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año 2001: Felipe González opina sobre la recuperación de la memoria histórica. Respuesta de Castresana
enviado por SALAMANCA MEMORIA Y JUSTICIA - Diciembre 2004




http://www.chile-hoy.de/internacional/230401_felipegonzalez.htm

Chile, Argentina y las Comisiones de la Verdad

Felipe González es ex presidente del Gobierno español, El País.23-4-2001

Han pasado 24 años desde aquella tarde-noche en que llegué por primera vez a Santiago de Chile. En el remozado hotel Carrera ocupo la misma posición, frente al Palacio de la Moneda. Recuerdo aquellos instantes y el camino recorrido.Mi caprichosa memoria me devuelve a la imagen de la plaza en aquella noche neblinosa de septiembre de 1977, cuatro años después del golpe militar que derribó al presidente Allende. El toque de queda ha vaciado la ciudad. Ni un alma transita por la plaza. No hay vehículos, no hay peatones, no hay ruidos. Un silencio espeso cubre el espacio. Sólo un semáforo funciona como burócrata mecánico inconsciente de su inutilidad, dramáticamente ridículo.No podía alejarme de la ventana, de esa visión de la ciudad vacía. Al fondo de la plaza, el Palacio de la Moneda, aún con las señales de la tragedia del 11 de septiembre, fija mi atención. La espera de algún movimiento, de no sé qué señal, se alargaba inútil hacia la madrugada.De pronto, un vehículo blindado asomó por una esquina del Palacio, lentamente, en una vigilancia rutinaria de la ciudad asustada. Llegó al semáforo, con su carga de uniformes y armas como únicos habitantes del espacio urbano, y el caprichoso burócrata mecánico enrojeció como deseando justificar su misión. La tanqueta se detuvo, rugiendo al ralentí. Esperó el verde y volvió a emprender la cansina marcha por la ciudad vacía, desolada.Esta noche del 8 de abril contemplo la misma plaza, y tal vez el mismo semáforo, en la esquina del Palacio de la Moneda, restablecido de las heridas. Aquella esquina por la que apareció el blindado está llena de tráfico de los que vuelven del fin de semana, de peatones que regresan o van a no sé qué destino, con la indolencia del domingo por la noche, dando sentido al semáforo en movimiento.La plaza es de nuevo el espacio público ocupado por ciudadanos que tal vez la hayan olvidado, o jamás la hayan visto bajo toque de queda. Sólo a un extraño como yo, visitante durante el Gobierno de Pinochet para rescatar a unos presos a los que no había visto nunca, y de nuevo huésped en este hotel, invitado por el primer presidente de la transición democrática, bajo el Gobierno de Ricardo Lagos, puede golpear de esta manera el contraste entre estas dos imágenes, para sentir, antes de razonar, el camino recorrido por Chile.Del escalofriante vacío de aquella noche de Santiago bajo el toque de queda, con el grotesco semáforo y el blindado militar, al espacio lleno de gentes que se mueven, que dan sentido a la plaza como lugar de encuentro, a la ciudad como espacio público compartido por ciudadanos libres.Están llegando al hotel los argentinos, los salvadoreños, los guatemaltecos, los surafricanos, los polacos..., invitados, como yo, para evaluar los efectos de las Comisiones de la Verdad sobre la reconciliación y la justicia. Comisiones puestas en marcha en estos países con la dinámica misma de la transición a la democracia.La suerte de la experiencia es diversa, aunque se considera muy exitosa en Chile. Pero, en esta noche previa a los debates, me asalta la duda de si debía estar aquí. ¿Qué puedo decir yo sobre las Comisiones de la Verdad, o, lo que es lo mismo, sobre la decisión de rescatar la memoria histórica de la tragedia de las dictaduras para encontrar una vía más sólida de reconciliación sin olvido?Nosotros decidimos no hablar del pasado. Si lo tuviera que repetir, con la perspectiva de estos 25 años desde la desaparición del dictador, lo volvería a hacer. Lo que equivale a decir que me parece satisfactorio, en términos históricos, el saldo de nuestro modelo de transición para la convivencia en libertad de los españoles.Tal vez, argentinos, chilenos o surafricanos tienen más viva, por más próxima, la memoria de los horrores. No es esto lo que me crea la duda sobre mi presencia, porque me parece bien, incluso muy bien, la decisión de recuperar la verdad para construir sobre ella la reconciliación y la justicia. Pero, si digo que me parece fundamental para esos objetivos, cualquiera me replicará que por qué no lo hicimos en España. Y aún esto no me paraliza, porque lo he asumido como lo mejor posible para España, de la misma forma que veo con respeto lo que han hecho países hermanos en la desgracia de soportar la brutalidad de la dictadura.Es precisamente ese respeto el que me turba, atenazado por la vergüenza de haber visto a algunos españoles dando lecciones de democracia a estos países. Demócratas sobrevenidos o conversos, que se transforman en fundamentalistas, dispuestos a dictar lo que debe hacerse en la casa de otros, como nuevos azotes justicieros a los que no importa, en verdad, las dificultades de la construcción democrática. Exigen a otros lo que no hubieran osado insinuar siquiera en España.Esto es lo que me turba, me crea dudas sobre qué puedo decirles a mis anfitriones en una materia como las comisiones creadas, en el límite de sus márgenes de maniobra, para averiguar lo que sucedió, para indagar sobre los desaparecidos, para avanzar en la recuperación de las libertades y en una reconciliación basada en la verdad.La plaza viva y el Palacio de la Moneda restaurado, el semáforo de nuevo útil y los viandantes tranquilos, me dicen que lo han hecho bien, incluso yendo hasta donde nosotros no fuimos en busca de la verdad histórica. Ellos, como nosotros, han debido operar con el mismo aparato de seguridad y con el mismo poder judicial de la dictadura. Los votos oxigenan al legislativo y al ejecutivo, mientras el resto va cambiando con la biología.Creo firmemente que los españoles lo hicimos bien, en nuestras circunstancias, pero de ninguna manera mejor que los chilenos o los argentinos en las suyas. Cada uno recorrió una senda, igual y diferente, para superar la tragedia, para avanzar en la convivencia democrática.Lo que nos iguala como demócratas es la búsqueda de un nosotros que se rompió violen-tamente un día, que nos dividió entre vencedores y vencidos, buenos y malos. Ese nosotros que nace del reconocimiento de la diferencia y fundamenta el pluralismo.Por eso, la medida del éxito de unos u otros, en el proceso de construcción de una democracia sólida, es más compleja, más sutil que la grosera aproximación de esos conversos, de esos fundamentalistas que sacan pecho de lata para dar lecciones a los demás sin haber aprendido ninguna.Nosotros, los españoles, de acuerdo con los límites que creíamos tener, quisimos superar el pasado sin remover los viejos rescoldos, bajo los cuales seguía habiendo fuego. Enfrentamos así los grandes desafíos que habían lastrado nuestra convivencia durante siglo y medio.La llamada 'cuestión social' generaba exclusión y posesión intolerables. O el conflicto clericalismo y anticlericalismo como imposición o rechazo de una creencia religiosa. O la 'cuestión militar', que nos había llenado de pronunciamientos, asonadas y golpes contra el orden constituido durante 170 años.Y también encaramos el desafío de nuestra identidad de identidades. La que se llamaba 'cuestión territorial'. La España diversa e incluyente de la pluralidad cultural frente a la unitaria y excluyente.Así hemos tratado de configurar ese 'nosotros' fundamental para la convivencia democrática. Pero, cuando en medio de las reflexiones a las que fui convocado en Santiago de Chile la pregunta más persistente que me dirigen es sobre la situación en el País Vasco, me asalta el temor de que estemos ante un retroceso más allá de la acción criminal de ETA, aunque provocado por el terror de la banda.Pienso en la fractura civil de la sociedad vasca y en la 'cuestión territorial' como el único fantasma del pasado que no hemos podido superar para reconocernos en ese 'nosotros' como fundamento de la convivencia en paz y libertad.


 
http://www.chile-hoy.de/internacional/020501_transicion.htm

La infamia ha terminado. Los chilenos pueden empezar a dar por cerrada su transición"
Transición, memoria y justicia

Carlos Castresana Fernández, El Pais. 2-5-2001

Analizando las transiciones democráticas de Chile y Argentina, y el hecho de que en ambos países, a diferencia de lo ocurrido en España, los Gobiernos democráticos promovieran, mediante la creación de Comisiones de la Verdad, el esclarecimiento histórico de los crímenes de las respectivas dictaduras, Felipe González (ver artículo) afirma que en la transición española 'decidimos no hablar del pasado', ratifica, 25 años después, el acierto de tal decisión, y se lamenta de no poder opinar apropiadamente de la experiencia de esos países, por sentirse -en alusión al proceso seguido ante la Audiencia Nacional contra los miembros de las Juntas Militares argentina y chilena- 'atenazado por la vergüenza de haber visto a algunos españoles dando lecciones de democracia a estos países'.

No puedo evaluar aquí la transición española en su conjunto, pero creo poder opinar sobre los dos aspectos mencionados por el ex presidente, quien, además de reconocer que se optó por el olvido, admite que, democratizados los poderes ejecutivo y legislativo, se sacrificó la reforma de las demás instituciones confiando en que fueran 'cambiando con la biología'.González y algunos de los protagonistas de las transiciones democráticas latinoamericanas que alcanzaron a restablecer la verdad, pero tampoco quisieron o pudieron llegar más allá, pensaron que se puede instaurar una verdadera democracia sin justicia. Es un error. En España fue relativamente posible porque no había miles de desaparecidos, víctimas de la razón de Estado, y porque la casi totalidad de los responsables de los crímenes sistemáticos de nuestra guerra y posguerra civil ya habían muerto. En Argentina, Chile y otros países, la memoria de las miles de víctimas y de sus familiares no lo ha permitido. La impunidad de los responsables de crímenes contra la humanidad ha impedido hasta ahora el desarrollo de verdaderos Estados de derecho, ha convertido los sistemas políticos en democracias de papel, en libertad vigilada, en las que los gobernantes se renuevan periódicamente en las urnas, pero cuyos ciudadanos no confían en instituciones que adolecen de un manifiesto déficit de legitimidad.

Quienes iniciamos el caso Pinochet no pretendemos dar lecciones a nadie. Si acaso, desde España podríamos dar lecciones de lo que no se debe hacer: no se debe dar por finalizada la transición democrática confiando que el poder judicial será democratizado por la biología, porque quienes integran los resortes autoritarios del Estado también obedecen al mandato bíblico de crecer y multiplicarse; a poder ser, no se debe dejar al frente de las fuerzas armadas mandos militares de la dictadura, porque intentarán regresar al pasado; no hay que permitir que dirijan la lucha antiterrorista connotados responsables policiales de la etapa anterior, porque cultivarán la flor envenenada del terrorismo de Estado. Cualesquiera que sean los 'límites de su margen de maniobra', los representantes de la oposición democrática no deben arrojar por la borda la memoria histórica, no sólo porque es injusto para las víctimas que padecieron la dictadura, sino principalmente porque la desmemoria compromete el futuro de la cultura democrática.En esta España, cuyo aparato judicial fue abandonado a su suerte en una transición que hizo de la amnesia virtud, alumbró en 1996, como por milagro, un referente de justicia que ya es universal. Y lo hizo, aunque González reniegue ahora de su paternidad sobre la criatura, al amparo de una ley aprobada en 1985 durante el primer mandato socialista. Debe ser cierto, como dice Manuel Rivas, que 'la justicia pertenece al campo de las fuerzas del alma, y por eso puede brotar en los lugares menos propicios'.

No fue mérito, principalmente, de 'demócratas sobrevenidos y conversos', ni, por descontado, de los políticos que han propugnado pasar la página. Es obra de quienes no se resignaron, de quienes rehusaron la obscena e impuesta cohabitación con los criminales, de los que mantuvieron vivas más de dos décadas la dignidad, la ética, la solidaridad y la demanda de justicia; de quienes creen que hay crímenes a los que es 'esencialmente ajena la noción de frontera' (Sentencia Klaus Barbie). No se trata de 'azotes justicieros', sino de ciudadanos del mundo que creen que el derecho internacional está para aplicarlo, que la humanidad puede exigir que en Chile no se rompan los huesos a los detenidos, se les saquen los ojos 'en vivo', o se les fusile 'por partes'. Se trata de que quienes robaban niños y los vendían, quienes arrojaban vivos al mar desde aviones militares a los secuestrados en los 'vuelos de la muerte' respondan por ello ante un tribunal de justicia. Nos da igual que sea en Buenos Aires o en cualquier otro lugar. Hay derechos que son de todos o no son.González parece considerar una injerencia en asuntos internos el ejercicio de la 'jurisdicción universal'. Quizá desconozca que la Comisión Interamericana de Derechos Humanos de la Organización de Estados Americanos, organismo nada sospechoso de colonialismo, recomendó a sus miembros en 1998 que invocaran y ejercieran esa jurisdicción: México acaba de hacerlo al conceder la extradición de Ricardo Miguel Cavallo; y que en el Informe de 19 de noviembre de 1999, a solicitud de la familia de Carmelo Soria, ha declarado que el Estado de Chile está obligado, en tanto que no persiga los hechos, a tolerar la persecución que haga la jurisdicción nacional de cualquier otro país. Es la jurisdicción que ha permitido recientemente al Tribunal Supremo de Estados Unidos declarar competentes a sus tribunales para juzgar los crímenes imputados a la multinacional anglo-holandesa Shell cometidos en Nigeria, a un tribunal holandés procesar al ex dictador militar de Surinam por crímenes cometidos en este último país, y a los tribunales de Bélgica, Alemania, Dinamarca, Suiza, Holanda y Francia juzgar a responsables de crímenes cometidos en la ex Yugoslavia y Ruanda.

Los 'fundamentalistas' proliferan.

No sé si el ex presidente defendería en Alemania respecto de los criminales nazis el olvido que parece patrocinar, sin ir más lejos, para los españoles; si le parece que el juicio en Roma contra Erik Priebke, 50 años después de la matanza de las fosas Ardeatinas, no debió celebrarse; o si hubiera desaconsejado juzgar a Maurice Papon porque su proceso podía comprometer la reconciliación entre los franceses. Podrá argüirse que tales procesos obedecen a la diferencia sustancial de que el fascismo fue derrotado militarmente en casi toda Europa, lo que no ocurrió en América Latina ni en España. Pero ésa es precisamente la singularidad y la grandeza del caso Pinochet: que el derecho se ha impuesto sin que ningún Gobierno impulsase la iniciativa -más bien lo contrario, como es notorio- y sin que los imputados fuesen previamente vencidos por las armas: ha sido el juicio de las víctimas. Ése es precisamente el desafío de la comunidad internacional para los próximos años: conseguir imponer el derecho internacional y el respeto a los derechos humanos fundamentales sin necesidad de recurrir, como con Noriega o Milosevic, a las intervenciones armadas.

No ha habido ningún tribunal para el general Franco, ni siquiera el de la memoria. La joven democracia española se desembarazó apresuradamente de su pasado sin poner demasiado interés en recuperar el patrimonio humano, cívico y democrático de los vencidos, de los exiliados, derrochado de manera absurda. Nuestra cultura democrática quedó seriamente recortada en la transición, y también después; como consecuencia, persisten algunas carencias importantes, a las que no creo que resulte ajena la 'cuestión territorial' pendiente a que se refiere en su artículo el ex presidente González.Chile y Argentina han afrontado su pasado y, con la colaboración decisiva de la comunidad internacional, han puesto a los generales Pinochet y Videla en el lugar que les correspondía: ante un tribunal de justicia. Es mucho más de lo que los dictadores concedieron a sus víctimas. Chile es hoy un ejemplo, y esperemos que lo sea definitivamente, pero ya no de impunidad y prepotencia: la infamia ha terminado. Los chilenos pueden empezar a dar por cerrada su transición, esperar que no habrá más crímenes y que no se indultará a los responsables; asegurar que los torturadores de la dictadura no serán jamás condecorados por un Gobierno democrático -nosotros no podemos decir lo mismo-. Pueden disfrutar ya de esa revolución ética y estética, visitar el Palacio de la Moneda y, frente a él, contemplar el monumento erigido al último presidente constitucional de Chile hasta 1973, Salvador Allende. No habrá arcos de triunfo ni estatuas ecuestres para el dictador. A cada uno lo suyo.



http://www.diariohoy.net/v5/verNoticia.phtml/html/141742/ 14:43 | Uruguay 2-12-2004

Vigilia frente a cuartel donde habría cementerio clandestino

La organización de derechos humanos uruguaya Memoria y Justicia instaló una "vigilia" de 24 horas frente al Batallón de Infantería 13, en Montevideo, para exigirle a la justicia que investigue la existencia de sepulturas clandestinas de desaparecidos en terrenos del cuartel.Memoria y Justicia anunció que realiza esta demostración para protestar contra la decisión del Ministerio de Defensa que niega el ingreso de la justicia al predio militar para investigar violaciones graves a los derechos humanos durante la última dictadura militar (1973-1985).

Desde hace años, distintas organizaciones defensoras de derechos humanos afirman que en el Batallón 13 hay un cementerio clandestino de desaparecidos y que en la actualidad los militares ocultan las pruebas que lo demuestran.

Un equipo de expertos universitarios, encabezado por Daniel Panario, hizo recientemente un relevamiento fotográfico que comprobó la remoción de tierras dentro del cuartel lo que podría mostrar que los militares desenterraron cadáveres.

Irma Leites, miembro de Memoria y Justicia, dijo hoy que al menos en uno o dos de los ocho lugares señalados por el informe universitario como zona de enterramientos, "se está removiendo la tierra y destruyendo las pruebas".

Hace un mes, la fiscal Mirtha Guianze le pidió al juez Juan Carlos Fernández Lecchini que autorice el ingreso de técnicos para que corroboren la autenticidad de las denuncias, pero hasta el momento el magistrado no se expidió el respecto.

A su vez, el juez Fernández Lecchini deberá citar a testigos como el ex soldado Humberto Acioli Bueno Acuña, quien le dijo a la prensa uruguaya que en 2002 desenterró en terrenos del cuartel restos de un pantalón vaquero y un peine cubiertos con cal.

En el Batallón 13 funcionÐ durante la dictadura un campo de torturas llamado "300 Carlos" en el que, según las investigaciones de la Comisión para la Paz, fueron asesinados al menos ocho presos políticos