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Testimonio de Matilde Matanzo Molero

Foro por la Memoria de Castilla la Mancha, | 7 mayo 2020

Superviviente de los bombardeos del 19 de febrero de 1937 sobre Albacete

 

Entrevista realizada por Susana Simón Tenorio (nieta). Marzo de 2020.

Me llamo Matilde Matanzo Molero; nací el 5 de octubre de 1929 en Hoyo de Manzanares, un pueblo de la sierra madrileña donde mis abuelos compraron una finca para veranear. Mis primeros años de vida los pasé a caballo entre el pueblo y Madrid junto con mis padres, mis abuelos y mis dos hermanos. Los primeros meses de la guerra estuvimos en Madrid. Yo era pequeña (no había cumplido aún los 7 años) pero sí recuerdo los problemas de mi madre y mis abuelos para encontrar comida y medicinas y oír algunos bombardeos. Finalmente decidieron salir de la ciudad y marchar a Albacete donde mi abuelo tenía unos familiares.  Creo que llegamos los  seis (mis abuelos, mi madre, mis hermanos y yo) en coche, en octubre de 1936. Mi padre no nos acompañó, se enroló como Guardia de Asalto al poco de empezar la guerra.

Nos instalamos en la tercera planta de la casa de Edmundo Alfaro, en la calle Isaac Peral. La vida en Albacete era más tranquila que en Madrid. En seguida empezamos a ir al colegio y mi abuela recibía al practicante todos los días para su inyección de insulina, pues era diabética. Nuestra casa estaba enfrente del Teatro Circo. Recuerdo que siempre estaba muy concurrido. Una vez fuimos mi madre, mis hermanos y yo a ver la película “Nobleza baturra”.

Para mí el bombardeo del 19 de febrero de 1937 fue el único, aunque sé que antes y después hubo algunos más. La noche del bombardero bajamos a la primera planta del edificio para refugiarnos. El edificio era de construcción moderna y se decía “seguro”. Muchos vecinos vinieron a refugiarse a ese y a otros pisos del edificio. Me senté abrazada a mi abuela. Mi madre tenía en brazos a mi hermana pequeña y mi hermano estaba sentado junto a nosotros. Recuerdo cómo mi abuelo se despidió de ella. Era teniente Coronel del Ejército retirado, sabía que había un cañón antiaéreo en el tejado del edificio y que muy cerca se alojaban las Brigadas Internacionales. Era muy probable que las bombas se dirigieran hacia nosotros.

A las 00:55 cayeron tres bombas incendiarias. Sé que era esa hora porque se pararon los relojes. Al menos una de ella cayó por el hueco de la escalera y alcanzó a la primera planta. Recuerdo una explosión verde clarito. De pronto se hizo negro. Silencio. Ya después empezaron los gritos. Creo que murieron 33 personas allí, son muchas personas para un solo piso.

Vinieron a socorrernos y comenzaron a desescombrar. Iban haciendo varios grupos en función de la gravedad de los heridos. Pese a mi aturdimiento oí como decían “está muerta” y que me echaban al grupo de los muertos. Se conoce que debí soltar un quejido y se percataron del error. Me subieron a una ambulancia de la Cruz Roja junto con otros enfermos rumbo al hospital. En el camino, los aviones siguieron bombardeándonos. La ambulancia tuvo que parar y apagar las luces. Nos sacaron de ella y nos quedamos escondidos en silencio hasta que dejaron de pasar los aviones. Era noche cerrada; serían las tres o cuatro de la mañana.

Una vez en el hospital de sangre, no estoy segura si era la Casa del Cura o la Iglesia, caí en un estado de semiinconsciencia. Hasta el tercer día no me operaron pues estaba demasiado débil y pensaron que no iba a salir adelante. Finalmenteme operaron varias veces de la pierna. Hasta nueve operaciones he tenido en ella. La última cuando tenía más de 50 años porque empezaron a salir en la cicatriz cuerpos extraños (trozos de astillas de hueso) y tuvieron que hacerme un injerto. A día de hoy no tengo cojera, aunque sí una cicatriz un poco fea que recorre el muslo.

Cuando me desperté, lo único en que pensaba era en que quería estar con mi hermano. Tuve suerte, estaba en la cama contigua con una herida en la cabeza. Gracias a la ayuda de los familiares de mi abuelo conseguimos reagruparnos porque nos habían llevado a cada uno a un sitio. A mi hermana pequeña tardaron en encontrarla unos días, la reconoció el practicante que pinchaba a mi abuela por los pendientes. Mi abuela Marceliana Pajares y mi abuelo Francisco Molero murieron. A mi madre un cristal se le introdujo en el ojo y le dañó el nervio óptico. El cristal se quedó ahí, la dijeron que no era bueno llorar porque el cristal podía moverse y rasgar el resto del nervio. El cristal estuvo ahí muchos añosdespués.

Poco a poco fuimos recuperándonos y volviendo a la normalidad. Pasé varios meses escayolada hasta la cintura sin poder moverme. Cuando me quitaron la escayola salía con mi hermano a recoger caracoles; había muchos. Comíamos habitas y guisantes con caracoles. Me propuse curarme rápido, no me gustaba andar con muletas. Lo conseguí. El médico me dijo que era un pequeño milagro.

La guerra, sin embargo, seguía avanzando. En julio o agosto nos trasladamos a Paterna (muy cerca de Valencia) con la intención de llegar a Barcelona en barco. Todos los días mi madre iba a Valencia a pie para buscar pasaje. Durante ese tiempo, pasamos dificultades para comer y algo de miedo cuando oíamos aviones y bombardeos. Los cuentos de mi madre y la ayuda de los hortelanos regalándonos patatas nos ayudaron a pasar los malos momentos.

Llegamos a Barcelona en un barco pesquero tras un trayecto de 24 horas sin comida (la que traíamos se había echado a perder) y con aviones bombardeándonos desde el aire. Entramos a Francia en febrero de 1938. No regresamos a España hasta el 6 de enero de 1941. Gracias a la ayuda de mi familia y al tesón de mi madre salimos adelante. Estando ya casada pude volver a Albacete y visitar la calle Isaac Peral y la tumba de mis abuelos.

Matilde Matanzo Molero

 

EL EXILIO [RELATADO POR MATILDE MATANZO MOLERO] TESTIMONIO RECOGIDO POR SU HIJO PEDRO TENORIO MATANZO

Tras el bombardeo de Albacete llegamos a Valencia. Hicimos el viaje de Paterna a Barcelona en un barquito pesquero al que iba bombardeando la aviación de los llamados nacionales. Mi madre llevaba algo de comida, como una tortilla de patata, que fermentó porque tenía cebolla, y una gallina que había mandado enlatar para que se conservara mejor, pero que se echó a perder porque debió de quedar algún porito sin soldar.

Por fin arribamos a Barcelona. No sé el tiempo que estuvimos allí, pero debieron de pasar unos meses porque recuerdo que llegamos a tener un pequeño huertecito en un solar. Entre otras cosas plantábamos coliflor morada, que a mí me llamó la atención porque hasta entonces no las había visto de ese color.

El huerto estaba junto a una casa cochambrosa, en la Diagonal. que supongo que nos habían cedido. Ahí dormíamos en el suelo. Un tío de mi madre, que se llamaba Colomán, nos llevaba de vez en cuando algunas provisiones, como garbanzos y lentejas. Los garbanzos tenían gusanitos y las lentejas gorgojos, así que mi madre nos decía: “Tened en cuenta que esto lleva proteínas”.Yo he admirado siempre la entereza de mi madre.

Hasta que llegó el momento en que viendo el avance de las tropas de Franco decidimos irnos hacia Francia. Estando en Barcelona mi padre se reunió con nosotros, hasta entonces había estado luchando como miliciano de Izquierda Republicana.

Una parte del camino a Figueras lo hicimos en camiones, pero sobretodo íbamos andando. Por eso he procurado evitar esas imágenes que muestran las colas de gente cruzando la frontera. En una de esas colas calamitosas íbamos nosotros: mis padres, mis dos hermanos, mi tío Alejandro, y yo.

Nada más cruzar la frontera en febrero de 1938 nos pusieron una vacuna y a los niños nos dieron un vaso de leche en polvo y unas galletas que según mi hermana –y era verdad- sabían a jabón. Nos separaron. A mi padre y a mi tío Alejandro, los llevaron a un campo de internamiento donde mandaban a los hombres; y a mi madre, a mí y a mis hermanos nos recluyeron en Le Vigán, en una cárcel abandonada, aunque íbamos en calidad refugiados. Allí nos alojaron. Para dormir nos echaron unas balas de paja y para comer nos ponían en fila con un plato en la mano. El trato era despectivo. Mi madrey mi hermano,José Antonio, fueron a vendimiar mientras yo me quedaba en casa con mi hermana Mª Carmen y con otra niña, cuidando de la comida. Cuando llegaba la horalesacercaba el almuerzo a la viña en un canastito y comíamos juntos.

Estando en Le Vigán, el 31 de marzo de 1939 pude oír por radio el parte en el que Franco anunciaba que la guerra había terminado.

Desde Le Vigán pasamos a Beaucaire donde paramos en una casa que recuerdo con los cristales rotos. Creo que la habíamos alquilado.Pertenecía a unos franceses que nos mostraban, por si no lo sabíamos, cómo funcionaban los interruptores de la luz. Había un solo retrete consistente en un agujero en el suelo (¿una taza turca?) para todas las familias del edificio. A nosotros nos acogieron bien, decían que éramos bravos, o sea buena gente, pero entre los refugiados había mucha chusma.

En Beaucaire las familias francesas empleaban a lasmujeres españolaspara labores del hogar. A mi madre, que sabía coser muy bien, la tomó como costurera la familia Barral. Ella,Edu, era española y él, René Barral. Mi madre confeccionaba abrigos, pantalones y vestidos con los patrones que mi tío Julián, que era modisto, le mandaba por correo desde Madrid. Y como tenía mucho trabajo llegaron a comprarle una máquina de coser.

Estando en estas anuncian que a las mujeres y a los niños nos van a desplazar a otro campo de refugiados. Mi padre, que podía venir a visitarnos los fines de semana, le dijo a mi madre “por mí no os va a pasar nada. No podemos permitir que nuestros hijos estén sin médico, sin colegio… así que regresad a España”. Pero hay que decir que en Beaucaire estábamos escolarizados. Nos enseñaban lengua, geografía, historia francesas. Y sobre todo cálculo mental.

Mi padre, naturalmente,no podría seguirnos. Aunque había terminado la guerra seguía habiendo fusilamientos.

El 6 de enero del 41, día de Reyes, cruzamos bajo una intensa nevada el puente del Ródano hasta llegar a Tarascón, donde cogimos el tren que nos traería a España. Cuando retornamos yo tenía doce años, mi hermana tendría ocho y mi hermano catorce. Recuerdo que le dije a mi madre que tenía que agradecer a la guerra el haber dejado de ser una niña mimada y caprichosa.

Nos alojamos un piso en la calle Noviciado, nº 2, de Madrid. Se lo habíamos alquilado a un matrimonio de exiliados, Manuel y Virginia Cubero. Yo iba a un colegio público cercano que estaba en la calle de la Palma, esquina con San Bernardo. En ese colegio que era un piso, nos daba clases doña Carmen Abela.

El hotel familiar en el que mis padres habían veraneado desde siempre y en el que yo nací, en Hoyo de Manzanares, se había usado como hospital de sangre y había acabado destrozado.

Durante bastantes años seguimos teniendo contacto con los Barral. Recuerdo que en una ocasión nos mandaron unas hilachas, que eran los restos de los calcetines con los que había llegado andando mi padre a su casa. Porque por lo visto, mi padre se había escapado de un campo de concentración o internamiento. Luego estuvo con la Legión Extranjera, que era una de las opciones que le daban para no deportarle a España. Estuvimos mucho tiempo sin saber de él.

Fue hacia 1944, porque yo debía de tener unos 16 ó 17 años, cuando por fin llegó un telegrama a la pescadería del Mercado de la Cebada, de un tío mío, donde yo llevaba la contabilidad. El telegrama anunciaba: “Sigue carta” y en la carta nos decía que había estado más de un año con la memoria perdida, que se había escapado de un campo de concentración. Y no sé siponía que fue en Arlés donde le cogió un barco inglés y llegó a Londres. Luego he sabido por una nieta que eso fue el 6 de octubre de 1943 y que la procedencia del barco era el norte de África. Y también ese año aparece como registrado como ciudadano de la Francia Libre (de de Gaulle) con destino en las FNFL (Fuerzas Navales Francesas Libres).

Allí mi padre se emparejó con unamujer vasca. Pasados los años, cuando fui yo a Londres, hacia 1969,conocí a la mujer (no recuerdo su nombre) y a su hijo, José Luís, que tendría unos 20 años. Al llamar a la puerta sentía que se me escapaba el corazón. Yo no sé si somos hermanos por parte de padre o lo había aportado ella. En otra ocasión fue a visitarlo mi madre, acompañada por mi hermano y llena de ilusión. Dice ella que lo primero que vio fue una ropa interior de mujer tendida en una cuerda.  Pero es lógico que en todos esos años él hubiera querido rehacer su vida.

Pasado el tiempo, hacia 1960, Edu y René Barral vinieron a vernos a CeaBermúdez, en Madrid. Estábamos ya casados y con algunos hijos, y recuerdo que, con los nudillos repicando en la mesa, cantaban el “Frere Jaque…” y“Sur le pontd´Avignon…”(Hermano Jaque… y Sobre el puente de Avignón cantamos, bailamos, todos alrededor”).