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La fosa del abuelo. Asesinato de mi abuelo Ángel Otero y otros.
Antonio Otero Bueno



Ángel Otero Alonso durante su etapa en el servicio militar obligatorio. Jaca (Huesca), 1926.




Para la libertad sangro, lucho, pervivo.
Para la libertad, mis ojos y mis manos,
como un árbol carnal, generoso cautivo… 


Retoñarán aladas de savia sin otoño
reliquias de mi cuerpo que pierdo en cada herida.
Porque soy como el árbol talado, que retoño:
porque aún tengo la vida.


(Miguel Hernández)


Se venía oyendo ruido de sables, y el 18 de julio de 1936, los militares rebeldes, con el apoyo y colaboración de la derecha, la Iglesia y la Falange fundamentalmente, y en el exterior, con el del capitalismo de algunos países llamados democráticos y las simpatías de sus hipócritas gobiernos, como Gran Bretaña y los Estados Unidos de América, con el de Portugal y Marruecos, y con el descarado y por otro lado presumible de sus hermanos ideológicos, los regímenes totalitarios, de la Alemania nazi de Hitler y de la Italia fascista de Mussolini; consumaron el golpe de estado contra la República española y su gobierno legalmente establecido por el pueblo en las elecciones de febrero de ese mismo año. No podían consentir que en una parte de Europa se instalara una República democrática en la que a veces pudiera gobernar una fuerza de izquierdas que luchara por conseguir la igualdad, la justicia y la libertad de todos los ciudadanos, era demasiado peligroso para sus intereses económicos, políticos e ideológicos. Esos militares sublevados, esos militares que no quisieron respetar a los ciudadanos a los que se debían, esos militares, despreciaron su deseo de progreso, de cultura, de solidaridad, esos militares cuya principal misión era, y es,  defender a su pueblo y a su legalidad constitucional, se abalanzaron contra él de forma brutal, sanguinaria, atroz.
Mientras la sombra del fascismo comenzaba  a cubrir los campos y pueblos de España, sus huestes lo hacían de rabia, impotencia, sangre, horror, y muerte.
Las tropas más profesionales, experimentadas y preparadas del ejército español, por su necesidad de estar permanentemente en estado de alerta, eran las del norte de África destinadas en Marruecos, y fueron  estas, las que iniciaron el golpe de estado bajo las ordenes supremas del general Francisco Franco, iniciándose de esta forma, la mayor tragedia de España: la Guerra Civil.
El ejército rebelde de África fue transportado a Sevilla a través del puente aéreo de Sania Ramel, que unía Tetuán (Marruecos) con el aeródromo sevillano de Tablada. La capital andaluza estaba en manos rebeldes casi desde el principio, debido a la traición del general Gonzalo Queipo de Llano, que en 1930 participó en un movimiento antimonárquico y luego, en plena República y con la confianza de su gobierno, ocupó diversos altos cargos, como el de Director General de Carabineros, entre otros. Queipo se hizo con la ciudad, mediante una durísima y terrible represión, en la que como sería  frecuente, participaron de forma destacada los falangistas. Sus matanzas y el empleo de la radio para difundir la propaganda fascista, al más puro estilo nazi, le hicieron tristemente célebre.
Los primeros contingentes del ejército de África, formados por dos unidades motorizadas tipo batallón, -una bandera legionaria y un tábor de Regulares indígenas, los célebres moros- serían los encargados de iniciar la marcha más larga de la guerra, "La marcha sobre Madrid". La primera columna en partir de Sevilla el 3 de agosto de 1936 con dirección a Mérida (Extremadura), estaba al mando del teniente coronel Asensio Cabanillas, a la que poco después se unirían otras dos columnas, las del teniente coronel Tella y la del comandante Castejón, estando el conjunto de las tres, a las órdenes del teniente coronel Juan Yagüe Blanco. El conjunto de estas tropas era denominado "Columna Madrid" por parte rebelde, pues ése era su destino, y "Columna de la muerte" por los republicanos, pues para estos, ésa era su principal característica.


El 11 de agosto, Yagüe toma Mérida,  y dejando como guarnición en la ciudad a la columna de Tella, se desvía del rumbo norte de Madrid, para dirigirse al oeste, a Badajoz, donde se encontraba el núcleo más importante de resistencia republicana en Extremadura. La táctica de avance de las tropas de Yagüe estaba muy experimentada en África, y a pesar de ser repetitiva, era sumamente eficaz: consistía en el despliegue de la infantería por ambos flancos al llegar a un punto de resistencia enemigo, después, la artillería batía los reductos republicanos y las alas de ataque de la infantería se cerraban sobre el objetivo mientras la aviación daba pasada  tras pasada sembrando el terror y el pánico entre los defensores. El 14 de agosto, habiéndose consentido utilizar territorio portugués, el 2º tábor de Tetuán, 4ª bandera del tercio, y en especial su 16 compañía, pertenecientes a la columna de Asensio, y  el 5º tábor de Tetuán, 5ª bandera del tercio de la columna de Castejón; consiguen romper las defensas de la capital pacense, y Badajoz cae en manos de las tropas africanas. La posterior represión y venganza de las tropas rebeldes y los fascistas de falange, con la ya acostumbrada complicidad de la Iglesia, convertirían a Badajoz, y sobretodo a la plaza de toros de su capital, en uno de los más espeluznantes y vomitivos  episodios de la historia negra de nuestro país.
Una vez conquistadas las capitales del Guadiana, la columna de la muerte, siguió rumbo noreste en dirección a Navalmoral de la Mata (Cáceres), casi en el límite con la provincia de Toledo, con el objeto de conseguir, a través de las tropas de Franco, algo muy importante para los sublevados; el enlace de las dos zonas rebeldes, la norte del general Mola -a la que ya se podría abastecer de la munición que necesitaba- y la sur de Queipo, además, se situarían en una de las cabeceras del valle del Tajo, desde donde se dispondría el avance hacia Talavera de la Reina, la capital industrial del Tajo y primer pivote defensivo de la resistencia de Madrid.
Con el salvajismo, entre lo que destacaba "el pasar a cuchillo" a sus enemigos, y la muerte como señas de identidad, las columnas de Yagüe generaron un pánico entre la población civil partidaria de la República, que junto a los asesinatos y venganzas que a posteriori, y ya en territorio controlado por los sublevados, realizaban los falangistas, provocó un éxodo de personas, que huían de la represión y buscaban refugio, hacia Talavera primero, y hasta Madrid después. 
Mi abuelo Ángel, de 31años, y su familia, recorrieron 26 kilómetros hasta llegar a Talavera de la Reina a mediados del mes de agosto, huyendo de la fama de barbarie de los soldados franquistas. Su cuñado Mariano, que había vuelto de combatir como miliciano, a parte de esas tropas profesionales de Regulares y Legionarios rebeldes en la zona cacereña del monasterio de Guadalupe, Alía y el puerto de San Vicente, intentó convencerle, sin éxito, de que se fuera con él a Madrid, ante el avance de las columnas de Yagüe. Mi abuelo, no quería y no podía, ir con mujer y tres hijos pequeños andando hasta Madrid, para una vez allí, no tener donde, ni cómo vivir. En el pueblo tenía casa y trabajo, además, no había hecho nada malo, sólo ser de izquierdas, y por eso,  a pesar de las habladurías, no le iban a matar, pensaba. Estaba decidido: si por desgracia las fuerzas rebeldes conquistaban Talavera, volvería a su pueblo. Se equivocaba, se equivocaba.
El 29 de agosto, llegaron importantes refuerzos rebeldes a la zona, ya toledana, de Oropesa. El 30, la columna de la muerte toma el pueblo, y las fuerzas republicanas de la columna del capitán Uribarry, se fortifican en el pueblo del Puente del Arzobispo. El día 31, el coronel Salafranca, que había sustituido ese mismo día, por orden del gobierno republicano, al general Riquelme, jefe del teatro de operaciones del centro desde el 22 de agosto, contraataca por su flanco derecho y avanza, apoyado en la sierra de Gredos, desde Candeleda hasta el pantano de Rosarito. Pero las tropas republicanas, carecían en gran medida de mandos profesionales, de mandos intermedios y estaban formadas en gran parte, por milicianos, es decir, por civiles armados con escasa preparación, por lo que fueron rápidamente diezmadas, como las columnas de Fernández Navarro, Sabio, Jurado o Mangada  -que había bajado desde la sierra de Ávila-. Las fuerzas profesionales africanas tomaron otra vez la iniciativa, y el día 2 de septiembre, la columna de Castejón pasa muy cerca del pueblo de Alcañizo y ocupa el de Calera y Chozas, mientras Asensio Cabanillas domina el de Gamonal, en las proximidades de Talavera. En la madrugada del día 3, Castejón desciende hacia la ciudad del Tajo, entre la línea del ferrocarril y el río. Asensio, con sus tropas divididas en tenaza, inicia el desbordamiento de los barrios periféricos talaveranos. La resistencia republicana es encarnizada, pero a las 14,30 horas del 3 de septiembre, Talavera de la Reina es ocupada por el ejército rebelde.
Con la caída de Talavera, mi abuelo Angel, resignado, volvió con su familia al pueblo, a pesar de ser ya, zona totalmente controlada por los rebeldes, y ellos republicanos.
Sobre las cinco de la tarde del 4 de noviembre de 1936, mi abuelo se encontraba vareando bellotas en la dehesa de Alcañizo junto a su hijo mayor, Florentino, de 8 años de edad - mi padre - y otro jornalero llamado Gregorio. De repente aparecieron cuatro hombres, con sus camisas azules y armados: eran cuatro falangistas del pueblo. Se acercaron a ellos y les conminaron a que les acompañasen para que efectuaran una serie de declaraciones burocráticas. Mi abuelo y Gregorio, sentirían, lógicamente, recelos y gran desconfianza hacia aquellos paramilitares que, aunque vecinos, pertenecían a una organización, Falange Española, que había incitado, preparado y participado activamente en la rebelión militar contra la República y su gobierno legalmente constituido; pero no tenían otra opción. Eran conducidos al pueblo, por el llamado camino de Oropesa, y seguían sin saber exactamente para qué y porqué se les requería de forma tan urgente, y escandalosamente ilegal y llamativa. Ellos, como humildes campesinos, eran partidarios de la República y por tanto, habían votado al Frente Popular, en las elecciones de febrero, pero no habían cometido ningún delito, es más, recordaba Angel, fue su joven cuñado, el ahora miliciano Mariano García, quién como máxima autoridad efectiva de la izquierda de Alcañizo, impidió a los pocos días de producirse el golpe de Estado, que un grupo de civiles armados republicanos, venido de un pueblo cercano, aprehendiera a varios miembros de la falange y de la derecha del pueblo, evitando con ello una previsible ejecución de los mismos, por el delito de alta traición. En cierta medida, los falangistas del pueblo les debían un gran favor. Se equivocaba, se equivocaba.
Al llegar la comitiva a la casa de mi abuelo, dejaron allí a mi padre, y continuaron la marcha hacia la casa de Falange, ubicada en una casa de la llamada "tía Prisca", en plena plaza mayor. Imagino que en la tarde noche de ese día, mi abuelo y Gregorio fueron torturados y vejados por los valientes fascistas de correajes y camisa azul; pero no satisfechos con esto, decidieron continuar la cacería, pues el asesinato de solamente dos "rojos", no era suficiente para justificar un "paseo", por lo que a primera hora de la madrugada, sacaron de sus casas y delante de sus familias, a Epifanio - hermano de Gregorio -, a Silverio, y a José Otero, "tío gato", tío de mi abuelo Ángel. Sobre las cinco de la madrugada, los republicanos retenidos fueron atados y sacados al exterior de la casa de Falange, y a la orden de iniciar el "paseo de la muerte", dicen, que mi abuelo Angel, ante la certeza de lo que le esperaba, se agarró tan fuerte y desesperadamente a las rejas de una de las ventanas de la siniestra casa, que tuvieron que romperle los brazos para que se soltara. Poco después, el lúgubre cortejo partía por la carretera hacia las afueras del pueblo, cruzaron el paso a nivel del ferrocarril, y a unos noventa metros de éste, donde apenas a diez más atrás, existe una linde de olivos, los cruzados del yugo y las flechas, mandaron parar la comitiva. El "tío Gato", que llevaba una pequeña navaja en el pantalón que tan apresuradamente tuvo que ponerse cuando fue sacado violentamente de su vivienda, logró cortar, disimuladamente, el ramal de cuerda que mantenía atado a Gregorio. Los esbirros de la muerte fueron a colocar a sus prisioneros para la ejecución, y en ese momento, Gregorio, echó a correr intentando escapar, pero sólo pudo cruzar la estrecha carretera, cayendo abatido por los falangistas. Inmediatamente después, los cuatro restantes fueron situados a unos cinco metros de la cuneta, los gritos de pánico, terror y miedo de unos hombres que iban a ser asesinados sin motivo racional alguno, fueron acallados por el estruendo de la descarga criminal fascista, y que en el silencio de la noche, se escucharon en las casas más próximas del pueblo, llenando de lágrimas los ojos de mi abuela.
Fueron enterrados en una fosa común y vergonzosamente dados por "desaparecidos", por los mismos que los asesinaron. Algunos meses después, estos mismos canallas, realizaron otra matanza, y cavaron otra fosa común en Alcañizo.
Mi abuela y sus hijos se vieron obligados a dejar su casa y expulsados de la provincia de Toledo. Se fueron a Candeleda (Ávila), y allí tuvieron que sobrevivir, hasta el final de la Guerra Civil. 
No sólo asesinaron a mi abuelo y a sus compañeros, no sólo asesinaron a hombres inocentes, no sólo dejaron huérfano y sin referencia a mi padre, a mis tíos, y a otros niños, no sólo dejaron viuda a mi abuela y a otras mujeres, no sólo dejaron sin apoyo y casi sin sustento a familias desmembradas, no sólo truncaron y destrozaron vidas; también dejaron rencor, desesperanza, odio, tristeza, desilusión, injusticia, amargura, vergüenza, indignidad, y sobretodo, horror y muerte.

Antonio  Otero  Bueno.

Madrid, 5 de noviembre de 2003