«Dà a luz de rodillas en la cárcel de Astorga en 1940»
Amalia de la Fuente Peral es una de las miles de presas de Franco cuya tragedia ha permanecido en la sombra de la historia y de la memoria
AMALIA DE LA FUENTE PERAL. CONDENADA A MUERTE EN LEÓN TRAS LA GUERRA CIVIL
ANA GAITERO | LEÓN
Amalia de la Fuente Peral tiene 95 años y una memoria tan prodigiosa como serena. Es una de las miles de presas de Franco cuya tragedia ha permanecido en la sombra de la historia y de la memoria. Todo empezó con la Guerra Civil.
«Estaba en Fabero en la mina y como habÃa que estar afiliada, me puse en las juventudes de la CNT porque ‘hablaba’ con el chico más destacado. Cuando estalló la guerra nos marchamos por el monte hasta que pudimos pasar a Asturias», cuenta la mujer.
Pasada la guerra, regresó. «Un dÃa fui a Cacabelos con mi padre, mi marido y otros hermanos. Fui a comprar unas avellanas y vi a un hombre, Lobato, de los nacionales, que hizo muchas cosas malas: iba a sacar a la gente de casa mientras dormÃan».
Sus temores se confirmaron. «El lunes por la mañana fueron los guardias a buscarme a casa». Por entonces Amalia tenÃa una hija de tres años y estaba embarazada de ocho meses. La llevaron presa a Ponferrada. En la cárcel se encontró con muchas caras conocidas. «Eran mujeres Canedo, de Campelo, de San Juan… como habÃan estado por el monte», apunta. Ese era el motivo de su detención.
En Ponferrada, recuerda, «no se portaron muy bien. Me tuvieron todo el dÃa sin darme de comer». Después la trasladaron a Astorga. Debido al avanzado embarazo, precisa, «no me podÃa sentar en el asiento. Iba de rodillas. Los guardias me dijeron que me bajara en el pueblo que quisiera y marchara. Pero, ¿a dónde iba yo en mi estado?». Ingresó en Astorga. Dos meses después parió entre rejas: «Me habÃan puesto una cama de esas de tijera, pero cuando me agarraba marcha. La directora llamó al director y le dijo: por favor, tri´gánme una silla, traigánme una silla si no esta mujer no da a luz, reviente. Me puse de rodillas y afirmada el estómago encima de la silla ya sà dà a luz. Luego me querÃan echar en la cama. Pero dije que no, sentÃa que salÃa y tenÃa miedo a hacerle daño. Era un niño muy hermoso, recuerda. Fue bautizado en la cárcel, pero «se me murió a los dos meses. Eso se lo tengo que agradecer a Lobato. Quien lo pagó todo fue la criatura», dice con tristeza.
En la cárcel de Astorga no habÃa camas. «DormÃamos con los petates en el suelo. No habÃa camas, no tenÃamos ni silla ni nada… comÃamos sentadas en el suelo». En Astorga estuvo recluida con su hija de tres años, de la que no se querÃa separar. «Aquella niña no comÃa nada. El abogado que tenÃa se portaba muy bien y él y su novia me llevaban comida para la crÃa. HabÃa otra vecina de Campelo que también tenÃa un niño. La celadora nos avisó de que los iban a llevar al orfanato y mandé a mi padre a buscarla». Una prima se hizo cargo de la criatura.
Sin su hija y de luto fue sometida a un consejo de guerra en León. La condenaron a muerte. «HabÃa un sacerdote que testificó a favor mÃo y otro a favor del que me denunció: dijo que le habÃamos ido a robar cuando estábamos en el monte». Amalia de la Fuente pasó once meses con la angustia de la pena de muerte, hasta que le conmutaron la condena por 20 años y un dÃa de prisión. «Cumplà cuatro años, aunque en realidad fueron ocho porque como trabajaba redimÃa un dÃa por cada uno de cárcel», explica.
Amalia de la Fuente se convirtió en la cocinera de la cárcel de mujeres de Amorebieta (Vizcaya), a donde fue trasladada desde Astorga. «No pedà trabajo, pero un dÃa me llamaron y me dijeron que me iban a poner en la cocina».
Ya habÃa demostrado sus cualidades en los fogones de la cárcel astorgana: «No podÃamos comer lo que nos cocinaban en el cuartel porque habÃa más bichos que verdura. Pedà que nos dieran la parte que nos correspondÃa para cocinarlo yo».
Si en Astorga su entrada en la cocina mejoró sus condiciones de vida en los últimos dÃas de su embarazo, en Amorebieta fue muy duro hacer comidas y cenas para las 700 presas recluidas en el penal en los años 40. «Me levantaba a las cuatro de la madrugada y tuve los pies que se me cortaban de tanto calor. HabÃa una monja a la que llamaban la Guadaña, pero conmigo se portó muy bien y me fue curando los pies», relata. Las monjas también se fiaban. Y habÃa una que las dejaba salir a la huerta para refrescarse. «Hermana, ¿y si nos escapamos?», le preguntó en cierta ocasión para ver su reacción porque lo cierto es que «ni pensábamos en ello».
De Amorebieta recuerda una vez en que llegó un cargamento de habas de mayo. «¿Quién sabe de qué año serÃan. No tenÃan nada dentro más que bichos». Un dÃa llegó un papel con su libertad condicional. «Puede quedarse en Bilbao y venir a trabajar aquÃ. Le pagaremos, me dijeron», recuerda Amalia de la Fuente.
Ella lo rechazó: «Cuando yo salga de aquà no voy a mirar ni para atrás. Tengo una hija y tengo que salir a recogerla», dijo con la determinación de volver al Bierzo. Y asà lo hizo aunque poco tiempo después decidirÃa marcharse a León en busca de trabajo. Ha sobrevivido a su hija y vive con una nieta en Barcelona.
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