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Entrevista a Joan Turner de Jara, viuda del cantautor Víctor Jara. "Hemos tardado 31 años en conocer la verdad"
Chile - El Periódico de Catalunya - 24/12/2004


ABEL GILBERT
ENVIADO ESPECIAL / SANTIAGO DE CHILE

NACIMIENTO EN LONDRES EN 1927
FORMACIÓN ESCUELA DE DANZA DE SIGURD LEEDER EN LONDRES
CARGO ACTUAL DIRECTORA DE LA FUNDACIÓN VÍCTOR JARA, EN SANTIAGO
TRAYECTORIA FUNDADORA DEL CENTRO DE DANZA ESPIRAL DE CHILE
ACTIVIDAD LITERARIA AUTORA DE 'VÍCTOR, UN CANTO TRUNCADO' (1983)

"Hemos tardado 31 años en conocer la verdad, ¿se da cuenta?" Joan Turner, la viuda de Víctor Jara, siente que toda una historia, casi una vida de golpear puertas y soportar silencios, se le vino encima como un alud. Cuando nadie lo esperaba, el juez Juan Carlos Urrutia le puso nombre y apellido al rostro anónimo que decidió la muerte de su marido, uno de los símbolos de la cultura popular chilena.
El teniente coronel Mario Manríquez Bravo fue el amo y señor del Estadio Nacional, donde después del golpe militar del 11 de septiembre de 1973 funcionó una enorme prisión a cielo abierto, con miles de cautivos. En ese cielo convertido en infierno, Jara cayó asesinado tras recibir 34 balazos por orden de Manríquez Bravo. "Se ha abierto una ventana después de mucho tiempo, ahora hay que seguir avanzando en la investigación y ver qué pasa; la justicia es tan lenta en este país...", dice Turner.

--Habla como si aún no hubiera salido de su asombro por el procesamiento de Manríquez Bravo.
--Las cosas me tomaron por sorpresa. A tal punto, que me enteré de la resolución judicial por la radio. Hasta mi abogado quedó desconcertado al saberlo. Yo sabía que Urrutia estaba investigando. Seguramente hizo todo en silencio para poder avanzar sin mayores interferencias. Y hay que decir que trabajó con mucho empeño, al lado de muchas personas que estuvieron en el estadio. Y así, por fin, logró llegar al responsable. No puedo decir que el día que lo supe me puse contenta. Ésa no es la palabra. Pero fue una muy buena noticia. El próximo paso debe ser identificar al militar que torturó a Víctor.

--Y antes de escuchar la noticia por la radio, ¿confiaba en que ese día iba a llegar?
--Habíamos perdido parte de nuestras esperanzas. Cuando, en 1978, promoví la primera querella, me respondieron que, si bien se reconocía la existencia del homicidio, era imposible investigarlo porque no se sabía quién había estado a cargo del Estadio Nacional. Los militares, claro, se negaban a colaborar. En ese momento yo personalmente empecé a buscar a los testigos, dentro y fuera de Chile.

-¿Fue como un trabajo detectivesco?
--Sí, de hormiga. Poco a poco pude localizar a muchos de los que habían estado junto a Víctor hasta el último momento, a los pobladores que encontraron su cuerpo cerca del cementerio: ellos me lo contaron todo, pero cuando les preguntaba si podían dar su testimonio ante un juez, se negaban. Tenían pánico. Con los años se fue sabiendo más porque la gente fue perdiendo el miedo. Así nos enteramos de que en el estadio había un tal Manríquez que decía que su ametralladora era "la sierra de Hitler". Más tarde, y para sumar aún más confusión, supimos sin embargo que en rigor fueron dos los Manríquez que estuvieron allí. El juez esclareció el enigma cuando el propio Manríquez Bravo le confesó que fue él mismo quien pronunció aquella arenga nazi.

--¿Cuándo se había iniciado la causa?
--En el 2000. Fue una de las 200 querellas que enfrentó Augusto Pinochet al regresar de Londres. Primero, la causa la tuvo el juez Juan Guzmán, y éste luego se la pasó a Urrutia.

--¿Y cómo fueron estos años, entre el 2000 y finales del 2004?
--Como sólo pueden ser en Chile: entre la desilusión y la esperanza. Pasaron muchas cosas, especialmente en estos últimos meses: desafueros y procesos a Pinochet, el escándalo de su cuenta bancaria, el Informe sobre la Tortura-

--¿Qué otras novedades aporta la investigación judicial?
--A Víctor lo mataron en el mismo estadio, en uno de sus subterráneos, y su cuerpo, junto con el de otras víctimas, fue primero dejado en la entrada del estadio para que los prisioneros lo vieran. También se comprobó que murió el 15 de septiembre y no el 14.

--En todos estos años, ¿ningún militar se acercó a usted para contarle algo?
--No, y por eso siempre me digo, ¿cómo se puede perdonar a quienes nunca han mostrado signos de arrepentimiento y se muestran convencidos de lo que hicieron?

--¿Qué lugar ocupa hoy en Chile Víctor Jara?
--Es una fuente de inspiración para muchos jóvenes. Pero a veces, para mi gusto, su presencia en los medios es algo excesiva.

--Jara escribió en el Estadio Nacional su último poema. Es una suerte de relato del horror en primera persona: "Un golpeado como jamás creí se podría golpear a un ser humano". Y después de los golpes, vinieron las balas. ¿Cómo llegó ese texto a sus manos?
--Se fue armando por partes. Antes de abandonar Chile, una persona me llamó por teléfono y me dijo que tenía el poema. Tratamos de concertar varias citas pero nunca nos pudimos encontrar. Después, estando en Londres, un texto llegó a mis manos desde Francia.

-¿Era su letra?
--No, Víctor lo había escrito en el estadio, en pequeños trozos de papel que salieron en los calcetines de un prisionero pero fueron descubiertos por los militares. Por suerte, la gente que estaba con él se lo había aprendido de memoria.

--O sea que terminó siendo una suerte de escritura colectiva-
--A tal punto que, con los años, me fueron llegando diferentes versiones, con leves contradicciones. Las palabras se salvaron gracias a los que velaron por su memoria. Porque cuando lo escribió ya lo habían golpeado salvajemente, tenía la cabeza ensangrentada. Hoy el Estadio Nacional se llama Víctor Jara y al lado de una de las puertas, la misma en la que lo arrojaron, hay una placa con el poema. Qué extraña coincidencia, ¿no?...