Artículos y Documentos

Entrevista a David Ruiz. «De no haberse iniciado la guerra, es muy probable que se hubiera pasado página tras la liberación de los presos en febrero de 1936»
La Nueva España - 27/09/2004

http://www.lne.es/secciones/espanya/noticia.jsp?pIdNoticia=212828&pIndiceNoticia=7



David Ruiz, catedrático de Historia Contemporánea de la Universidad de Oviedo, comenzó a interesarse en los años sesenta del siglo XX por la industrialización y el movimiento obrero asturianos, a cuyos orígenes dedicó su tesis doctoral, publicada en 1968. En 1979, esta obra fue reeditada en una versión más reducida.

Autor de «La España franquista. 1939-1975» y «La España democrática. 1975-2000», ha dedicado a la insurrección obrera de 1934 varios artículos y el libro «Insurrección defensiva y revolución obrera. El octubre español de 1934». Publicada en 1988 por la editorial Labor, esta obra lleva ya tiempo agotada.

En la próxima primavera, David Ruiz publicará, en la editorial Síntesis, una puesta al día de esta obra, con nuevos enfoques y con un destino no exclusivamente académico.
Oviedo, Eugenio FUENTES

-¿Marca octubre de 1934 el comienzo de la guerra civil como difunden ahora algunos escritores ?

-En absoluto. Afirmar que la guerra civil empieza en el 34 es una auténtica falacia destinada a oxigenar el franquismo moribundo. La última falacia, una vez que la del complot comunista contra la II República ha quedado completamente desacreditada. La única coincidencia que hay entre la insurrección de octubre y la guerra civil fue la tragedia en la que ambas concluyeron. La guerra civil se inicia al fracasar el golpe militar del 18 de julio de 1936. Este fracaso fue debido a la división del Ejército, parte del cual permaneció fiel a la República. De no haberse iniciado la guerra -si los militares sublevados se hubieran entregado como hizo en 1932 el general Sanjurjo-, es muy probable que se hubiera pasado la página del 34 tras la salida de los presos de las cárceles, en febrero de 1936, al conocerse la victoria electoral del Frente Popular.

-Pero hubo guerra.

-Y al estallar, socialistas y comunistas desempolvaron las siglas UHP (Unión de Hijos Proletarios), así como la frase «al proletariado se le puede derrotar pero jamás vencer», que figuraba en el último manifiesto de la insurrección asturiana, y las difundieron por la zona republicana para elevar la moral de combate.

-¿Habría olvidado la derecha el 34?

-Para la derecha, de no haberse iniciado la guerra, tampoco Octubre de 1934 hubiera pasado de ser un conflicto obrero más. El cuarto contra la República en tres años, después de las tres embestidas que los anarquistas lanzaron para ejercitarse en la «gimnasia revolucionaria». A ojos de monárquicos y fascistas, estas embestidas se las había buscado la República por fomentar la lucha de clases, debilitar el Ejército, descristianizar el país o apoyar los separatismos. Y para el conjunto de fuerzas conservadoras y centristas, Octubre del 34 también resultó traumático, pero continuaron con el régimen republicano. No se les ocurrió ni por asomo restaurar la monarquía.

-¿Qué desencadenó entonces el golpe fallido de 1936?

-Lo que a la derecha tradicional y al fascismo les resultó insoportable fue febrero de 1936, es decir, el triunfo electoral del Frente Popular. A sus ojos significaba profundizar en las reformas iniciadas en 1931-33. Que aquellos rojos (azañistas, socialistas y comunistas) pretendieran acabar con las desigualdades por la vía democrática era superior a sus fuerzas. De ahí que, al fracasar el golpe de julio, llamaran en su ayuda a italianos y alemanes y que todos los obispos menos dos bendijeran la guerra fratricida como «cruzada de liberación».

-La República fue presentada por la historiografía franquista como un régimen satelizado por Moscú.

-Así fue desde 1943, cuando se publica «Causa general. La dominación roja en España», instruida por el ministerio fiscal franquista, hasta la apertura de los archivos de la URSS tras la implosión de ésta en 1991. Hasta este último momento los hagiógrafos franquistas habían podido barajar la extravagante tesis del «complot comunista» programado por Stalin para el verano de 1936 que, gracias al glorioso alzamiento del 18 de julio, pudo abortarse para el bien de España. Con la llegada del PP al Gobierno, y después de una década de silencio y desorientación, algunos corifeos del aznarato, no todos, reemplazarán aquel argumento paranoico remitiendo a octubre de 1934 la legitimación de la guerra. ¿Por qué no a la Semana Trágica de Barcelona de 1909 o a la huelga general de agosto de 1917?

-La izquierda ha presentado el treinta y cuatro como la primera batalla antifascista en España.

-La insurrección se dirigió contra la CEDA, que no era fascista sino un partido monárquico defensor del orden, la propiedad, la familia y el catolicismo. El partido fascista, la Falange, acababa de constituirse a finales de 1933 y apenas tenía seguidores. No los necesitaba, teniendo a la poderosa CEDA, con sus más de medio millón de afiliados. Pero tras la sublevación golpista del general Sanjurjo, la dirección de la CEDA tomó nota del fracaso y se acogió al «accidentalismo en las formas de gobierno», nuevo truco funcionalista al que ya antes se habían acogido Melquíades Álvarez y también un sector del PSOE.

-¿Por qué este viraje?

-El accidentalismo permitía a la CEDA no aceptar la Constitución republicana, pero sí las reglas del juego para, por la vía electoral, acabar con el régimen y restaurar la monarquía. O gobernar con mano dura como Oliveira Salazar lo hacía desde años antes en Portugal. En las elecciones de noviembre de 1933, la CEDA fue el partido más votado pero estuvo lejos de poder gobernar en solitario. Esto llevó a su líder, José María Gil-Robles, catedrático de Derecho Político de 36 años, a amenazar con provocar una crisis parlamentaria para así entrar en el Gobierno de centro, el de los radicales de Lerroux, y proceder a «rectificar» la República.

-¿«Rectificar» la República?

-Un eufemismo que, en boca de Gil-Robles, era como para ponerse a temblar. La CEDA, efectivamente, no se identificaba con el totalitarismo de Hitler o Mussolini, pero sus amenazas hicieron que la izquierda la percibiera como un peligro fascista. Al no poder neutralizarla por medios legales, los socialistas, liderados por Largo Caballero, optaron por lanzarse a la huelga insurreccional de octubre de 1934.

-¿Por qué fue tan relevante el protagonismo de los socialistas en aquella insurrección?

-Fue indiscutible, pero no todos los socialistas participaron en la insurrección. Una parte de ellos se desentendió del proyecto de Largo, como hicieron los no muy numerosos seguidores del también dirigente Julián Besteiro. Otros, varios miles de afiliados, se dieron de baja a lo largo de 1934 por discrepar del plan de los caballeristas.

-¿Quién preparó la huelga insurreccional?

-Un reducido número de militantes, casi todos incondicionales del todopoderoso Largo Caballero, máxima autoridad en el sindicato y el partido. Indalecio Prieto fue el único que no sintonizaba con Largo, pero no sólo se plegó a su voluntad sino que participó en el comité revolucionario y aceptó nada menos que tres tareas importantes: redactar el programa insurreccional, proveer de armas a los potenciales insurrectos y captar a oficiales del Ejército para el movimiento que preparaban. Pues bien, «don Inda», como era conocido por sus próximos, que en los primeros años veinte declaraba ser «socialista a fuer de liberal» -frase que luego hará las delicias de muchos recién llegados al PSOE desde la época de Felipe González hasta hoy- se convierte en agente subversivo.

-¿Por qué esta transformación?

-Porque, en caso contrario, como le ocurrió a Besteiro, habría quedado marginado de la dirección socialista. Prieto fue un curioso dirigente que, aun gozando de fama de gran gestor, fracasó estrepitosamente en las responsabilidades que asumió para prepara el octubre del 34. Gran parte de las armas fueron descubiertas en Madrid, por la Policía republicana, y en San Esteban de Pravia, al ser localizado por la Guardia Civil «El Turquesa», el barco que las trasportaba. En el Ejército sólo consiguió que desertase un sargento, Vázquez, de su cuartel de Oviedo. Y del «Programa de octubre» nunca más se supo hasta que, en febrero de 1936, lo publicó en un diario bilbaíno para exhibirlo como mérito en la campaña electoral a la que se presentaba como candidato por Vizcaya del Frente Popular. Por eso no cogió a nadie por sorpresa que, muchos años después, en el exilio mexicano, se arrepintiera de haber participado en el treinta y cuatro. Un arrepentimiento que, sin embargo, completará la doctrina que precisaba el nuevo PSOE refundado en 1979 por González tras renunciar al marxismo.

-Presenta usted a Prieto como un oportunista. Frente a él, a Largo Caballero se le retrata como la quintaesencia de la coherencia.

-Hay coherencias que engañan. Cuando Largo se convierte en el líder indiscutible de Octubre, contaba 65 años, edad infrecuente para implicarse en una aventura de alto riesgo como aquélla. Nació en una familia madrileña tan menesterosa que a los 9 años se vio obligado a trabajar en la construcción, donde aprendió el oficio de estuquista. Se afilió a la UGT cuando ésta apenas acababa de fundarse y, poco tiempo después, al PSOE. Pero la predilección de su vida será el sindicato socialista, en el que, peldaño a peldaño, llegaría a la secretaría general en 1918.

-Largo Caballero pasa por haberse entregado en cuerpo y alma a la UGT.

-Su entrega a la UGT fue como los amores que matan. La llevó a colaborar con la dictadura de Primo de Rivera por los beneficios que eso podía reportar, decía, a la clase obrera. Pero miró para otro lado cuando el dictador perseguía con saña a los anarcosindicalistas de la CNT, el otro gran sindicato de clase de la época, y a los cuatro gatos de estricta obediencia soviética que entonces tenía el PCE. Naturalmente, la colaboración con Primo de Rivera desató tal controversia en el PSOE que a punto estuvo de provocar una catástrofe en la familia socialista. Justamente cuando acaba de morir Pablo Iglesias, el «santo laico» fundador del PSOE y la UGT. La escisión, finalmente, no se produjo porque Largo se despegó de la dictadura al entrar ésta en crisis y subsanó su pasado colaboracionista incorporándose al movimiento que había de traer la República. Al frente de la UGT, naturalmente.

-¿Qué tal se entendían Prieto y Largo Caballero?

-Bien. Un buen entendimiento que continuaría hasta después de 1934. No ocurrió lo mismo con Besteiro, el tercero en discordia, que quedaría marginado por considerar que la radicalización obrera del momento era consecuencia de los discursos incendiarios de Largo y no al revés, como bien sabían las Juventudes Socialistas y el mismo Prieto. De ahí que Largo contase con los prietistas pero con nadie más. Para su plan le bastaba la UGT. Nada de alianzas con republicanos, anarquistas ni comunistas que pudieran interferir sus planes y, sobre todo, competir por estar en la dirección.

-¿Por qué fracasa la insurrección del treinta y cuatro?

-Octubre del 34 pasa por ser la revolución más anunciada de todos tiempos y la única en que el comienzo lo marcó el enemigo que, naturalmente, estaba preparado para afrontarla. Éste fue el primer gran fallo. El segundo fue desechar la táctica de conquistar el poder partiendo de un pequeño conflicto susceptible de extenderse como una «mancha de aceite». Para Largo la revolución era huelga general obrera y concurso del Ejército. Nada de impulsar huelgas parciales que desgastaran la energía que, pensaba, debería acumularse para la huelga general. Y, por último, el comportamiento de Largo, que, en la fecha fijada, hizo de «capitán Araña»: en vez de procurarse medios para dirigir la insurrección desde Madrid, la capital del Estado, decidió esconderse para evitar ser detenido y se desentendió de la suerte de su «ejército obrero».

-Fea foto la de Largo Caballero ante la HistoriaÉ

-Su papel en octubre de 1934 sirve para ilustrar las carencias teóricas y de estrategia propias de la dirección del PSOE hasta ese momento y también algunas de las posteriores. Largo, ciertamente, era un «obrero consciente» de los preferidos por Pablo Iglesias, y un sindicalista experimentado. Pero estas cualidades no eran requisitos suficientes para preparar y dirigir con solvencia una insurrección proletaria como la que planteó. Y sin embargo, tiempo después, sería aclamado como el Lenin español. Ironías del destino.