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El Valle de los dinosaurios

Gorka Castillo. Ctxt, | 20 junio 2019

Expertos y víctimas coinciden en que el complejo religioso-militar de Cuelgamuros debe ser transformado esta legislaturaExpertos y víctimas coinciden en que el complejo religioso-militar de Cuelgamuros debe ser transformado esta legislatura, empezando por la exhumación de Franco y el traslado de Primo de Rivera

GORKA CASTILLO

Sólo el franquismo más extravagante y pendenciero tiene los cimientos intactos en el Valle de los Caídos. Está en todas partes. En los imperiales ángeles de bronce que vigilan la entrada armados con amenazantes espadas; en el martirologio de las Cruzadas que recubre la cúpula de la basílica desafiando al tiempo y al olvido. Hay dramatismo hasta en las guías turísticas, repletas de omisiones y reinterpretaciones de una historia terrible. A un grupo de visitantes extranjeros que realizan la Ruta imperial por la Sierra de Guadarrama les explican el significado de los letreros de las criptas que custodian, a derecha e izquierda, la losa marmórea del dictador: “Caídos por Dios y por España”. El guía comenta con indulgencia que allí descansan los restos de 33.000 muertos en la Guerra Civil pero nada dice de los 12.000 que jamás han sido identificados ni que muchos de ellos eran civiles republicanos ejecutados a sangre fría. Y ahí están todos juntos, durmiendo en paz el sueño de los muertos. ¿En paz?, se pregunta Silvia Navarro, cuyo tío-abuelo está allí enterrado. Se le nubla la vista cada vez que escucha estas palabras. Al fin y al cabo, ella sigue reclamando la apertura de los columbarios para recuperar los restos de José Antonio Marco Viedma, un comerciante masón de Calatayud al que todos conocían como Voltaire porque siempre andaba con libros bajo el brazo.

A Voltaire le fusilaron el 2 de septiembre de 1936 y le arrojaron a una fosa junto a otras 15 personas. Como estiércol humano. Aquel suceso no fue ningún secreto en el pueblo. “¿Habla de los comunistas y los masones? Allá están, en el cementerio”, le respondieron hace unos años en el registro de Calatayud cuando Silvia preguntó por sus restos. En 2007 descubrieron una verdad desgarradora. “La fosa estaba vacía. Tampoco en el panteón familiar. Habían sido trasladados al Valle de los Caídos. Desde el 4 de abril de 1959 está en una de sus criptas, mezclado con otros 81 fusilados que viajaron dentro de nueve cajas transportadas por orden del Ministerio de Gobernación”, revela Silvia.

Las visitas de Silvia a Cuelgamuros resultaron un pavoroso fiasco. Los monjes benedictinos no la perdían de vista ni en la biblioteca pero tuvo tiempo de comprobar la metodología empleada para administrar las criptas. No identificaban las inscripciones de los osarios que les llegaban. Eran más precisos en su función de sepultureros. Contabilizaban los cráneos. En 2010, un grupo de especialistas introdujeron microcámaras en una zona de la cripta y se tomaron fotografías para comprobar el estado de conservación de los nichos. El diagnóstico fue lamentable. “Si los franquistas conocieran las condiciones en la que se encuentran algunos enterramientos en estos momentos probablemente se horrorizarían. No olvidemos que muchos de sus seguidores donaron sus muertos a este proyecto y hoy pueden estar mezclados con republicanos. Para los forenses es uno de los escenarios más complejos del mundo, comparable a la identificación de restos en la Zona Cero de Nueva York o en Srebrenica”, asegura Francisco Ferrándiz, antropólogo social del CSIC y miembro de la comisión de expertos que en 2011 formularon la inaplazable reforma del Valle de los Caídos en cumplimiento de la Ley de Memoria Histórica (LMH). Y en esa amalgama de mortandad silenciada, no será fácil encontrar a Voltaire, el amante de los libros al que un día le quemaron la biblioteca como advertencia y después le fusilaron por defender los derechos de los obreros. Lo sabe Silvia. “Creemos que podría encontrarse en un osario del nivel 3 o 4 de uno de los nichos que hay detrás de las capillas”, dice con la sagacidad que le han aportado tantos años de búsqueda.

El resquicio de luz que esperaba llegó el pasado 26 de febrero cuando otro equipo de expertos, éste encabezado por el médico forense Francisco Etxeberría, perforó nuevamente para llegar a los niveles inferiores de la cripta, los que probablemente están más deteriorados. Y el dictamen fue positivo. “Aunque es cierto que algunos columbarios se encuentran muy afectados debido a las filtraciones de agua y con restos óseos mezclados, algo que nos exigiría afinar muchísimo en las exhumaciones y ser muy cuidadosos, otros muchos permanecen intactos. Fue una sorpresa porque son perfectamente recuperables. Habría que intentarlo ya que técnicamente es viable”, afirma el forense vasco.

Para Silvia Navarro, la evaluación de Etxeberría ha resultado un torrente de esperanza. Atrás quedan doce años de aprendizaje para sostener la mirada a unos monjes que escudriñaban cada uno de sus pasos por la escolanía, para replicar con orgullo las embestidas desdeñosas de algún funcionario de Calatayud, para revisar documentos del archivo general de Alcalá de Henares. Aquí cosechó una gran victoria. El trofeo fue el mapa con las rutas que siguieron los camiones de la muerte organizados por Franco para dar un contenido realista a la inauguración de la criptobasílica de Cuelgamuros, vaciando las fosas de la guerra y llenando el Valle de los Caídos. “Aquello es la caverna del horror”, concluye Silvia.

El complejo monumental está edificado sobre un terreno excavado en la montaña con vistas excepcionales a la sierra madrileña y envuelto en aromas naturales que revientan los sentidos pero no es el lugar de reconciliación que proclaman sus defensores. Para miles de personas resulta imposible mientras sigan presentes los motivos colosales que el franquismo levantó por plazas de España para conmemorar su victoria bélica. La cruz de 150 metros atornillada a la colina es la metáfora martirizante del abrazo final de las “dos Españas” decretado por Franco para ensalzar la magnitud de su santa cruzada. Su tumba es la referencia central en el interior de la basílica y cerca de ella hay otra tan controvertida como la suya, la del fundador de la Falange, José Antonio Primo de Rivera.

En la comisión de expertos de 2011, el antropólogo del CSIC Francisco Ferrándiz dirigía uno de los tres subcomités que abordaron la investigación, en concreto el que se ocupó del estado de las criptas y todo lo concerniente a la exhumación del dictador. “Lo que defendimos en nuestro informe iba más allá de todo esto. Subrayamos la necesidad de volver a resignificar el espacio para convertirlo en otra cosa. Eso implicaba no solo sacar a Franco sino también a Primo de Rivera, cuyo su destino, en realidad, a nadie importa. A los sectores más reactivos de la sociedad les preocupa Franco, no José Antonio”, apostilla este científico especializado en exhumaciones de fosas comunes en conflictos armados. La prueba es que tres miembros de aquella subcomisión rechazaron tocar el sepulcro del dictador pero no pusieron ningún impedimento para trasladar al líder falangista a una cripta lateral, fuera de la vista de los visitantes. Pero este informe pasó al olvido con la llegada del PP a La Moncloa.

Aún siguen vivos testimonios cruciales sobre la colonia penitenciaria que construyó Cuelgamuros. Nicolás Sánchez Albornoz evoca sus meses de condena hasta que logró zafarse y se dio a la fuga y que tan bien retrató Fernando Colomo en la película Los años bárbaros. A él le enviaron a la oficina del destacamento penal del monasterio en 1947, la que se encargaba de la construcción de “aquel adefesio”, como él mismo lo define. Cuenta “el desprecio y la deshumanización” que reinaba en las unidades de presos que horadaban la montaña y en las que se ocupaban de construir la carretera y la explanada. Sánchez Albornoz llegó para cumplir una condena de seis años por intentar la reconstrucción del sindicato estudiantil FUE. “Pese a que mi situación no era tan mala en comparación con la que padecían muchos, no podía quitarme de la cabeza salir de allí así que fugarme no era una opción sino mi única salida”, rememora este fornido historiador que a sus 93 años mantiene una brillantez deslumbrante. “¿Si he regresado alguna vez? ¿Para qué? Allí no se me ha perdido nada”, responde y avisa: “No me pregunte por el Valle de los Caídos. Siempre me he negado a reconocer con ese nombre a aquel engendro”. Sobre el destino que espera para Cuelgamuros, Sánchez Albornoz no alberga dudas de que no puede seguir considerado como cementerio “cuando hay muertos de los dos bandos bajo la cruz de la santa Cruzada”. Le abruma esa simbología franquista pero no le nubla la razón. “Si a Franco le hubieran colgado como correspondía, muchos de los que hoy defienden mantener aquello intacto estarían con las orejas gachas. Tenemos mucho ignorante de la historia por ahí suelto”, remata.

Más voces que añadir al desierto de la memoria. Por ejemplo la de Paco Galán, 62 años, alumno de la escolanía de la Santa Cruz del Valle de los Caídos entre 1967 y 1971. Desde entonces, las cadenas que arrastra son pesadas como el acero. Hijo de un soldado republicano que combatió hasta el final en el durísimo frente de los Pedroches, en Córdoba, formó parte del coro que recibía bajo palio al dictador cada vez que pisaba la criptobasílica de Guadarrama. “Fui el alumno 305. Entré con 9 años porque tenía un primo que estaba allí y como una vez les llevaron a Japón, yo quería hacer lo mismo. Pero todo resultó muy distinto a lo que había imaginado. Para mí, por educación y familia, fue terriblemente contradictorio. No tengo ninguna duda de que si llego a decir que mi padre había sido soldado republicano no hubiera salido vivo de allí. Pero tuve una ventaja: me convertí en testigo de lo que pasaba”, asegura.

Y así estuvo durante los cuatro años de internado. Observaba a los guardianes del sancta sanctórum del nacionalcatolicismo español. Se paseaba en silencio por las galerías del monasterio como si cumpliera el servicio histórico de contarlo todo algún día. “Cada semana se homenajeaba a Primo de Rivera. Las homilías eran sobre las Cruzadas y la victoria militar del 39. Todo en la orden benedictina tenía un marcado carácter político-militar”, recuerda. Paco tuvo tiempo de radiografiar mentalmente hasta los detalles minúsculos de la cúpula, conoció al dedillo el mecanismo del gran órgano de la basílica y trepó por el interior de la gran cruz “porque es hueca”. Tampoco olvida las visitas privadas de Franco que “consideraba aquello como su templo privado”, afirma. Lo único que jamás le permitieron visitar fueron las criptas de la Capilla Santísima y las del Sepulcro ya que “aunque todos conocíamos que había muchos franquistas enterrados también sabíamos que había republicanos, pese a que era un asunto reservado”. Los niños del coro desarrollaron un sexto sentido para desenmascarar el ojo tuerto de la mentira. “Aquellos monjes eran unos ladrones de cadáveres y unos maestros en generar traumas. Esa fue la consecuencia de mis años en la escolanía”, añade sin ambages.

La superación de los traumas colectivos que dejó el franquismo es una tarea compleja. Al menos para el historiador y diplomático Ángel Viñas, aunque elogia el nacimiento de una nueva generación que cuestiona el relato superficial que se ha transmitido sobre lo que fue el franquismo. “El problema es que sigue habiendo una parte de la sociedad española que no termina de superar los mitos creados. No podemos olvidar que durante 40 años se asentó un canon explicativo de por qué la guerra civil fue necesaria y por qué Franco nos trajo por fin la paz y la reconciliación. Eso es una falsedad histórica impuesta y creo que la democracia ha fallado estrepitosamente a la hora de introducir en el sistema educativo un relato más congruente sobre aquellos hechos”, sostiene este catedrático emérito de la Universidad Complutense que acaba de presentar el libro ¿Quién quiso la guerra civil? (Ed.Crítica. 2019). Aunque Viñas declara que su opinión personal sobre el Valle de los Caídos “no vale nada”, considera que el primer paso que el gobierno debería dar es exhumar el cadáver de Franco. El historiador se refiere al conflicto generado tras la decisión del Tribunal Supremo (TS) de paralizar el traslado del dictador fuera del complejo. “Para mí es un problema de política pública, de una necesidad absoluta, porque rompería una barrera psicológica. Es el ejecutivo el que tiene en sus manos defender esta cuestión y sacarla adelante ya que se trata de un mandato del Parlamento”, indica.

Al presidente de la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica (ARMH), Emilio Silva, no le sorprendió la resolución de una institución como el Supremo “tan endogámica”. Lo que más le ha escocido es la argumentación que hace en el auto de suspensión admitiendo que las razones de la familia del dictador, la fundación Franco y el prior de la basílica, aferrado como una lapa al acta de custodia de los restos firmada por el rey el 22 de noviembre de 1975, responden al interés general del país. “Es muy grave que el TS cortocircuite un mandato parlamentario, algo muy extraño que ha sucedido muy pocas veces en la historia reciente”, insiste Silva. La exhumación, prevista para el pasado 10 de junio, ha quedado aplazada hasta que se dicte la sentencia definitiva, algo que ocurrirá en los próximos meses. Y mientras llega ese día, el traslado y sepultura del dictador al cementerio de Mingorrubio, en El Pardo, al lado de su esposa Carmen Polo, ha quedado congelado. Una propuesta sugerida ya en 2011 por el antropólogo del CSIC Francisco Ferrándiz tras los trabajos realizados en el Valle de los Caídos.

Mayor polvareda que la suspensión provisional dictada por el Supremo ha causado en amplios sectores del país la frase del auto donde se cataloga a Franco como “Jefe de Estado desde el 1 de octubre de 1936 hasta su fallecimiento”. También ha molestado el ejercicio de contorsión lingüística realizado por los redactores para evitar calificarlo como dictador y la sospechosa omisión que se hace de su protagonismo estelar en la planificación violenta de un levantamiento militar que destruyó la democracia. En palabras de algunos expertos, los magistrados del Supremo validan con su documento la legitimidad de Franco como jefe de Estado tras el golpe militar. “Me he permitido revisar los acontecimientos que ocurrieron ese primero de octubre del 36 al que se refieren los jueces y he descubierto que el verdadero presidente de España, Manuel Azaña, estaba tan lejos de lo que hacía Franco que acababa de aprobar una partida económica para contratar a 5.300 maestros y maestras. Es la definición perfecta de lo que pasó aquel día. Unos destruían el país mientras otros lo construían. Ese es el abismo que nos separa”, proclama el presidente de la ARMH.

Pero la realidad es que el Valle de los Caídos y toda su parafernalia religiosa-militar, sigue atrayendo a raros cultivadores de una variedad vírica de la nostalgia, la que devora mensajes triunfadores de paz y reconciliación sin inmutarse mientras olvidan a otros. Y así sigue Cuelgamuros, que el 1 de abril cumplió 60 años, más viejo y roñoso pero igual de visible desde cualquier camino que va hacia Guadarrama.

AUTOR Gorka Castillo

https://ctxt.es/es/20190619/Politica/26748/Gorka-Castillo-Madrid-Valle-de-los-caidos-Cuelgamuros-Franco-Primo-de-Rivera.htm