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Algeciras. El hijo de un carabinero fusilado en 1940 busca los restos de su padre
Europa sur digital - 16 de febrero de 2004



CARABINERO. Antonio González Mejías, en una fotografía tomada en diciembre de 1931


El hijo de Antonio González, carabinero fusilado en 1940 en Málaga, narra la historia de su padre, el paradero de cuyos restos intenta localizar

ANSELMO F. CABALLERO

ALGECIRAS. ''Por nuestros hijos, que tengan el calor de su madre ya que no han tenido el mío, y con la cabeza muy alta y orgullosa de que moriré no por ladrón ni criminal de izquierdas''. La última de las cartas que Antonio González Mejías envió desde la cárcel a su esposa Joaquina estaba fechada un 26 de julio de 1940. Antonio, algecireño de la calle Buen Aire, murió fusilado junto a las tapias del cementerio de Málaga ese mismo año.

Había nacido Antonio en enero de 1910. Tras el estallido de la Guerra Civil, el joven algecireño ingresa como voluntario en el cuerpo de Carabineros. Corría el mes de abril de 1937. Después de ocupar varios destinos en distintos lugares de la España republicana, el final de la guerra le sorprende en las proximidades de la localidad conquense de Priego. ''Acababan de promulgar un decreto por el que se prometía a quienes no habían cometido delitos de sangre que no tenían nada que temer -cuenta hoy, 64 años después, su hijo Joaquín- Él se lo creyó y se entregó en Priego. De ahí se lo llevaron a León. Al final, lo mataron en Málaga. Lo fusilaron solo''.

Joaquín ha empeñado sus últimos años en la tarea de localizar los restos de su padre. Con el apoyo de la asociación 'Foro por la Memoria', el hijo del carabinero muerto a manos de las tropas franquistas pretende desenterrar un pasado que, asegura, muchos continúan queriendo oculto. Un pasado que Joaquín evoca a través de las cartas de su padre, plastificadas por el hijo en una prevención que guarda la única memoria que resta del carabinero algecireño, al que apenas llegó a conocer. ''Tengo recuerdos de niño. Recuerdo a mi padre junto a dos hombres, escoltados los tres por dos guardias civiles a caballo. Recuerdo que a uno de los guardias le faltaba una pierna. Recuerdo a mi madre en la estación de Gaucín intentando hacer llegar comida a mi padre a través de la ventanilla del tren, cuando se lo llevaban...''

Joaquín muestra las cartas de su padre, una letra abigarrada y difícil que, a tramos, se muestra salpicada por borrones de tinta. ''Son lágrimas'', apunta Joaquín.

Durante meses, esa correspondencia constituyó la única certeza de que Antonio continuaba vivo. ''Qué feliz y qué contento me pongo cuando te estoy escribiendo, no me canso nunca de repetírtelo, te quiero, y siempre te querré aunque muera, pues mi último suspiro será para mi Joaquina, que es la dueña absoluta de toda mi alma, y como el alma no muere nunca, estaré a tu lado a todas horas aunque tú no lo veas, tú que serás mi mujer siempre...'' . Las letras de Antonio estaban cargadas de gallardía y coraje. Sabiéndose cercano a la muerte, tiene fuerzas todavía para reclamar valor a su padre.

Joaquín, el hijo del carabinero, que antes de ingresar en el cuerpo se había ganado la vida como zapatero, se encorajina ante la falta de interés que sostiene existe por recuperar la memoria de quienes defendieron la República durante la Guerra Civil. ''Nosotros, los hijos de las víctimas, no tenemos miedo. Pero tenemos el recuerdo vivo de tanto estrago. Hoy la gente sólo es capaz de ponerse de acuerdo para levantar el culo a la vez cuando marca el Real Madrid'', bromea Joaquín, no sin un fondo de amargura.

''Nos tenían en el calabozo número 2 del pueblo, y de noche, en pleno invierno, nos sacaban toda la tropa al rastrillo y teníamos que dormir empaquetados y como nuestras madres nos parieron (...) Yo, a pesar de que fui uno de los que menos alcanzaron, me dieron seis palos en la espalda con una soga preparada en forma de vergajo...''.

La llegada de nuevas cartas se demoraba. La interrupción de la correspondencia hacía barruntar lo peor. Joaquín evoca hoy la escena de la confirmación de la terrible noticia, una escena en la que al dolor se sumó la infamia. ''Allá por el mes de septiembre de 1940 un hombre tocó en la puerta de la casa. Cuando le abrieron la puerta se limitó a arrojar un fardo de ropa al suelo. Después se fue sin decir nada. Era la ropa de mi padre''.

Antonio González Mejías apenas si tenía 30 años cuando fue fusilado en el verano de 1940. ''Falleció en las inmediaciones del cementerio de San Rafael el día 27 de julio pasado a las 05.30 a consecuencia de heridas por arma de fuego según resulta de la certificación facultativa presentada y reconocimiento practicado'', reza la certificación del registro civil de Málaga.