Arturo, Mari Luz, Atocha… aquel enero de sangre de 1977
Aquellos acontecimientos dan al traste con la cháchara de la «transición pacÃfica» o la «transición modélica»
RAMÓN GÓRRIZ Y JOSÉ BABIANO. Presidente y director de Historia, Archivo y Biblioteca, respectivamente, de la Fundación 1º de Mayo
En las apenas cien horas que trascurrieron entre el asesinato de Arturo Ruiz en la calle de la Estrella y el sepelio de los cuatros abogados y el sindicalista asesinados en el atentado del despacho del número 55 de la calle de Atocha se condensan en Madrid dos aspectos clave de la Transición polÃtica. Mejor dicho, dos desmentidos. En primer lugar aquellos acontecimientos dan al traste con la cháchara de la «transición pacÃfica» o la «transición modélica». En segundo lugar, desmienten ese lugar común de la Transición como un «pacto por arriba» o como una «democracia otorgada».
El proyecto del primer Gobierno de la MonarquÃa, capitaneado por Arias Navarro, fue siempre un proyecto continuista, una suerte de «franquismo sin Franco». Sin embargo, el estado de huelga permanente del primer trimestre de 1976 y la movilización social en su conjunto hicieron ver al monarca que continuar por esos derroteros podÃa costarle la propia corona. Ahà estaba el ejemplo de su familia polÃtica y Grecia. De manera que el 5 de julio de aquél año nombró a Adolfo Suárez presidente del gobierno. Con Suárez, también hubo que «empujar». De hecho, si 1976 acabó con el Referéndum para la Reforma del 15 de diciembre, también lo hizo con el paro general convocado el 12 de noviembre por la Coordinadora de Organizaciones Sindicales (COS) formada por CCO, UGT y USO. Se habla mucho de la audacia de Suárez a la hora de legalizar al PCE. Se habla menos, sin embargo, de que en la cabeza de su ministro de Relaciones Sindicales, Enrique de la Mata, rondaba la idea de abrir la mano a las libertades sindicales, pero retrasando la legalización de CCOO. Los dirigentes del sindicato rechazaron categóricamente esta propuesta.
Tampoco la salida a la calle de los presos polÃticos y el final de aquél eterno exilio llovieron del cielo. Desde finales de 1975 las convocatorias de lucha por la amnistÃa se habÃan sucedido una tras otra y cada vez más masivas. TodavÃa el domingo 23 de enero de 1977 hubo una de esas convocatorias. Y eso que manifestarse en la calle era una actividad de riesgo. El ministro de Gobernación, Rodolfo MartÃn Villa y el gobernador civil de Madrid. Juan José Rosón, no se andaban con miramientos. ProhibÃan una tras otra cualquier manifestación y mandaban a los antidisturbios a moler a palos a los manifestantes. Como gente del «Régimen» que eran, tenÃan una visión de las libertades como un problema de orden público. Entonces, mezclados con los grises, a la carrera individuos con gabardina y «loden» blandÃan pistolas y otros artilugios. A veces eran funcionarios de policÃa de paisano; otras, ultraderechistas como los Guerrilleros de Cristo Rey; y otras, ambas cosas a la vez. Como habÃa muchas manifestaciones, como decimos, la presencia de estos dispositivos represivos en la calle era el pan de cada dÃa.
AsÃ, avanzada la mañana de aquél domingo, un nutrido grupo de manifestantes proamnistÃa que se zafaba de una carga policial, se topó con cuatro pistoleros de extrema derecha. Uno de ellos disparó dos veces al aire, pero uno de sus compañeros le arrebató la pistola y mato a Arturo Ruiz de dos tiros a bocajarro. Cuando llegó la policÃa, los manifestantes vieron como retenÃan a dos de los ultraderechistas dejándolos marchar inmediatamente. Arturo Ruiz tenÃa 19 años, trabajaba y al mismo tiempo estudiaba BUP. Era, asimismo, un militante de izquierda. Detenido, quien habÃa asesinado a un luchador por la amnistÃa se benefició de esa misma amnistÃa meses después.
A la mañana siguiente cerraron las universidades Autónoma y Complutense y los estudiantes inundaron las calles de Madrid. Otra vez la policÃa tras ellos. En la esquina de Libreros con la entonces Avenida de José Antonio un bote de humo lanzado por los grises acabó con la vida de Mari Luz Nájera. Mari Luz no era militante, pero como tantos miles de jóvenes aquella mañana salió a la calle a protestar con sus compañeros de facultad.
En la noche del mismo lunes 24, sobre las 22’30, un comando ultraderechista subió al despacho de abogados laboralistas de Atocha 55. Eran militantes comunistas y de CCOO. Nada más abrirles la puerta comenzaron a disparar sobre las nueve personas que allà trabajaban. De ellas, cuatro abogados y un sindicalista que hacÃa labores de administrativo fallecieron en el acto. Las otras cuatro quedaron gravemente heridas. Los asesinos, buscaban a un dirigente sindical del transporte interurbano, JoaquÃn Navarro. En el sector se habÃa producido una huelga muy dura que se saldó con algunas ventajas para los trabajadores. Las empresas del transporte interurbano estaban dominadas por una mafia con fuertes vÃnculos en el sindicato vertical franquista.
El dÃa siguiente al atentado se registraron paros a lo largo y ancho del paÃs y el entierro dio lugar a la manifestación de masas más grande que tenÃa lugar en Madrid desde la Segunda República. Fue una marcha en silencio y sin incidentes. Fue esta impresionante movilización, la capacidad intimidatoria del movimiento obrero, más que la audacia, lo que convencieron a Suárez de que no serÃa posible una democracia con exclusiones. Tuvo que modificar la hoja de ruta y legalizar al PCE y a las Comisiones Obreras para dar credibilidad al proceso de democratización. Bien es cierto que todavÃa en las primeras elecciones de junio de 1977 las organizaciones a la izquierda del PCE no eran legales y tuvieron que presentarse en coaliciones con nombres desconocidos hasta entonces. TendrÃan que esperar.
De manera que la fuente de los derechos y libertades debe situarse en aquellas movilizaciones, en el esfuerzo del antifranquismo y en la rotunda presencia del movimiento obrero.
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