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Casarse ante la tumba de Franco

Natalia Junquera. El País, 30-06-2019 | 1 julio 2019

El País acompaña a expertos internacionales en memoria al Valle de los Caídos, donde este sábado se celebró una bodaNATALIA JUNQUERA

Madrid 30 JUN 2019 –

“Estoy anonadada. En mi país resultaría impensable ver a alguien rezando junto a una tumba de Hitler”, cuenta en el Valle de los Caídos Astrid Schmetterling, una de los 1.500 expertos que han participado esta semana en Madrid en el mayor congreso mundial de memoria celebrado nunca. En su móvil, muestra la fotografía que le envió una de sus compañeras con el retrato de Franco que se encontró en el Airbnb de la capital en el que se hospedaba. Schmetterling vuelve a la Universidad de Londres, donde da clases sobrecogida por lo que ha visto en España. Y no es la única.

EL PAÍS acompañó este sábado a una treintena de especialistas alemanes, italianos, estadounidenses, canadienses, franceses, taiwaneses, argentinos, ucranios… al Valle de los Caídos junto al antropólogo del CSIC Francisco Ferrándiz, miembro del comité de expertos al que el Gobierno de Zapatero encargó en 2011 un plan para resignificar el monumento. En total, han subido al mausoleo casi 400 expertos. El grupo llega al final de una misa y la visita, que se prolonga durante casi tres horas, concluye con una imagen que aumenta aún más su desconcierto: la llegada de una pareja de novios que ha decidido darse el sí quiero junto a la tumba del dictador. “¿Eso es una boda?”, pregunta, ojiplático, el estadounidense Mark Rhodes.

Dentro del mausoleo se cruzan con mucha gente, pero pocos son turistas. La argentina Susana Kaiser trabaja en un estudio sobre cómo reaccionan los visitantes a la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA), centro de torturas en la dictadura y desde 2015 museo de memoria. “Me sorprende cómo la gente muestra tan abiertamente su fascismo en España”, opina. «Esto es un gran homenaje público a Franco. Un santuario al dictador”.

“Estoy impactada”, confiesa la estadounidense Natalie Romeri-Lewis, especialista en procesos de memoria transicional y comisiones de la verdad. “No sé si la gente que viene aquí lo hace porque no entiende lo que significa o lo entiende y aún así decide traer a sus hijos a un lugar como este. Esto es un homenaje a Franco, hecho con materiales para perdurar en el tiempo, y me sorprende que haya guardias vigilando la tumba. No podemos hacer fotos, pero la gente sí puede dejar flores —hay seis ramos sobre la lápida—. De alguna forma, el dictador aún tiene protección, guardas a su servicio. Todavía estoy intentando entender por qué pasa esto en España”.

Un taiwanés pregunta extrañado: “¿Pero en España no había una ley de memoria?”. La guía que les acompaña explica que sí, y que desde que existe la norma están prohibidos los actos de exaltación del franquismo en el complejo. “¿Esto no lo es? ¿Poner flores en una tumba pública no es una forma de enaltecimiento?”, repregunta, insatisfecho. Su investigación es sobre Camboya, único país del mundo que supera a España en número de desaparecidos.

“Me parece interesantísimo como investigadora, pero me siento incómoda como persona en un lugar así”, explica la ucrania Valentyna Kharkhun. “Me ha sorprendido muchísimo la mezcla entre lo político y lo religioso. Creo que debería convertirse en un monumento explicado, para que el visitante pudiera hacerse preguntas, reflexionar”, añade. A Emma Khaladjzadeh, estudiante de relaciones internacionales en la Universidad de Lille, de 23 años, le ha sorprendido que en todo el complejo «no se dice nada sobre los republicanos que están enterrados -sin consentimiento familiar- en el mausoleo ni que Franco fue un dictador».

“Es fascinante e inquietante a la vez”, opina el californiano Jonathan Wiesen. «Una buena muestra de lo difícil que le resulta a este país gestionar su pasado», añade. «Me siento enfermo. ¿Cómo es posible que exista este lugar a tan pocos kilómetros de una capital moderna como Madrid?», se pregunta Rhodes.Su compatriota Kathryn Hannum sugiere que porque la Transición se hizo «de forma apresurada». Rhodes le contesta que Franco estuvo 40 años imponiendo su dictadura, pero que han pasado otros 40 desde que murió.

La alemana Jana Hornberger confiesa que no entiende «cómo encaja» la permanencia de un lugar como el Valle de los Caídos con el proceso de memoria histórica. ¿España quiere o no quiere reflexionar sobre esto?», pregunta. Ella no tiene claro que exhumar los restos de Franco sea «la solución». «No sería suficiente». La argentina Susana Kaiser considera que es el principio para «cambiar de significado» del monumento. Marla Stone, especialista en el fascismo italiano, plantea la paradoja de que «algo tan visible, tan grande, no fuerce a la gente a abordar el pasado y resolverlo».

Al salir, Romeri-Lewis comenta la respuesta de una señora cuando le preguntó si ella también se casaría allí. “Claro que sí. ¡Es una iglesia muy bonita!, me dijo”. Sus colegas no dan crédito. Abandonan el Valle de los Caídos cargados de preguntas. «¿Cómo se enseña la Guerra Civil española en los colegios?»; ¿Por qué dicen que es un monumento de reconciliación?»; «¿Por qué hay una iglesia dentro?»; «¿Qué dice la Unión Europea sobre esto?…».

«NINGÚN POLÍTICO DISCUTE ESTO EN ARGENTINA»

El Gobierno de Pedro Sánchez planteó la exhumación de los restos de Franco -suspendida cautelarmente por el Tribunal Supremo- como un primer paso para cambiar de significado el monumento. El comité de expertos nombrado por José Luis Rodríguez Zapatero en 2011 barajó entre otras opciones la de ubicar allí un museo de la memoria similar a los que han construido otros países con un pasado traumático. Uno de los más emblemáticos es el ubicado en la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA), antiguo centro de torturas de la dictadura argentina. Su directora, Alejandra Naftal, conversó con EL PAÍS sobre el proceso hasta el levantamiento del museo y las diferencias con el caso español.

«Sin los perpetradores de crímenes de lesa humanidad presos en cárceles comunes, los procesos de memoria y la existencia de los museos no sería como es ahora», asegura. «En Argentina hubo un proceso imparable. El movimiento de derechos humanos, integrado por madres, padres, hijos… y distintos sectores de la sociedad nunca dejó de pedir verdad, memoria y justicia para las víctimas de la dictadura. La democracia llega en 1983, en 1984 se hace la comisión nacional de desaparición de personas, en 1985, el juicio a las juntas militares… Luego hay un periodo de impunidad, donde se hacen las leyes de obediencia debida y punto final [similares a una amnistía], y el Estado tapa todo, pero el movimiento de derechos humanos busca otras estrategias para continuar: ¿No podemos hacerlo en Argentina? Acudimos a la justicia universal, a Baltasar Garzón… Todo eso es lo que lleva a que puedan existir museos de memoria».

«Nuestro proceso es completamente diferente al de España», añade, «porque desde que se recuperó la democracia, en 1983, nunca se dejó de hablar del tema.  En Argentina esto es una política de Estado, venga el que venga. Por ejemplo, a mí me nombró directora del museo el gobierno anterior. No soy de la línea política del gobierno actual, y sin embargo, me han confirmado en el puesto. Partidos políticos que no coinciden en otras muchas cuestiones, sí lo hacen en esto. Saben que no lo pueden parar”.

En Argentina hubo más de 700 centros de tortura durante la dictadura. La ESMA fue uno de los mayores: por allí pasaron 5.000 hombres y mujeres. «Se les desnudaba, se les daba una inyección, se los subía a aviones y eran arrojados vivos al mar. Hoy es una prueba judicial, la evidencia material de la maquinaria del terror. Y el museo sirve como un centro de homenaje, pero también para molestar, para que la gente se pregunte cómo fue posible que en el medio de la ciudad de Buenos Aires hubiese un lugar donde se torturaba y se mataba con recursos del Estado.  Tiene una función educativa, concienciadora».

Preguntada por qué futuro ve al Valle de los Caídos, no considera tan importante exhumar los restos de Franco como «desacralizar» el lugar para cambiar su mensaje. «Hay muchas maneras de resignificar el monumento. Derribar es tapar. Soy mucho más partidaria de dejar las huellas, pero explicadas. La apuesta museográfica que hicimos en la ESMA se puede levantar y el edificio queda igual que como lo recibimos. Y lo hicimos así no solo porque es una prueba judicial, sino porque creemos que es importante dejar las marcas del pasado, explicadas. Creo que España terminará encontrando su camino».

https://elpais.com/politica/2019/06/29/actualidad/1561827059_631771.html