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"Vi enterrar a 70 soldados". Una fosa común esconde los cuerpos de los soldados acribillados por avionetas durante la guerra civil en un monte de Llucena Sólo un testigo sabe dónde está
El Periódico Mediterráneo - 29/02/2004


ÁFRICA VENTURA

Señalados con piedras y por un leve caballón de tierra, en una fosa común del término municipal de Llucena descansan los cuerpos de "más de 70 hombres" acribillados por los disparos de las avionetas "en la última etapa" de la guerra civil. Sólo Francisco lo sabe. Y lo sabe, porque cada día se acuerda de aquella mañana de primavera cuando, a sus ocho años, fue testigo de esta fosa común mirando hacia el Penyagolosa.

Francisco, que prefiere mantener en el anonimato su identidad --"para que nadie me culpe de remover el pasado", dice-- es un hombre de 74 años que quiere, con este anuncio, dar un homenaje a las víctimas de esta guerra y ofrecerles su merecido recuerdo. "Estos pobres mártires se merecen un reconocimiento porque sus madres murieron sin saber dónde estaban enterrados sus hijos; y sus mujeres o hijos, si aún viven, tampoco sabrán que pueden yacer aquí", piensa Francisco al acordarse de que su madre, tras ver cómo enterraban a los soldados, "pasó todo el día llorando".

La fosa, explica Franciso, "era muy honda, bastante profunda" y "los cadáveres los iban tirando desde la camioneta como si fueran sacos y se quedaron tal y como caían, cada uno hacia un lado, no tuvieron tiempo para enterrarlos bien". Además, añade en su relato mientras pasea por encima de la tumba: "No les quitaron las identificaciones, por lo que nadie debe saber quiénes son".

Según sus recuerdos y las conversaciones compartidas años después, algunos vecinos de la zona creen que allí podrían descansar los cuerpos de dos chicos de Llucena, "pero son sólo especulaciones". "Estaban todos revueltos, pero si se pudieran sacar a la luz, seguro que aparecerían las cartucheras de estos dos jóvenes", apunta.

Los soldados, tal y como cuenta Francisco, eran republicanos que cayeron en su trinchera acribillados por las balas de los aviones, "porque era la única forma de llegar aquí, a estas zonas de alta montaña". Señalando las huellas que todavía quedan de la trinchera "de culebra" dice que "las construían haciendo eses para refugiarse de los aviones, que disparaban sobrevolando en línea recta", y muestra cómo se percibe sobre el terreno.

Una vez muertos, "sus compañeros huyeron sin poder enterrarlos y les enterraron los nacionales", dice, acordándose del imborrable día. "Eran las 10 de la mañana y faltaba poco para el verano. Mi madre, mi hermano y yo subimos por el camino de herradura para ir a sembrar el trigo a nuestras tierras y entonces lo vimos", relata. "Dudo que nadie más que yo lo sepa, y conozca el lugar exacto", asegura.

Un lugar, al final de una pared semiderruida de piedra, a la sombra de una carrasca y con el pico Penyagolosa de fondo. "Lo ocurrido aquí en estas montañas durante los años de la guerra fue un desastre, pero yo era un niño y para nosotros todo era como un juego", recuerda Francisco. Ahora, las guerras son "tontas y criminales".