Carballo el final de la contienda fratricida le pilló en Santander. «Tenía 14 años y estaba estudiando interno en el colegio de los Paúles de Limpias, en Cantabria. Recuerdo que se celebró con mucha solemnidad, pues aquel colegio había estado en manos de la República en los primeros meses de 1936; el final de la guerra se vivió como una victoria propia».

«Cuando el Ejército de Franco controlaba una ciudad o conseguía una victoria significativa -añade-, en el colegio solía celebrarse algún acto solemne y en algunas ocasiones salíamos del colegio y nos sumábamos a la manifestación que se celebraba en el pueblo. Si se trataba de alguna fiesta religiosa teníamos una misa o una procesión».

A pesar de su juventud, Francisco Carballo (Celeirón de Asadur, Maceda, 1925) era consciente de todo lo que había supuesto el conflicto armado, «porque en Maceda la represión durante la guerra fue terrible; no en mi aldea, pero sí en otras parroquias donde hubo muertos por juicios sumarios y también por paseos».

Tras la Guerra Civil vinieron años de escasez, de hambre, «mucho peores que durante la guerra; el peor año creo que fue el de 1941. Faltaba de todo, en todos los sentidos. La alimentación era muy mala y la disciplina, muy cruel», señala Francisco Carballo.

«En 1940 y 1941 -relata Pío Moa Banga- había colas en las panaderías para hacerse con pan de maíz, de centeno, de algarrobas o de cualquier cosa». Del ambiente que se vivía entonces, con constantes actos de adhesión al régimen de Franco, evoca Pío Moa que «a veces al salir de misa, en el atrio había que cantar el ‘Cara al Sol’, todo el mundo con el brazo en alto».

Por su parte, Alonso Montero recuerda el clima que había en aquellos momentos, cuando «era obligatorio ir a misa con el maestro todos los domingos y cumplir el precepto pascual. Y también soportar la chulería del alcalde falangista».

El final de la guerra civil supuso, con todo, «un momento de bastante alegría para mucha gente, franquista o no franquista, porque sus hijos ya no iban a ir a la guerra», afirma Alonso Montero, que no tiene una conciencia trágica del final de la guerra civil, porque apenas tenía diez años y venía de una familia tradicional, de la derecha sociológica. Su posición ideológica surgiría más tarde, «sobre todo a través de las lecturas; soy hijo de mis lecturas», concluye el presidente de la RAG.

http://www.farodevigo.es/sociedad-cultura/2014/04/02/guerra-civil/997896.html