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Años de los claveles. 30 años de la Revolución de los claveles en Portugal
La Vanguardia - MARIO SOARES - 30/04/2004


Portugal ha conmemorado los treinta años de la revolución de los claveles en un ambiente de notoria protesta e, incluso, crispación social y política. El país atraviesa una situación difícil tanto en el plano económico-financiero como, sobre todo, social. El paro –uno de los más bajos de la UE y la zona euro en el 2002– crece exponencialmente y de modo altamente preocupante. La deslocalización de empresas y fábricas –anunciada diariamente en los telediarios– ha acarreado un gran malestar en el seno de miles de familias, privadas repentinamente de trabajo y sumidas en un ambiente de penuria extrema. La insensibilidad social del Gobierno ha comportado recortes en la Seguridad Social, introduciendo un factor de incertidumbre en las perspectivas de futuro de numerosos portugueses. La privatización de hospitales y servicios de salud está desmantelando el servicio nacional de salud, afectando sobre todo a los más desfavorecidos.

Todo ello, por efecto además de la privatización de los sectores estratégicos de la economía y la venta de importantes bienes del patrimonio nacional prácticamente a pérdida –para intentar contener artificialmente el déficit exterior–, suscita un fuerte y diario movimiento de protesta, que se traduce en la casi inexistente inversión, el creciente marasmo económico y el ambiente generalizado de pesimismo entre empresarios y trabajadores, contra el Gobierno de coalición de derechas encabezado por Durao Barroso (PSD) y Paulo Portas (PP).

Y podemos comprobar, asimismo, que la conmemoración del 30.º aniversario del 25 de abril –que derribó la dictadura fascistizante que oprimió al pueblo portugués a lo largo de casi 50 años, liquidando la policía política (PIDE), la odiosa censura, el régimen de partido único y las milicias parafascistas Legión Portuguesa y Juventud Portuguesa e instaurando al propio tiempo el sistema de libertad y de democracia pluralista– ha enconado el ambiente social y político portugués, ya crispado de por sí, en lugar de contribuir a apaciguarlo.

¿Por qué? Porque el Gobierno ha tenido la idea funesta –en sí misma necia y estúpida en el marco de las celebraciones oficiales del 25 de abril de este año– de retirar la “r" de la palabra “revolución", sugiriendo con ello que se conmemoran ahora treinta años de “evolución" democrática. La idea le ha resultado tanto más repulsiva y aborrecible al pueblo portugués cuanto la fuerza y el contenido simbólico de la revolución de los claveles permanecen vivos como uno de los momentos más hermosos y positivos de la historia contemporánea de Portugal. Efectivamente, además de haber sido una revolución coronada por el éxito –como actualmente reconoce generalmente la historiografía portuguesa y extranjera– la revolución de los claveles fue pacífica y se desarrolló prácticamente sin efusión de sangre; se llevó a la práctica con una actitud de tolerancia y generosidad. Además, vio culminados en un tiempo récord los tres grandes objetivos incluidos en el programa del Movimiento de las Fuerzas Armadas (MFA): cescolonizar, democratizar y desarrollar. Los capitanes de abril, autores de la revolución, entregaron como es de justicia el poder a los civiles, de acuerdo con la voluntad popular expresada en “elecciones libres" que se desarrollaron, por primera vez en cincuenta años, el día 25 de abril del año 1975.

Portugal mantiene actualmente estrechas relaciones de solidaridad con los países que constituyen la Comunidad de Países de Lengua Portuguesa (Brasil, Angola, Mozambique, Cabo Verde, Santo Tomé y Príncipe, Guinea Bissau y Timor Oriental), una comunidad de 200 millones de lusohablantes, solidaria no sólo en la defensa de una lengua común, sino también en los terrenos de la política, la sociedad, la economía y la cultura, en el respeto más absoluto a la independencia e identidad nacional de los pueblos respectivos.

Las raíces e intereses que posee Portugal en América Latina, en la UE, en el Atlántico, en África y en el Mediterráneo aconsejan que se intensifiquen los lazos y los “puntos de confluencia" con la “nueva España" de José Luis Rodríguez Zapatero. Una España de paz, de progreso, descentralizada, abierta a las autonomías, democrática y europeísta, constituye el mejor vecino que puede tener Portugal: un país hermano, amigo y solidario, en el ámbito ibérico que ambos comparten.

El centralismo y la arrogancia de Aznar molestaban a Portugal pese a puntos de contacto o coincidencias pasajeras, coyunturales o del momento derivadas de la circunstancia de que los dos gobiernos de la península eran de derechas. La cumbre de las Azores, que fue la “cumbre de la mentira", inició una deriva antieuropeísta y de subordinación a los intereses norteamericanos –tal como los establece y caracteriza la actual Administración Bush– sin consultar y a contracorriente de los sentimientos y opiniones de la ciudadanía.

La misma polémica se suscitó –con toda justicia– con ocasión de la conmemoración de los 30 años transcurridos desde la revolución, una vez que la impronta genética de la revolución de los claveles representó –y representa– la paz, expresamente consagrada en la Constitución de 1976, reiterada en sucesivas revisiones. Portugal se mira complacidamente –no dudo en afirmarlo– en la decisión lúcida, valiente y oportuna de J. L. Rodríguez Zapatero de retirar las tropas españolas del “atolladero" de Iraq, como lo llamó el comisario europeo Chris Patten. Y los portugueses ahora, más que nunca, no pueden dejar de preguntarse: ¿qué hace el reducido contingente de la GNR (Guardia Nacional Republicana), una institución creada para mantener la seguridad y el orden público en situaciones de paz, en un país crecientemente sumido en una guerra enormemente bárbara y cruel que no presenta solución a la vista? ¿Ser un blanco fácil de atentados terroristas, limitarse prácticamente a agradar a la “pareja patética" Bush-Blair, que aspira a gobernar el mundo?


MARIO SOARES, presidente de Portugal entre 1986 y 1996
Traducción: José María Puig de la Bellacasa