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Loperena, la ‘tata’ y la huelga de tranvías
La Vanguardia - JULIÀ GUILLAMON - 08/09/2004



DAVID AIROB - Josep Maria Loperena


Una trama en torno a la primera gran movilización ciudadana contra el franquismo, primera incursión literaria del abogado progresista

Tras la relación entre una joven gallega y un activista barcelonés late la memoria sentimental de los años cincuenta

El antifranquismo creó una cultura de amplísima base social, un sistema de referencias y complicidades que ha perdurado hasta hoy gracias, en parte, a las novelas. En su construcción participan escritores de varias generaciones (de Robert Saladrigas y Montserrat Roig a Jaume Cabré y Vicenç Villatoro), pero también periodistas (Màrius Carol, Àngel Casas), políticos (Antoni Dalmau), economistas (Amadeu Cuito) o abogados como Josep Maria Loperena. Sus libros presentan entre sí grandes coincidencias: retratan a personajes jóvenes, en una ciudad vencida, describen una iniciación en el amor y en la política, y culminan en una protesta colectiva, de la que el libro es la expresión simbólica. La cultura catalana encontró en este modelo un poderoso aglutinante y, con el tiempo, una flaqueza, porque desaparecido ese marco referencial, pierde el centro de gravedad, y flota como en una nebulosa.

Para los adolescentes politizados de los setenta que alternábamos la lectura del semanario independentista Canigó con el contracultural Ajoblanco, y el ecologista Alfalfa con el psuquero Arreu, Josep Maria Loperena (Alguaire, Lleida, 1938) es una figura familiar. Su nombre aparece asociado a algunos de los procesos judiciales más oscuros de la transición (el juicio a Els Joglars por La torna o el caso Scala). Loperena es un referente del catalanismo progresista, comprometido en favor de la libertad por encima de cualquier militancia. Este carácter de hombre honesto e independiente es inseparable de la nueva faceta de novelista que inaugura con La casa del fanalet vermell.

El libro sigue una construcción en paralelo, con capítulos que focalizan alternativamente al joven activista Dionís y a Elvira, una joven gallega que viene a Barcelona para abortar. La historia de amor transcurre entre referencias a la vida furtiva y a los preparativos de la huelga de tranvías de 1951. Nombres de calles, locales emblemáticos, personajes que más tarde ocuparían puestos de relieve se suceden con un detalle más propio de la crónica, el reportaje o las memorias (especialmente en lo que respecta a la organización clandestina) que de una novela propiamente dicha. El personaje de Elvira que, a pesar de que fusilaron a su padre, se cree la propaganda del régimen, sirve de alternativa al dualismo que se establece en todo momento entre víctimas y verdugos, antifranquistas e infiltrados. También resulta un acierto desde el punto de vista emotivo que el desencadenante de la narración sea el recuerdo de un Loperena de doce años, enamorado de la tata.

Aunque con más recorrido, La casa del fanalet vermell recuerda El segrest del rei, la novela de Màrius Carol del Sant Jordi del 2003. A partir de un episodio mitificado del antifranquismo (la senyera monumental que apareció en Sant Pere Màrtir en los días del Congreso Eucarístico o, en este caso, la huelga de tranvías) se desarrolla una trama en la que lo novelesco a menudo está en función del anecdotario histórico. Y que tiene una lectura política, con una invitación a la acción colectiva, por encima de las maniobras partidistas. Entre sus temas subyacentes, la novela plantea la excepción intelectual (los partisanos recriminan a Dionís su buena vida, en términos parecidos a como Benguerel reflejó la confrontación entre la acción directa y el anarquismo teórico en Suburbi, 1936). Y las dudas de Dionís respecto a las directrices del PCE, que abren el camino a la disidencia. Películas de reestreno preferente, cócteles de Can Boadas y revistas del Paralelo proponen, junto a la política y el amor, una memoria sentimental de los años cincuenta. Con unos servilismos formales evidentes, La casa del fanalet vermell demuestra hasta qué punto resulta decisiva la contribución de escritores no profesionales en la configuración del imaginario de la posguerra y de qué manera la generación de Loperena siente la necesidad de volver sobre unos cuantos temas obsesivos. La próxima semana hablaremos de Amadeu Cuito.