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Tribuna Abierta. Memoria esperanzada
Noticias de Navarra - 22 de septiembre de 2004 - por josé ignacio lacasta zabalza

http://www.noticiasdenavarra.com/ediciones/2004/09/21/opinion/d21opi5.109248.php


De aquí y allá parecen surgir buenas noticias, pequeñas que no grandes esperanzas todavía, sobre la necesidad de la reconstrucción de nuestro más inmediato pasado. El Consejo de Ministros ha adoptado una serie de medidas para estudiar y resolver la rehabilitación de las víctimas del franquismo. Y José Antonio Saracíbar, presidente de la Fundación Largo Caballero, ha escrito un interesante artículo titulado Es el momento de la memoria (El País , 15.9.04) en el que describe con tino lo sucedido en esta materia. En primer lugar, reconoce que el Gobierno del PSOE en la etapa de Felipe González no hizo lo posible en este terreno. Lo que ha dado lugar a que la derecha intente llenar ese vacío, consciente de lo mucho que atañe electoral y políticamente ese fenómeno a una desinformada juventud. La derecha ha dado, pues, su propia interpretación descarada de lo acontecido. Que, en resumen, podría sintetizarse de este modo: son los defectos y errores de la izquierda y de la República los que hacen posible, y justifican (en la historia de paniaguados del PP a lo Pío Moa) el golpe faccioso del 18 de julio de 1936 y hasta la posterior dictadura.


Que esa visión revisionista de la derecha es un disparate y no resiste la documentación y experiencias realmente existentes, no disminuye el peligro que el predicamento de esas tesis tienen. Como lo observara no hace mucho Vicenç Navarro, no hay que infravalorar esas actitudes cuando un personaje que ha tenido tanto poder político como el general Sabino Fernández-Campo llegó a identificarse en una entrevista pública con las tesis del citado Pío Moa.

En resumen, Saracíbar dice algo que no debe caer en saco roto: "Ahora es el momento de resolver este problema. Una nueva demora no tendría ninguna justificación".

El presente artículo se titula, sin embargo, Memoria esperanzada . Porque hay otros movimientos de fondo que sí hacen concebir esperanzas de más sustento en pro de la recuperación del pensamiento liberal y democrático tras la guerra de 1936. Pensamiento que no puede ser tal, alineado con el liberalismo y la democracia, si no es antifranquista en sus diferentes tonos y medidas.

Así, es forzoso referirse al excelente libro de Jordi Gracia La resistencia silenciosa (Barcelona, 2004), que ha obtenido además el XXXII Premio Anagrama de Ensayo. El autor es joven, nacido en 1965, y eso le da más solvencia a su obra al no ser deudor en particular de ninguna experiencia trágica. Su tesis puede sintetizarse así: la recuperación del ideario liberal viene de tres grupos. Los que consintieron en primera hora -por decirlo suavemente- al régimen (Ortega, Azorín, Pérez de Ayala o nuestro Pío Baroja). Los que se despegaron pronto de él, provenientes de la Falange (Ridruejo, Torrente Ballester, Tovar, Laín Entralgo). Y los que comenzaron su vida intelectual con la dictadura (Valverde, Sánchez Ferlosio, Carmen Martín Gaite, Manuel Sacristán, etcétera.).

La tesis tiene su fundamento, que ya había sido esbozado, con otros matices, por Elías Díaz en su Pensamiento español en la era de Franco (1939-1975). Obra de Elías Díaz que Gracia -esto es una crítica- debió tener más presente. Pero es forzoso destacar un punto de partida de Jordi Gracia que, ya era hora, aparece formulado con especial y necesaria nitidez. El régimen legítimo surgido de las urnas era el de la República de 1931. A partir de ahí: "tomaron por la brava las armas, y quienes las exigieron para acabar con el desorden republicano fueron el grueso de la jerarquía eclesiástica, el grueso del poder industrial y financiero, los amos de la tierra (y algunos escritores de aquel tiempo").

No está nada mal la perspectiva y eso facilita mucho las cosas. Por ejemplo, para entender que cada cual en esta vida es responsable de sus actos, sean matanzas de curas o asesinatos de sindicalistas. Lo que no quita ninguna legitimidad a la Segunda República española. Porque el levantamiento del año 1936 se dirigió contra una Constitución democrática vigente y contra el sufragio universal, que no se volvió a restablecer, se dice pronto, hasta 1977.

Otra virtud del libro es la de rescatar el significado del liberalismo. Que es una doctrina que defiende las libertades y "se opone al fascismo y al totalitarismo" desde los años veinte del siglo XX. Aunque, escribe Gracia: "Para los nuevos liberales españoles parece que ser liberal consista en añorar formas del pasado, como la Restauración canovista, donde las libertades vivieron más agazapadas que hoy y donde desde luego las cosas fueron peor para la inmensa mayoría de los ciudadanos".

El contenido del libro está a la altura de tan excelente método. Y alcanza muy buenos momentos en su estudio sobre los estilos literarios de las diversas ideologías. Si acaso, resulta excesiva esa prevención juvenil de Gracia contra el antifranquismo de leyenda o contra los héroes de la resistencia y los tiempos heroicos. Gracia debería saber que los héroes, como los santos de la teología de Calvino, son seres bien visibles. En tanto que a los republicanos españoles se les negó hasta su propia vida y las gentes antifranquistas, organizadas o no, casi nunca salimos del anonimato (y a mucha honra). Quienes negaron la existencia del antifranquismo y sus todavía anónimas víctimas fueron sus represores y sus cómplices. De lo contrario, carecerían de sentido las recientes y oportunas medidas del Consejo de Ministros.