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LA BANDERA GALLINÁCEA EN UN ACTO DEL PP
El Periódico, 20 de Marzo, 2004 - JOSEP PERNAU

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El día del acto de adhesión inquebrantable al señor Mariano Rajoy, ante la sede del PP en Madrid, una señora agitaba con entusiasmo una bandera rojigualda. Es lo que hacían muchos de los presentes. Pero aquella no era la bandera constitucional, sino la del pajarraco. Al firmante le dio un vuelco el corazón. ¿Sería que volvían las banderas a las que en un tiempo las llamaron victoriosas y que se convirtieron en un arcaísmo en 1978?
Hubo un tiempo en que estas cosas se cuidaban. No por estética, sino porque la bandera del pajarraco era todo un acto de adhesión al régimen anterior. En los comienzos del PP, enterrada la fraguista AP, era inevitable que en todos los actos aparecieran una cuantas enseñas gallináceas, que un eficaz servicio de vigilancia, rápidamente, hacía desaparecer. El nuevo líder conservador, José María Aznar, se había convertido a las ideas constitucionales y se proclamaba de centro y, además, reformista.
Alguien tendría que explicar por qué nadie se incautó esta vez de la bandera del pajarraco. ¿Acaso no hería la sensibilidad de una masa considerable de personas dedicadas a vitorear al señor Rajoy, pero también a insultar a todos los que no piensan como ellos? Es posible que, en su estado de excitación, muchos de los presentes no apreciaran que aquella bandera era una antigualla, pero gente más tranquila debió de advertir que lucirla en aquel acto era comprometedor para unos dirigentes del partido que se pasan el día invocando el Estado de derecho y que dan lecciones de constitucionalismo a muchas personas que no tuvieron que pasar por un proceso de conversión a la democracia. Nadie se escandalizó y a todo el mundo le pareció de lo más natural que allí apareciera un símbolo de la dictadura. ¡Qué cosas!