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Aragoneses Contra Hitler: La Batalla De La Madeleine

Amadeo Barceló. Bajoaragonesa, | 3 septiembre 2014

Monumento-conmemorativo-Tornac-e1409166651458Versión íntegra del artículo aparecido en el Heraldo de Aragón el pasado 24 de agosto

 

Compartimos con vosotros la versión íntegra (en el periódico debió reducirse ligeramente por cuestiones de espacio), del artículo que nuestro compañero Amadeo Barceló escribió para Heraldo de Aragón el pasado domingo 24 de agosto:

Habían entrado en Francia por la puerta trasera. Pagaron, tras el fin de la Guerra Civil, el peaje de los perdedores: malvivieron hacinados en los campos, fueron tratados como delincuentes por el Gobierno de Daladier y, buena parte de la ciudadanía francesa, influenciada por las monsergas vertidas desde la prensa y los púlpitos, los despreció. Los rojos, como dejó escrito Mariano Constante, fueron tomados por el diablo y hubo quien se acercó hasta las vallas para comprobar si tenían cola. Pero cinco años después la percepción de los franceses hacia los republicanos españoles era muy distinta. Cuando, ya en plena Segunda Guerra Mundial, suspiraban por la liberación de la Patria, comprobaron que la experiencia bélica de la mayor parte de los republicanos, junto a su indudable compromiso ideológico, eran armas tan valiosas como las que caían del cielo lanzadas en paracaídas. Poco a poco, 20.000 maquisards españoles consiguieron hacerse sitio en el corazón de los franceses. En el verano de 1944, por fin, llegó su hora: era el momento de ganar una guerra.

Las posiciones alemanas en el sur de Francia se derrumbaban y, a unos 45 kilómetros al noroeste de Nimes, los hombres de la 21ª Brigada no estaban dispuestos a permitir un repliegue de sus fuerzas hacia el norte que permitiera continuar la lucha. Al amanecer del 24 de agosto, una treintena de maquis españoles, acompañados por cuatro guerrilleros franceses, aguardaban, agazapados bajo los muros del Castillo de Tornac, la llegada de una columna alemana procedente de Toulouse. Nueve aragoneses se contaban entre ellos: Antonio y Francisco Laroy -dos hermanos procedentes de Sariñena-, el calandino Martín Vidal, y los caspolinos Vicente Rufau, Manuel Ornaque, José Arcos, Mariano Calés, Miguel Piquer y su hijo Elías. La pista de varios de ellos se había esfumado por completo en sus pueblos de origen. Incluso al caspolino, José Arcos Cardona, se le había dado por muerto. Su defunción se inscribió en el juzgado de Caspe en junio de 1944. Pero aquel falso difunto y sus compañeros, habían planeado una perfecta emboscada a las tropas de la Wehrmatch.

Capitaneados por Gabriel Pérez y Miguel Arcas, en connivencia con el gendarme Carlo y el mítico Cristino García Granda -todavía convaleciente de sus heridas en el asalto a la prisión de Nimes-, se habían propuesto detener la retirada de los alemanes costase lo que costase. Un sistema de barreras colocado en la carretera para cortar el paso del enemigo, junto a varios explosivos dispuestos bajo los túneles de la carretera y el ferrocarril, cerrarían cualquier escapatoria para los hombres de Hitler.

Hacia las 14 horas la columna de la 11ª Panzerdivisionen compuesta por 700 soldados alemanes (algunas fuentes elevan el número hasta 1.500), no menos de sesenta camiones, dos tanquetas y varias armas de acompañamiento, llega hasta el lugar elegido para la celada. Y, tal y como los maquis habían previsto, los explosivos revientan el puente metálico del tren. Nuevas cargas explotan tras la retaguardia alemana. Están atrapados. Sin dejarles reaccionar, los resistentes inician el tiroteo desde los montículos ubicados bajo el Castillo de Tornac. Los alemanes no saben hacia dónde apuntar pues los maquis se ocultan tras la vegetación de la falda del Castillo. Aunque son solo tres docenas de hombres, el fuego resistente es nutrido y procede de varias posiciones. Ante la imposibilidad de reducir a un enemigo casi invisible, las tropas de la Wehrmacht intentan superar las barreras de la carretera sin conseguirlo. Entretanto, los atacantes se las ingenian para simular que son un número muy superior: “Nos movíamos todo el rato, cambiábamos de posición”, recuerda Paco Laroy.

Durante la batalla los españoles son reforzados por compañeros del maquis de “Aigoual-Cévennes” y unos 20 gendarmes incorporados a los comandos. El comandante alemán, K.A. Nietzsche Martin, convencido de que se está enfrentando a un contingente enemigo importante, intenta negociar una tregua a través de uno de sus oficiales. En este punto, las fuentes se contradicen; unas aseguran que el alemán se reunió con maquis españoles, mientras otras alegan que fue el gendarme pasado al maquis, Carlo, el interlocutor de los resistentes. Lo que sí parece probado es que el militar alemán se negó a conversar con alguien que ni siquiera llevaba uniforme y que, por su aspecto desaliñado, más bien “parecía un mendigo”. Definitivamente, las conversaciones no prosperan y se reanuda el combate. Las tropas de la Panzerdivisionen intentan romper el cerco avanzando hacia las colinas en las que se encuentran los guerrilleros pero no consiguen su objetivo, tal y como cuenta Laroy. “Hubo un par de horas más de tiros (…) tumbamos dos o tres camiones en el trozo que está antes de la cooperativa de Tornac”.

Entrada la tarde, los acontecimientos se precipitan: aviones ingleses DH 98, “mosquito”, procedentes de un portaaviones fondeado en el Mediterráneo tras el desembarco aliado del 15 de agosto (Operación Dragoon), llegan al lugar escupiendo su furia por las bocas de las ametralladoras y arrojando varios proyectiles sobre las fuerzas alemanas. Finalmente, a las ocho de la tarde las orgullosas tropas del III Reich capitulan.

Cuando el comandante K.A.Nietzsche Martin es consciente de que un puñado de guerrilleros ha sido capaz de rendir a su columna, se quita la vida en medio de la carretera, muy cerca del lugar en el que todavía hoy se erige una placa en recuerdo de la batalla.

Una hora más tarde el Half-Track “Guadalajara” alcanza la plaza del Ayuntamiento de París y entra en la Historia, relegando la gesta de La Madeleine a un pequeño rincón en la prensa del día siguiente. Pero al igual que los españoles de La Nueve, la avanzadilla libertadora de París, los héroes españoles de La Madeleine vieron cómo se les escamoteó la gloria que bien merecían. De hecho, en el memorial que se levantó junto al lugar de la batalla se obvió la participación decisiva de los republicanos y solo se inscribió el nombre de Cristino García, que ni tan siquiera estuvo presente. A pesar de todo, unos meses después llegaron los reconocimientos para los combatientes de La Madeleine que fueron condecorados con la Cruz de Guerra con Estrella de Plata que todavía hoy Paco Laroy muestra con orgullo. Algunos de sus compañeros ni tan siquiera tuvieron tiempo de recogerla. Elías Piquer murió el 13 de octubre siguiente en un enfrentamiento con las fuerzas franquistas en el Hospital de Benasque en el marco de la Operación Reconquista de España, la invasión guerrillera que pudo cambiarlo todo. Calés falleció al poco de volver de la misma, víctima del tétanos, y Martín Vidal rechazó la medalla porque había combatido en La Madeleine “porque quise hacerlo, no por medallas”.

Hace unos días en Tornac, en el 70 aniversario de los hechos, se celebró un emotivo homenaje al que asistieron los hermanos Laroy, aquellos dos hermanos que dejaron los Monegros en 1938, se convirtieron en héroes de guerra, y rehicieron su vida en Francia. En Sariñena, en Calanda y en Caspe, la epopeya de sus hijos en la Batalla de La Madeleine es otro pasaje desconocido en una historia que aún está por escribir. Es hora de que estos nueve maquis aragoneses dejen de englobar, como el resto de sus compañeros, el largo inventario de los olvidados.

http://www.bajoaragonesa.org/elagitador/aragoneses-contra-hitler-la-batalla-de-la-madeleine/