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El día que pudo cambiar la Historia. En septiembre se presentará en Algeciras el libro de Francisco Sánchez Montoya ‘Ceuta y el Norte de África (1931-1944), República, Guerra y Represión’
El Faro - Julio 2004




En septiembre se presentará en Algeciras el libro de Francisco Sánchez Montoya ‘Ceuta y el Norte de África (1931-1944), República, Guerra y Represión’, en el que se narra un desconocido y fallido complot para matar a Franco 

Según el autor del libro de reciente aparición Ceuta y el Norte de África 1931-1944, República, Guerra y Represión (Edc. Natívola), Francisco Sánchez Montoya, el 18 de julio de 1936 se tenia preparado un complot por parte de varios militares para atentar contra la vida del general Franco y detener la sublevación pero horas antes de la acción fueron delatados y finalmente ejecutados. La represión en Ceuta se cobro 268 víctimas entre 1936 y 1944.

El autor del libro, Sánchez Montoya, ha comunicado que para últimos de septiembre visitara la ciudad para presentarlo en la Fundación Municipal de Cultura José Luis Cano, acompañado de una exposición de fotografías y documentos, en un acto organizado por la Casa de Ceuta y la colaboración de Foro por la Memoria.

Como adelanto del interesantísimo volumen, fruto de ocho años de trabajo, Francisco Sánchez ofrece en exclusiva datos sobre un desconocido complot para matar a Franco y detener la sublevación golpista.

El 17 de abril de 1937, tras 10 meses de duros interrogatorios, concluyó un consejo de guerra sumarísimo contra 37 militares y dos civiles. Se les acusaba de organizar el complot. Su acción pudo haber cambiado el curso de la Guerra Civil y sólo el testimonio a última hora de un soldado permitió abortarla. A pesar de ello, los detalles de aquel episodio han permanecido inéditos hasta la publicación del libro.

Todo comenzó al filo de la medianoche del 17 de julio de 1936, cuando las tropas del acuartelamiento legionario de Dar Riffien, al mando del teniente coronel Juan Yagüe, recibieron la orden de tomar Ceuta. Los diferentes cuerpos militares se distribuyeron para controlar la ciudad y al Regimiento de Infantería del batallón del Serrallo Nº 8 de Ceuta se le ordenó salir a la calle.

Este acuartelamiento solía ser destino de soldados de reemplazo y de veteranos peninsulares, en su mayoría jóvenes que buscaban en el Ejército un futuro mejor, sin olvidar por ello sus sentimientos republicanos. Como los cabos veteranos José Rico y Pedro Veintemillas, quienes en su ronda por la madrugada del 18 de julio por las calles de Ceuta observaron cómo patrullas de falangistas detenían a civiles y asaltaban varias sedes de partidos políticos o cómo en las paredes de la ciudad se habían fijado bandos firmados por el general Franco en los que se comunicaba al pueblo el estado de guerra, la disolución de los partidos y la prohibición de reuniones.

Cuando Rico y Veintemillas volvieron al cuartel, en las primeras horas del 18 de julio, se reunieron en una pequeña habitación de la compañía con los también cabos veteranos Anselmo Carrasco y Pablo Frutos. Durante varias horas estudiaron cómo frustrar el golpe de sus jefes, pero no fue hasta un segundo encuentro durante el mismo día cuando el cabo Rico presentó el plan para matar a Franco. Cuando entrara en el patio central del acuartelamiento para revistar las tropas, él mismo le dispararía. Los demás implicados, desde la primera planta del cuartel, apuntarían al resto de militares para inmovilizarlos. Acto seguido, otro grupo saldría hacia la ciudad para informar del atentado y recabar el apoyo del pueblo.

En la tarde del 18 de julio el cabo Rico, jefe del complot, pidió entrar de guardia en la puerta principal del cuartel con el fin de ser el primero en enterarse de la llegada de Franco. Compartía vigilancia con el cabo Rodríguez, quien confesó en el consejo de guerra: “José Rico me preguntó qué me parecía el movimiento. Le contesté que llevaba dos días de servicio y que no me había informado, y él respondió que este movimiento iba contra el Gobierno, y que si nosotros fuéramos hombres deberíamos ponernos a favor de ellos e ir contra nuestros oficiales y jefes. Añadió que ya había implicado a los seis centinelas de la guardia. Y en el momento en que empezaran los disparos, me tenía que poner a las órdenes de Anselmo Carrasco y Pedro Veintemillas".

Los cabos y soldados implicados en la intriga lo tenían todo planificado. Sabían que Franco aterrizaría en Tetuán en la mañana del 19 de julio y en unas horas llegaría al cuartel de Ceuta. Pero la tensión en los jóvenes soldados ante la trascendencia del atentado hizo que uno de ellos decidiera hablar con el coronel jefe del cuartel para informarle de la trama. Éste, alarmado, avisó al cuerpo de guardia y echó por tierra el complot horas antes de que Franco llegara. Las detenciones no tardaron en sucederse y, según se detalló en el consejo de guerra, el total de acusados fue de más de 50 militares y civiles.

Proceso

La Guardia Civil se hizo cargo de los detenidos, quienes, custodiados por la Legión, fueron trasladados a unos viejos barracones para tomarles declaración. Así lo recuerda uno de los supervivientes, el miembro de la CNT ceutí Sánchez Téllez: “Entré en un pequeño despacho sin ventanas y un brigada me tomó la filiación y comenzó a interrogarme. Aún no había terminado la primera pregunta cuando sobre mi espalda sentí un golpe de vergajo. Para que me recuperara me echaban agua de un botijo, pero yo lo negaba todo".

Hasta las tres de la madrugada del 20 de julio los acusados estuvieron en los barracones declarando. Más tarde los hicieron subir a un camión, los colocaron de rodillas y los trasladaron a la fortaleza del monte Hacho, también en Ceuta.

El 26 de julio empezaron los autos de procesamiento. El juez teniente coronel Ramón Buesa fue tajante en su exposición: “Según se desprende de lo actuado entre algunos cabos y soldados del Regimiento de Infantería, existía complicidad para la organización de un movimiento sedicioso con el fin de atentar contra la vida del excelentísimo señor jefe de las Fuerzas Militares, Francisco Franco Bahamonte".

En la madrugada del 21 de enero de 1937, cuando aún no se había celebrado el consejo de guerra, una patrulla de falangistas llegó a la fortaleza del Hacho. Con total impunidad, sacó de sus celdas a los cabos Veintemillas y Marcos. Horas después sus cuerpos yacían, con un tiro en la cabeza, en el depósito de cadáveres del cementerio, donde fueron enterrados en una fosa común. Dos meses más tarde, todos los detenidos fueron trasladados al Cuartel de Sanidad, donde tuvo lugar el consejo de guerra. Lo presidió el teniente coronel Ricardo Seco.

El juez permanente teniente coronel Buesa dictaminó el veredicto de culpabilidad. “Fue un juicio aparente, sin testigos ni nada", cuenta Téllez. “Lo que más me quedó de la sentencia fue que el juez se levantó de su asiento y, con voz ronca y odio, nos dijo: “No sois españoles, sois todos unos cobardes traidores a la patria", a lo que el cabo Rico replicó: “Juré defender una España democrática y la defiendo porque soy español; los traidores a la patria sois vosotros".

El epílogo de esta inédita conjura lo pone la muerte de un grupo de militares fiel a la República y que esperaba que con la muerte de Franco en su acuartelamiento se detendría la sublevación de sus mandos. Podría haber cambiado la Historia de España, pero lo único cierto es que, en la madrugada del 17 de abril de 1937, fueron fusilados el sargento Garea, los cabos Rico, Carrasco y Lombau y el soldado Navas. La ejecución fue obra de un piquete del Grupo de Regulares de Ceuta en el exterior de la fortaleza del Monte Hacho, situada en la Puerta Málaga.