Los buenos lorquinos y José Ibáñez MartÃn (el mayor represor franquista del magisterio español)
Quien defienda el «buen nombre» del IES Ibáñez MartÃn está defendiendo los crÃmenes franquistas contra el mundo de la educaciónQuienes argumentan que Ibáñez MartÃn construyó ese instituto, justificando por ese motivo la permanencia de su denominación, lo que hacen en realidad es despojar al personaje de su responsabilidad criminal en la persecución del magisterio y el profesorado de la educación media y universitaria
Quien defienda el «buen nombre» del Ibáñez MartÃn, quien defienda el nombre del IES, está defendiendo los crÃmenes franquistas contra el mundo de la educación
Hemos de admitir que la banalización de lo que significó el franquismo sirve a muchos de cuartada para justificar su permanencia sociológica y simbólica.
Apelar a las grandes obras del franquismo, como es el pantano del Cenajo, el Trasvase, …o que en Lorca se construyese un instituto, son los terribles argumentos que frecuentemente escuchamos a quiénes se empeñan en ofrecer una imagen benévola de aquel régimen, o de los personajes que lo protagonizaron.
«La banalización del mal» de Ana Arendt, maravillosamente explicada por la periodista norteamericana en relación con los crÃmenes nazis, tiene en Lorca un claro ejemplo de aplicación.
Quienes argumentan que Ibáñez MartÃn construyó ese instituto, justificando por ese motivo la permanencia de su denominación, lo que hacen en realidad es despojar al personaje de su responsabilidad criminal en la persecución del magisterio y el profesorado de la educación media y universitaria española.
La hipocresÃa de todos esos «buenos lorquinos», pertenecientes a sectores influyentes de la sociedad local, antiguos profesores, miembros de Ilustres Colegios profesionales, personas de la clase media acomodada, gentes «de buena familia» que pasaron por las aulas del Instituto, y que hoy se convierten en esforzados defensores del rótulo metálico que da tÃtulo a este Centro, les lleva a exonerar y disculpar a Ibáñez MartÃn y al régimen totalitario al que sirvió, escudándose en argumentos de tan flojo fuelle, como que su denominación es «una seña de identidad de Lorca», que ligada al mismo están «sus sueños de juventud», que Ibáñez MartÃn «fue quien lo construyó», o más ramplonamente, que «¿para qué cambiarlo cuando hay cosas mucho más urgentes de las que ocuparse?», que es lo que suele decirse cuando no se tienen más argumentos.
Estos «buenos lorquinos» son como los buenos nazis, personas tan educadas ellas, considerados buenos ciudadanos y amables vecinos, que solo evocan al régimen que secretamente veneran, echando mano de la propaganda que podemos encontrar profusamente en los documentales del Youtube.
Pero no es asÃ. Hablar de la persecución del Magisterio no es sólo una retórica generalista. Cuando un maestro lorquino es detenido, encarcelado y torturado (a mi abuelo Ginés le aplastaron los dedos de la mano derecha con el quicio de una puerta y le rompieron las gafas, con lo que ya no pudo volver a escribir a su familia, al punto que su última carta de despedida hubo de escribÃrsela un compañero), cuando al pavor familiar se une el sufrimiento por el hambre más espantosa que puede concebirse, cuando al terror en la despedida de los compañeros que van a ser fusilados se une el desamparo ante la injusticia de verse perseguidos, por el simple hecho de haber llevado a las escuelas los principios democráticos de justicia y libertad, estos maestros y maestras lorquinos, como el resto de sus compañeros de toda la Región y de toda la España republicana, se ven despojados de su dignidad, de su profesión, de sus derechos humanos, y de su familia, siendo entregados al pelotón de fusilamiento, o diseminados por los diferentes presidios por toda la geografÃa nacional. Ibáñez MartÃn fue el artÃfice de todo ello.
Asà que, amigos mÃos, cuando estos «buenos lorquinos», se envuelven en ensoñaciones sentimentales relacionando al Ibáñez MartÃn con sus años mozos, o cuando apelan a devolver el favor a aquel ministro franquista conservando su nombre, yo me acuerdo de Ana Arendt y su perplejidad ante los «buenos nazis» que se justificaban en las «buenas obras» del régimen para exculparlo de sus atrocidades.
Quien defienda el «buen nombre» del Ibáñez MartÃn, quien defienda el nombre del IES, está defendiendo los crÃmenes franquistas contra el mundo de la educación. Está defendiendo al ministro de Franco que se vanagloriaba del asesinato fÃsico y moral del magisterio español.
Y quien teniendo alguna responsabilidad de tipo polÃtico, sindical, o de compromiso democrático, continúe poniéndose de perfil, y no se ponga al frente de este movimiento de restauración democrática, tendrá que asumir su cuota de responsabilidad en la pervivencia de la impunidad que aquà estamos denunciando para terminar con ella de una vez.