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La muerte (de un republicano) tenía un precio: 500 pesetas
Floren Dimas - 16/04/2004

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Amigos:
 
Esta tarde he estado entrevistando a Pascuala Fernández Fernández, de 81 años, natural y vecina de Cieza, viuda. Huérfana desde que el 2 de agosto de 1939, su padre, un cenetista histórico de Cieza, trabajador de la "industria" del esparto, fue fusilado contra las tapias del cementerio murciano de Espinardo.
 
Escuchar a Pascuala puede inducir a engaño. Pese a que se lamenta de que a veces "parece que se le va cabeza y olvida donde está", evoca con nitidez prodigiosa el discurrir de su vida desde el mismo día en que quitaron a su padre y se quedó huérfana con su madre y con cuatro hermanos menores que élla. Y digo que uno puede confundirse, ya que huye del ritmo lastimero de autocompasión para conterme su vida y la de su familia, tan común en este tipode narrativas. Tiene un humor merecedor de recogerse en nota a pie de página. Cuando uno se hace a su peculiar forma de hablar con el acento antíguo de la huerta de Murcia, ya cási perdido, y se rompe el código de los mensajes de ironía con el que encadena su lenguaje, se toma conciencia de que Pascuala ha encontrdo en el humor y la ironía un recurso con el sobreponerse a un intenso dolor vencido únicamente con una valentía personal que ella dice heredada de su padre.
 
Cuando tenga pasado a papel su historia, prometo pasárosla por que es, de verdad, un relato a ritmo periodístico de la pasión y muerte de un inocente y de la persecución y escarnio con que los fascistas se cebaron sobre su familia.
 
Quiero destacar algo que hasta esta tarde tenía pendiente de confirmar, ya que solo tenía un testimonio al respecto y preciso de uno más para confirmarlo. Y este ha llegado.
 
Juan Fernández Cano, su padre, es ejecutado a las primeras luces del 2 de agosto. Al acabar la fornada laboras de ese mismo día, como los anteriores, su madre y élla misma, rendidas de trabajar recogiendo esparto, se encerraban en su casa a la caída del sol para tejer fibras para hacer soga y sacar algún dinero "para comprarle a padre una camisa y una muda p'a que lo estrenase en la cárcel el día 24 que es la fiesta de San Bartolomé, en las fiestas del pueblo". Eran las dos de la noche y ya estaban terminando disponiendose a cenar una sopa de ajos y ñoras sin pan -no había otra cosa- cuando una vecina que volvía andando desde la cárcel de Murcia (30 Kms) le dió la noticia: "Esta mañana han matado a tu marido".
 
Este es el momento en que el drama de la familia adquiere una dirección nueva. La mujer de Juan deja a sus cinco hijos llorando en casa de una vecina, ya que no tenía otra familia allí y se va andando hasta la cárcel. Al llegar le dicen que, efectivamente se lo han llevado a Espinardo. Andando hasta Espinardo. El Sr. Plácido, el encargado del cementerio, la acompaña hasta la fosa en donde aquella mañana no echaron. "Mi madre contaba que no pudo verle la cara porque lo habían tirado al montón y estaban todos revueltos, pero lo reconoció más que nada por la camisa, por el remiendo de un codo que élla misma le habá zurcido, ¡¡allí estaba con la camisa llena de manchas de sangre seca...!!". Con mucho sentimiento el Sr. Plácido le díjo que si quería que sacaran el cuerpo, que tenía que pagar ¡¡¡QUINIENTAS PESETAS!!! y que por la época del año, solo podía esperar al día siguiente o le echaría unas palas de cal y ya no podría.
Nueva caminata hasta la cárcel bajo un sol de plomo (unos 10 Kms por veredas y huertos), allí esperó a la que sacaran un hatillo hecho con la sábana en donde le echaron sus cosas. Cargada y andando hasta Cieza...bajo el sol de agosto murciano.
 
No hay que tener mucha imaginación para ponerse en la piel de esta pobre señora ni en los sentimientos que se agolpaban en su mente, mientras devoraba kilómetros en aquel calvario de viaje, pensando de sus hijos huérfanos, en su marido tirado en una fosa y en no saber de donde sacaría las 500 Ptas.
 
A la mañana siguiente, comenzó un angustioso deambular por entre los vecinos y el jefe del taller de esparto en donde trabajaba, "que teniendo mucho, no nos quiso dar nada el muy miserable". Juntando todo y lo que guardaban para comprarle la camisa y la muda, solo juntaron 125 Ptas. Todos los vecinos eran pobres y las pocas pesetas que tenían las necesitaban para comer, así que devolvieron los donativos y dejaron que la cal se encargara de desintegrar el cuerpo acribillado de Juan Fernández. "durante dos años no probamos la carne pensando en nuestro padre" me dice en una críptica confesión cuyo significado no acerté a comprender ni me atreví a preguntar.
 
Con relatos como este, queridos amigos, a uno se le vienen muchas reflexiones y entre ellas, la intrínseca perversidad de los vencedores de la guerra qué éllos provocaron, llevando su infinita maldad a poner un precio imposible al pobre cuerpo de un obrero pobre. Esa es una de las razones de la acumulación de tantísimos restos de fusilados en las fosa de Espinardo. La inmensa mayoría eran pobres jornaleros.
 
Dejo esto aquí, porque la verdad es que se me ocurren muchas cosas y de muy grueso calibre para adjetivar a quiénes hoy dían se atreven a colocar sus títulos en los escaparates de as  librerias con basura gráfica, contándonos lo malos que eran los rojos, perseverando en aquella ignominiosa falsificación de la Historia.
 
Un cordial saludo,
 
Floren Dimas