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Tiempo de lamentos

Shlomo Vlassov. El Salto, | 12 noviembre 2019

Franco salió ya del Valle de los Caídos, pero no podemos permitir que sus herederos vuelvan a decir que este país es como a ellos les da la gana

 

SHLOMO VLASOV 2019-11-12

Tras las elecciones del 10 de noviembre, el mapa político español permanece prácticamente invariable en lo que a bloques se refiere, si bien en el bloque de la derecha se ha producido un desplazamiento de la influencia de Ciudadanos (que literalmente se ha hundido) hacia una concentración de voto en la ultraderecha de Vox.

Y es, precisamente, sobre el partido de la ultraderecha, sobre el que versa estas líneas. A pesar de la gran cantidad de “opinólogos” y “politólogos” que se pasean por las televisiones españolas, algunos con opiniones realmente delirantes, lo que más me ha sorprendido en las últimas dos semanas es la preocupación que varios medios de comunicación han mostrado por el discurso y avance de la ultraderecha.

Como si de la caja de Pandora se tratase, se analizaba la debacle que se venía por el más que probable avance ultra en las elecciones, que se confirmó el mismo domingo por la noche.

Sin embargo, pocos medios van a entornar su mea culpa por el vocero que les han ofrecido y por la campaña de blanqueo que han tenido en los meses precedentes. Pocos van a reconocer, y no solo los medios de comunicación, que no se ha entrado en el cuerpo a cuerpo contra la ultraderecha. Algunos dicen que por no darle más importancia de la que tiene y otros porque si debates con ellos entras en su juego y les visibilizas. Sin embargo, la visibilización de la ultraderecha ha venido de otra forma, donde políticos y medios han tenido su cuota de responsabilidad.

Antes de analizar nada, conviene decir que el fenómeno ultra no es nuevo. Si bien el líder de Vox calificó durante mucho tiempo a sus compañeros en esa banda de “derechita cobarde”, lo cierto es que una parte de esa derecha tuvo agazapados a los ultras concentrando todo su voto. La desgracia que ha tenido nuestro país es que en ningún momento de nuestra historia hemos tenido una derecha democristiana o liberal fuerte que relegase a la derecha autoritaria y reaccionaria. Ha sido una constante en la historia contemporánea de España que todos los intentos de articulación de un partido de derecha democrático han fracasado. El peso del movimiento reaccionario en el siglo XIX, y de dos dictaduras en el XX, con especial apego a la franquista y todo lo que ello conllevó, no ha sido baladí. Aunque lo intentaran ocultar, era imposible ocultarlo.

Sin ir más lejos, una de las fundaciones del Partido Popular respondía al nombre de Antonio Cánovas del Castillo, artífice de la Restauración, cuyo concepto de la democracia era completamente nulo: “Soy enemigo del sufragio universal; pero su manejo práctico no me asusta”, llegó a decir en sede parlamentaria. Otros personajes que han nutrido el amplio elenco de la derecha, y que han sido fuertemente reivindicados, fueron Antonio Maura o José Calvo Sotelo, que ni mucho menos eran integrantes de una derecha democrática. Incluso en diferentes actos de la ultraderecha organizada siempre apelaban al retorno de los votantes del PP a lo que denominaban “la casa común nacional”, como decía el líder ultraderechista Blas Piñar.

El problema ha sido cuando una parte de esa derecha se desgaja y conforma un partido que defiende abiertamente los postulados de la ultraderecha. Y lo hace en un momento concreto de crisis política, de representatividad e incertidumbre económica. Durante mucho tiempo, las otras derechas (la del PP y la de Ciudadanos) tendieron al blanqueo del que iba a ser, con el paso del tiempo, el socio de sus gobierno locales y regionales. Se les quitaba la etiqueta de turno y pactaban abiertamente, aunque lo negaran. Incluso daban un paso, y siguiendo una política muy dada en los conservadores europeos, en vez de hacer frente a la propaganda racista, xenófoba y machista, lo que hacían era asimilarla y adaptarla.

No era baladí decir que no existía “violencia de género” (uno de los principales problemas que tiene nuestro país) para decir que era “violencia intrafamiliar”, rebajando con ello la gravedad del asunto y asumiendo dunas tesis machistas desde las instituciones del Estado. Tampoco era baladí que otros enarbolaran como locos la bandera de España bajo un concepto de unidad y patriotismo propio de otros tiempos, al calor del conflicto con el independentismo catalán (harina de otro costal, pues hay que analizar también el impacto que tiene en el ascenso ultra) y apoyando bufonadas como Tabarnia, que no dejaba de ser un caldo de cultivo para que la ultraderecha campase a sus anchas. La imagen de la vergüenza fue la foto de Colón, donde todos los líderes rivalizaban para salir en la foto como el más español. Sin embargo, cuando juegas a ser muy ultra al final el ultra de verdad te gana por la mano.

El siguiente paso fue cuando los discursos de la ultraderecha se pasearon por las televisiones. Ver en diferentes programas de televisión cómo se daba voz a la ultraderecha bajo el paraguas de “la libertad de expresión” no dejaba de ser un juego de trileros. ¿Cuántas veces la Fundación Francisco Franco aparecía representada en programas de televisión para dar la visión del franquismo en los debates de memoria histórica o la exhumación de un dictador? Un vocero que, al final, Vox también ha capitalizado al presentar la exhumación del dictador como un atentado contra una familia que no puede enterrar a su muerto donde quiere. Curiosa frase, no respondida por nadie, cuando estamos hablando no de un muerto cualquiera sino de un dictador que llevó al país al desastre tras un golpe de Estado contra un régimen democrático y sumió a España en una dictadura de corte fascista con miles de fusilados, encarcelados y fusilados. Y casi nadie decía nada.

Los líderes de Vox se paseaban por diversos medios y actos donde sacaban toda su artillería ideológica. Les invitaban a debates y programas en prime time. Nadie decía nada porque se argumentaba que “tienen libertad para decir lo que quieran, aunque no se les apoye”. El líder del partido, Santiago Abascal, parafraseo en los debates televisivos de candidatos frases de fascistas como Ramiro Ledesma Ramos o José Antonio Primo de Rivera. Pero tampoco pasa nada, es una forma de expresarse. Otro de sus integrantes, Francisco Javier Ortega Smith, alabó la figura de José Antonio Primo de Rivera, pero nadie detectó que eso era un discurso del fascismo. También con su especial inquina contra la izquierda, al decir que las 13 Rosas habían torturado y violado a personas durante la Guerra Civil. Pero tampoco recibió la debida contestación en el acto. Otro ejemplo fue cuando otro de sus líderes, Iván Espinosa de los Monteros, definió a la izquierda española como “sucia” y con “poca higiene”, recordando a cuando hace año los grupos neonazis calificaban a los grupos antifascistas como “guarros”. Pero tampoco pasó nada. Líderes que se han permitido pasearse por las televisiones para decir que van a ilegalizar partidos, meter a dirigentes políticos contrarios en la cárcel (ellos mismos, lo de la separación de poderes ya tal…), expulsar inmigrantes, levantar muros, criminalizar a colectivos sociales, a minorías, a los MENAS (a los que se ha considerado delincuentes), señalar con el dedo a las mujeres maltratadas, hablar de “chiringuitos” cuando su líder ha vivido de ellos, han metido sobre cifras y datos, han prohibido a medios de comunicación en sus actos cuando han querido, etc.,. Pero nos decían que no pasaba nada. En la noche electoral, sus seguidores gritaban en la calle el futbolero “¡A por ellos, oe!”. ¿A por quién? ¿Cómo va a ser?

Y lo peor no ha sido lo que han dicho, sino cómo se ha tratado lo que han dicho. Se les ha dado voz y les han blanqueado. Se ha llegado a decir que “no es ultraderecha”, que es otra cosa. Sus líderes se han paseado por los platos como “buenos chicos” mientras soltaban todas sus miserias ideológicas que llevaban a la división de la población.

Pues siento decirles que sí. Se ha blanqueado al fascismo. Se ha blanqueado a la ultraderecha y se ha hecho desde varios medios de comunicación. Se les infravaloró cuando entraron en Andalucía, se pasó por alto que la supuesta derecha democrática se apoyó en ellos para gobernar (Andalucía, Madrid, Murcia, numerosos ayuntamientos). Se pasó por alto que alcanzaron 24 diputados en abril de 2019 (ojo, que los mejores datos de la ultraderecha en democracia actual en España fue un diputado de Fuerza Nueva). Ahora tienen 52 diputados y vemos que es uno de los partidos de la ultraderecha con mayor representación de toda Europa. Siempre estuvieron aquí, pero antes estaban agazapados y ahora actúan sin complejos. Ahora muchos se echan las manos a la cabeza por lo que ha pasado y obvian cuando otros decíamos que “cuidado con esto”.

Como partimos de que nadie va a asumir su responsabilidad, lo cierto es que frente a ese discurso toca tener una organización. Ahora toca organizarse para defender nuestros derechos, para defender los derechos de las personas a las que atacan y criminalizan. Ahora es el momento de demostrar que la ultraderecha no va a salirse con la suya, que su discurso no puede calar más. Franco salió ya del Valle de los Caídos, pero no podemos permitir que sus herederos vuelvan a decir que este país es como a ellos les da la gana.

https://www.elsaltodiario.com/elecciones-10n/tiempo-lamentos-vox-fascismo#