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Luis Mateo Díez fabula con las miserias de la posguerra. 'Fantasmas del invierno' ahonda en las heridas abiertas en 1936
El Periódico de Catalunya - 23/09/2004



Luis Mateo Díez, en el Café Gijón de Madrid, el pasado martes. Foto: AGUSTÍN CATALÁN


Comentarios del mismo hechos por Lector Ileso:

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MERCEDES JANSA
MADRID

"El mito está en la guerra civil; lo legendario en la posguerra", dice Luis Mateo Díez. Y con esta premisa, ha escrito como una fábula o una leyenda que entronca con la tradición de los grandes cuentos populares Fantasmas del invierno (Alfaguara). Se trata de una novela ambientada en Ordial, una ciudad de provincias, en el invierno de 1947 en que no para de nevar. Niños de orfelinato, lobos depredadores, un diablo extravagante y personajes oscuros son las piezas que mueven una trama de una posguerra que "asesinó la inocencia y la infancia", según el escritor.
Luis Mateo Díez (Villablino, León, 1942) cuenta en su haber con la prolífica obra que le ha situado como uno de los mejores narradores contemporáneos. Con una veintena de cuentos y novelas en su haber, este miembro de la Real Academia Española, aún conserva --y ocupa-- su puesto de funcionario del Ayuntamiento de Madrid y presume de ser un experto en derecho local comparado. Tras afirmar que siempre ha sido una persona "muy disparatada", Mateo Díez explica que no ha renunciado a su profesión porque siempre le han interesado muchas más cosas que la literatura, que es "un camino solisista, y yo necesito mucho la vida, necesito salir por la mañana de casa y coger un autobús para ir a algún sitio, no me puedo quedar en casa a escribir".

LA ACTUALIDAD
En Fantasmas del invierno, juega un papel importante el hospicio de niños famélicos y con mandilones llenos de lamparones "como centro de la inocencia desamparada, desasistida, y echada a perder", en el que uno de los hospicianos aparece muerto. Mateo Díez escribió con una mezcla de simbología, metáforas y sueños, pero ahora ha descubierto que los lectores ven el relato bajo el prisma de la actualidad, y que ese descrédito de "una guerra atroz" lo tenemos ahora en la televisión, en las imágenes de los niños rusos de Beslán. "La novela es un instrumento que necesita pasar por el espejo de la experiencia y de la memoria para dar una mirada compleja de la realidad vital", dice el autor de La ruina del cielo, Premio Nacional de Narrativa en el 2000, que rechaza ser un escritor realista.
"He intentado mostrar lo terrible de la condición humana, y creo que han pasado suficientes años para que pueda contar la posguerra como una leyenda oscura o siniestra", asegura, al explicar cómo la infancia se contamina con el asesinato.
Con una narración o­nírica, el escritor quiere mostrar "una suerte de historia mucho más del secreto de la desgracia, más interior e íntima". La conciencia malbaratada, la culpabilidad o el intento de guardar un secreto muestran un tiempo en el que "la consigna es el silencio". Un tiempo que comenzó en 1939 y en el que la desgracia y el sufrimiento de la guerra civil se perpetúan.