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Camelot con farsa y licencia castizas
A Coruña Digital - Luis Arias Argüelles-Meres. - 21/05/2004




“Había yo visto el solemne paso procesional de adalides revolucionarios victoriosos, o de Reyes y Príncipes que venían a traernos la felicidad, y calculaba que todas estas entradas aparatosas eran lo mismo mutatis mutandis: gran gentío, apreturas, aplausos, un punto más o un punto menos en el diapasón de los vítores, la chiquillería subida a los árboles, y los balcones atestados de señoras que sacudían sus pañuelos como espantando moscas. En algunos casos hubo también soltadura de palomitas que volaban despavoridas, huyendo del popular entusiasmo(...) Una procesión de carácter bien distinto, tétrica y desesperante, y que marchaba en sentido inverso, dejó en mi alma impresión hondísima: la salida del cortejo fúnebre de Prim para el santuario de Atocha. Señaló una coincidencia que me resultó irónica: en el mismo sitio donde vi la entrada de don Alfonso de Borbón había visto pasar el entierro del grande hombre de la Revolución de Septiembre, que dijo aquello de jamás, jamás, jamás". (Galdós. Cánovas)

“Entró el Rey a caballo. Vestía traje militar de campaña, y saludaba a la multitud. Su semblante juvenil, su sonrisa graciosa y su aire modesto le captaron la simpatía del público. En general, a los hombres les pareció bien; a las mujeres agradó mucho. Al subir don Alfonso por la calle de Alcalá, el palmoteo y los vivas arreciaron, y en los balcones aleteaban los pañuelos de un modo formidable. Tras el Rey marchaba un Estado Mayor brillantísimo. Lo que más gustó a Casiana, según me dijo, fue el juego de colorines de las bandas con que se adornaban los señores cabalgantes a la zaga del Soberano barbilampiño. Igualmente me preguntó si aquellos caballeros tan majos y revejidos eran Generales, y si el Rey jovencito les mandaba a todos. Después contempló embelesada el paso de los coches en que iban los Ministros y el alto personal palatino, cargados de plumachos, galones y cruces, y quiso saber si aquellos pajarracos eran también marimandones" (Galdós. Cánovas)

“¡República española, régimen nacional, nación, ser de la civilización española, civilización española, tabla a la que uno está adherido para salvarse en la vida humana, para salvarse en el paso por la tierra donde uno ha nacido, afán de que vuelva a surcar el cielo la historia de un rayo de la civilización española, pasión de mi alma que no me da vergüenza confesar ante vosotros!" (De un discurso de Azaña pronunciado 16 de octubre de 1933)

En vísperas del enlace nupcial regio, buscando desesperadamente islas que nos guarezcan de este NODO redivivo acerca de las mayestáticas (perdón por la redundancia) cualidades que adornan al aspirante al Trono de España, estamos a punto de tirar la toalla. Se diría que el sábado tendrá lugar la inauguración madre de todos los pantanos. Sustitúyanse las tijeras de turno destinadas a cortar la cinta floral y coral por las arras y demás objetos propios de desposorios. Y ahí tendremos el evento del siglo y del milenio. Esta mañana, desayunando una vez más en compañía de un compañero y amigo que en su día estudió la lengua de Platón para explicarla en las aulas, nos sentimos ambos despavoridos hojeando juntos la prensa. Por lo visto y leído, los edificios más genuinos de Madrid han sido coloreados para el evento. Una monada será la capital del reino. La Puerta de Alcalá coloreada. Manolo se muestra patidifuso. Se diría que las fotos del periódico le devuelven a la prosaica realidad, tras haber soñado que los espíritus ásperos del griego podrán volver a ser explicados en las aulas gracias a los planes que para la enseñanza tiene el señor Zapatero. Y me lo dice muy claro.

-Luis, si Platón ve el engalanamiento que van a hacer de Madrid, acaso reconsiderase la hipótesis de que hay seres humanos capaces de abandonar la caverna y ascender dialécticamente hacia La Idea del Bien supremo.

Refrendo sus palabras, mientras revuelvo desesperadamente el café. Entonces hablamos de Camelot. Madrid será Camelot por un día, un Camelot castizo, con licencia para la farsa valle-inclanesca traída a la posmodernidad del nuevo milenio. Un espanto para las mentes clásicas. Una afrenta para quienes anhelan vivir en un mundo de ciudadanos dignos. Una laceración del espíritu para quienes no se sienten entusiastas de la frivolización de la vida política.

Azaña, en uno de sus mejores discursos, el que pronuncia en Valladolid el 14 de noviembre de 1932, habla de un personaje que sale a la puerta de su negocio a ver pasar la comitiva gubernamental. Según don Manuel, le dice con el gesto algo así como que son dos iguales. No hay en su semblante la más mínima sumisión. Y ésa es la clase de ciudadanos que el autor de Plumas y Palabras quería para la República española. Muy distinto y distante queda esto de lo que ahora tenemos ante nosotros.

De más está decir que uno desea lo mejor para todo el mundo. Y que nada hay en contra de las personas que piensan casarse en sábado día 22. Pero eso no significa que dejemos de reivindicar nuestro republicanismo. Pero eso no significa que renunciemos a nuestra ambición de vivir en un país donde no sea noticia política el casorio del hijo de un Jefe del Estado, del que se nos está contando una vida milagrosa con los más variados testimonios. Madrid, convertido en un Camelot catódico y castizo. Dos grandes partidos dinásticos, incluido el que fundó Pablo Iglesias, quien no se caracterizó por veleidades hacia la monarquía. La política atravesada e invadida por la información social y rosa. Y, para colmo, los colorines. No, los esperados de todo cuento con final feliz, sino los de los másrepresentativos edificios madrileños. Bien es verdad que en este diseño chiripitifláutico y pizpireta debió colarse algún decorador con veleidades republicanas. Sea esto dicho acerca del color morado que, por lo que leímos, también va a destacar.

Cuando ya se acerca la hora de ir a clase, le pregunto a Manolo cómo explicaría esto la prosa aguda y concreta de Tucídides. Convenimos ambos que preferiría profundizar y aumentar la Guerra del Peloponeso. Tucídides no estaba preparado para semejantes cosas. Mejor sería, me dice Manolo con buen tino, buscar un cronista español. La pesquisa es fácil. Tenemos a Galdós, que ya consignó parecidos eventos de una Restauración anterior a ésta, la de Sagunto, que nos trajo al entonces muy joven Alfonso XII.. Por eso, encabeza estas líneas, que son un clamor por huir del Camelot que nos tiene cercados. Por eso también traemos aquí a Azaña, a ese clamor suyo, existencial en este caso, que ve en el republicanismo el instrumento clave para la mayoría de edad de un tiempo y de un país, suyo y nuestro, pasado, presente y futuro, aunque sea imperfecto, pero con aspiraciones a que la dignidad ciudadana nos presida. Y nos persuada.

Gracias.