Propaganda, mentiras, miedo
Anticipamos el nuevo libro del historiador Julián Casanova
El fascismo y el comunismo atrajeron a intelectuales y fueron viveros de jóvenes lÃderes que, arrancando de la nada, rompieron con el pasado y atizaron la cultura del enfrentamiento entre las dos guerras mundiales.
El comunismo y el fascismo se convirtieron primero en alternativas y después en polos de atracción para intelectuales, vehÃculos para la polÃtica de masas, viveros de nuevos lÃderes que, subiendo de la nada, arrancando desde fuera del establishment y del viejo orden monárquico e imperial, propusieron rupturas radicales con el pasado. La mayorÃa de los dirigentes responsables de los grandes poderes en el estallido de la Primera Guerra Mundial pertenecÃan a ese mundo exclusivo y elitista, estrechamente vinculado a la cultura aristocrática del Antiguo Régimen, con escasos conocimientos sobre la sociedad industrial y los cambios sociales que estaba provocando.
La Primera Guerra Mundial, que decidió el destino de Europa por la fuerza, tras muchos años, décadas en realidad, de primacÃa de la polÃtica y de la diplomacia, ha sido considerada por muchos historiadores como la auténtica lÃnea divisoria de la historia europea del siglo xx, la ruptura traumática con las polÃticas entonces dominantes, algo que puede aplicarse perfectamente a la historia de los movimientos sociales y sus dirigentes.
La gente de entonces pensó, tal y como ha puesto de manifiesto Richard Vinen, que esa guerra habÃa inaugurado también «nuevos cortes generacionales». El corte se debió, según el escritor George Orwell -nacido como Eric Arthur Blair en 1903 en la India británica- «directamente a la propia guerra, e indirectamente a la Revolución Rusa». Otro escritor británico, Evelyn Waugh, nacido en el mismo año que Orwell, escribió en su artÃculo La guerra y la generación más joven, publicado unos meses antes del crash de 1929 en la revista conservadora Spectator, que «el desmoronamiento social que siguió a la guerra» dividió a Europa en tres clases «entre las que no podrÃa existir nunca simpatÃa alguna …: a) la generación melancólica que creció y se formó antes de la guerra y que era demasiado vieja para hacer el servicio militar; b) la generación a la que se le impidió crecer, mutilada, que combatió; y c) la generación más joven».
(…) «Las luces se están apagando en Europa», declaró Sir Edward Grey, ministro de Asuntos Exteriores de Gran Bretaña, cuando la guerra estaba a punto de estallar. Grey representaba como nadie a ese mundo que se desvanecÃa. Descendiente de una notable familia de polÃticos y aristócratas, estuvo al frente de la polÃtica exterior británica desde 1905 hasta 1916, una longevidad gubernamental muy difÃcil de mantener tras la guerra en las democracias, hasta que llegaron las dictaduras.
Juventud, generación de la guerra y masculinidad fueron elementos importantes de la mitologÃa del fascismo, un movimiento nuevo que lanzaba su rebeldÃa frente a esa generación caduca, conservadora, socialista o liberal, que habÃa perdido contacto con la realidad, incapaz de reconocer los méritos de todos esos millones de soldados y de excombatientes, mutilados muchos de ellos, que venÃan del frente de guerra. Benito Mussolini tenÃa 39 años cuando la Marcha sobre Roma le llevó a presidir en octubre de 1922 el primer gobierno con fascistas de la historia. Unos pocos más, a punto de cumplir 44, tenÃa Adolf Hitler cuando llegó al poder en 1933, pero otros dirigentes fascistas como el británico Oswald Mosley (nacido en 1896), el belga Léon Degrelle (1906) o el español José Antonio Primo de Rivera (1903) eran más jóvenes. A comienzos de la dictadura de Mussolini, casi una cuarta parte de los diputados fascistas tenÃa menos de 30 años.
Esa «generación del frente», jóvenes radicales que habÃan luchado en la guerra y se adhirieron a los fascismos para regenerar la polÃtica y la patria, gente como Roberto Farinacci (1892), Dino Grandi (1895) o Giuseppe Bottai (1895), dirigió la Italia fascista hasta el final, y aunque envejecieron y burocratizaron el régimen, intentaron siempre, en palabras de Enzo Traverso, «fomentar el mito de la juventud gracias a una vasta red de organizaciones deportivas y estudiantiles tendentes a dar a sus miembros la ilusión de constituir su fuerza dirigente». «La guerra fue nuestra pubertad», escribió en su diario Giuseppe Bottai, parlamentario desde 1921, participante en la Marcha sobre Roma y que como ministro de Educación Nacional, desde 1936 hasta 1943, tuvo un papel destacado en la legislación antisemita de 1938.
El carácter generacional ha sido también subrayado para el nazismo, una «dictadura de la juventud», como la denomina el historiador Götz Aly, uno de los mejores conocedores de la «guerra racial» y del exterminio de los judÃos. También hubo allà una «generación del frente», desde Hitler hasta Joseph Paul Goebbels (1897), y sobre todos ellos Hermann Göring (1893), un reputado piloto de combate; y una más joven, la «generación perdida», bien representada por Reinhard Heydrich (1904), Albert Speer (1905) o Adolf Eichmann (1906).
En el caso de estos últimos, no se trataba de veteranos de guerra, sino de sus «retoños adolescentes», como les llama Richard Vinen, «vÃctimas de graves trastornos y traumas» como consecuencia de ella. La mayorÃa de los cuadros y activistas nazis pertenecÃa a la generación que habÃa crecido después de la guerra.
Juventud y masculinidad iban unidas en aquel momento. El héroe, el soldado, el que habÃa servido en las trincheras, el militante fascista, era varón, y la mujer permanecÃa relegada al mundo maternal y procreador. Francia perdió en la guerra uno de cada diez de sus varones activos y prohibió en 1920 la publicidad y venta de anticonceptivos, a la vez que ilegalizaba el aborto. Ese empeño natalista, que se plasmó en la mayorÃa de los paÃses que habÃan sufrido cuantiosas pérdidas humanas en la guerra, sirvió en el caso del fascismo italiano para ensalzar la familia tradicional. «La maternidad constituye el patriotismo de las mujeres», se leÃa en la propaganda. El de los hombres ya se sabÃa dónde estaba: en la fuerza, en la virilidad, en la guerra. El 61% de las Schutzstaffel (SS), la organización militar de los nazis, estaban solteros en 1939.
En la guerra se forjaron también los bolcheviques, que compartÃan muchos rasgos con esa «generación del frente», la de 1914, que estudió hace tiempo Robert Wohl. Y aunque Vladimir Ilich Lenin (1870) tenÃa 47 años cuando llegó a presidir el gobierno de los sóviets en octubre de 1917, otros dirigentes revolucionarios, como Lev Borisovich Kámenev (1883) o Grigori Zinóviev (1883), y sobre todo Nikolái Bujarin (1888), eran bastante más jóvenes. Tampoco Iósif Stalin o León Trotski, que habÃan nacido en 1879, llegaban a los 40 años en el momento de la conquista revolucionaria del poder. En 1919, cuando la guerra civil que siguió a la revolución habÃa reclutado a decenas de miles de activistas para incorporarse al Ejército Rojo, el 50% de los militantes bolcheviques tenÃa menos de 30 años. MijaÃl Tujachevski, uno de los máximos comandantes de ese ejército, tenÃa 21 años, mientras que el general Anton Denikin (1872), uno de los principales lÃderes del movimiento contrarrevolucionario Blanco, estaba a punto de cumplir 50 cuando acabó la guerra civil. A la misma generación pertenecÃa Lavr Kornilov (1870), otro general de largo recorrido en el ejército del zar Nicolás II, protagonista de una conspiración para derrocar al Gobierno provisional de Alexander Kerenski en agosto de 1917, y que murió en abril de 1918 combatiendo a los rojos.
Amenazantes para el viejo orden eran también los partidos comunistas que se crearon por toda Europa al calor de la revolución bolchevique, dominados por jóvenes que se rebelaron no solo frente a liberales y conservadores burgueses, sino también contra la socialdemocracia envejecida, según ellos, e incapaz de hacer la revolución en Occidente. El principal dirigente del Partido Comunista Alemán (KPD) cuando Hitler subió al poder, Ernst Thälmann, habÃa nacido en 1896, y en Italia, Amadeo Bordiorga, primer secretario del Partido Comunista (PCI), tenÃa 32 años cuando abanderó la escisión del socialismo en 1921. Los partidos comunistas de Francia y Alemania, los dos más importantes de Europa occidental en los años veinte, eran movimientos de jóvenes obreros, mano de obra poco cualificada, que engrosaron las filas del paro a partir de la crisis de 1929.
El 80% de los afiliados al KPD estaban en el paro en 1932, en el momento en que la depresión económica sacudió con más fuerza a Alemania.
La destrucción y los millones de muertos que la Primera Guerra Mundial provocó, los cambios de fronteras, el impacto de la revolución rusa, y los problemas de adaptación de millones de excombatientes, sobre todo en los paÃses vencedores, están en el origen de la violencia y de la cultura del enfrentamiento que se instalaron en muchas de las sociedades de aquel convulso periodo. Se le llama periodo de «entreguerras», pero entre 1919 y 1939 hubo varias guerras entre Estados europeos y varias guerras civiles. Los Balcanes llevaban una década de guerras cuando en 1923 Grecia y TurquÃa acordaron un intercambio obligatorio de población, que marcó el definitivo final del viejo mundo otomano: más de un millón de ortodoxos griegos, exciudadanos otomanos, fueron trasladados a Grecia desde Asia Menor, mientras que 380.000 musulmanes abandonaron Grecia en dirección a TurquÃa. El principio de nacionalidad y las nuevas formas de tratar a las minorÃas, importantes frentes abiertos con el final de la guerra, no llevaron la paz a esos territorios, en los que la violencia, pese a los tópicos, no fue mayor que en otros lugares de Europa, donde la construcción de los Estados nacionales habÃa ocurrido siglos o décadas antes.
Para británicos y franceses, la guerra terminó en 1918, pero mientras que Gran Bretaña vivió en ese periodo una relativa estabilidad, aunque con la guerra civil irlandesa como telón de fondo entre 1922 y 1923, en Francia la crisis económica y los conflictos sociales de los años treinta estimularon movimientos extremistas y odios que aparecieron con toda su crudeza tras la invasión del ejército nazi en junio de 1940. Tampoco la gestión que Gran Bretaña y Francia hicieron de la paz de Versalles mejoró las cosas en otros paÃses. Las reparaciones y la cláusula sobre la «responsabilidad de la guerra» exacerbaron el nacionalismo y el resentimiento en Alemania, que sufrió en los años inmediatamente posteriores a la guerra insurrecciones y conflictos violentos de todas clases.
(…) De propaganda, miedo y mentiras se inundó Europa en aquellos años. Resulta difÃcil y tranquilizador atribuir las mentiras y la propaganda a los polÃticos, especialmente a los dictadores, a Joseph Goebbels y sus manipulaciones, ministro de Propaganda, con mayúscula, del Tercer Reich. Pero la fotografÃa completa dice más cosas. Dice que muchos intelectuales que se movilizaron para defender a la democracia, al fascismo o al comunismo contribuyeron con su voz y con su pluma a que esas mentiras se las creyera todavÃa más gente, a que los dogmas llegaran mejor y a que la violencia y el terror de otros fueran siempre más grandes. La fascinación que provocó entre muchos de ellos el comunismo y sus milagros económicos, en tiempos de crisis de la democracia, les llevó a pasar por alto los campos de concentración y los crÃmenes estalinistas.
(…) La crÃtica a los parlamentos y a la democracia, por otro lado, ganó terreno tras los desastres de la guerra y el miedo a la revolución y al comunismo que llegaban desde Rusia y transmitÃan sus exiliados más notables entre las clases acomodadas de las ciudades europeas. Algunos de los que se convirtieron en polÃticos destacados de la extrema derecha y del fascismo habÃan pasado por las trincheras, como el húngaro Ferenc Szálasi, fundador del movimiento de la Cruz Flechada, y vieron en la democracia la representación de la Europa burguesa y decadente, que abrÃa las puertas al socialismo, al voto de las mujeres y al reconocimiento de las minorÃas nacionales. La cultura del enfrentamiento se abrÃa paso en medio de una falta de apoyo popular a la democracia. Los extremos dominaban al centro y la violencia a la razón.
Europa contra Europa. 1914-1945, de Julián Casanova.
Editorial CrÃtica. Se publica el 7 de abril. Precio: 19,90 euros.